Abba Desierto 3

 



"Apotegmas contemplativos" (2021)


Y  otro más lo inquirió:

-Dime Abba Desierto, ¿cuándo debo orar?

Y aterrorizado lo exhortó:

-Ya te urge comenzar y no debes parar hasta que ya no preguntes cuándo.

 

 

De algunos santos se ha dicho que no hacían oración, sino más bien, que toda su persona era oración; eran una plegaria viva.

Quien viene al Desierto no podrá permanecer si trae aquí una multitud de devociones, de prácticas y de fórmulas piadosas. Pues en el Desierto impera el silencio. Si vienes aquí con “tus oraciones” inevitablemente te pondrás en el centro y querrás organizar todo según tu querer y costumbre o pedirás infantilmente que otro te indique normativamente cuándo y cómo. Pero ahora estás en un lugar para quienes ya son adultos en la fe. Sólo quienes están dispuestos o ya han sido recogidos en quietud contemplativa podrán habitar el Desierto.

Porque en el Desierto todo permanece siempre en la sequedad y la intemperie. Nada pasa. Sólo hay desnudez. El Desierto expulsa a los que poseen o quieren adquirir algo que no sea una santa vacuidad para la Unión.

El Desierto convertirá a quien se acerque en un orante vivo si puede despojarlo de todo y especialmente de su propia voluntad –en el sentido de sus quereres desordenados o sin Dios-. Para llegar a ser una plegaría viva lo primero será ya no tener nada bajo la propia mano, sino tenerlo todo en el Señor y sólo en Él tener algo. Si algo hay que poseer será una disponibilidad abierta al encuentro, una voluntad para la Unión. Solo el pobre y el desnudo harán oración aquí. En el Desierto la plegaria brota simple y continua cuando ya no queda nada desde ti –sin o contra Dios- y solo lo que se te da en el Padre sea por ti humilde y filialmente recibido.

Quién pregunta cuándo y cómo debe orar confiesa que aún piensa ser el sujeto central de la historia y que debe decir alguna palabra suya en algún tiempo suyo. Pero quien calla se ha puesto a escuchar la voz profunda que brota en el Desierto, el Espíritu Santo; sólo Él es plegaria viva que habita el templo interior, o sea, un corazón silencioso, desnudo y pobre, por tanto libre de toda atadura y de toda pretensión de protagonismo.

Es un contemplativo quien se ha reconciliado con la nada del Desierto. La contemplación es simplemente expectante quietud desnuda, agradecido silencio pobre y potente primacía del Espíritu.

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