Ezequiel: vivir según Dios en una tierra extraña (12)

 



Valoración pertinente

 

Toda la profecía de Ezequiel constituye una gran síntesis de los profetas anteriores y al mismo tiempo una reformulación con visos de genialidad y originalidad únicas. En conjunto se trata de la primera sistematización del judaísmo desde una síntesis dogmática o cuerpo doctrinal con verdades conexas y jerarquizadas.

Hay una superación clara de Isaías I: la santidad de Dios no es ya un atributo externo (brillo de su gloria) sino su Gloria misma. Su majestad se comunica como Gloria que desciende y habita en el interior del hombre. Se trata pues de la primera afirmación de la inhabitación de Dios en el alma del justo. 

Hace una profunda reinterpretación de la Alianza. Dios no es fiel a las promesas en sí mismas (Tierra-Rey-Templo), las cuales desaparecen por la crisis del Exilio y son solo signos; sino que es fiel a aquellos a quien se las comunicó, es fiel a su Alianza con el Pueblo. La fidelidad pues se juega en el interior del hombre y no en las estructuras-mediaciones. Dios no necesita mediaciones y no las conserva; somos nosotros los que las necesitamos.

En Ezequiel se producen dos novedades dogmáticas o avances doctrinales absolutos:

1) La Alianza Eterna escrita en los corazones.

2) Un mecanismo salvífico con orden invertido. Al pecado del hombre lo que sigue es la consecuencia-castigo y de parte de Dios la redención. Solo al final surge el arrepentimiento humano y la conversión. Es decir, para Ezequiel no es el arrepentimiento lo que lleva a la redención, sino al acción salvadora del Señor la que mueve a la conversión.

 

La tradición sacerdotal

 

En los capítulos 40-48 que cierran el libro, el profeta desarrolla un proyecto de regreso a la Tierra y restauración del Pueblo. Conocidos como la “torah-ley de Ezequiel” o “código de santidad”, evidentemente expresan la “tradición sacerdotal” que tiene su fuente en esta profecía.

Metodológicamente se toma distancia de la historia para sentar las bases y criterios hermenéuticos que posibiliten una relectura crítica, tras lo cual la profecía abre horizontes y fundamenta el futuro o proyecto postexílico. El regreso a la Tierra lo avizora Ezequiel como la concreción de un gobierno teocrático por la casta sacerdotal.

El horror de Ezequiel por la impureza legal-ritual deriva en la necesidad de interiorizar la Alianza, de tener un corazón puro que se exprese exteriormente en los ritos. Los ministros de Dios deben ser santos y guardianes de la santidad de Israel. Su profecía es como una antesala del Levítico.

El factor de santificación y cohesión de la nación en el exilio fue la Ley. La Ley es la expresión de la voluntad de Dios. La Alianza es garantizada por la fidelidad de Dios. La Ley es la expresión de la santidad de Dios, de lo que lo hace diferente y único. La Ley en Ezequiel está muy cercana al concepto de Gracia en San Pablo.

Al Mesías lo concibe como un príncipe del estamento sacerdotal y al pueblo mesiánico como pueblo sacerdotal. La gloria de Dios reside en el Pueblo y no en el templo-Jerusalén. Mientras exista el Pueblo (Resto) que reciba en medio suyo la gloria-presencia de Dios habrá esperanza.

 

El Templo Nuevo

 

 

Cuando tiene la visión del Templo futuro lo que ve son sus efectos (el agua que corre) y no el edificio. No  se trata del templo histórico sino del Templo Nuevo-escatológico-Celeste (47,1-12).

 

“Me llevó a la entrada de la Casa, y he aquí que debajo del umbral de la Casa salía agua, en dirección a oriente, porque la fachada de la Casa miraba hacia oriente. El agua bajaba de debajo del lado derecho de la Casa, al sur del altar.”  (Ez 47,1)

 

La visión comienza con dos indicaciones. Primero la dirección hacia Oriente, lo cual no es tanto una alusión geográfica sino simbólica, es decir el levante o punto desde el cual sale y se alza el sol. El tema es la luz y la luz de la mañana como experiencia y signo de la salvación de Dios que vence a la oscuridad de la noche, la muerte superada por la Vida, el caos por la Creación. En este contexto señala un nuevo comienzo, el fin del exilio y el retorno del Pueblo a su tierra y por tanto a vivir un proyecto de Alianza Nueva. Evidentemente una relectura cristológica verá aquí a ese varón llamado Oriente, al Sol que nace de lo alto y la mañana nueva de la Resurrección cuya Luz indefectible no conoce el ocaso.

