DIÁLOGO VIVO CON SAN JUAN DE LA CRUZ 36

 


CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE 36


LOS GOZOS POR BIENES NATURALES, DAÑOS Y REMEDIOS

 

“Por bienes naturales entendemos aquí hermosura, gracia, donaire, complexión corporal y todas las demás dotes corporales; y también en el alma, buen entendimiento, discreción, con las demás cosas que pertenecen a la razón.

Por ellos puede el hombre fácilmente distraerse del amor de Dios y caer en vanidad, debe tener recato y vivir con cuidado. Que por su vana ostentación, no se aparte un punto de Dios su corazón.” (SMC L3, Cap. 21,1)

 

Sabio maestro, San Juan de la Cruz, te diré en primer lugar que en estos días casi miro con agrado  a las personas que hacen gala de sí mismas. Te explico: no es masiva, más bien extraña, la experiencia de personas que se hallen contentas consigo mismas. Por diversos motivos son épocas de depresión, de fracaso y frustración. Si bien vivimos centrados en nuestro yo personal como si fuésemos el centro del cosmos, por lo general se trata de un egocentrismo sufrido y penoso. ¿Dónde hallar un varón o una mujer que se tengan a sí mismos por una serena comprensión y aceptación de su propio misterio? Claro que los hay, empero no abundan. Pastoralmente me resulta novedoso hallar personas que hablen bien de sí mismas y de la vida que llevan. Más bien me toca alentarlas, levantarles la autoestima, ayudarles a reconocer los dones que Dios ha puesto en ellas y creer que son una obra de su Amor. ¡Y es tan penetrante el ambiente de este siglo que invita a la chatura, al descreimiento y a la derrota, impidiendo grandemente el crecimiento personal y el deseo de superación! Es otra esclavitud, mental y anímica, la de estos días. El reino de la superficialidad y del vacío de sentido se ha extendido por doquier. Más bien es la falta de amor por sí mismos lo que impide a los humanos encontrarse con el Amor divino. Vivimos en una era epidémica de acomplejamientos. El hombre que se ha vanagloriado de matar a Dios ahora percibe que sin Él todo es pura decadencia. El nihilismo va vaciando de humanos la faz de la tierra.

Pero lo que tú enseñas tiene valor imperecedero. Porque seguiremos encontrando quienes se jacten desordenadamente de sí mismos. “Vanidad de vanidades y todo vanidad”, siempre se podrá exclamar con el autor sapiencial. Se regodean en sí mismos y se ensalzan y se exhiben para la admiración ostentando sus dotes y se entronizan por encima de todos. Mas se han olvidado que todo cuanto tenemos lo hemos recibido. Y en el culto de sí mismos se auto-divinizan falsamente como el Adán terrestre, a costa de destronarte a ti, el Único Dios Verdadero. Aquí ciertamente el exceso en la consideración de sí mismos les hace distraerse narcisisticamente  y olvidar tu Amor.

Desde ya nos recomiendas cuidado y recato en el vivir como antídotos a la vana ostentación.

Pensándolo un poco más –sin caer en simplismos generalizadores-, el mundo actual ha enfatizado quizás algo permanente del mundo de antaño: suele la pequeña elite de los encumbrados amarse a sí mismos en exceso y ponerse por encima, mientras la masividad de los comunes suelen amarse en demérito y aceptar su posición de inferiores. Obviamente es una caricatura, que no importa cuan encumbrado se esté mundanamente: ¡vaya uno a saber si se está contento consigo mismo! Y por debajo que te pongan, quien sabe quién es, vive libre y en paz.

Ya me urge rogar la virtud inestimable de la humildad. Solo en humildad se hace posible y fecunda una relación de Amor con Dios. Su Amor nos hace humildes, es decir: nos ayuda a mirarnos en verdad, agradeciendo cuanto somos porque es don Suyo; al igual que nuestra maduración, que no sin nuestra cooperación, depende del preeminente auxilio de su Gracia. El Amor de Dios nos enseña a amarnos rectamente a nosotros mismos, evitando la vanagloria y rescatándonos de todo acomplejamiento.

 

 “Los daños, pues, espirituales y corporales que derecha y efectivamente se siguen al alma cuando pone el gozo en los bienes naturales, se reducen a seis daños principales. El primero es vanagloria. El segundo daño es que mueve el sentido a complacencia y deleite sensual y lujuria. El tercer daño es hacer caer en adulación y alabanzas vanas. El cuarto daño es general, porque se embota mucho la razón y el sentido del espíritu.  El quinto daño, que es distracción de la mente en criaturas. Sigue la tibieza y flojedad de espíritu, que es el sexto daño.” (SMC L3, Cap. 22,2)

 

Los tres últimos daños que describes son generales a todo gozo desordenado. Los tres primeros más afines a este gozo impropio en los bienes naturales: vanagloria, complacencia y deleite en sí mismo que lleva a la lujuria junto a una búsqueda vanidosa de la adulación.

No hay mucho que agregar. Será fácil reconocernos a nosotros mismos u a otros semejantes caminando extraviados por estos derroteros.

