"Apotegmas contemplativos" (2021)
Uno se acercó a Abba Agua y le
interrogó fastidioso:
-¿Tú siempre corres y fluyes
sin parar?
Y se le respondió:
-¿Acaso hasta mi meta hay algo
digno donde detenerme?
Correr hacia la meta. Toda agua viva va hacia el mar.
Lamentablemente, también las inundaciones naturales como
las filtraciones edilicias nos enseñan que “al agua no la para nadie”, siempre
encuentra rendija donde colarse, sigue fluyendo sin detenerse.
Quien es invitado a andar en corrientes de Agua Viva
experimenta rápidamente la tensión interior: la fuerza del Agua que arrastra y
la resistencia del yo que no quiere moverse. Esta Agua nueva deberá barrer con
todo apego y limpiar el corazón.
Al comienzo de
la vida cristiana, seguramente hubo que vencer resistencias interiores para
abandonarse en Dios y comenzar un camino distinto, un sendero de redención. Así
también nos sucedió en los inicios de la vida espiritual, pues cada vez que en
el ejercicio de la oración percibíamos la unción sorpresiva del Espíritu Santo,
no sabíamos en verdad si seguir su impulso o no, teníamos lucha adentro. El Don
de lo alto nos movía a más y se encontraba con nuestros temores, excusas y
dudas. No siempre hemos ganado esas batallas, más bien a fuerza de derrotas en algunas
ocasiones hemos dado el paso y el salto de la fe. Pero quienes se han dejado
vencer y se han entregado con docilidad a esa corriente de Gracia han llegado a ser testigos alegres de las maravillas del Señor.
Mas en verdad hay
que asumir –consecuencia del pecado y su influjo- que todo hombre quiere dejar
de caminar, aquerenciarse, echar raíces y descansar en algo que le parezca
propio. Pasadas las primeras novedades, las primeras incendiadas alegrías de
experimentar al Espíritu Santo y su acción, transitados trechos largos del
camino, suele empezar a aparecer el fastidio por tanto andar. Tarde o temprano
brotará la queja y el cansancio: “¡Pero esto es siempre moverse! Nunca te
detienes y reposas. ¿Una y otra vez hay que recomenzar dejando todo atrás y
correr hacia delante? ¡Déjame tranquilo!”
Entonces como
en el Desierto, la astuta tentación actúa bajo apariencia de luz, y puede invitarnos
a camuflar la crisis volviéndonos “avezados expertos” en clasificar y
distinguir las mociones divinas. Nos ayuda a auto-engañarnos. Podremos nombrar
las experiencias espirituales, tal vez ser baqueanos de algunos pozos y
catadores de sus pocas aguas pero no movernos nunca más hacia su Fuente. Y todo
bajo un manto de respetable y venerable misticismo.
Hay
espirituales que, aunque ya no en el mundo, terminan deteniéndose justamente en
el regodeo de sus experiencias interiores. Todo pegoteo amenaza erigir un ídolo
y el Espíritu que nos ama nos empuja a salir de aquel engaño. Lo que Dios te da
no debes retenerlo. No es tuyo, devuélveselo y comunícalo. Y sobre todo no te
quedes con la cáscara de lo que interpretaste y te subyugó la mirada, pues allí
el Malo mueve la presunción y el orgullo; seguro terminarás regodeándote en tu
propio ensalzamiento y no en la obra de Dios. Lo que importa no es lo que has
percibido y degustado sino lo que Dios ha hecho secretamente en tu alma con su
toque. Eso irá contigo donde vayas, pero si te detienes en las apariencias de
las grandes cosas que has recibido, si te apeteces en fin en ti mismo, finalmente
lo perderás todo. ¡Levántate ya, sal de aquí y vuelve a dejarte llevar por el
Agua Viva!
La vida del
contemplativo es la del Peregrino; siempre andar sin detenerse hasta alcanzar
la única meta que proporciona el gran descanso y la inagotable saciedad del
alma: la Unión con Dios. Como enseñaba San Agustín, el corazón permanecerá
inquieto, siempre inquieto, hasta que descanse y repose en Él. Es crucial que el
contemplativo acepte desde el inicio vivir siempre en la intemperie. No hay un
parador que dure mucho tiempo. Apenas se sienta y se relaja el Agua Viva le
toca, asciende desde las profundidades escondidas y le arrastra a seguir
caminando hasta llegar.
Toda agua viva
siempre va hacia el mar.
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