Escritos espirituales y florecillas de oración personal. Contemplaciones teologales tanto bíblicas como sobre la actualidad eclesial.
POESÍA DEL ALMA UNIDA 29
Dejarlo todo atrás
Siempre
estoy aquí
Tú no
permites otro modo
Estoy siempre dejando todo atrás
Dejas que me traten injustamente
Que me quiten hasta la dignidad
Que saqueen mi tienda
Y quemen mis cultivos
Me reduzcan a pobreza
Me fuercen a exilarme
Intenten moler mis huesos
Buscando derrumbar mi alma
Que planeen mi final
Y que ansíen verme derrotado
Rostro en polvo de la muerte
Ignorado desecho de hombre
Dejarlo todo atrás
Siempre
estoy aquí
Tú no
permites otro modo
Estoy siempre dejando todo atrás
Pues no es suficiente
Que emprenda voluntariamente
El camino hacia delante
Confiando en tu llamado
Atraído por tu Espíritu
Aventurero de tus promesas
Explorador de tus senderos
Y buceador de tu Misterio
Sino que además concedes
Que el mal me ronde furioso
Poniendo obstáculos por doquier
Y trampas a cada paso
Dejarlo todo atrás
Siempre
estoy aquí
Tú no
permites otro modo
Estoy siempre dejando todo atrás
Es la forma que provees
Para que yo conozca al Resucitado
Gracias Padre mío por la Cruz
En la cual me sé al fin tan pero tan amado
DIÁLOGO VIVO CON SAN JUAN DE LA CRUZ 37
CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE 37
LOS GOZOS POR BIENES SENSUALES, DAÑOS Y REMEDIOS
“Porque
guardando las puertas del alma, que son los sentidos, mucho se guarda y aumenta
la tranquilidad y pureza de ella.” (SMC L3, Cap. 23,3)
Mientras nos
enseñabas acerca de los bienes naturales, Fray Juan, deslizaste esta frase que
tan bien nos introduce en este apartado. Recuerdas así una clásica enseñanza de
la antigüedad cristiana en materia de espiritualidad. Los sentidos corporales
son como puertas y ventanas de la casa del alma. Y es prudente vigilar siempre
sobre estas aberturas qué ingresa y qué multiplicidad de estímulos interiores
desencadenarán estas impresiones. No se trata de cerrarse al mundo circundante
sino de discriminar con prudencia evangélica cuanto empapa los sentidos y da
lugar a procesos interiores.
“Por bienes sensuales entendemos aquí todo
aquello que en esta vida puede caer en el sentido de la vista, del oído, del
olfato, gusto y tacto, y de la fábrica interior del discurso imaginario, que
todo pertenece a los sentidos corporales, interiores y exteriores.” (SMC L3,
Cap. 24,1)
“Y es
aquí de notar que los sentidos pueden recibir gusto o deleite, o de parte del
espíritu, mediante alguna comunicación (que recibe de Dios interiormente, o de
parte de las cosas exteriores comunicadas a los sentidos. Y, según lo dicho, ni
por vía del espíritu ni por la del sentido puede conocer a Dios la parte
sensitiva; porque, no teniendo ella habilidad que llegue a tanto, recibe lo
espiritual sensitiva y sensualmente, y no más. De donde para la voluntad en
gozarse del gusto causado de alguna de estas aprehensiones sería vanidad.” (SMC
L3, Cap. 24,3)
La sensualidad en
cuanto referida a los sentidos no es de por sí mala o buena. Puede ser
impresionada por la realidad exterior e interiormente comenzar procesos que dependen
de factores diversos como por ejemplo la personalidad o características
psicológicas del individuo, en términos de espiritualidad, el natural o
naturaleza. Como también puede recibir el influjo de la Gracia, del Espíritu de
Dios como lamentablemente del Adversario y Padre de la Mentira.
Obviamente no todo lo
que se experimenta a nivel sensual es gozoso, puede ser muy sufrido o incluso
incierto. Pero aquí revisamos contigo, Fray Juan, el valor que hay que
adjudicarle a los gozos sensitivos. Tu posición y la de todo tu anclaje
filosófico y teológico no le da a la sensualidad mayor mérito sino su propia
participación en el proceso de conocimiento. No parece pues demasiado valioso,
sino inicial, lo que se percibe y comprende sensitivamente y ya que no puede
llegar a Dios de un modo relevante consideras que será vanidoso quedarse en
ella.