En segundo término la indicación sobre el agua que brota por debajo de la puerta de entrada del templo o casa de Dios, desde el lado derecho se derrama y crece. El templo-casa es verdaderamente fuente y ya veremos cuan abundante y poderosa es el agua que provee. El templo-casa-fuente es la Alianza con Dios. La Alianza con Dios provoca una correntada de gracia salvífica. Y si bien la fuente primaria es Dios, el Pueblo inhabitado por su Gloria, asociado a su Señor, también secundariamente es fuente de la cual brota la Vida-Luz-Creación. Por tanto al regresar a la tierra si permanece en la Alianza será para el mundo entero fuente de la Gloria divina que desciende y lo transforma todo. La mejor relectura cristológica de este pasaje la sugiere el Evangelio de Juan con la narración del costado abierto del crucificado por la lanza y la mistérica fuente que brota de Agua y Sangre.

 

“Luego me hizo salir por el pórtico septentrional y dar la vuelta por el exterior, hasta el pórtico exterior que miraba hacia oriente, y he aquí que el agua fluía del lado derecho. El hombre salió hacia oriente con la cuerda que tenía en la mano, midió mil codos y me hizo atravesar el agua: me llegaba hasta los tobillos. Midió otros mil codos y me hizo atravesar el agua: me llegaba hasta las rodillas. Midió mil más y me hizo atravesar el agua: me llegaba hasta la cintura. Midió otros mil: era ya un torrente que no pude atravesar, porque el agua había crecido hasta hacerse un agua de pasar a nado, un torrente que no se podía atravesar.” (Ez 47,2-5)

 

La visión constata la abundancia de la fuente de agua y la potencia de su corriente. Luego se perciben sus efectos: da vida, recrea y lo que es desértico lo vuelve un paraíso. No hay demasiadas aclaraciones que hacer a lo ya expresado, acerca del sentido de esta visión en Ezequiel y sobre la relectura cristológico pascual que está latente.

 

“Entonces me dijo: «¿Has visto, hijo de hombre?» Me condujo, y luego me hizo volver a la orilla del torrente. Y a volver vi que a la orilla del torrente había gran cantidad de árboles, a ambos lados. Me dijo: «Esta agua sale hacia la región oriental, baja a la Arabá, desemboca en el mar, en el agua hedionda, y el agua queda saneada. Por dondequiera que pase el torrente, todo ser viviente que en él se mueva vivirá. Los peces serán muy abundantes, porque allí donde penetra esta agua lo sanea todo, y la vida prospera en todas partes adonde llega el torrente. A sus orillas vendrán los pescadores; desde Engadí hasta Eneglayim se tenderán redes. Los peces serán de la misma especie que los peces del mar Grande, y muy numerosos. Pero sus marismas y sus lagunas no serán saneadas, serán abandonadas a la sal. A orillas del torrente, a una y otra margen, crecerán toda clase de árboles frutales cuyo follaje no se marchitará y cuyos frutos no se agotarán: producirán todos los meses frutos nuevos, porque esta agua viene del santuario. Sus frutos servirán de alimento, y sus hojas de medicina».” (Ez 47,6-12)

 

Haz de tu Iglesia, casa de Gloria y fuente de Salvación

 

Al culminar nuestro recorrido por la impresionante profecía de Ezequiel, simplemente vuelvo la mirada hacia el comienzo, cuando poníamos la hipótesis de que el exilio es un oportuno paradigma para interpretar el presente eclesial. No me repito pero si es verdad que en esta hora la Iglesia se encamina a ser sumergida en un horizonte mundano cual destierro, si es plausible que pronto desaparezcan algunas mediaciones y estructuras en las cuales tenía falsamente puesta su esperanza, si es cierto que será reducida a minoría frágil en el contexto de un nuevo paganismo global en pluriforme sincretismo… ¿qué haremos? Por supuesto elevar nuestra plegaria para que la obra de Dios atestiguada por Ezequiel se reedite y cumpla entre nosotros hoy. “¡Haz que tu Iglesia, Señor, sea el Santuario vivo de tu Presencia y Gloria! ¡Inhabita en medio de tu Pueblo e irradia tu salvación!” Porque mientras la Iglesia permanezca fiel a la Alianza, la esperanza nunca será vencida.



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