 

“Apartar su corazón de semejante gozo… dispone para el amor de Dios y las otras virtudes, derechamente da lugar a la  humildad para sí mismo y (a) la caridad general para con los prójimos; porque, no aficionándose a ninguno por los bienes naturales aparentes, que son engañadores, le queda el alma libre y clara para amarlos a todos racional y espiritualmente, como Dios quiere que sean amados.” (SMC L3, Cap. 23,1)

 

Humildad consigo mismo y caridad con los demás. Que el Amor de Dios nos enseñe a mirarlo todo como Él lo mira. Bajo su Luz de Verdad y Bondad se alumbra nuestra esperanza. Podremos ser una obra maravillosa de su Amor. Solo debemos aprender a amar correctamente como Dios quiere incluso que nos amemos a nosotros mismos. ¿Y cómo podremos vivir el mandato de amar al prójimo como a uno mismo si nuestro amor por nosotros mismos está desordenado y no es según Dios?



PROVERBIOS DE ERMITAÑO 100


 

PROVERBIOS DE ERMITAÑO 99


 

DIÁLOGO VIVO CON SAN JUAN DE LA CRUZ 35

 



CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE 35


REMEDIOS PARA LOS GOZOS POR BIENES TEMPORALES

 

“Ha, pues, el espiritual de mirar mucho que no se le comience a asir el corazón y el gozo a las cosas temporales. Y nunca se fíe por ser pequeño el asimiento, si no le corta luego, pensando que adelante lo hará; porque, si cuando es tan poco y al principio, no tiene ánimo para acabarlo, cuando sea mucho y más arraigado, ¿cómo piensa y presume que podrá?” (SMC L3, Cap. 20,1)

 

Aunque seamos repetitivos, queridísimo hermano: primero antes que nada practicar el desasimiento. Frente al mínimo pegoteo: ¡cortar y cortar ya! Sin dubitaciones y sin demoras. Si no cortas de cuajo el asimiento a los bienes temporales apenas lo detectas, se aferran a tu carne y se adhieren como ventosas a tu alma. Si postergas la desapropiación creyendo que controlas el proceso y tienes dominio sobre él… ¡te engañas! Desde el principio y sin concesiones:¡cortar y cortar ya!

 

“…libertar perfectamente su corazón de todo gozo …el gozo anubla el juicio como niebla …la negación y purgación de tal gozo deja al juicio claro.” (SMC L3, Cap. 20,2)

 

El gozo que experimentas en la conquista de bienes temporales es siempre peligroso. No porque Dios no quiera que goces. Sino porque el fin que eliges no es el Fin Último. Has de aceptar que los gozos por los bienes temporales son el primer escalón y el menos valioso en el orden jerárquico de los bienes posibles. ¡No te detengas! Es tu medicina la esperanza de bienes mayores. No los que tú consigas sino los que Dios te da gratuitamente y sin merecimiento tuyo. El tiempo es criatura que de ser idolátricamente absolutizada nos esclaviza. El camino del tiempo es bueno solo en cuanto conduce a la Eternidad. También la temporalidad debe ser purgada, es decir, ordenada hacia su propio fin.

¡Libera tu corazón! Deja que Dios te sane de quedar aprisionado entre gozos efímeros que con los días se disuelven en el pasado que no vuelve. ¡Oh Señor, te ruego y clamo por mí y por mis hermanos: forma en todos tus hijos un corazón para la Gloria Eterna!

 

…en tanto que ninguna tiene en el corazón, las tiene, como dice san Pablo (2 Cor. 6, 10), todas en gran libertad; esotro, en tanto que tiene de ellas algo con voluntad asida, no tiene ni posee nada, antes ellas le tienen poseído a él el corazón; por lo cual, como cautivo, pena; de donde, cuantos gozos quiere tener en las criaturas, de necesidad ha de tener otras tantas apreturas y penas en su asido y poseído corazón. Al desasido no le molestan cuidados, ni en oración ni fuera de ella, y así, sin perder tiempo, con facilidad hace mucha hacienda espiritual; pero a esotro todo se le suele ir en dar vueltas y revueltas sobre el lazo a que está asido y apropiado su corazón, y con diligencia aun apenas se puede libertar por poco tiempo de este lazo del pensamiento y gozo de lo que está asido el corazón.” (SMC L3, Cap. 20,3)

 

Donde tengas tu tesoro tendrás tu corazón, nos enseñaba el Señor Jesús. Y agregaba que acumulemos tesoros en el Cielo donde la polilla no roe ni el ladrón irrumpiendo por sorpresa nos arrebata cuanto acumulamos dejándonos más vacíos que al comienzo. ¿Dónde tiene asidero tu corazón? Porque si tu lazo más fuerte es con los bienes temporales debes preguntarte dos cosas: ¿cómo lograrás que dejen de ser temporales ya que tu sed parece infinita? o ¿ya has aceptado que no existe salvación ni rescate y que todo se diluye finalmente en la nada? Hazte estas preguntas y busca tu paz.