La antropología que
subyace a tus escritos es muy distinta a la de mis contemporáneos. A nivel
práctico la sensualidad ha sido elevada y reina. Las cosas valen en cuanto podamos
sentirlas y resulten sensualmente confortables. Pero tú ya habías previsto en
tu época esta mentalidad.
“Dije
con advertencia: que si parase el gozo en algo de lo dicho, sería vanidad,
porque cuando no para en eso, sino que, luego que siente la voluntad el gusto
de lo que oye, ve y trata, se levanta a gozar en Dios y le es motivo y fuerza
para eso, muy bueno es. Y entonces no sólo no se han de evitar las tales
mociones cuando causan esta devoción y oración, mas se pueden aprovechar de
ellas, y aun deben, para tan santo ejercicio; porque hay almas que se mueven
mucho en Dios por los objetos sensibles. Pero ha de haber mucho recato en esto,
mirando los efectos que de ahí sacan; porque muchas veces muchos espirituales
usan de las dichas recreaciones de sentidos con pretexto de oración y de darse
a Dios, y es de manera que más se puede llamar recreación que oración y darse
gusto a sí mismos más que a Dios; y la intención que tienen es para Dios, y el
efecto que sacan es para la recreación sensitiva, en que sacan más flaqueza de
imperfección que avivar la voluntad y entregarla a Dios.” (SMC L3, Cap. 24,4)
Tus tiempos se hallan
marcados por la búsqueda de la “devoción”, de un ejercicio piadoso y cálido de
la religiosidad que involucre a los afectos, una experiencia fervorosa. Y tú
consideras que es un bien cuando este recurso a lo sensible nos ayuda a más
buscar a Dios y nos impulsa a ser elevados a su Presencia. Pero también
consideras un mal quedarnos o detenernos en la sensualidad buscando más un
disfrute emotivo que una real entrega de la voluntad a Dios. Cuando estas
recreaciones sensitivas, que podrían ser como una palanca y trampolín para la
oración profunda, se absolutizan y de medio pasan a ser fin, tenemos un
problema. Se buscarán casi adictivamente estas consolaciones en este nivel, la
persona hará de la oración una búsqueda de experiencias confortables y no habrá
crecimiento en la vida espiritual ni en la entrega de sí misma a Dios.
Y cuanto percibiste
inicialmente, Fray Juan, en tu época – la llamada “devotio moderna”-, se ha
magnificado en nuestros días. Aquel movimiento planteaba una reforma de la
espiritualidad volviendo al corazón y al deseo en la tónica agustina, generando
unas prácticas religiosas simples y fervorosas, una “fe viva” que confrontara
con el frío racionalismo especulativo en el que había devenido el
escolasticismo. Hoy yo percibo que se ha incrementado esta corriente con sus
potencialidades y peligros. Me permito ejemplificar.
Por un lado, se han
desarrollado retiros o ejercicios espirituales “de impacto o de diseño” que
buscan que los participantes sean “movidos o movilizados”. A veces el uso de
algunas estrategias puede estar cerca de la manipulación afectiva. Pero aunque
se usen correctamente y con responsabilidad, la intención y el discernimiento
suele pasar por lo que se sintió. “¿Lloraron? ¿Alguien se quebrantó? ¿Sintieron
como un fuego en su cuerpo? ¿Se produjo algún fenómeno que les pareciese
extraordinario y novedoso?” En este estilo de retiros suele darse importancia a
los “testimonios” que habitualmente se exponen en lenguaje sensitivo y anímico.
No digo que estén
totalmente mal, de hecho se realizan en toda la Iglesia y en diversos
movimientos –hasta yo mismo he predicado este tipo de ejercitaciones aunque
siempre en el marco de un proyecto y proceso de maduración discipular, casi
como una escuela de espiritualidad-. De hecho el hombre de hoy llega tan
ignorante, anestesiado o cerrado a la experiencia religiosa que son necesarios
estos recursos. Pero aclaro que no es bueno quedarse en este nivel inicial.
Debe ser un trampolín o impulso para ir más allá. Advierto que muchas veces
después de este tipo de retiros no se cuida el proceso posterior o se
desarrolla una serie de instancias que quieren volver a poner en vigencia aquella
experiencia afectiva del pasado. Se produce así una suerte de adicción
emocionalista a experiencias consoladoras. Siempre hay que estar “arriba” y no
decaer. Ya no hay lugar para la crisis y cuando sobreviene se la resuelve
inyectando más “recreación sensitiva”. Pero sin permitir que las personas pasen
por la fragua del desierto y de la noche, acompañándolas en su maduración
tantas veces dolorosa. Sin dejarles que pasen una y otra vez por la Cruz, no
les estamos haciendo bien alguno sino deteniéndolas y no posibilitándoles
avanzar.
