Isaías II: el profeta de la consolación (2)

 


 

Mensaje

 

Reseñamos algunos aportes de su profecía, que expresan continuidad con el primer Isaías y también sensibilidad hacia aportes posteriores de otros profetas como la capacidad de esbozar una propuesta original..

  1. Los Cantos del Siervo (42,1-9; 49,1-7; 50,4-11; 52,13-53,12) son los oráculos más novedosos e influyentes del Isaías II y fueron rápidamente retomados y releídos por la tradición cristiana. Sin duda son el sello de su aporte único. Se trata de un personaje escatológico que a veces parece confundirse con Israel o con Ciro, pero que definitivamente no se identifica con ellos.
  2. Hay un intento teológico de dar un nuevo contenido a la Santidad de Yahvéh, quien se vuelve a revelar como un Dios Liberador. El Señor tres veces Santo no es concebido como separado-distinto al estilo del Proto-Isaías, donde su santidad provocaba la purificación del Pueblo;  sino con una trascendencia que se hace más cercana al mundo y que se expresa en su voluntad de consolación, liberación y salvación.
  3. También se retoma el tema del desposorio (54,1-10). Yahvéh no es un amante despechado y celoso sino un amante fiel. Aunque el libelo de repudio (divorcio) estaba listo y era justo Yahvéh no pudo firmarlo. Él es un Dios que elige sostener la convivencia (volver a casa, fin del exilio). Justamente el fin del destierro es anunciado con la imagen de la fecundidad de la estéril. La fecundidad es el Shalom-Paz, fruto de una Alianza espiritualizada y eterna.

 

Consuelen, consuelen a mi Pueblo

 

El consolad del comienzo del libro resume toda la misión profética (1,1-11).

 

“Consolad, consolad a mi pueblo - dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalén y decidle bien alto que ya ha cumplido su milicia, ya ha satisfecho por su culpa, pues ha recibido de mano de Yahveh castigo doble por todos sus pecados.” (Is 41,1-2)

 

Yahvéh remueve la causa de la angustia; el consuelo anunciado es eficaz como lo es su Palabra poderosa. Quisiera hacer notar pues la ineludible conexión que existe entre el consuelo y la Palabra Santa, entre el consuelo y la misión del profeta-mensajero.

 

“Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé simiente al sembrador y pan para comer, así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido aquello a que la envié.” (Is 55,10-11)

 

Esta voz de Dios es creadora de una realidad nueva, tiene esa eficacia llena de Vida que es propia de Dios. La palabra del profeta-servidor no es anuncio de un futuro lejano sino pregón victorioso de una realidad inminente que se acerca.

 

“Una voz clama: «En el desierto abrid camino a Yahveh, trazad en la estepa una calzada recta a nuestro Dios. Que todo valle sea elevado, y todo monte y cerro rebajado; vuélvase lo escabroso llano, y las breñas planicie. Se revelará la gloria de Yahveh, y toda criatura a una la verá. Pues la boca de Yahveh ha hablado.»”  (Is 40,3-5)

 

El consuelo (biser) comienza con el anuncio de una única noticia: Yahvéh reina y su Reino viene. El texto hebreo en Is 40,9; 52,7 y 61,1; al referirse al portador de buenas noticias que anuncia la cercanía del Reino utiliza los términos bisser (anunciar con fuerza-energía) y besorah (anuncio fuerte de algo). Se trata de un consuelo concreto y transformador, de una nueva realidad que se hace presente y operante. El texto griego conocido como la Setenta o Septuaginta, los traduce por euaggelizo y euaggelizontai. El portador de buenas noticias es indicado con el término euaggelitsomenos. De allí el sentido futuro de Evangelio, que no es exactamente “buena noticia” sino más precisamente el anuncio potente y victorioso de la cercanía del Reino, el anuncio de la intervención salvífica y liberadora de Dios que va a reinar en la historia.

 

“Una voz dice: «¡Grita!» Y digo: «¿Qué he de gritar?» - «Toda carne es hierba y todo su esplendor como flor del campo. La flor se marchita, se seca la hierba, en cuanto le dé el viento de Yahveh (pues, cierto, hierba es el pueblo). La hierba se seca, la flor se marchita, mas la palabra de nuestro Dios permanece por siempre. Súbete a un alto monte, alegre mensajero para Sión; clama con voz poderosa, alegre mensajero para Jerusalén, clama sin miedo. Di a las ciudades de Judá: «Ahí está vuestro Dios.» Ahí viene el Señor Yahveh con poder, y su brazo lo sojuzga todo. Ved que su salario le acompaña, y su paga le precede. Como pastor pastorea su rebaño: recoge en brazos los corderitos, en el seno los lleva, y trata con cuidado a las paridas.»” (Is 40,6-11)

 

Se anuncia pues algo del todo nuevo: reino nuevo, creación nueva, cielos y tierra nueva. Nadie que lo reciba queda afuera de esta transformación salvadora, si acepta pasar de la carne que perece a la Palabra del Señor que da la vida. No hay riesgos ni peligros que prevalezcan sobre los elegidos pues el cuidado consolador de Dios es victorioso y fecundo. Se hacen nuevas todas las cosas y florece el desierto. Yahvéh hace un Edén en el lugar donde están. El desierto-exilio exigió que el Pueblo sea santo. El Pueblo mesiánico encabezará ahora la procesión de salida hacia las promesas del Señor que se cumplirán por su fidelidad.

 

Levántate y alienta la esperanza

 

La esperanza se funda en la fidelidad del Señor que elige y salva. Toda otra expectativa se revela a la larga falsa e ilusoria. En medio de las crisis purificadoras, en parte consecuencia de nuestro pecado y en parte proceso de maduración, Dios no deja de enviar aliento: ¡Levanta la mirada, atisba en el horizonte la llegada de tu Salvador! Suya es la obra, no nuestra; suyo el poder y suya la victoria. Creer es esperar en Dios.

¡Cuánta falta nos harán en estos tiempos que vivimos, mensajeros de Dios que anuncien el futuro consuelo! Claro que primero debe llevarse a cabo la necesaria purgación. Porque también es cierto que nos inclinamos a buscar consolaciones engañosas, compensaciones fáciles y rápidas que nos eviten el proceso de crisis. Pero solo la verdad nos hará libres. El desierto debe ser aceptado, pues solo pasar por él nos permitirá otear el horizonte nuevo.

Empero me temo que la Iglesia de nuestros días aún se está encaminando al exilio, refunfuñando y quejándose de su suerte. Nos resistimos aún a la poda. Hoy no estamos preparados para el consuelo de Dios porque no terminamos de abrazar reconciliados la Cruz.

Diría que todavía necesitamos que Ezequiel nos enseñe a perseverar y tener identidad en medio del exilio. Para empezar a  vivir hay que terminar de morir. Cuando nuestra fe se robustezca seguramente aparecerá aquel Isaías que anuncie el consuelo que llega inminente y la esperanza victoriosa que nunca defrauda. Pero por ahora seguimos masticando y digiriendo con paciencia un largo y penoso proceso de conversión y crecimiento. Sin embargo con serena alegría percibo que por delante no hay otro camino que un horizonte de esperanza. ¿Por qué? Porque Dios es fiel y nos ama. ¡Apuremos entonces con decisión el tiempo de nuestra purificación que ya nos llega la Liberación del Señor!

 

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