PROVERBIOS DE ERMITAÑO 98


 

PROVERBIOS DE ERMITAÑO 97


 

DIÁLOGO CON SAN JUAN DE LA CRUZ 34

 


CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE 34



LOS GOZOS POR BIENES TEMPORALES Y SUS DAÑOS

 

“El primer género de bienes que dijimos son los temporales, y por bienes temporales entendemos aquí riquezas, estados, oficios y otras pretensiones.” (SMC L3, Cap. 18,1)

 

“El hombre ni se ha de gozar de las riquezas cuando las tiene (él) ni cuando las tiene su hermano, sino si con ellas sirven a Dios.” (SMC L3, Cap. 18,3)

 

“Aunque todas las cosas se le rían al hombre y todas sucedan prósperamente, antes se debe recelar que gozarse, pues en aquello crece la ocasión y el peligro de olvidar a Dios.” (SMC L3, Cap. 18,5)

 

“No se ha de poner el gozo en otra cosa que en lo que toca a servir a Dios, porque lo demás es vanidad y cosa sin provecho, pues el gozo que no es según Dios no le puede aprovechar (al alma).” (SMC L3, Cap. 18,6)

 

No creo amigo mío que en este punto debamos abundar demasiado pues es doctrina harto famosa de nuestro Señor Jesucristo el peligro inherente a las riquezas. Porque es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los Cielos. Porque no se puede servir a dos señores al mismo tiempo, a Dios y al dinero. Porque ¿de qué te servirá cuanto has acumulado en tus graneros si esta noche te pediré la vida? Pues la vida del hombre no está asegurada por sus riquezas. Y podríamos continuar… De hecho el consejo que Cristo da  a quienes llama al seguimiento es que si quieren ser perfectos vendan todos sus bienes, den limosna a los pobres y después se pongan a caminar con Él.

Tal vez para la susceptibilidad de mis coetáneos haya que aclarar que el Señor no está en contra de que poseamos bienes temporales y disfrutemos de ellos. Obviamente la idea madre es que estén referidos y ordenados a Dios, a la comunión con Él y a su servicio. Aquello también tan consabido acerca de que no nos creamos dueños sino aceptemos ser humildes administradores. La liturgia de la Iglesia reza a Dios pidiéndole que “sepamos usar de los bienes temporales de modo que nos permitan adherirnos a los bienes eternos”.

Ya es innecesario proseguir en este tema tan vasto y tan predicado. Obviamente los bienes temporales pueden ser tanto una escala como un obstáculo. Aquel joven rico se volvió entristecido pues aunque tenía intención de ser discípulo no pudo desprenderse de cuanto poseía.

Ahora nos explicarás, Fray Juan, que daños se siguen de un mal uso y apetencia por los bienes temporales, poniendo en ellos el gozo al que aspira el alma.

 

“Un daño privativo principal que hay en este gozo, que es apartarse de Dios.” (SMC L3, Cap. 19,1)

 

“El empacharse el alma que era amada antes que se empachara, es engolfarse en este gozo de criaturas. Y de aquí sale el primer grado de este daño, que es volver atrás; lo cual es un embotamiento de la mente acerca de Dios, que le oscurece los bienes de Dios, como la niebla oscurece al aire para que no sea bien ilustrado de la luz del sol.” (SMC L3, Cap. 19,3)

 

Soy testigo de personas empachadas y atiborradas de bienes temporales y cómo esta glotonería materialista les va cerrando el corazón, los torna insensibles a la dimensión espiritual. Los hay que han vivido siempre así porque su ambiente familiar y social los influyó grandemente desde el comienzo. ¡Cuánto sufrirán estas personas cuando les toque pasar por privaciones, cuando la suerte se les vuelva adversa, cuando no puedan retener todo lo que han acumulado como falsa seguridad! ¡Qué pesar experimentarán cuando les arrebaten su posición de privilegio, pierdan sus prerrogativas y desciendan al llano del no-poder! Y lo peor sin duda es que buscarán ayuda y se verán tan discapacitados para abrirse a la dimensión espiritual donde encontrar un sentido para seguir viviendo. Pues los bienes temporales van y vienen, caprichosos, y no se mantienen sino a fuer de despiadadas batallas que matan nuestra humanidad. ¿Quién es tan torpe como para colocar aquí su esperanza? Lamentablemente multitudes.

Más triste es el caso de personas que habiendo conocido a Dios y las maravillas de su gracia, retroceden y se vuelcan a estos nefastos ídolos. ¿Acaso cambian el tesoro por baratijas? Sea la tentación constante de la civilización consumista o las propias heridas de la historia que buscan compensaciones impropias, hay quienes empezando a conocer el Amor de Dios se revuelcan de nuevo en un mar de bienes temporales que pasan y no llenan verdaderamente el alma. Penosamente lo digo, he visto este mal muy arraigado entre algunos eclesiásticos que son voraces de prestigio y poder como de una vida acomodada.

