CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE 33
EL GOZO
¿A qué llamamos
felicidad? ¿En qué nos gozamos? ¿Cuál es el origen y el destino de nuestras
alegrías? Querido Doctor Místico, hermano mío Fray Juan, abordaremos finalmente,
en la purgación de la voluntad para el amor de Unión, un tema tan central de la
existencia humana. Pues no conozco –a no ser por enfermedad anímica- quien
desee ser infeliz. Todos andamos corriendo por así decirlo detrás de nuestros
gozos. Hay alegrías empero tan resbaladizas y efímeras como otras fraudulentas
cual espejismo de oasis en el desierto. Casi me parece escuchar a Fray León que
en las Florecillas decía: “Dime, Hermano Francisco: ¿en qué consiste la verdadera
alegría?”.
“El
gozo no es otra cosa que un contentamiento de la voluntad con estimación de
alguna cosa que tiene por conveniente…
Esto es
cuanto al gozo activo, que es cuando el alma entiende distinta y claramente de
lo que se goza, y está en su mano gozarse y no gozarse. Porque hay otro gozo
pasivo, en que se puede hallar la voluntad gozando sin entender cosa clara y
distinta, y a veces entendiéndola, de qué sea el tal gozo, no estando en su
mano tenerle o no tenerle.” (SMC L3, Cap. 17,1)
Es verdad que nos
gozamos en aquello que nos parece conveniente y nos entristecemos por lo
contrario. Pero claro… ¿siempre lo que juzgamos conveniente lo es? No hace
falta supongo que repitamos que todo gozo debe estar ordenado al proyecto
salvífico de Dios. Venenosa alegría sería aquella que al procurarla y causarnos
deleite nos alejara de Dios y de su santa voluntad. Uno puede encontrar gozo en
el pecado, pues en muchas ocasiones se presenta como algo sabroso y nos
inclinamos seducidos a sus mortales delicias. Sin embargo por el mordisco de un
pequeño bocado de fugaz y huidiza dicha… ¡cuánta amargura sobrevendrá después!
Pero como dices, esto
vale en el terreno ascético para el gozo activo: aquel que buscamos o
intentamos producir según la consecusión de ciertos fines. Pero la vida en el
Espíritu es un camino colmado de gozo infuso. Esa alegría honda y desbordante,
exultante diría, fruto de lo que Dios obra y comunica. El contemplativo se
alegra profusamente en la Gracia que Dios le hace y se alegra por el Señor
mismo. Se alegra por la Unión y no espera mayor gozo que el desposorio con su
Amado.
Seguramente nos
seguiremos adentrando en el gozo infuso, siempre sorpresivo e incontrolable,
que el Espíritu Santo que procede de la comunión de Padre e Hijo, introduce en
el corazón de los enamorados que caminan y le buscan. Es excedente gozo de amor
sin duda. Pero a veces me pregunto: ¿cómo anunciarles a mis hermanos los
hombres que existen alegrías tan desbordantes que no parecen de este mundo,
quizás porque ya son primicias de la Gloria? Y los veo gastar sus vidas
ajetreados y obnubilados por alcanzar
unas pobres metas, unos insustanciales trofeos y unas baratijas deleznables. O
tal vez poniendo su esperanza ilusamente en lo que es bueno pero no está en sus
manos asegurar y no puede sino estar seguro en las manos del Padre Eterno y
según su misteriosa y sabia Providencia. ¿Dónde hallar la verdadera alegría,
esa alegría que no pasa y permanece para siempre?
“El
gozo puede nacer de seis géneros de cosas o bienes, conviene a saber:
temporales, naturales, sensuales, morales, sobrenaturales y espirituales.
…que la
voluntad no se debe gozar sino sólo de aquello que es gloria y honra de Dios, y
que la mayor honra que le podemos dar es servirle según la perfección
evangélica; y lo que es fuera de esto es de ningún valor y provecho para el
hombre.” (SMC L3, Cap. 17,2)
Evidentemente aquí
nos trazas un camino y una escala ascendente cuya orientación certera es la
honra y gloria de Dios. El Señor nos conceda al analizar de aquí en más los
diversos gozos del alma una clara y firme intención de aspirar al gozo del
desposorio con Jesucristo, Amado y Señor. Pues la voluntad debe purificarse en
cuanto desea, apetece y quiere. Querer todo según Dios y quererle a El sobre
todo.
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