Mensaje
Su profecía
continúa, como en los profetas anteriores, interpretando
Lo novedoso de
Jeremías surge desde su personalidad:
Estructura literaria y contenido
Podemos
dividir el libro en 3 grandes bloques.
Bloque 1:
1,1-25,38. Hay una introducción general
con sus títulos proféticos y luego el relato vocacional.
a) 1era.
Sección: 2,1-6,30. Oráculos bajo Josías.
b) 2da.
Sección: 7,1-20,18 Oráculos bajo Yoyaquim y las
llamadas “Confesiones” del profeta .
c) 3era.
Sección: 21,1-23,40. Oráculos y visiones contra
Sedecías-Jerusalén, la casa real y los profetas áulicos (profetas profesionales
de la corte).
*Los caps.
24-25 parecen ser tardíos, introducidos bajo Esdras-Nehemías hacia el
Bloque 2:
26,1-45,5. Fundamentalmente son gestos
simbólicos y oráculos actuados.
Bloque 3:
46-52. Oráculos
contra las naciones.
Presentación vocacional
El relato
vocacional se atestigua en 1,4-19. Se
trata de una perícopa compleja, donde la dinámica del relato se apoya en
matices y acentos con gran riqueza de sentido.
Es clásico leerla en contraposición con la vocación de Isaías, pues sin
ser antitéticas expresan direccionalidades diversas que pueden y deben llegar a
complementarse. Iremos leyendo el texto fragmentadamente para su mejor
comprensión.
El género
literario “relato vocacional” sigue cierta estructura. En principio Dios por sí
mismo o por su ángel-mensajero debe aparecerse a quien es elegido.
“Entonces me
fue dirigida la palabra de Yahveh en estos términos: Antes de haberte formado
yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado:
yo profeta de las naciones te constituí.” (Jer 1,4-5)
Pero aquí no
hay una descripción de la aparición divina como cuando la vocación de Isaías en
el Templo. Allí Dios se manifestaba como el totalmente Otro, inalcanzable en su
grandeza, lleno de majestuosidad y tres veces Santo. En Jeremías con simple sobriedad se afirma la
experiencia típicamente profética: “la Palabra de Dios me fue dirigida”.
Escuchan la Palabra del Señor –no importa ahora describir o precisar este
fenómeno de locución divina sino su realidad-. Dios habla y el profeta escucha.
Ya veremos que en el caso de Jeremías todo su vínculo con Dios es de base,
experiencia interior.
Nuestro texto sostiene
que “conocer” para Dios es elegir, distinguir, consagrar. En este sentido
coincide con Isaías: el profeta es elegido y por eso distinguido, separado y
destinado a la obra de Dios. Pero justamente esta distinción será para Jeremías
su drama: ¿por qué a mí que quisiera pasar desapercibido? Adelantamos en parte
la crisis testimoniada en sus “Confesiones”. Ya lo hemos afirmado: la misión
profética será para Jeremías una fuente casi constante de sufrimiento personal,
un encargo que a veces parece dirigirlo contracorriente de su personalidad.
Justamente por
aquí pasará la objeción interpuesta al llamado. Siempre en los relatos de
vocación se presentan objeciones.
“Yo dije: «¡Ah, Señor Yahveh! Mira que no sé expresarme,
que soy un muchacho.»” (Jer 1,6)
Soy un nahab (entre 20 y 30 años) y como
sacerdote no tengo aún peso-autoridad para hablar en la asamblea litúrgica.
Jeremías sabe que es alguien a quien no escucharán, a quien aún no se le
prestará la atención requerida ni se le reconocerá prestigio suficiente. Pero
Yahvéh le responde.
“Y me dijo Yahveh: No digas: «Soy un muchacho», pues
adondequiera que yo te envíe irás, y todo lo que te mande dirás. No les tengas miedo, que contigo estoy yo
para salvarte - oráculo de Yahveh -.” (Jer 1,7-8)
En este género
literario Dios debe resolver los reparos que presenta quien es vocado. Observaremos
repetidas veces en Jeremías que las objeciones, dificultades y crisis del
profeta se resuelven por una renovada y más intensa presencia de Dios. La
coyuntura ardua de su ministerio permanece, Jeremías la sufre pero el Señor
prevalece. En este sentido se podría decir que “Dios lo puede o lo vence” a Jeremías
y que él pues se deja vencer. Ciertamente hay tironeo pero finalmente la
voluntad del profeta se allana a la Voluntad divina.