 

“Este segundo grado es dilatación de la voluntad ya con más libertad en las cosas temporales. Y esto le nació de haber primero dado rienda al gozo; porque, dándole lugar, se vino a engrosar el alma en él, como dice allí, y aquella grosura de gozo y apetito le hizo dilatar y extender más la voluntad en las criaturas.” (SMC L3, Cap. 19,5)

 

“Este segundo grado, cuando es consumado, quita al hombre los continuos ejercicios que tenía, y que toda su mente y codicia ande ya en lo secular. Y ya los que están en este segundo grado, no solamente tienen oscuro el juicio y entendimiento para conocer las verdades y la justicia como los que están en el primero; mas aun tienen ya mucha flojedad y tibieza y descuido en saberlo y obrarlo.” (SMC L3, Cap. 19,6)

 

En un segundo momento la primera afición e inclinación se vuelve más intensa, diríamos adictiva. Y las personas ya se sumergen en un estilo de vida mundano, dejando atrás el estilo de vida evangélico. Como cegados por la avidez de tener y poseer, siempre insatisfechos quieren más. Ya se desdibujan los parámetros de la justicia y la verdad en aras de una desatada codicia. Ya no solo no se comprenden los bienes posibles según recta jerarquía sino que se debilita y apaga cualquier cuestionamiento ético. “Vale todo por conseguir lo que quiero”.

¡Cuán importante es estar claros sobre los fines! El fin al que aspiramos marcará nuestro camino. No descuidar algunos medios parece crucial: llevar una vida penitencial, capaz de ayuno y de austeridad. Pero claro, este tipo de medicina es inadmisible en nuestros días.

 

“El tercer grado de este daño privativo es dejar a Dios del todo, dejándose caer en pecados mortales por la codicia. En este grado se contienen todos aquellos que de tal manera tienen las potencias del alma engolfadas en las cosas del mundo y riquezas y tratos, que no se dan nada por cumplir con lo que les obliga la ley de Dios; y tienen grande olvido y torpeza acerca de lo que toca a su salvación, y tanta más viveza y sutileza acerca de las cosas del mundo.” (SMC L3, Cap. 19,7)

 

¿Crees que será difícil hallar personas de este tipo? Cuando joven, uno de mis primeros trabajos remunerados me llevo a estar en contacto con personajes y ambientes así, solo obsesionados con las riquezas y los puestos de poder, en medio de un mar de traiciones, corrupción y lucha sin códigos. Me refregaba los ojos no pudiendo creer lo que veía y al cabo de pocos meses, temiendo por el bien de mi alma y asqueado de tanta cruel banalidad, me aparte para siempre de tales lodazales. Aunque tengo amigos que se han sumergido bastante en tales cumbres del averno y que hoy se lamentan del tiempo perdido a la vez que no extrañan en nada cuanto mundanamente han perdido en pos de la paz de su alma. Porque en aquellos sitios y con esas gentes no hay lugar alguno para la Salvación de Dios. Me temo que cuanto más encumbramiento en este mundo mayor servilismo al Príncipe oscuro que le instiga y conduce a los abismos.

Me preocupa además que en esta ciudad de necesidades estimuladas y renovadas, consumo creciente y búsqueda de confort, ya pocos consideren la eternidad. La temporalidad parece haberse devorado a la Gloria. Incluso gravemente en la Iglesia que peregrina se sostiene que la Salvación está asegurada sí o sí a pesar de cuanto vivas y ya el Cielo no interesa demasiado. Ahora el “valle de lágrimas” es la aburrida Jerusalén Celeste de los santos.

Sin embargo los poderosos de este mundo serán rechazados y despedidos con las manos vacías, mientras los humildes y pequeños serán ensalzados, canta el Magníficat de la Virgen María.

 

“El cuarto grado de este daño privativo viene el alejarse mucho de Dios según la memoria, entendimiento y voluntad, olvidándose de él como si no fuese su Dios.” (SMC L3, Cap. 19,8)

 

“De este cuarto grado son aquellos que no dudan de ordenar las cosas sobrenaturales a las temporales como a su dios.” (SMC L3, Cap. 19,9)

 

¡Dios me libre y libre a mis hermanos de semejante atrocidad! ¡Dios libre a su Iglesia que camina en la historia –perdón por la crudeza- de aquellos eclesiásticos encumbrados que busquen  negociar lo sobrenatural para satisfacer su avidez de poder y su voracidad mundana! Porque Satanás sabe tentarnos habitualmente por los bienes temporales, a todos los hombres como a los hijos de la Iglesia.



PROVERBIOS DE ERMITAÑO 96


 

PROVERBIOS DE ERMITAÑO 95


 

DIÁLOGO VIVO CON SAN JUAN DE LA CRUZ 33

 


CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE 33


EL GOZO

 

¿A qué llamamos felicidad? ¿En qué nos gozamos? ¿Cuál es el origen y el destino de nuestras alegrías? Querido Doctor Místico, hermano mío Fray Juan, abordaremos finalmente, en la purgación de la voluntad para el amor de Unión, un tema tan central de la existencia humana. Pues no conozco –a no ser por enfermedad anímica- quien desee ser infeliz. Todos andamos corriendo por así decirlo detrás de nuestros gozos. Hay alegrías empero tan resbaladizas y efímeras como otras fraudulentas cual espejismo de oasis en el desierto. Casi me parece escuchar a Fray León que en las Florecillas decía: “Dime, Hermano Francisco: ¿en qué consiste la verdadera alegría?”.

