Jeremías: el profeta de la interioridad, atravesado por el sufrimiento (2)

 



Mensaje


Su profecía continúa, como en los profetas anteriores, interpretando la Alianza como amor esponsalicio entre Dios y su pueblo, con la posterior exigencia de justicia y santidad; sigue anunciando la preparación de un Resto y de un futuro reino mesiánico, aunque su Mesías es del todo escatológico y de ningún modo guerrero.

Lo novedoso de Jeremías surge desde su personalidad: la Alianza es una realidad interior. Es un profeta de la interioridad que anuncia una religión interiorizada. Lo fundamental es el encuentro-relación personal con Dios cuya expresión mayor es la oración. Lo que realmente importa es la circuncisión del corazón. La Alianza es una realidad que va más allá de las instituciones y del culto externo.


Estructura literaria y contenido

 

Podemos dividir el libro en 3 grandes bloques.

Bloque 1: 1,1-25,38. Hay una introducción general con sus títulos proféticos y luego el relato vocacional.

a) 1era. Sección: 2,1-6,30. Oráculos bajo Josías.

b) 2da. Sección: 7,1-20,18 Oráculos bajo Yoyaquim y las llamadas “Confesiones” del profeta .

c) 3era. Sección: 21,1-23,40. Oráculos y visiones contra Sedecías-Jerusalén, la casa real y los profetas áulicos (profetas profesionales de la corte).

*Los caps. 24-25 parecen ser tardíos, introducidos bajo Esdras-Nehemías hacia el 400 aC.  

Bloque 2: 26,1-45,5. Fundamentalmente son gestos simbólicos y oráculos actuados.

Bloque 3: 46-52. Oráculos contra las naciones.

 

Presentación vocacional

 

El relato vocacional se atestigua en 1,4-19. Se trata de una perícopa compleja, donde la dinámica del relato se apoya en matices y acentos con gran riqueza de sentido.  Es clásico leerla en contraposición con la vocación de Isaías, pues sin ser antitéticas expresan direccionalidades diversas que pueden y deben llegar a complementarse. Iremos leyendo el texto fragmentadamente para su mejor comprensión.

El género literario “relato vocacional” sigue cierta estructura. En principio Dios por sí mismo o por su ángel-mensajero debe aparecerse a quien es elegido.

 

 “Entonces me fue dirigida la palabra de Yahveh en estos términos: Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado: yo profeta de las naciones te constituí.” (Jer 1,4-5)

 

Pero aquí no hay una descripción de la aparición divina como cuando la vocación de Isaías en el Templo. Allí Dios se manifestaba como el totalmente Otro, inalcanzable en su grandeza, lleno de majestuosidad y tres veces Santo.  En Jeremías con simple sobriedad se afirma la experiencia típicamente profética: “la Palabra de Dios me fue dirigida”. Escuchan la Palabra del Señor –no importa ahora describir o precisar este fenómeno de locución divina sino su realidad-. Dios habla y el profeta escucha. Ya veremos que en el caso de Jeremías todo su vínculo con Dios es de base, experiencia interior.

Nuestro texto sostiene que “conocer” para Dios es elegir, distinguir, consagrar. En este sentido coincide con Isaías: el profeta es elegido y por eso distinguido, separado y destinado a la obra de Dios. Pero justamente esta distinción será para Jeremías su drama: ¿por qué a mí que quisiera pasar desapercibido? Adelantamos en parte la crisis testimoniada en sus “Confesiones”. Ya lo hemos afirmado: la misión profética será para Jeremías una fuente casi constante de sufrimiento personal, un encargo que a veces parece dirigirlo contracorriente de su personalidad.

Justamente por aquí pasará la objeción interpuesta al llamado. Siempre en los relatos de vocación se presentan objeciones.

 

“Yo dije: «¡Ah, Señor Yahveh! Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho.»” (Jer 1,6)

 

Soy un nahab (entre 20 y 30 años) y como sacerdote no tengo aún peso-autoridad para hablar en la asamblea litúrgica. Jeremías sabe que es alguien a quien no escucharán, a quien aún no se le prestará la atención requerida ni se le reconocerá prestigio suficiente. Pero Yahvéh le responde.