Por otro lado, el
auge de la corriente carismática en la catolicidad –el acercamiento al
evangelismo- también encuentra aquí su debilidad. Porque es innegable que su
gran potencia es ayudar a las personas a establecer una relación y trato
cercano con Dios. Más inclinada a lo espontáneo que a las formulaciones,
centrada en los procesos vitales concretos, la corriente carismática pone al
orante como “en un tú a Tú” frente al Señor. Insiste constantemente en la
animación y conducción del Espíritu Santo al que hay que aprender a abandonarse
confiándose a su acción. Claro que es central también el discernimiento del
paso del Espíritu. Pero justamente aquí se topa con su debilidad: la lectura de
la presencia del Espíritu Santo ha quedado fijada en la manifestación exterior
y sensitiva de algunos dones y carismas. Es infantil la excesiva valoración del
don de lenguas. Y a veces pertinaz el esfuerzo en buscar lo extraordinario que
se manifiesta corporal, sensitiva y anímicamente. Aunque siempre hay apertura a
reconocer que los dones y carismas del Espíritu son variados y sorprendentes y
que hay que discernirlos y aprender a ejercitarlos, un muro parece levantarse
delante impidiendo crecer más. La corriente carismática pone su vivacidad en
fenómenos y le cuesta tanto integrar el horizonte del silencio y de la quietud
contemplativa.
“El
espiritual, en cualquiera gusto que de parte del sentido se le ofreciere, (debe)
aprovecharse de él sólo para Dios, levantando a él el gozo del alma para que su
gozo sea útil y provechoso y perfecto, advirtiendo que todo gozo que no es en
negación y aniquilación de otro cualquiera gozo, aunque sea de cosa al parecer
muy levantada, es vano y sin provecho y estorba para la unión de la voluntad en
Dios.” (SMC L3, Cap. 24,7)
POESÍA DEL ALMA UNIDA 28
Quieto en Ti
El universo entero se rasga
La tierra se rompe
Y se abren los cielos
Tan firmemente anclado en Ti
Como un golpe preciso
Que todo conmueve
Tan contundente y seco
Como reverberante
Tan sujeto me tienes
Cuando yo te tengo
Eucaristía
Entre mis manos
Y me postro pequeño
Junto a Ti me has clavado
Quieto en Ti
Anclado en Ti
Sujeto y clavado a Ti
Ya no puedo dudarlo
Tú eres el más poderoso
En tu Amor
Entregado
DIÁLOGO VIVO CON SAN JUAN DE LA CRUZ 36
CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE 36
LOS GOZOS POR BIENES NATURALES, DAÑOS Y REMEDIOS
“Por
bienes naturales entendemos aquí hermosura, gracia, donaire, complexión
corporal y todas las demás dotes corporales; y también en el alma, buen
entendimiento, discreción, con las demás cosas que pertenecen a la razón.
Por
ellos puede el hombre fácilmente distraerse del amor de Dios y caer en vanidad,
debe tener recato y vivir con cuidado. Que por su vana ostentación, no se
aparte un punto de Dios su corazón.” (SMC L3, Cap. 21,1)
Sabio maestro, San
Juan de la Cruz, te diré en primer lugar que en estos días casi miro con
agrado a las personas que hacen gala de
sí mismas. Te explico: no es masiva, más bien extraña, la experiencia de
personas que se hallen contentas consigo mismas. Por diversos motivos son
épocas de depresión, de fracaso y frustración. Si bien vivimos centrados en
nuestro yo personal como si fuésemos el centro del cosmos, por lo general se
trata de un egocentrismo sufrido y penoso. ¿Dónde hallar un varón o una mujer
que se tengan a sí mismos por una serena comprensión y aceptación de su propio
misterio? Claro que los hay, empero no abundan. Pastoralmente me resulta
novedoso hallar personas que hablen bien de sí mismas y de la vida que llevan.
Más bien me toca alentarlas, levantarles la autoestima, ayudarles a reconocer
los dones que Dios ha puesto en ellas y creer que son una obra de su Amor. ¡Y
es tan penetrante el ambiente de este siglo que invita a la chatura, al
descreimiento y a la derrota, impidiendo grandemente el crecimiento personal y
el deseo de superación! Es otra esclavitud, mental y anímica, la de estos días.