 

“El gozo no es otra cosa que un contentamiento de la voluntad con estimación de alguna cosa que tiene por conveniente…

Esto es cuanto al gozo activo, que es cuando el alma entiende distinta y claramente de lo que se goza, y está en su mano gozarse y no gozarse. Porque hay otro gozo pasivo, en que se puede hallar la voluntad gozando sin entender cosa clara y distinta, y a veces entendiéndola, de qué sea el tal gozo, no estando en su mano tenerle o no tenerle.” (SMC L3, Cap. 17,1)

 

Es verdad que nos gozamos en aquello que nos parece conveniente y nos entristecemos por lo contrario. Pero claro… ¿siempre lo que juzgamos conveniente lo es? No hace falta supongo que repitamos que todo gozo debe estar ordenado al proyecto salvífico de Dios. Venenosa alegría sería aquella que al procurarla y causarnos deleite nos alejara de Dios y de su santa voluntad. Uno puede encontrar gozo en el pecado, pues en muchas ocasiones se presenta como algo sabroso y nos inclinamos seducidos a sus mortales delicias. Sin embargo por el mordisco de un pequeño bocado de fugaz y huidiza dicha… ¡cuánta amargura sobrevendrá después!

Pero como dices, esto vale en el terreno ascético para el gozo activo: aquel que buscamos o intentamos producir según la consecusión de ciertos fines. Pero la vida en el Espíritu es un camino colmado de gozo infuso. Esa alegría honda y desbordante, exultante diría, fruto de lo que Dios obra y comunica. El contemplativo se alegra profusamente en la Gracia que Dios le hace y se alegra por el Señor mismo. Se alegra por la Unión y no espera mayor gozo que el desposorio con su Amado.

Seguramente nos seguiremos adentrando en el gozo infuso, siempre sorpresivo e incontrolable, que el Espíritu Santo que procede de la comunión de Padre e Hijo, introduce en el corazón de los enamorados que caminan y le buscan. Es excedente gozo de amor sin duda. Pero a veces me pregunto: ¿cómo anunciarles a mis hermanos los hombres que existen alegrías tan desbordantes que no parecen de este mundo, quizás porque ya son primicias de la Gloria? Y los veo gastar sus vidas ajetreados y obnubilados  por alcanzar unas pobres metas, unos insustanciales trofeos y unas baratijas deleznables. O tal vez poniendo su esperanza ilusamente en lo que es bueno pero no está en sus manos asegurar y no puede sino estar seguro en las manos del Padre Eterno y según su misteriosa y sabia Providencia. ¿Dónde hallar la verdadera alegría, esa alegría que no pasa y permanece para siempre?

 

“El gozo puede nacer de seis géneros de cosas o bienes, conviene a saber: temporales, naturales, sensuales, morales, sobrenaturales y espirituales.

…que la voluntad no se debe gozar sino sólo de aquello que es gloria y honra de Dios, y que la mayor honra que le podemos dar es servirle según la perfección evangélica; y lo que es fuera de esto es de ningún valor y provecho para el hombre.” (SMC L3, Cap. 17,2)

 

Evidentemente aquí nos trazas un camino y una escala ascendente cuya orientación certera es la honra y gloria de Dios. El Señor nos conceda al analizar de aquí en más los diversos gozos del alma una clara y firme intención de aspirar al gozo del desposorio con Jesucristo, Amado y Señor. Pues la voluntad debe purificarse en cuanto desea, apetece y quiere. Querer todo según Dios y quererle a El sobre todo.

 


PROVERBIOS DE ERMITAÑO 94


 

PROVERBIOS DE ERMITAÑO 93


 

DIÁLOGO VIVO CON SAN JUAN DE LA CRUZ 32

 



CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE 32


LA PURGA DE LA VOLUNTAD

 

Esclarecido maestro, temo quizás que al ir seleccionando algunos textos tuyos más al compás de mi interés y oración personal, haya descuidado un tanto cierta prolijidad sistemática. Aunque en verdad no estaba prevista, pues esto se trata tan solo de un diálogo que va fluyendo entre compañeros de camino y con deseo de ilustrar un poco a quienes dan primeros pasos. Ya son muchos los entendidos que han estudiado tu obra y la han presentado didácticamente. Aquí solo vamos conversando mientras subimos al monte.

Pero a fin de poner algunas claridades me permito este breve comentario. Hasta ahora hemos estado siempre subiendo al monte de la Unión por el camino de la nada, nada y más nada. ¿Hasta ahora? Bueno, adelanto que seguiremos igual. Y vamos describiendo la acción purificadora de Dios sobre las potencias del alma. Recién terminamos de considerar el camino que hará la memoria.

