CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE 34
LOS
GOZOS POR BIENES TEMPORALES Y SUS DAÑOS
“El
primer género de bienes que dijimos son los temporales, y por bienes temporales
entendemos aquí riquezas, estados, oficios y otras pretensiones.” (SMC L3, Cap.
18,1)
“El
hombre ni se ha de gozar de las riquezas cuando las tiene (él) ni cuando las
tiene su hermano, sino si con ellas sirven a Dios.” (SMC L3, Cap. 18,3)
“Aunque
todas las cosas se le rían al hombre y todas sucedan prósperamente, antes se
debe recelar que gozarse, pues en aquello crece la ocasión y el peligro de
olvidar a Dios.” (SMC L3, Cap. 18,5)
“No se
ha de poner el gozo en otra cosa que en lo que toca a servir a Dios, porque lo
demás es vanidad y cosa sin provecho, pues el gozo que no es según Dios no le
puede aprovechar (al alma).” (SMC L3, Cap. 18,6)
No creo amigo mío que
en este punto debamos abundar demasiado pues es doctrina harto famosa de
nuestro Señor Jesucristo el peligro inherente a las riquezas. Porque es más
fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino
de los Cielos. Porque no se puede servir a dos señores al mismo tiempo, a Dios
y al dinero. Porque ¿de qué te servirá cuanto has acumulado en tus graneros si
esta noche te pediré la vida? Pues la vida del hombre no está asegurada por sus
riquezas. Y podríamos continuar… De hecho el consejo que Cristo da a quienes llama al seguimiento es que si
quieren ser perfectos vendan todos sus bienes, den limosna a los pobres y
después se pongan a caminar con Él.
Tal vez para la
susceptibilidad de mis coetáneos haya que aclarar que el Señor no está en
contra de que poseamos bienes temporales y disfrutemos de ellos. Obviamente la
idea madre es que estén referidos y ordenados a Dios, a la comunión con Él y a
su servicio. Aquello también tan consabido acerca de que no nos creamos dueños
sino aceptemos ser humildes administradores. La liturgia de la Iglesia reza a
Dios pidiéndole que “sepamos usar de los bienes temporales de modo que nos
permitan adherirnos a los bienes eternos”.
Ya es innecesario
proseguir en este tema tan vasto y tan predicado. Obviamente los bienes
temporales pueden ser tanto una escala como un obstáculo. Aquel joven rico se
volvió entristecido pues aunque tenía intención de ser discípulo no pudo
desprenderse de cuanto poseía.
Ahora nos explicarás,
Fray Juan, que daños se siguen de un mal uso y apetencia por los bienes
temporales, poniendo en ellos el gozo al que aspira el alma.
“Un
daño privativo principal que hay en este gozo, que es apartarse de Dios.” (SMC
L3, Cap. 19,1)
“El
empacharse el alma que era amada antes que se empachara, es engolfarse en este
gozo de criaturas. Y de aquí sale el primer grado de este daño, que es volver
atrás; lo cual es un embotamiento de la mente acerca de Dios, que le oscurece
los bienes de Dios, como la niebla oscurece al aire para que no sea bien
ilustrado de la luz del sol.” (SMC L3, Cap. 19,3)
Soy testigo de
personas empachadas y atiborradas de bienes temporales y cómo esta glotonería
materialista les va cerrando el corazón, los torna insensibles a la dimensión
espiritual. Los hay que han vivido siempre así porque su ambiente familiar y
social los influyó grandemente desde el comienzo. ¡Cuánto sufrirán estas
personas cuando les toque pasar por privaciones, cuando la suerte se les vuelva
adversa, cuando no puedan retener todo lo que han acumulado como falsa seguridad!
¡Qué pesar experimentarán cuando les arrebaten su posición de privilegio,
pierdan sus prerrogativas y desciendan al llano del no-poder! Y lo peor sin
duda es que buscarán ayuda y se verán tan discapacitados para abrirse a la
dimensión espiritual donde encontrar un sentido para seguir viviendo. Pues los
bienes temporales van y vienen, caprichosos, y no se mantienen sino a fuer de
despiadadas batallas que matan nuestra humanidad. ¿Quién es tan torpe como para
colocar aquí su esperanza? Lamentablemente multitudes.
Más triste es el caso
de personas que habiendo conocido a Dios y las maravillas de su gracia,
retroceden y se vuelcan a estos nefastos ídolos. ¿Acaso cambian el tesoro por
baratijas? Sea la tentación constante de la civilización consumista o las
propias heridas de la historia que buscan compensaciones impropias, hay quienes
empezando a conocer el Amor de Dios se revuelcan de nuevo en un mar de bienes
temporales que pasan y no llenan verdaderamente el alma. Penosamente lo digo,
he visto este mal muy arraigado entre algunos eclesiásticos que son voraces de
prestigio y poder como de una vida acomodada.