 

“Y me dijo Yahveh: No digas: «Soy un muchacho», pues adondequiera que yo te envíe irás, y todo lo que te mande dirás.  No les tengas miedo, que contigo estoy yo para salvarte - oráculo de Yahveh -.” (Jer 1,7-8) 

 

En este género literario Dios debe resolver los reparos que presenta quien es vocado. Observaremos repetidas veces en Jeremías que las objeciones, dificultades y crisis del profeta se resuelven por una renovada y más intensa presencia de Dios. La coyuntura ardua de su ministerio permanece, Jeremías la sufre pero el Señor prevalece. En este sentido se podría decir que “Dios lo puede o lo vence” a Jeremías y que él pues se deja vencer. Ciertamente hay tironeo pero finalmente la voluntad del profeta se allana a la Voluntad divina.

 

“Entonces alargó Yahveh su mano y tocó mi boca. Y me dijo Yahveh: Mira que he puesto mis palabras en tu boca. Desde hoy mismo te doy autoridad sobre las gentes y sobre los reinos para extirpar y destruir, para perder y derrocar, para reconstruir y plantar.” (Jer 1,9-10)

 

No puede faltar el envío. Ahora –ya como en una visión-, se produce el acercamiento del Señor que deja de ser solo Palabra para ser directamente “toque” que confirma el llamado-misión y favorece o destraba definitivamente la aceptación. Sin embargo no hay de parte de Jeremías ninguna palabra o gesto. Todo sucede como si Dios nuevamente se le impusiera y él le dejase hacerlo. Nuestro relato vocacional cierra con la misma insistencia: su ministerio profético será dramático. Porque si bien el Señor le dará toda su autoridad-poder, su tarea será conflictiva: esta permanente lucha se expresa en los binomios extirpar-destruir, perder-derrocar contrapuestos a reconstruir-plantar. Dios lo envía a purificar y talar de raíz al Pueblo  y a resembrar la Alianza. Y esta tarea será martirial para el profeta.

Hasta aquí entonces se percibe una dinámica contraria a la experiencia de Isaías I: el Dios de Jeremías es un Dios cercano al hombre y no separado-distante, la santidad pasa ahora por el abajamiento. El profeta lo busca en el estilo paradigmático de Moisés-Elías-Habacuq, es decir, predomina la dirección contemplativo-mística en la experiencia religiosa, un estar frente a Dios cara a cara. Al igual que Isaías su misión será claramente purificadora y dirigida a la conversión del Pueblo.

Veremos en el próximo artículo como se concreta el ministerio de Jeremías en el pasaje 1,11-19, ligado al relato vocacional.

 

Un Dios que se acerca y promueve una relación intensa

 

Siempre es mi intención mostrar la vigencia de la experiencia profética y su mensaje en el hoy de nuestra historia. Se me ocurren tres aspectos:

1)      Tanto la relación que cada cristiano tendrá personalmente con Dios, como el vínculo que se establecerá con la comunidad eclesial, estarán signados por la intensidad. “Cercanía de Dios” no siempre es sinónimo de “experiencia confortable”. Dios puede resultar de hecho bastante incómodo. El llamado que nos hace puede introducirnos en un derrotero dramático. La misión encomendada ponernos en continuo peligro. Por eso la relación queda también marcada por la fricción, la resistencia y la lucha.

2)      La coyuntura a la que Dios nos envía suele ser ardua. Necesita de nosotros para transformar una realidad que se ha alejado de su gracia y bendición. Esto supondrá soportar una cuota de sufrimiento, de entrega de la propia vida, de Cruz. Sin una disposición penitencial y martirial no será posible ejercer el ministerio encomendado.

3)      Sera necesario resolver favorablemente la relación con el Dios que llama y envía dejándonos vencer, configurándonos a su Voluntad y haciéndonos disponibles a cuanto nos pide. No nos faltará su poder pero será en medio de las adversidades. O sea, ya en cristiano, el camino del discípulo no será otro sino el del Maestro. “Si quieres venir en pos de Mí, renuncia a ti mismo, carga tu cruz y sígueme.”

Nuestra Iglesia contemporánea se muestra tan débil y vacilante en multitud de rostros y caminos personales porque los pretendidos discípulos siguen aspirando solo a una vida confortable y llena de consuelos, una vida enteramente de beneficiarios que no tienen que aportar nada propio. Y creo que sucede así porque la misma Iglesia –por diversas razones- ha malcriado a sus hijos. ¿Todavía no hemos aprendido que la sobreprotección solo engendra debilidad, vulnerabilidad, indefensión, inestabilidad e inconstancia?

Quizás también por eso solemos escaparnos de Dios, de una relación seria y profunda con Él. Dios a sus hijos los quiere bien y los forja martirialmente. La Iglesia debe recordarlo y volver a formar discípulos que puedan sostener con el Señor una relación cara a cara.

 

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