 

“…que el alma se una con Dios según la memoria en esperanza, y que lo que se espera es de lo que no se posee, y que cuanto menos se posee de otras cosas, más capacidad hay y más habilidad para esperar lo que se espera y consiguientemente más esperanza, y que cuantas más cosas se poseen, menos capacidad y habilidad hay para esperar, y consiguientemente menos esperanza, y que, según esto, cuanto más el alma desaposesionare la memoria de formas y cosas memorables que no son Dios, tanto más pondrá la memoria en Dios y más vacía la tendrá para esperar de él el lleno de su memoria.” (SMC L3, Cap. 15,1)

 

La desapropiación o desasimiento o renuncia –o sea lenguaje pobre y desnudo de la Cruz- es la clave constante. La memoria purgada acrecienta la virtud teologal de la esperanza. Pero antes hablamos de la purgación del entendimiento que permite fundarnos en pura fe. Obviamente trataremos de aquí en más de la purificación de la voluntad para que sea vivo el amor.

 

“No hubiéramos hecho nada en purgar al entendimiento para fundarle en la virtud de la fe, y a la memoria en la de la esperanza, si no purgásemos también la voluntad acerca de la tercera virtud, que es la caridad, por la cual las obras hechas en fe son vivas.” (SMC L3, Cap. 16,1)

 

"Ir siempre quitando quereres y no sustentándolos”. Ya en los inicios del camino meditamos este axioma. Si dura parece la purificación del entendimiento en oscura fe e inquietante  la desnudez de la memoria para la esperanza… ¡cuán abrasador será el cauterio ardiente que se aplique sobre la voluntad para el amor!

 

“La fortaleza del alma consiste en sus potencias, pasiones y apetitos, todo lo cual es gobernado por la voluntad… purgar la voluntad de todas sus afecciones desordenadas, de donde nacen los apetitos, afectos y operaciones desordenadas…

Estas afecciones o pasiones son cuatro, es a saber: gozo, esperanza, dolor y temor. De manera que el alma no se goce sino de lo que es puramente honra y gloria de Dios, ni tenga esperanza de otra cosa, ni se duela sino de lo que a esto tocare, ni tema sino sólo a Dios.” (SMC L3, Cap. 16,2)

 

¡Vaya tarea por delante! Poner orden en nuestras pasiones que no será desapasionarnos, aunque así lo pareciese, sino ponerlas todas en Dios y bajo su mando.

Tremendo desafío Fray Juan para mis contemporáneos. Hoy rige un masivo culto al emocionalismo. Desde hace tiempo un marcado anti-intelectualismo reina y se sospecha de todo aquel que piensa y piensa demasiado. Si se considera alguna inteligencia es sobre todo la inteligencia emocional que en teoría nos conduce a vivir bien en la práctica. La racionalidad se figura áspera y gélida como la muerte; entonces se usa de ella como a cuenta gotas por su alta toxicidad. Y por supuesto se propugna dar libre cauce a las pasiones. El ello freudiano es dios, lo instintivo pulsional debe ser liberado, ¡muerte al super-yo esclavista de la norma, de la razón, de la verdad y de la fe!

He pintado el panorama con sarcasmo de caricatura aunque la realidad no pasta muy lejos. Contracorriente será decirle al hombre de la posmodernidad –líquido en su afectivismo incontrolado- que es necesario ordenarlo todo a Dios.

¿Qué el alma viva solo para la honra y gloria de Dios? ¿Qué no viva para sí misma sino para Otro? ¿Y qué lo haga en gratuidad amando a Dios por sí mismo? ¿Pues qué rédito saca?¿Qué ha sido creada por y para su Amor que la hará libre y plena?¿Qué no hallará vida fuera de Dios quien es la Vida?

Me hubiera gustado verte, hermano, como director espiritual en estos días. ¡Que te goces solo en Dios! Pues el Apóstol nos exhortaba a alegrarnos siempre en el Señor. “Yo he puesto en Ti toda mi alegría, Amado mío.” “Tus planes y proyectos, tu santa voluntad son la dicha de mi corazón, Padre mío.” ¡Que lo esperes todo en Dios y sobre todo lo esperes a Él mismo que viene para llevarte a su Casa! ¡Que todas tus expectativas y tus búsquedas converjan en el Señor y se aquieten saciadas a la sombra de su Alianza! ¡Y no tendrás mayor dolor que el Amor no sea amado, que el Esposo no sea recibido, que el Dios pobre y humillado en Pesebre y Cruz resulte ignorado y ofendido! ¡Y tu único temor será apartarte de sus senderos y perder su amistad porque si perseveras ofuscadamente en vivir lejos de su Presencia correrás el peligro de la muerte eterna! “Dame tu Espíritu, Señor, que me pastoree y me conduzca en Cristo a pastos tiernos y aguas transparentes pues quiero saciar el hambre y la sed de mi alma!