El reino de la superficialidad y del vacío de sentido se ha extendido por
doquier. Más bien es la falta de amor por sí mismos lo que impide a los humanos
encontrarse con el Amor divino. Vivimos en una era epidémica de
acomplejamientos. El hombre que se ha vanagloriado de matar a Dios ahora
percibe que sin Él todo es pura decadencia. El nihilismo va vaciando de humanos
la faz de la tierra.
Pero lo que tú
enseñas tiene valor imperecedero. Porque seguiremos encontrando quienes se
jacten desordenadamente de sí mismos. “Vanidad de vanidades y todo vanidad”,
siempre se podrá exclamar con el autor sapiencial. Se regodean en sí mismos y
se ensalzan y se exhiben para la admiración ostentando sus dotes y se entronizan
por encima de todos. Mas se han olvidado que todo cuanto tenemos lo hemos
recibido. Y en el culto de sí mismos se auto-divinizan falsamente como el Adán
terrestre, a costa de destronarte a ti, el Único Dios Verdadero. Aquí
ciertamente el exceso en la consideración de sí mismos les hace distraerse
narcisisticamente y olvidar tu Amor.
Desde ya nos
recomiendas cuidado y recato en el vivir como antídotos a la vana ostentación.
Pensándolo un poco
más –sin caer en simplismos generalizadores-, el mundo actual ha enfatizado
quizás algo permanente del mundo de antaño: suele la pequeña elite de los
encumbrados amarse a sí mismos en exceso y ponerse por encima, mientras la
masividad de los comunes suelen amarse en demérito y aceptar su posición de
inferiores. Obviamente es una caricatura, que no importa cuan encumbrado se
esté mundanamente: ¡vaya uno a saber si se está contento consigo mismo! Y por
debajo que te pongan, quien sabe quién es, vive libre y en paz.
Ya me urge rogar la
virtud inestimable de la humildad. Solo en humildad se hace posible y fecunda
una relación de Amor con Dios. Su Amor nos hace humildes, es decir: nos ayuda a
mirarnos en verdad, agradeciendo cuanto somos porque es don Suyo; al igual que
nuestra maduración, que no sin nuestra cooperación, depende del preeminente
auxilio de su Gracia. El Amor de Dios nos enseña a amarnos rectamente a
nosotros mismos, evitando la vanagloria y rescatándonos de todo
acomplejamiento.
“Los daños, pues, espirituales y corporales
que derecha y efectivamente se siguen al alma cuando pone el gozo en los bienes
naturales, se reducen a seis daños principales. El primero es vanagloria. El
segundo daño es que mueve el sentido a complacencia y deleite sensual y
lujuria. El tercer daño es hacer caer en adulación y alabanzas vanas. El cuarto
daño es general, porque se embota mucho la razón y el sentido del espíritu. El quinto daño, que es distracción de la mente
en criaturas. Sigue la tibieza y flojedad de espíritu, que es el sexto daño.” (SMC
L3, Cap. 22,2)
Los tres últimos
daños que describes son generales a todo gozo desordenado. Los tres primeros
más afines a este gozo impropio en los bienes naturales: vanagloria,
complacencia y deleite en sí mismo que lleva a la lujuria junto a una búsqueda
vanidosa de la adulación.
No hay mucho que
agregar. Será fácil reconocernos a nosotros mismos u a otros semejantes
caminando extraviados por estos derroteros.
“Apartar
su corazón de semejante gozo… dispone para el amor de Dios y las otras
virtudes, derechamente da lugar a la
humildad para sí mismo y (a) la caridad general para con los prójimos;
porque, no aficionándose a ninguno por los bienes naturales aparentes, que son
engañadores, le queda el alma libre y clara para amarlos a todos racional y
espiritualmente, como Dios quiere que sean amados.” (SMC L3, Cap. 23,1)
Humildad consigo
mismo y caridad con los demás. Que el Amor de Dios nos enseñe a mirarlo todo
como Él lo mira. Bajo su Luz de Verdad y Bondad se alumbra nuestra esperanza.
Podremos ser una obra maravillosa de su Amor. Solo debemos aprender a amar
correctamente como Dios quiere incluso que nos amemos a nosotros mismos. ¿Y
cómo podremos vivir el mandato de amar al prójimo como a uno mismo si nuestro
amor por nosotros mismos está desordenado y no es según Dios?
