"Apotegmas contemplativos." (2021)
Innumerables tus arenas y sorpresivo tu viento. Una alegoría desértica.
Las
arenas me parecen innumerables. Desde el punto localizado donde me encuentro
sólo veo arena y más arena. Con el tiempo he descubierto que ese inmenso mar de
médanos tiene también sus peculiaridades por aquí y por allá. Pero sólo quien
camina en el desierto, hundiendo el pie desnudo en la caliente arena, podrá
comprender el misterio escondido en esta tierra.
Y la arena está por todos lados, no sólo en derredor,
sino que también ya está en mí, entre los pliegues de mi ropa y sobre mi
quemada piel. Arena innumerable y abrasadora. Un ardor permanente que quiere
meterse dentro mío hasta darme un corazón desértico.
El Yermo además es como una fragua con su hiriente amplitud térmica. De día el calor me sofoca y
de noche el frío me atraviesa. Y la sed se me instala cotidiana, habitual,
permanente. Soy forjado en calor y frío, en sed, mientras habito esta
intemperie austera.
Además las noches y los días se suceden tan iguales aquí
que todo se me vuelve atemporal. Hasta que llega él. El Viento que sopla sorpresivo
y envolvente. Parece levantarse de la nada. Oigo su rumor a lo lejos y de
pronto ya está encima de mí. Me cubre con las arenas innumerables, me sepulta en
ellas. Y cuando ya ha pasado me levanto y todo parece nuevo. El Desierto sigue
allí pero el Viento ha cambiado su topografía o mi mirada es distinta. Entre mi
sed y el Viento existe una conexión misteriosa. Y tras el paso del Viento
siempre he encontrado algún oasis, una fuente escondida de Agua que se revela
entre las arenas innumerables.
Le llega al alma el Gran
Desierto de la Gran Purificación. Tal vez ha experimentado desolaciones y
arideces antes. Pero nada se compara a este Gran Desierto que prepara para la
contemplación unitiva. Aquellas purificaciones de antaño fueron provisorias
pues apenas podíamos soportarlas breve tiempo a causa de nuestra inmadurez
espiritual. Ahora la Purificación se ha tornado un estado permanente del vivir.
He aprendido que fuimos
traídos al Desierto también para
descubrir la sed. La sed que somos. La sed profunda que nos habita. Porque en
el Desierto nos salva y sacia el Espíritu que sopla. Lo diría mejor, si no
estuviésemos en el Desierto no podríamos advertir la presencia sorpresiva del
Espíritu-Viento que sopla y abre esperanza de Agua.
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