 

“…todo el negocio para venir a unión de Dios está en purgar la voluntad de sus afecciones y apetitos, porque así de voluntad humana y baja venga a ser voluntad divina, hecha una misma cosa con la voluntad de Dios.” (SMC L3, Cap. 16,3)

 

¡Ley de oro! Ya la hemos enunciado Fray Juan tantísimas veces: Unión con Dios es conformidad sin reserva con la voluntad divina. Que el alma quiera todo lo que Dios quiere y no quiera nada que Él no quiere. Obviamente esta Unión es un camino, un proceso creciente y elevante hasta la cumbre, si el Señor lo concede, donde el alma sea alcanzada por la pura transformación en Amor del matrimonio o desposorio espiritual. “Ir siempre quitando quereres y no sustentándolos”. “Cuando reparas en algo, dejas de arrojarte al todo. Porque para venir del todo al todo has de negarte del todo en todo.Y cuando lo vengas del todo a tener, has de tenerlo sin nada querer. Porque, si quieres tener algo en todo, no tienes puro en Dios tu tesoro.”

 

“Estas cuatro pasiones tanto más reinan en el alma y la combaten, cuanto la voluntad está menos fuerte en Dios y más pendiente de criaturas.” (SMC L3, Cap. 16,4)

 

No dejemos de insistirlo, como ya enseñaba San Agustín con su propia confesión de vida: hay una forma de lanzarse a las criaturas bellas que Dios creó que las convierte en ídolos por nuestra afección desordenada; a ellas las opaca con la sombra de nuestro deforme pecado y a nosotros nos separa de Dios. Es habitual que hagamos mal negocio: que intentemos adquirirnos las criaturas despreciando al Creador, olvidando la Fuente sin la cual no tendríamos nada ni siquiera a nosotros mismos. Reordenar las pasiones supondrá una tarea de integración de “todo lo nuestro” en Dios y bajo Dios. Pues “lo nuestro” que no coincida con la voluntad divina y sea incapaz de ser reorientado a ella, viene del pecado cuyo autor principal es el Demonio. Y más nos vale entrar al cielo arrancándonos un ojo o cortándonos una mano que irnos tuertos y mancos al Infierno. Más “lo nuestro” que sintoniza con Dios bajo su Ley de Alianza o está en camino de converger, en verdad es Suyo, un don que con nuestra cooperación va madurando en Gracia.

 

“De estas afecciones nacen al alma todos los vicios e imperfecciones que tiene cuando están desenfrenadas, y también todas sus virtudes cuando están ordenadas y compuestas.

…están tan aunadas y tan hermanadas entre sí estas cuatro pasiones del alma, que donde actualmente va la una, las otras también van virtualmente.

…si la voluntad se goza de alguna cosa, consiguientemente, a esa misma medida, la ha de esperar, y virtualmente (va) allí incluido el dolor y temor acerca de ella; y a la medida que de ella va quitando el gusto, va también perdiendo el temor y dolor de ella y quitando la esperanza.” (SMC L3, Cap. 16,5)


Lo que gozo, lo que espero, lo que sufro y lo que temo: he aquí cuatro grandes correntadas que provienen de la Fuente y corren hacia el Mar. Sin embargo a campo traviesa de la historia se van enturbiando si se miran a sí mismas y se entretienen en los paisajes. Si se olvidan de la Fuente y del Mar que son uno, principio y fin de todo lo creado, su derrotero no será otro que convertirse en aguas detenidas. Se traicionan a sí mismas fundándose en sí mismas. Del estancamiento tarde o temprano se iniciará el proceso de la evaporación.

 

“…dondequiera que fuere una pasión de éstas, irá también toda el alma y la voluntad y las demás potencias, y vivirán todas cautivas en la tal pasión, y las demás tres pasiones en aquélla estarán vivas para afligir al alma con sus prisiones y no la dejar volar a la libertad y descanso de la dulce contemplación y unión.” (SMC L3, Cap. 16,6)

 


PROVERBIOS DE ERMITAÑO 92


 

PROVERBIOS DE ERMITAÑO 91


 

PROVERBIOS DE ERMITAÑO 90


 

PROVERBIOS DE ERMITAÑO 89


 

DIÁLOGO VIVO CON SAN JUAN DE LA CRUZ 31




CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE 31 


DEJARLE OBRAR A DIOS

 

“…cuidar de buscar la desnudez y pobreza espiritual y sensitiva, que consiste en querer de veras carecer de todo arrimo consolatorio y aprehensivo, así interior como exterior.” (SMC L3, Cap. 13,1)

 

“…no apagar el espíritu, porque apagarle ha si el alma se quisiese haber de otra manera que Dios la lleva.” (SMC L3, Cap. 13,3)

 

Estimado hermano mío, venimos insistiendo quizás hasta el hartazgo en algunos temas, pero bien sabemos que es tenaz la resistencia y poca la docilidad del natural humano aún sin purga y cuán a contracorriente resulta siempre el camino seguro de la Cruz. La vía espiritual, que debe cuidar de mantenerse desnuda y pobre, debe renunciar a los “arrimos consolatorios” e intentar andar siempre de continuo “como Dios la lleve”. Una tal libertad interior, un despojo tan sublime y santo, no puede ser sino consecuencia de un trato de amor crecido, de un haber perdido todas las cosas en Dios y un estar sin reserva entre sus manos.

