El segundo canto
del Siervo
Siempre
es discutible la extensión asignada a una perícopa y con qué criterios hacer su
recorte. Justamente, dónde comienza y termina este segundo cántico es materia
bastante opinable. He optado por diversas razones por la versión más acotada
49,1-7. Los vs. 7 y 8 inician con la marca textual “así dice el Señor”. Por eso
podemos inclinarnos a pensar el v.7 como el final de una sección y el v.8 como
el arranque de otra. Pero la continuidad temática existe y uno se vería tentado
a extender la perícopa hasta el v.10. Allí surgiría el problema de la
inconsistencia de los vs. 11-13 aislados del resto, incluso la posibilidad de
pensar la versión más extensa del cántico como 49,1-13 que también es
plausible.
“¡Oídme, islas, atended, pueblos
lejanos! Yahveh desde el seno materno me llamó; desde las entrañas de mi madre
recordó mi nombre. Hizo mi boca como espada afilada, en la sombra de su mano me
escondió; hízome como saeta aguda, en su carcaj me guardó. Me dijo: «Tú eres mi
siervo (Israel), en quien me gloriaré.»”
(Is 49,1-3)
El
oráculo comienza dando una noticia que tiene carácter universal, pues al Siervo
se lo presenta ante toda la tierra, pues se convoca incluso a los más aislados
o alejados. Como en Jeremías se establece la profunda elección de Dios desde el
inicio de la vida, desde el seno materno.
Luego
se describe al Siervo bajo un doble aspecto: es agudo y filoso, penetrante, su
boca “espada afilada” y toda su persona como “flecha aguda”; pero también como
alguien escondido y resguardado en o bajo la “sombra de la mano de Dios” y transportado
en el estuche donde lleva sus flechas el Arquero. Todo hace pensar que
participa del filo agudo y penetrante del mismo Señor y de su Palabra poderosa.
Que Dios que así lo ha formado protege y vela por el éxito de su misión.
Y
estos primeros indicios culminan reafirmando la elección del Siervo en quien Yahvéh
se gloriará. El nombre de “Israel” suele colocarse entre paréntesis o guiones
en las traducciones, pues los testimonios escritos difieren sobre su presencia,
dando lugar a la duda de su incorporación tardía por el copista. Algunos ven igualmente
en este cántico un personaje de índole colectiva. Sin embargo pienso que el
mismo nombre de Israel remite a la par al Pueblo como al patriarca Jacob. Y el
análisis de la perícopa, sobre todo si la extendiésemos más al recorte que
hemos elegido, sigue ofreciendo esa ambigüedad –a mi ver pretendida- entre un
personaje colectivo o individual.
“Pues yo decía: «Por poco me he
fatigado, en vano e inútilmente mi vigor he gastado. ¿De veras que Yahveh se
ocupa de mi causa, y mi Dios de mi trabajo?»” (Is 49,4)
Las
dificultades son parte de la misión del Siervo, quien se desgasta en un
servicio que le parece infecundo hasta preguntarse si realmente Dios lo ha
elegido y enviado.
“Ahora, pues, dice Yahveh, el
que me plasmó desde el seno materno para siervo suyo, para hacer que Jacob
vuelva a él, y que Israel se le una. Mas yo era glorificado a los ojos de Yahveh,
mi Dios era mi fuerza. «Poco es que seas mi siervo, en orden a levantar las
tribus de Jacob, y de hacer volver los preservados de Israel. Te voy a poner
por luz de las gentes, para que mi salvación alcance hasta los confines de la
tierra.»” (Is 49,5-6)
No dejo de recordar las crisis vocacionales
de Jeremías a quien Dios fortalecía y reafirmaba ante los constantes embates de
sus adversarios. Aquí el Siervo experimenta que Yahvéh lo glorifica, que Dios
es su fuerza.
En estos versículos el Siervo
no puede ser identificado con el Pueblo ya que es un personaje enviado a
restaurar a Israel desde los “preservados”; seguramente referencia al “Resto
santo”, el núcleo fiel y purificado. También reaparece ese horizonte
universalista tan propio de Isaías, quien comprende que el Señor quiere hacer
brillar la luz de la salvación sobre todas las gentes, sobre el mundo alejado y
aislado de los paganos aún sin fe.
“Así dice Yahveh, el que rescata
a Israel, el Santo suyo, a aquel cuya vida es despreciada, y es abominado de
las gentes, al esclavo de los dominadores: Veránlo reyes y se pondrán en pie,
príncipes y se postrarán por respeto a Yahveh, que es leal, al Santo de Israel,
que te ha elegido.” (Is 49,7)
Aquí
la interpretación de nuevo oscila hacia un personaje colectivo y el Siervo
queda más identificado con Israel, el Pueblo de Dios que en su historia ha sido
destratado y oprimido hasta el exilio, pero que goza de la fidelidad del Santo,
su Señor que lo ha elegido para ser su instrumento y mensajero de salvación.
Convendría
sin duda seguir meditando la sección 49,8-13 donde resonará la reminiscencia de
aquel “consuelen a mi Pueblo” de los comienzos del libro, así como la preparación
de un camino por donde el Señor llega a liberarlos.
Cumple tu misión, Siervo mío
Sin
duda este segundo cántico nos deja la sensación de que el Siervo elegido es
reafirmado por Dios para que crea en la misión que le ha sido encomendada. Debe
ser agudo y penetrante como su Señor, confiando que Él será su custodio y
garante. Debe dedicarse a un doble frente: hacia dentro del Pueblo para
restaurarlo y hacia los confines de la tierra para anunciar la salvación a
todos.
En
estos tiempos de una Iglesia peregrina atravesada por una profunda crisis y
poda purificadora mientras habita en medio de un mundo siempre más
extensivamente descristianizado, ¡qué oportuno este mensaje! La Iglesia debe
volver a creer en su Misión que es su identidad. Debe volver a “afilar” el Evangelio
del que es portadora. La agudeza penetrante de la Palabra de Dios debe volver a
ser su fuerza. No será sin grandes dificultades pero será siempre experimentando
a Dios como su custodio y garante.
Un
doble trabajo se avizora en el horizonte cercano:
1. Una restauración eclesial
interna, un volver a creer en el vigor y la potencia del Evangelio Santo y
santificador. Una renovación de la fidelidad en el servicio a la Palabra de Dios
íntegra para que sea transmitida como se la ha recibido en la fe revelada.
2. Una recuperación del fervor
misionero para anunciar a Jesucristo, único Salvador, a todas las gentes.
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