DIÁLOGO VIVO CON SAN JUAN DE LA CRUZ 35
CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE 35
REMEDIOS PARA LOS GOZOS POR BIENES TEMPORALES
“Ha,
pues, el espiritual de mirar mucho que no se le comience a asir el corazón y el
gozo a las cosas temporales. Y nunca se fíe por ser pequeño el asimiento, si no
le corta luego, pensando que adelante lo hará; porque, si cuando es tan poco y
al principio, no tiene ánimo para acabarlo, cuando sea mucho y más arraigado,
¿cómo piensa y presume que podrá?” (SMC L3, Cap. 20,1)
Aunque seamos
repetitivos, queridísimo hermano: primero antes que nada practicar el
desasimiento. Frente al mínimo pegoteo: ¡cortar y cortar ya! Sin dubitaciones y
sin demoras. Si no cortas de cuajo el asimiento a los bienes temporales apenas
lo detectas, se aferran a tu carne y se adhieren como ventosas a tu alma. Si
postergas la desapropiación creyendo que controlas el proceso y tienes dominio
sobre él… ¡te engañas! Desde el principio y sin concesiones:¡cortar y cortar
ya!
“…libertar
perfectamente su corazón de todo gozo …el gozo anubla el juicio como niebla …la
negación y purgación de tal gozo deja al juicio claro.” (SMC L3, Cap. 20,2)
El gozo que
experimentas en la conquista de bienes temporales es siempre peligroso. No porque
Dios no quiera que goces. Sino porque el fin que eliges no es el Fin Último.
Has de aceptar que los gozos por los bienes temporales son el primer escalón y
el menos valioso en el orden jerárquico de los bienes posibles. ¡No te
detengas! Es tu medicina la esperanza de bienes mayores. No los que tú consigas
sino los que Dios te da gratuitamente y sin merecimiento tuyo. El tiempo es
criatura que de ser idolátricamente absolutizada nos esclaviza. El camino del
tiempo es bueno solo en cuanto conduce a la Eternidad. También la temporalidad
debe ser purgada, es decir, ordenada hacia su propio fin.
¡Libera tu corazón!
Deja que Dios te sane de quedar aprisionado entre gozos efímeros que con los
días se disuelven en el pasado que no vuelve. ¡Oh Señor, te ruego y clamo por
mí y por mis hermanos: forma en todos tus hijos un corazón para la Gloria
Eterna!
“…en
tanto que ninguna tiene en el corazón, las tiene, como dice san Pablo (2 Cor.
6, 10), todas en gran libertad; esotro, en tanto que tiene de ellas algo con voluntad
asida, no tiene ni posee nada, antes ellas le tienen poseído a él el corazón;
por lo cual, como cautivo, pena; de donde, cuantos gozos quiere tener en las
criaturas, de necesidad ha de tener otras tantas apreturas y penas en su asido
y poseído corazón. Al desasido no le molestan cuidados, ni en oración ni fuera
de ella, y así, sin perder tiempo, con facilidad hace mucha hacienda
espiritual; pero a esotro todo se le suele ir en dar vueltas y revueltas sobre
el lazo a que está asido y apropiado su corazón, y con diligencia aun apenas se
puede libertar por poco tiempo de este lazo del pensamiento y gozo de lo que
está asido el corazón.” (SMC L3, Cap. 20,3)
Donde tengas tu
tesoro tendrás tu corazón, nos enseñaba el Señor Jesús. Y agregaba que
acumulemos tesoros en el Cielo donde la polilla no roe ni el ladrón irrumpiendo
por sorpresa nos arrebata cuanto acumulamos dejándonos más vacíos que al
comienzo. ¿Dónde tiene asidero tu corazón? Porque si tu lazo más fuerte es con
los bienes temporales debes preguntarte dos cosas: ¿cómo lograrás que dejen de
ser temporales ya que tu sed parece infinita? o ¿ya has aceptado que no existe
salvación ni rescate y que todo se diluye finalmente en la nada? Hazte estas
preguntas y busca tu paz.
DIÁLOGO CON SAN JUAN DE LA CRUZ 34
CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE 34
LOS
GOZOS POR BIENES TEMPORALES Y SUS DAÑOS
“El
primer género de bienes que dijimos son los temporales, y por bienes temporales
entendemos aquí riquezas, estados, oficios y otras pretensiones.” (SMC L3, Cap.