“Entonces alargó Yahveh su mano y tocó mi boca. Y me
dijo Yahveh: Mira que he puesto mis palabras en tu boca. Desde hoy mismo te doy
autoridad sobre las gentes y sobre los reinos para extirpar y destruir, para
perder y derrocar, para reconstruir y plantar.” (Jer 1,9-10)
No puede faltar
el envío. Ahora –ya como en una visión-, se produce el acercamiento del Señor
que deja de ser solo Palabra para ser directamente “toque” que confirma el llamado-misión y favorece o destraba
definitivamente la aceptación. Sin embargo no hay de parte de Jeremías ninguna
palabra o gesto. Todo sucede como si Dios nuevamente se le impusiera y él le
dejase hacerlo. Nuestro relato vocacional cierra con la misma insistencia: su
ministerio profético será dramático. Porque si bien el Señor le dará toda su
autoridad-poder, su tarea será conflictiva: esta permanente lucha se expresa en
los binomios extirpar-destruir, perder-derrocar contrapuestos a
reconstruir-plantar. Dios lo envía a purificar y talar de raíz al Pueblo y a resembrar la Alianza. Y esta tarea será
martirial para el profeta.
Hasta aquí entonces
se percibe una dinámica contraria a la experiencia de Isaías I: el Dios de
Jeremías es un Dios cercano al hombre y no separado-distante, la santidad pasa
ahora por el abajamiento. El profeta lo busca en el estilo paradigmático de
Moisés-Elías-Habacuq, es decir, predomina la dirección contemplativo-mística en
la experiencia religiosa, un estar frente a Dios cara a cara. Al igual que Isaías
su misión será claramente purificadora y dirigida a la conversión del Pueblo.
Veremos en el
próximo artículo como se concreta el ministerio de Jeremías en el pasaje 1,11-19, ligado al relato vocacional.
Un Dios que se acerca y promueve una relación
intensa
Siempre es mi
intención mostrar la vigencia de la experiencia profética y su mensaje en el
hoy de nuestra historia. Se me ocurren tres aspectos:
1)
Tanto la relación que cada
cristiano tendrá personalmente con Dios, como el vínculo que se establecerá con
la comunidad eclesial, estarán signados por la intensidad. “Cercanía de Dios”
no siempre es sinónimo de “experiencia confortable”. Dios puede resultar de
hecho bastante incómodo. El llamado que nos hace puede introducirnos en un
derrotero dramático. La misión encomendada ponernos en continuo peligro. Por
eso la relación queda también marcada por la fricción, la resistencia y la
lucha.
2)
La coyuntura a la que Dios
nos envía suele ser ardua. Necesita de nosotros para transformar una realidad
que se ha alejado de su gracia y bendición. Esto supondrá soportar una cuota de
sufrimiento, de entrega de la propia vida, de Cruz. Sin una disposición
penitencial y martirial no será posible ejercer el ministerio encomendado.
3)
Sera necesario resolver
favorablemente la relación con el Dios que llama y envía dejándonos vencer,
configurándonos a su Voluntad y haciéndonos disponibles a cuanto nos pide. No
nos faltará su poder pero será en medio de las adversidades. O sea, ya en
cristiano, el camino del discípulo no será otro sino el del Maestro. “Si
quieres venir en pos de Mí, renuncia a ti mismo, carga tu cruz y sígueme.”
Nuestra Iglesia
contemporánea se muestra tan débil y vacilante en multitud de rostros y caminos
personales porque los pretendidos discípulos siguen aspirando solo a una vida
confortable y llena de consuelos, una vida enteramente de beneficiarios que no
tienen que aportar nada propio. Y creo que sucede así porque la misma Iglesia –por
diversas razones- ha malcriado a sus hijos. ¿Todavía no hemos aprendido que la
sobreprotección solo engendra debilidad, vulnerabilidad, indefensión,
inestabilidad e inconstancia?
Quizás también
por eso solemos escaparnos de Dios, de una relación seria y profunda con Él. Dios
a sus hijos los quiere bien y los forja martirialmente. La Iglesia debe recordarlo
y volver a formar discípulos que puedan sostener con el Señor una relación cara
a cara.
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