El primer canto
del Siervo
“Misterioso” parece ser el mejor adjetivo
para calificar a este personaje
anunciado.
“He aquí mi siervo
a quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma. He puesto mi
espíritu sobre él: dictará ley a las naciones. (Is 42,1)
Se lo presenta como alguien “sostenido” por
Dios, el elegido en quien Yahvéh se complace. Por tanto goza de la confirmación
del Señor y evidentemente su misión viene de lo alto. Goza pues de semejante
autoridad divina respaldándolo. Por eso no resulta extraña la afirmación que el
Espíritu le ha sido concedido y que dictará la ley a todos los pueblos. Sin
dudas se trata del Mesías.
Pero inmediatamente se dice casi en
contradicción:
“No vociferará ni
alzará el tono, y no hará oír en la calle su voz.” (Is 42,2)
¿Entonces cómo hará para anunciar, enseñar y
promulgar la ley divina? No se afirma que hará silencio sino que no gritará,
que no alzará la voz. Su tono es apacible y discreto, como quien habla en voz
baja con gran delicadeza. Nada de portentoso ni apabullante parece haber en sus
modos. No es la lógica habitual de los poderes de este mundo la que le conduce.
Más bien parece anclado en la lógica de los pequeños, de los siervos pobres del
Señor. Lo cual se confirma en lo siguiente:
“Caña quebrada no
partirá, y mecha mortecina no apagará.” (Is 42,3a)
No se aprovechará de las circunstancias y más
aún, se pondrá del lado de los débiles y sufrientes. ¿Cómo podrá gobernar todas
las naciones desde este lugar de no-poder?
“Lealmente hará
justicia; no desmayará ni se quebrará hasta implantar en la tierra el derecho,
y su instrucción atenderán las islas”. (Is
42,3b-4)
Toda su fuerza estriba en su perseverancia y
fidelidad. No es tanto lo que dice sino lo que actúa. Vive inconmoviblemente
unido a su Señor y a su Ley. Es justo y santo.
En este punto cabría preguntarse si el Mesías
coincide con una persona. Porque de hecho parece ser bastante descriptivo de
Israel, el pueblo elegido que es pequeño entre una multitud de naciones que lo
superan desde todo punto de vista, y cuya identidad es vivir la Ley y
comunicarla al resto de la humanidad conocida. No tiene el Pueblo de Dios más
fortaleza que su fidelidad a la Alianza. Es un Pueblo pequeño y pobre cuya
mayor riqueza es haber sido gratuitamente elegido por Dios y su plenitud
consistirá en permanecer fiel a la Alianza en medio de toda circunstancia.
“Así dice el Dios
Yahveh, el que crea los cielos y los extiende, el que hace firme la tierra y lo
que en ella brota, el que da aliento al pueblo que hay en ella, y espíritu a
los que por ella andan. Yo, Yahveh, te he llamado en justicia, te así de la
mano, te formé, y te he destinado a ser alianza del pueblo y luz de las gentes,
para abrir los ojos ciegos, para sacar del calabozo al preso, de la cárcel a
los que viven en tinieblas. Yo, Yahveh, ese es mi nombre, mi gloria a otro no
cedo, ni mi prez a los ídolos. Lo de antes ya ha llegado, y anuncio cosas
nuevas; antes que se produzcan os las hago saber.” (Is 42,5-9)
El final del oráculo profético, remitiendo al
Dios Creador de todo, contempla la historia en sus manos y bajo su conducción.
El Siervo aquí se revela más bien como una persona distinguida de un colectivo
y a la vez a su servicio” “alianza del pueblo y luz de las gentes”. Lo insisto
de nuevo: su fuerza está en la fidelidad a la vocación, en su perseverancia en
la justicia y en su vida en todo conforme a la voluntad de su Señor. El Siervo
cumple lo que el Pueblo aún no: vive en la Alianza sin defecto ni idolatría
alguna. Por eso el Siervo podrá comunicar la Ley de la Salvación y ser luz para
todas las naciones paganas. La misión del Pueblo de Dios se cumple en este
Siervo misterioso cuya venida se anuncia. Los signos de su ministerio serán
obras de liberación: abrir los ojos de los ciegos y sacar de las prisiones a
los que viven en tinieblas.
Me parece al final que en este oráculo
persiste cierta vaguedad o buscada polisemia. El Siervo es la persona del
Mesías, pero en su figura también resuena la situación y vocación de todo el
Pueblo.
Iglesia, Pueblo
mío, tu única fuerza es tu fidelidad a Mí
Esta primera presentación del Siervo ya es
del todo emblemática y sugestiva. Toda su valía consiste en la serena e
inquebrantable fidelidad a Dios. No es suya la lógica de este mundo: gritos y
vociferaciones, declamaciones portentosas y gestos grandilocuentes. Por lo
contrario casi pasa desapercibido y no busca hacer ruido ni marcar presencia.
Vive la Ley y practica la Justicia. Vive santamente y se comporta como hijo de
Dios. Toda su significación deriva de su testimonio de permanencia en la
Alianza.
¡Cuánto debe aprender la Iglesia peregrina de
esta profecía! A veces los cristianos nos desvivimos por copiar las lógicas y
estrategias mundanas en busca de una mayor eficacia y operatividad. Otras veces
sucumbimos a la tentación de adaptarnos a la mentalidad del mundo que pasa para
sentirnos más valorados y recibidos. Pero: ¿para quién vivimos?, ¿y de quién
creemos que recibimos la vida?, ¿Quién nos la sostiene? Debemos seguramente
convertirnos y volver a nuestro Creador y Señor. Nuestra vida está en Él y
vivimos bajo su mirada. Lo único necesario realmente es nuestra fidelidad a la
Alianza. Sin esta perseverancia en su palabra: ¿quiénes seríamos? Sin duda no
el Siervo de Dios sino la sirvienta manipulada por las tentaciones idolátricas.
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