18,1)
“El
hombre ni se ha de gozar de las riquezas cuando las tiene (él) ni cuando las
tiene su hermano, sino si con ellas sirven a Dios.” (SMC L3, Cap. 18,3)
“Aunque
todas las cosas se le rían al hombre y todas sucedan prósperamente, antes se
debe recelar que gozarse, pues en aquello crece la ocasión y el peligro de
olvidar a Dios.” (SMC L3, Cap. 18,5)
“No se
ha de poner el gozo en otra cosa que en lo que toca a servir a Dios, porque lo
demás es vanidad y cosa sin provecho, pues el gozo que no es según Dios no le
puede aprovechar (al alma).” (SMC L3, Cap. 18,6)
No creo amigo mío que
en este punto debamos abundar demasiado pues es doctrina harto famosa de
nuestro Señor Jesucristo el peligro inherente a las riquezas. Porque es más
fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino
de los Cielos. Porque no se puede servir a dos señores al mismo tiempo, a Dios
y al dinero. Porque ¿de qué te servirá cuanto has acumulado en tus graneros si
esta noche te pediré la vida? Pues la vida del hombre no está asegurada por sus
riquezas. Y podríamos continuar… De hecho el consejo que Cristo da a quienes llama al seguimiento es que si
quieren ser perfectos vendan todos sus bienes, den limosna a los pobres y
después se pongan a caminar con Él.
Tal vez para la
susceptibilidad de mis coetáneos haya que aclarar que el Señor no está en
contra de que poseamos bienes temporales y disfrutemos de ellos. Obviamente la
idea madre es que estén referidos y ordenados a Dios, a la comunión con Él y a
su servicio. Aquello también tan consabido acerca de que no nos creamos dueños
sino aceptemos ser humildes administradores. La liturgia de la Iglesia reza a
Dios pidiéndole que “sepamos usar de los bienes temporales de modo que nos
permitan adherirnos a los bienes eternos”.
Ya es innecesario
proseguir en este tema tan vasto y tan predicado. Obviamente los bienes
temporales pueden ser tanto una escala como un obstáculo. Aquel joven rico se
volvió entristecido pues aunque tenía intención de ser discípulo no pudo
desprenderse de cuanto poseía.
Ahora nos explicarás,
Fray Juan, que daños se siguen de un mal uso y apetencia por los bienes
temporales, poniendo en ellos el gozo al que aspira el alma.
“Un
daño privativo principal que hay en este gozo, que es apartarse de Dios.” (SMC
L3, Cap. 19,1)
“El
empacharse el alma que era amada antes que se empachara, es engolfarse en este
gozo de criaturas. Y de aquí sale el primer grado de este daño, que es volver
atrás; lo cual es un embotamiento de la mente acerca de Dios, que le oscurece
los bienes de Dios, como la niebla oscurece al aire para que no sea bien
ilustrado de la luz del sol.” (SMC L3, Cap. 19,3)
Soy testigo de
personas empachadas y atiborradas de bienes temporales y cómo esta glotonería
materialista les va cerrando el corazón, los torna insensibles a la dimensión
espiritual. Los hay que han vivido siempre así porque su ambiente familiar y
social los influyó grandemente desde el comienzo. ¡Cuánto sufrirán estas
personas cuando les toque pasar por privaciones, cuando la suerte se les vuelva
adversa, cuando no puedan retener todo lo que han acumulado como falsa seguridad!
¡Qué pesar experimentarán cuando les arrebaten su posición de privilegio,
pierdan sus prerrogativas y desciendan al llano del no-poder! Y lo peor sin
duda es que buscarán ayuda y se verán tan discapacitados para abrirse a la
dimensión espiritual donde encontrar un sentido para seguir viviendo. Pues los
bienes temporales van y vienen, caprichosos, y no se mantienen sino a fuer de
despiadadas batallas que matan nuestra humanidad. ¿Quién es tan torpe como para
colocar aquí su esperanza? Lamentablemente multitudes.
Más triste es el caso
de personas que habiendo conocido a Dios y las maravillas de su gracia,
retroceden y se vuelcan a estos nefastos ídolos. ¿Acaso cambian el tesoro por
baratijas? Sea la tentación constante de la civilización consumista o las
propias heridas de la historia que buscan compensaciones impropias, hay quienes
empezando a conocer el Amor de Dios se revuelcan de nuevo en un mar de bienes
temporales que pasan y no llenan verdaderamente el alma. Penosamente lo digo,
he visto este mal muy arraigado entre algunos eclesiásticos que son voraces de
prestigio y poder como de una vida acomodada.
