CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE 37
LOS GOZOS POR BIENES SENSUALES, DAÑOS Y REMEDIOS
“Porque
guardando las puertas del alma, que son los sentidos, mucho se guarda y aumenta
la tranquilidad y pureza de ella.” (SMC L3, Cap. 23,3)
Mientras nos
enseñabas acerca de los bienes naturales, Fray Juan, deslizaste esta frase que
tan bien nos introduce en este apartado. Recuerdas así una clásica enseñanza de
la antigüedad cristiana en materia de espiritualidad. Los sentidos corporales
son como puertas y ventanas de la casa del alma. Y es prudente vigilar siempre
sobre estas aberturas qué ingresa y qué multiplicidad de estímulos interiores
desencadenarán estas impresiones. No se trata de cerrarse al mundo circundante
sino de discriminar con prudencia evangélica cuanto empapa los sentidos y da
lugar a procesos interiores.
“Por bienes sensuales entendemos aquí todo
aquello que en esta vida puede caer en el sentido de la vista, del oído, del
olfato, gusto y tacto, y de la fábrica interior del discurso imaginario, que
todo pertenece a los sentidos corporales, interiores y exteriores.” (SMC L3,
Cap. 24,1)
“Y es
aquí de notar que los sentidos pueden recibir gusto o deleite, o de parte del
espíritu, mediante alguna comunicación (que recibe de Dios interiormente, o de
parte de las cosas exteriores comunicadas a los sentidos. Y, según lo dicho, ni
por vía del espíritu ni por la del sentido puede conocer a Dios la parte
sensitiva; porque, no teniendo ella habilidad que llegue a tanto, recibe lo
espiritual sensitiva y sensualmente, y no más. De donde para la voluntad en
gozarse del gusto causado de alguna de estas aprehensiones sería vanidad.” (SMC
L3, Cap. 24,3)
La sensualidad en
cuanto referida a los sentidos no es de por sí mala o buena. Puede ser
impresionada por la realidad exterior e interiormente comenzar procesos que dependen
de factores diversos como por ejemplo la personalidad o características
psicológicas del individuo, en términos de espiritualidad, el natural o
naturaleza. Como también puede recibir el influjo de la Gracia, del Espíritu de
Dios como lamentablemente del Adversario y Padre de la Mentira.
Obviamente no todo lo
que se experimenta a nivel sensual es gozoso, puede ser muy sufrido o incluso
incierto. Pero aquí revisamos contigo, Fray Juan, el valor que hay que
adjudicarle a los gozos sensitivos. Tu posición y la de todo tu anclaje
filosófico y teológico no le da a la sensualidad mayor mérito sino su propia
participación en el proceso de conocimiento. No parece pues demasiado valioso,
sino inicial, lo que se percibe y comprende sensitivamente y ya que no puede
llegar a Dios de un modo relevante consideras que será vanidoso quedarse en
ella.
La antropología que
subyace a tus escritos es muy distinta a la de mis contemporáneos. A nivel
práctico la sensualidad ha sido elevada y reina. Las cosas valen en cuanto podamos
sentirlas y resulten sensualmente confortables. Pero tú ya habías previsto en
tu época esta mentalidad.
“Dije
con advertencia: que si parase el gozo en algo de lo dicho, sería vanidad,
porque cuando no para en eso, sino que, luego que siente la voluntad el gusto
de lo que oye, ve y trata, se levanta a gozar en Dios y le es motivo y fuerza
para eso, muy bueno es. Y entonces no sólo no se han de evitar las tales
mociones cuando causan esta devoción y oración, mas se pueden aprovechar de
ellas, y aun deben, para tan santo ejercicio; porque hay almas que se mueven
mucho en Dios por los objetos sensibles. Pero ha de haber mucho recato en esto,
mirando los efectos que de ahí sacan; porque muchas veces muchos espirituales
usan de las dichas recreaciones de sentidos con pretexto de oración y de darse
a Dios, y es de manera que más se puede llamar recreación que oración y darse
gusto a sí mismos más que a Dios; y la intención que tienen es para Dios, y el
efecto que sacan es para la recreación sensitiva, en que sacan más flaqueza de
imperfección que avivar la voluntad y entregarla a Dios.” (SMC L3, Cap. 24,4)
Tus tiempos se hallan
marcados por la búsqueda de la “devoción”, de un ejercicio piadoso y cálido de
la religiosidad que involucre a los afectos, una experiencia fervorosa. Y tú
consideras que es un bien cuando este recurso a lo sensible nos ayuda a más
buscar a Dios y nos impulsa a ser elevados a su Presencia. Pero también
consideras un mal quedarnos o detenernos en la sensualidad buscando más un
disfrute emotivo que una real entrega de la voluntad a Dios. Cuando estas
recreaciones sensitivas, que podrían ser como una palanca y trampolín para la
oración profunda, se absolutizan y de medio pasan a ser fin, tenemos un
problema. Se buscarán casi adictivamente estas consolaciones en este nivel, la
persona hará de la oración una búsqueda de experiencias confortables y no habrá
crecimiento en la vida espiritual ni en la entrega de sí misma a Dios.