“Este
segundo grado es dilatación de la voluntad ya con más libertad en las cosas
temporales. Y esto le nació de haber primero dado rienda al gozo; porque,
dándole lugar, se vino a engrosar el alma en él, como dice allí, y aquella
grosura de gozo y apetito le hizo dilatar y extender más la voluntad en las
criaturas.” (SMC L3, Cap. 19,5)
“Este
segundo grado, cuando es consumado, quita al hombre los continuos ejercicios
que tenía, y que toda su mente y codicia ande ya en lo secular. Y ya los que
están en este segundo grado, no solamente tienen oscuro el juicio y
entendimiento para conocer las verdades y la justicia como los que están en el
primero; mas aun tienen ya mucha flojedad y tibieza y descuido en saberlo y
obrarlo.” (SMC L3, Cap. 19,6)
En un segundo momento
la primera afición e inclinación se vuelve más intensa, diríamos adictiva. Y
las personas ya se sumergen en un estilo de vida mundano, dejando atrás el
estilo de vida evangélico. Como cegados por la avidez de tener y poseer,
siempre insatisfechos quieren más. Ya se desdibujan los parámetros de la
justicia y la verdad en aras de una desatada codicia. Ya no solo no se
comprenden los bienes posibles según recta jerarquía sino que se debilita y
apaga cualquier cuestionamiento ético. “Vale todo por conseguir lo que quiero”.
¡Cuán importante es
estar claros sobre los fines! El fin al que aspiramos marcará nuestro camino.
No descuidar algunos medios parece crucial: llevar una vida penitencial, capaz
de ayuno y de austeridad. Pero claro, este tipo de medicina es inadmisible en
nuestros días.
“El
tercer grado de este daño privativo es dejar a Dios del todo, dejándose caer en
pecados mortales por la codicia. En este grado se contienen todos aquellos que
de tal manera tienen las potencias del alma engolfadas en las cosas del mundo y
riquezas y tratos, que no se dan nada por cumplir con lo que les obliga la ley de
Dios; y tienen grande olvido y torpeza acerca de lo que toca a su salvación, y
tanta más viveza y sutileza acerca de las cosas del mundo.” (SMC L3, Cap. 19,7)
¿Crees que será
difícil hallar personas de este tipo? Cuando joven, uno de mis primeros trabajos
remunerados me llevo a estar en contacto con personajes y ambientes así, solo
obsesionados con las riquezas y los puestos de poder, en medio de un mar de
traiciones, corrupción y lucha sin códigos. Me refregaba los ojos no pudiendo
creer lo que veía y al cabo de pocos meses, temiendo por el bien de mi alma y
asqueado de tanta cruel banalidad, me aparte para siempre de tales lodazales.
Aunque tengo amigos que se han sumergido bastante en tales cumbres del averno y
que hoy se lamentan del tiempo perdido a la vez que no extrañan en nada cuanto
mundanamente han perdido en pos de la paz de su alma. Porque en aquellos sitios
y con esas gentes no hay lugar alguno para la Salvación de Dios. Me temo que
cuanto más encumbramiento en este mundo mayor servilismo al Príncipe oscuro que
le instiga y conduce a los abismos.
Me preocupa además
que en esta ciudad de necesidades estimuladas y renovadas, consumo creciente y
búsqueda de confort, ya pocos consideren la eternidad. La temporalidad parece
haberse devorado a la Gloria. Incluso gravemente en la Iglesia que peregrina se
sostiene que la Salvación está asegurada sí o sí a pesar de cuanto vivas y ya
el Cielo no interesa demasiado. Ahora el “valle de lágrimas” es la aburrida
Jerusalén Celeste de los santos.
Sin embargo los
poderosos de este mundo serán rechazados y despedidos con las manos vacías,
mientras los humildes y pequeños serán ensalzados, canta el Magníficat de la
Virgen María.
“El
cuarto grado de este daño privativo viene el alejarse mucho de Dios según la
memoria, entendimiento y voluntad, olvidándose de él como si no fuese su Dios.”
(SMC L3, Cap. 19,8)
“De
este cuarto grado son aquellos que no dudan de ordenar las cosas sobrenaturales
a las temporales como a su dios.” (SMC L3, Cap. 19,9)
¡Dios me libre y
libre a mis hermanos de semejante atrocidad! ¡Dios libre a su Iglesia que
camina en la historia –perdón por la crudeza- de aquellos eclesiásticos
encumbrados que busquen negociar lo
sobrenatural para satisfacer su avidez de poder y su voracidad mundana! Porque
Satanás sabe tentarnos habitualmente por los bienes temporales, a todos los
hombres como a los hijos de la Iglesia.
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