 

“…si el alma entonces quiere obrar por fuerza, no ha de ser su obra más que natural, porque de suyo no puede más; porque a la sobrenatural no se mueve ella ni se puede mover, sino muévela Dios y pónela en ella. Y así, si entonces el alma quiere obrar de fuerza, en cuanto en sí es, ha de impedir con su obra activa la pasiva que Dios le está comunicando, que (es) el espíritu, porque se pone en su propia obra, que es de otro género y más baja que la que Dios la comunica; porque la de Dios es pasiva y sobrenatural y la del alma, activa y natural. Y esto sería apagar el espíritu.” (SMC L3, Cap. 13,3)

 

Nos lo explicas simple y magistralmente. Pero bien sabemos que rápidamente se levantan objeciones porque nos cuesta increíblemente –desorden del pecado por medio, claro…- aceptar que Dios es más grande y sabio que nosotros. ¡Que no queremos de ninguna forma soltar el timón del barco ni las riendas del carruaje! No se trata en modo alguno de quietismo esta pasividad receptiva y amorosa sino de consentimiento teologal. De un sano dejarle a Dios que haga en nosotros. En fe enceguecida por su Misterio tan luminoso reconocer que no es contra nosotros sino con nosotros y más allá de nuestra potencialidad natural, en su sobrenatural influjo al que consentimos entregarnos, que hará aquella obra que supera cuánto pudiésemos esperar. En esperanza alegre y serena, diría jubilosa, pues las maravillas de su Amor nos serán reveladas al entregarnos dócilmente a sus planes que sobrepasan todo entendimiento y voluntad. En amor ardiente a impulsos de su Amor comunicado, que todo en nosotros consume sin aniquilar pues aniquila purificando y transforma recreando, regenerando, reorientándonos hacia el fin último de la Unión y de la Gloria.

Pero el natural aún no purgado quiere intervenir, se entromete y estorba. Si tan solo aceptase renunciar al predominio y dejarle la preeminencia a su Dios y Señor. ¡Déjale trabajar en ti y hacer su obra! Y si no se lo permites al menos descubre que te falla el amor, que te dejas vencer por la desconfianza y el temor, que aún eres esclavo de tu soberbia. ¡Conviértete!

 

“…las potencias del alma no pueden de suyo hacer reflexión y operación, sino sobre alguna forma, figura e imagen; donde la diferencia que hay entre la operación activa y pasiva, y la ventaja, es la que hay entre lo que se está haciendo y está ya hecho, que es como entre lo que se pretende conseguir y alcanzar y entre lo que está ya (conseguido y) alcanzado.

…si el alma quiere emplear activamente sus potencias en las tales aprehensiones sobrenaturales (en que, como habemos dicho, le da Dios el espíritu de ellas pasivamente), no sería menos que dejar lo hecho para volverlo a hacer, y ni gozaría lo hecho ni con sus acciones haría nada sino impedir a lo hecho. Y así las ha de dejar habiéndose en ellas pasiva y negativamente; porque entonces Dios mueve al alma a más que ella pudiera ni supiera.” (SMC L3, Cap. 13,4)

 

Pues aquí surge el interrogante: ¿entonces yo que hago? La respuesta es tan simple como desafiante: “¡Déjate amar por Dios!”. Permítele rescatarte y hacerte gracia. Abandónate a su acción Sabia y Misericordiosa. Humilde y agradecida tu alma se ponga a recibirlo en todo, a seguirlo en todo, a cooperar y secundarlo en todo.

Había claro divina humildad y abajamiento encarnatorio en el Señor Jesús que lava los pies a sus discípulos. ¿Y no nos vemos a nosotros reflejados en San Pedro? ¡Cuánto nos cuesta dejar que Dios nos lave los pies! “Si yo no te lavo no podrás compartir mi suerte.”

En cambio la Virgen Madre, María, se muestra tan gozosa porque el Todopoderoso ha hecho en su pequeñez grandes cosas. La “llena de gracia”, siempre dócil y disponible al Espíritu, se ha dejado elegir, llamar, nombrar, consagrar, enviar, destinar… ¡Toda entera y sin reservas se ha dejado amar por el Amor!

¿Qué es lo único crucial que debemos en este punto del camino interior poner por obra?

 

“…sólo advertir en tener el amor de Dios que interiormente le causan al alma. Y de esta manera han de hacer caso de los sentimientos no de sabor, o suavidad, o figuras, sino de los sentimientos de amor que le causan. Y para sólo este efecto bien podrá algunas veces acordarse de aquella imagen y aprehensión que le causó el amor, para poner el espíritu en motivo de amor.” (SMC L3, Cap. 13,6)

 

Para ir donde no sabes ni puedes por ti mismo, hacia la Unión y Gloria, debes liberarte de todo arrimo y dejar que solo Él se arrime; pobre y desnuda el alma entregarse al Amor que la ama, abandonarse en su Amor y que la lleve.

 


EVANGELIO DE FUEGO 23 de Enero de 2025