“Este
segundo grado es dilatación de la voluntad ya con más libertad en las cosas
temporales. Y esto le nació de haber primero dado rienda al gozo; porque,
dándole lugar, se vino a engrosar el alma en él, como dice allí, y aquella
grosura de gozo y apetito le hizo dilatar y extender más la voluntad en las
criaturas.” (SMC L3, Cap. 19,5)
“Este
segundo grado, cuando es consumado, quita al hombre los continuos ejercicios
que tenía, y que toda su mente y codicia ande ya en lo secular. Y ya los que
están en este segundo grado, no solamente tienen oscuro el juicio y
entendimiento para conocer las verdades y la justicia como los que están en el
primero; mas aun tienen ya mucha flojedad y tibieza y descuido en saberlo y
obrarlo.” (SMC L3, Cap. 19,6)
En un segundo momento
la primera afición e inclinación se vuelve más intensa, diríamos adictiva. Y
las personas ya se sumergen en un estilo de vida mundano, dejando atrás el
estilo de vida evangélico. Como cegados por la avidez de tener y poseer,
siempre insatisfechos quieren más. Ya se desdibujan los parámetros de la
justicia y la verdad en aras de una desatada codicia. Ya no solo no se
comprenden los bienes posibles según recta jerarquía sino que se debilita y
apaga cualquier cuestionamiento ético. “Vale todo por conseguir lo que quiero”.
¡Cuán importante es
estar claros sobre los fines! El fin al que aspiramos marcará nuestro camino.
No descuidar algunos medios parece crucial: llevar una vida penitencial, capaz
de ayuno y de austeridad. Pero claro, este tipo de medicina es inadmisible en
nuestros días.
“El
tercer grado de este daño privativo es dejar a Dios del todo, dejándose caer en
pecados mortales por la codicia. En este grado se contienen todos aquellos que
de tal manera tienen las potencias del alma engolfadas en las cosas del mundo y
riquezas y tratos, que no se dan nada por cumplir con lo que les obliga la ley de
Dios; y tienen grande olvido y torpeza acerca de lo que toca a su salvación, y
tanta más viveza y sutileza acerca de las cosas del mundo.” (SMC L3, Cap. 19,7)
¿Crees que será
difícil hallar personas de este tipo? Cuando joven, uno de mis primeros trabajos
remunerados me llevo a estar en contacto con personajes y ambientes así, solo
obsesionados con las riquezas y los puestos de poder, en medio de un mar de
traiciones, corrupción y lucha sin códigos. Me refregaba los ojos no pudiendo
creer lo que veía y al cabo de pocos meses, temiendo por el bien de mi alma y
asqueado de tanta cruel banalidad, me aparte para siempre de tales lodazales.
Aunque tengo amigos que se han sumergido bastante en tales cumbres del averno y
que hoy se lamentan del tiempo perdido a la vez que no extrañan en nada cuanto
mundanamente han perdido en pos de la paz de su alma. Porque en aquellos sitios
y con esas gentes no hay lugar alguno para la Salvación de Dios. Me temo que
cuanto más encumbramiento en este mundo mayor servilismo al Príncipe oscuro que
le instiga y conduce a los abismos.
Me preocupa además
que en esta ciudad de necesidades estimuladas y renovadas, consumo creciente y
búsqueda de confort, ya pocos consideren la eternidad. La temporalidad parece
haberse devorado a la Gloria. Incluso gravemente en la Iglesia que peregrina se
sostiene que la Salvación está asegurada sí o sí a pesar de cuanto vivas y ya
el Cielo no interesa demasiado. Ahora el “valle de lágrimas” es la aburrida
Jerusalén Celeste de los santos.
Sin embargo los
poderosos de este mundo serán rechazados y despedidos con las manos vacías,
mientras los humildes y pequeños serán ensalzados, canta el Magníficat de la
Virgen María.
“El
cuarto grado de este daño privativo viene el alejarse mucho de Dios según la
memoria, entendimiento y voluntad, olvidándose de él como si no fuese su Dios.”
(SMC L3, Cap. 19,8)
“De
este cuarto grado son aquellos que no dudan de ordenar las cosas sobrenaturales
a las temporales como a su dios.” (SMC L3, Cap. 19,9)
¡Dios me libre y
libre a mis hermanos de semejante atrocidad! ¡Dios libre a su Iglesia que
camina en la historia –perdón por la crudeza- de aquellos eclesiásticos
encumbrados que busquen negociar lo
sobrenatural para satisfacer su avidez de poder y su voracidad mundana! Porque
Satanás sabe tentarnos habitualmente por los bienes temporales, a todos los
hombres como a los hijos de la Iglesia.