Y cuanto percibiste
inicialmente, Fray Juan, en tu época – la llamada “devotio moderna”-, se ha
magnificado en nuestros días. Aquel movimiento planteaba una reforma de la
espiritualidad volviendo al corazón y al deseo en la tónica agustina, generando
unas prácticas religiosas simples y fervorosas, una “fe viva” que confrontara
con el frío racionalismo especulativo en el que había devenido el
escolasticismo. Hoy yo percibo que se ha incrementado esta corriente con sus
potencialidades y peligros. Me permito ejemplificar.
Por un lado, se han
desarrollado retiros o ejercicios espirituales “de impacto o de diseño” que
buscan que los participantes sean “movidos o movilizados”. A veces el uso de
algunas estrategias puede estar cerca de la manipulación afectiva. Pero aunque
se usen correctamente y con responsabilidad, la intención y el discernimiento
suele pasar por lo que se sintió. “¿Lloraron? ¿Alguien se quebrantó? ¿Sintieron
como un fuego en su cuerpo? ¿Se produjo algún fenómeno que les pareciese
extraordinario y novedoso?” En este estilo de retiros suele darse importancia a
los “testimonios” que habitualmente se exponen en lenguaje sensitivo y anímico.
No digo que estén
totalmente mal, de hecho se realizan en toda la Iglesia y en diversos
movimientos –hasta yo mismo he predicado este tipo de ejercitaciones aunque
siempre en el marco de un proyecto y proceso de maduración discipular, casi
como una escuela de espiritualidad-. De hecho el hombre de hoy llega tan
ignorante, anestesiado o cerrado a la experiencia religiosa que son necesarios
estos recursos. Pero aclaro que no es bueno quedarse en este nivel inicial.
Debe ser un trampolín o impulso para ir más allá. Advierto que muchas veces
después de este tipo de retiros no se cuida el proceso posterior o se
desarrolla una serie de instancias que quieren volver a poner en vigencia aquella
experiencia afectiva del pasado. Se produce así una suerte de adicción
emocionalista a experiencias consoladoras. Siempre hay que estar “arriba” y no
decaer. Ya no hay lugar para la crisis y cuando sobreviene se la resuelve
inyectando más “recreación sensitiva”. Pero sin permitir que las personas pasen
por la fragua del desierto y de la noche, acompañándolas en su maduración
tantas veces dolorosa. Sin dejarles que pasen una y otra vez por la Cruz, no
les estamos haciendo bien alguno sino deteniéndolas y no posibilitándoles
avanzar.
Por otro lado, el
auge de la corriente carismática en la catolicidad –el acercamiento al
evangelismo- también encuentra aquí su debilidad. Porque es innegable que su
gran potencia es ayudar a las personas a establecer una relación y trato
cercano con Dios. Más inclinada a lo espontáneo que a las formulaciones,
centrada en los procesos vitales concretos, la corriente carismática pone al
orante como “en un tú a Tú” frente al Señor. Insiste constantemente en la
animación y conducción del Espíritu Santo al que hay que aprender a abandonarse
confiándose a su acción. Claro que es central también el discernimiento del
paso del Espíritu. Pero justamente aquí se topa con su debilidad: la lectura de
la presencia del Espíritu Santo ha quedado fijada en la manifestación exterior
y sensitiva de algunos dones y carismas. Es infantil la excesiva valoración del
don de lenguas. Y a veces pertinaz el esfuerzo en buscar lo extraordinario que
se manifiesta corporal, sensitiva y anímicamente. Aunque siempre hay apertura a
reconocer que los dones y carismas del Espíritu son variados y sorprendentes y
que hay que discernirlos y aprender a ejercitarlos, un muro parece levantarse
delante impidiendo crecer más. La corriente carismática pone su vivacidad en
fenómenos y le cuesta tanto integrar el horizonte del silencio y de la quietud
contemplativa.
“El
espiritual, en cualquiera gusto que de parte del sentido se le ofreciere, (debe)
aprovecharse de él sólo para Dios, levantando a él el gozo del alma para que su
gozo sea útil y provechoso y perfecto, advirtiendo que todo gozo que no es en
negación y aniquilación de otro cualquiera gozo, aunque sea de cosa al parecer
muy levantada, es vano y sin provecho y estorba para la unión de la voluntad en
Dios.” (SMC L3, Cap. 24,7)
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