DIÁLOGO VIVO CON SAN JUAN DE LA CRUZ 36

 


CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE 36


LOS GOZOS POR BIENES NATURALES, DAÑOS Y REMEDIOS

 

“Por bienes naturales entendemos aquí hermosura, gracia, donaire, complexión corporal y todas las demás dotes corporales; y también en el alma, buen entendimiento, discreción, con las demás cosas que pertenecen a la razón.

Por ellos puede el hombre fácilmente distraerse del amor de Dios y caer en vanidad, debe tener recato y vivir con cuidado. Que por su vana ostentación, no se aparte un punto de Dios su corazón.” (SMC L3, Cap. 21,1)

 

Sabio maestro, San Juan de la Cruz, te diré en primer lugar que en estos días casi miro con agrado  a las personas que hacen gala de sí mismas. Te explico: no es masiva, más bien extraña, la experiencia de personas que se hallen contentas consigo mismas. Por diversos motivos son épocas de depresión, de fracaso y frustración. Si bien vivimos centrados en nuestro yo personal como si fuésemos el centro del cosmos, por lo general se trata de un egocentrismo sufrido y penoso. ¿Dónde hallar un varón o una mujer que se tengan a sí mismos por una serena comprensión y aceptación de su propio misterio? Claro que los hay, empero no abundan. Pastoralmente me resulta novedoso hallar personas que hablen bien de sí mismas y de la vida que llevan. Más bien me toca alentarlas, levantarles la autoestima, ayudarles a reconocer los dones que Dios ha puesto en ellas y creer que son una obra de su Amor. ¡Y es tan penetrante el ambiente de este siglo que invita a la chatura, al descreimiento y a la derrota, impidiendo grandemente el crecimiento personal y el deseo de superación! Es otra esclavitud, mental y anímica, la de estos días. El reino de la superficialidad y del vacío de sentido se ha extendido por doquier. Más bien es la falta de amor por sí mismos lo que impide a los humanos encontrarse con el Amor divino. Vivimos en una era epidémica de acomplejamientos. El hombre que se ha vanagloriado de matar a Dios ahora percibe que sin Él todo es pura decadencia. El nihilismo va vaciando de humanos la faz de la tierra.

Pero lo que tú enseñas tiene valor imperecedero. Porque seguiremos encontrando quienes se jacten desordenadamente de sí mismos. “Vanidad de vanidades y todo vanidad”, siempre se podrá exclamar con el autor sapiencial. Se regodean en sí mismos y se ensalzan y se exhiben para la admiración ostentando sus dotes y se entronizan por encima de todos. Mas se han olvidado que todo cuanto tenemos lo hemos recibido. Y en el culto de sí mismos se auto-divinizan falsamente como el Adán terrestre, a costa de destronarte a ti, el Único Dios Verdadero. Aquí ciertamente el exceso en la consideración de sí mismos les hace distraerse narcisisticamente  y olvidar tu Amor.

Desde ya nos recomiendas cuidado y recato en el vivir como antídotos a la vana ostentación.

Pensándolo un poco más –sin caer en simplismos generalizadores-, el mundo actual ha enfatizado quizás algo permanente del mundo de antaño: suele la pequeña elite de los encumbrados amarse a sí mismos en exceso y ponerse por encima, mientras la masividad de los comunes suelen amarse en demérito y aceptar su posición de inferiores. Obviamente es una caricatura, que no importa cuan encumbrado se esté mundanamente: ¡vaya uno a saber si se está contento consigo mismo! Y por debajo que te pongan, quien sabe quién es, vive libre y en paz.

Ya me urge rogar la virtud inestimable de la humildad. Solo en humildad se hace posible y fecunda una relación de Amor con Dios. Su Amor nos hace humildes, es decir: nos ayuda a mirarnos en verdad, agradeciendo cuanto somos porque es don Suyo; al igual que nuestra maduración, que no sin nuestra cooperación, depende del preeminente auxilio de su Gracia. El Amor de Dios nos enseña a amarnos rectamente a nosotros mismos, evitando la vanagloria y rescatándonos de todo acomplejamiento.

 

 “Los daños, pues, espirituales y corporales que derecha y efectivamente se siguen al alma cuando pone el gozo en los bienes naturales, se reducen a seis daños principales. El primero es vanagloria. El segundo daño es que mueve el sentido a complacencia y deleite sensual y lujuria. El tercer daño es hacer caer en adulación y alabanzas vanas. El cuarto daño es general, porque se embota mucho la razón y el sentido del espíritu.  El quinto daño, que es distracción de la mente en criaturas. Sigue la tibieza y flojedad de espíritu, que es el sexto daño.” (SMC L3, Cap. 22,2)

 

Los tres últimos daños que describes son generales a todo gozo desordenado. Los tres primeros más afines a este gozo impropio en los bienes naturales: vanagloria, complacencia y deleite en sí mismo que lleva a la lujuria junto a una búsqueda vanidosa de la adulación.

No hay mucho que agregar. Será fácil reconocernos a nosotros mismos u a otros semejantes caminando extraviados por estos derroteros.

 

“Apartar su corazón de semejante gozo… dispone para el amor de Dios y las otras virtudes, derechamente da lugar a la  humildad para sí mismo y (a) la caridad general para con los prójimos; porque, no aficionándose a ninguno por los bienes naturales aparentes, que son engañadores, le queda el alma libre y clara para amarlos a todos racional y espiritualmente, como Dios quiere que sean amados.” (SMC L3, Cap. 23,1)

 

Humildad consigo mismo y caridad con los demás. Que el Amor de Dios nos enseñe a mirarlo todo como Él lo mira. Bajo su Luz de Verdad y Bondad se alumbra nuestra esperanza. Podremos ser una obra maravillosa de su Amor. Solo debemos aprender a amar correctamente como Dios quiere incluso que nos amemos a nosotros mismos. ¿Y cómo podremos vivir el mandato de amar al prójimo como a uno mismo si nuestro amor por nosotros mismos está desordenado y no es según Dios?



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