DIÁLOGO VIVO CON SAN JUAN DE LA CRUZ 33
CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE 33
EL GOZO
¿A qué llamamos
felicidad? ¿En qué nos gozamos? ¿Cuál es el origen y el destino de nuestras
alegrías? Querido Doctor Místico, hermano mío Fray Juan, abordaremos finalmente,
en la purgación de la voluntad para el amor de Unión, un tema tan central de la
existencia humana. Pues no conozco –a no ser por enfermedad anímica- quien
desee ser infeliz. Todos andamos corriendo por así decirlo detrás de nuestros
gozos. Hay alegrías empero tan resbaladizas y efímeras como otras fraudulentas
cual espejismo de oasis en el desierto. Casi me parece escuchar a Fray León que
en las Florecillas decía: “Dime, Hermano Francisco: ¿en qué consiste la verdadera
alegría?”.
“El
gozo no es otra cosa que un contentamiento de la voluntad con estimación de
alguna cosa que tiene por conveniente…
Esto es
cuanto al gozo activo, que es cuando el alma entiende distinta y claramente de
lo que se goza, y está en su mano gozarse y no gozarse. Porque hay otro gozo
pasivo, en que se puede hallar la voluntad gozando sin entender cosa clara y
distinta, y a veces entendiéndola, de qué sea el tal gozo, no estando en su
mano tenerle o no tenerle.” (SMC L3, Cap. 17,1)
Es verdad que nos
gozamos en aquello que nos parece conveniente y nos entristecemos por lo
contrario. Pero claro… ¿siempre lo que juzgamos conveniente lo es? No hace
falta supongo que repitamos que todo gozo debe estar ordenado al proyecto
salvífico de Dios. Venenosa alegría sería aquella que al procurarla y causarnos
deleite nos alejara de Dios y de su santa voluntad. Uno puede encontrar gozo en
el pecado, pues en muchas ocasiones se presenta como algo sabroso y nos
inclinamos seducidos a sus mortales delicias. Sin embargo por el mordisco de un
pequeño bocado de fugaz y huidiza dicha… ¡cuánta amargura sobrevendrá después!
Pero como dices, esto
vale en el terreno ascético para el gozo activo: aquel que buscamos o
intentamos producir según la consecusión de ciertos fines. Pero la vida en el
Espíritu es un camino colmado de gozo infuso. Esa alegría honda y desbordante,
exultante diría, fruto de lo que Dios obra y comunica. El contemplativo se
alegra profusamente en la Gracia que Dios le hace y se alegra por el Señor
mismo. Se alegra por la Unión y no espera mayor gozo que el desposorio con su
Amado.
Seguramente nos
seguiremos adentrando en el gozo infuso, siempre sorpresivo e incontrolable,
que el Espíritu Santo que procede de la comunión de Padre e Hijo, introduce en
el corazón de los enamorados que caminan y le buscan. Es excedente gozo de amor
sin duda. Pero a veces me pregunto: ¿cómo anunciarles a mis hermanos los
hombres que existen alegrías tan desbordantes que no parecen de este mundo,
quizás porque ya son primicias de la Gloria? Y los veo gastar sus vidas
ajetreados y obnubilados por alcanzar
unas pobres metas, unos insustanciales trofeos y unas baratijas deleznables. O
tal vez poniendo su esperanza ilusamente en lo que es bueno pero no está en sus
manos asegurar y no puede sino estar seguro en las manos del Padre Eterno y
según su misteriosa y sabia Providencia. ¿Dónde hallar la verdadera alegría,
esa alegría que no pasa y permanece para siempre?
“El
gozo puede nacer de seis géneros de cosas o bienes, conviene a saber:
temporales, naturales, sensuales, morales, sobrenaturales y espirituales.
…que la
voluntad no se debe gozar sino sólo de aquello que es gloria y honra de Dios, y
que la mayor honra que le podemos dar es servirle según la perfección
evangélica; y lo que es fuera de esto es de ningún valor y provecho para el
hombre.” (SMC L3, Cap. 17,2)
Evidentemente aquí
nos trazas un camino y una escala ascendente cuya orientación certera es la
honra y gloria de Dios. El Señor nos conceda al analizar de aquí en más los
diversos gozos del alma una clara y firme intención de aspirar al gozo del
desposorio con Jesucristo, Amado y Señor. Pues la voluntad debe purificarse en
cuanto desea, apetece y quiere. Querer todo según Dios y quererle a El sobre
todo.
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