DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 56

 




SEAMOS IMITADORES DE CRISTO

 

 

“Sean mis imitadores, como lo soy de Cristo. Les alabo porque en todas las cosas se acuerdan de mí y conservan las tradiciones tal como se las he transmitido.”  1 Cor 11,1-2

 

Querido San Pablo, estas breves expresiones tuyas bastan para quedarnos detenidos aquí, oteando en su profundidad. ¿Sabes?, me resulta bastante habitual expresar –sobre todo en el contexto de las celebraciones bautismales-, algo así: “Lo que significa ser cristiano se define simplemente pero se lleva a cabo durante toda una vida. Ser cristiano es pensar como el Señor Jesús, sentir como Él, decidir y actuar siempre en Cristo, permanecer unidos a su mente y a su corazón”. O tal vez esto otro: “El Espíritu Santo desde ahora, comenzando a inhabitar la Santísima Trinidad el alma, no dejará de sugerirnos desde lo más interior de nosotros siempre lo mismo de maneras diversas. ¿Qué nos insinuará de continuo? “Aseméjate a Jesús, configúrate a tu Esposo”.

Uno de los libros más famosos de la espiritualidad cristiana, conocido vulgarmente como “el Kempis”, se intitula justamente: “La imitación de Cristo”. Recuerdo algunas pocas clases de teatro que tomé en la adolescencia y aquellos “juegos de espejo”, cuando uno parado delante del otro, en silencio como mimos, debíamos reproducir exactamente los movimientos del compañero como un fiel reflejo suyo. Así en el medioevo era frecuente el tema espiritual del espejo. “Mírate en el Espejo”, le recomienda Santa Clara a la Beata Inés de Praga. Ese Espejo era Jesucristo, y en ese Espejo debía contemplar su bienaventurada Encarnación, ministerio público y Pascua redentora. ¿Para qué? Pues para reproducir en ella -arreglandose, retocándose y adornándose con la Gracia y las virtudes-, la semejanza de su Imagen.

¡Cuánta consolación habrán experimentado tus hijos en la fe como nosotros hoy, al hallar verdaderos imitadores de Cristo! Realmente es una gran bendición hallar hermanos para admirar y de los cuales aprender cómo asemejarnos al Señor. Una incontable muchedumbre de santos atestiguan a la Iglesia que es posible por la Gracia identificarse con Cristo y ser uno con Él.

Pero además introduces otro tema que en nuestros días está tan olvidado y a la vez tan vigente: la Tradición. Hay que conservar las tradiciones recibidas que se nos han transmitido fielmente. Pero: ¿qué es la Tradición?, ¿de dónde viene? y ¿cuánta es su importancia? Remitámonos nuevamente al Catecismo de la Iglesia Católica, por ser untexto simple, tan sintético y erudito como testigo de doctrina segura. De hecho para esta temática su gran referencia será la Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación del Concilio Vaticano II, llamada Dei Verbum.

 

Catecismo Nº 75  "Cristo nuestro Señor, plenitud de la revelación, mandó a los apóstoles predicar a todos los hombres el Evangelio como fuente de toda verdad salvadora y de toda norma de conducta, comunicándoles así los bienes divinos: el Evangelio prometido por los profetas, que El mismo cumplió y promulgó con su voz". (Dei Verbum 7)

 

Catecismo Nº 76  La transmisión del Evangelio, según el mandato del Señor, se hizo de dos maneras:   oralmente: "los apóstoles, con su predicación, sus ejemplos, sus instituciones, transmitieron de palabra lo que habían aprendido de las obras y palabras de Cristo y lo que el Espíritu Santo les enseñó"; por escrito: "los mismos apóstoles y otros de su generación pusieron por escrito el mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu Santo".  (Dei Verbum 7)

 

¿Por qué en la Iglesia hay Tradición y hay transmisión? Pues por fidelidad a Cristo y a la Revelación que hemos recibido en Él, Hijo del Padre, quien es propiamente la Palabra de Dios para los hombres. Y de esta única fuente, Jesucristo, brotan como dos canales.

Por un lado, lo que los Apóstoles bajo la guía del Espíritu Santo –en este caso San Pablo- han transmitido oralmente con su predicación a la Iglesia fundando comunidades. Esta predicación consta de palabras pero también de gestos, ejemplos e instituciones. ¿Qué han transmitido los Apóstoles? Pues todo lo recibido de Cristo para nuestra salvación.

Por otro, bajo la inspiración del Espíritu Santo, los mismos Apóstoles y otros elegidos por Dios de aquellas primeras generaciones han puesto por escrito esta Tradición.

 

Catecismo Nº 77  "Para que este Evangelio se conservara siempre vivo y entero en la Iglesia, los apóstoles nombraron como sucesores a los obispos, "dejándoles su cargo en el magisterio". En efecto, "la predicación apostólica, expresada de un modo especial en los libros sagrados, se ha de conservar por transmisión continua hasta el fin de los tiempos". (Dei Verbum 8)

 

Ya vimos que San Pablo se alegra porque los de Corinto se acuerdan de él y conservan las tradiciones que les ha transmitido. Para que la Tradición se conserve pues debe transmitirse ininterrumpidamente de forma íntegra y Dios ha dispuesto que se realice en la Iglesia mediante la sucesión apostólica, es decir, un continuo encadenamiento de sucesores de los Apóstoles, los Obispos.

 

Catecismo Nº 78  Esta transmisión viva, llevada a cabo en el Espíritu Santo, es llamada la Tradición en cuanto distinta de la Sagrada Escritura, aunque estrechamente ligada a ella. Por ella, "la Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que es y lo que cree". "Las palabras de los Santos Padres atestiguan la presencia viva de esta Tradición, cuyas riquezas van pasando a la práctica y a la vida de la Iglesia que cree y ora". (Dei Verbum 8)

 

Junto a las Sagradas Escrituras, la Sagrada Tradición es esa corriente viva, animada y sostenida por el Espíritu Santo, que iniciada con los Apóstoles permanece llegando a las nuevas generaciones cristianas por medio de sus sucesores, quienes como aquellos atestiguan lo que la Iglesia es y cree.

 

Catecismo Nº 79  Así, la comunicación que el Padre ha hecho de sí mismo por su Verbo en el Espíritu Santo sigue presente y activa en la Iglesia: "Dios, que habló en otros tiempos, sigue conversando siempre con la Esposa de su Hijo amado; así el Espíritu Santo, por quien la voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo entero, va introduciendo a los creyentes en la verdad plena y hace que habite en ellos intensamente la palabra de Cristo". (Dei Verbum 8)

 

Ahora bien, ¿cómo se realiza ordinariamente en la Iglesia la relación entre Tradición y Escritura?

 

Catecismo Nº 80 La Tradición y la Sagrada Escritura "están íntimamente unidas y compenetradas. Porque surgiendo ambas de la misma fuente, se funden en cierto modo y tienden a un mismo fin". (Dei Verbum 9) Una y otra hacen presente y fecundo en la Iglesia el misterio de Cristo que ha prometido estar con los suyos "para siempre hasta el fin del mundo" (Mt 28,20).

 

Catecismo Nº 81  "La Sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo".  "La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los apóstoles, y la transmite íntegra a los sucesores; para que ellos, iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación". (Dei Verbum 9)

 

Catecismo Nº 82  De ahí resulta que la Iglesia, a la cual está confiada la transmisión y la interpretación de la Revelación, "no saca exclusivamente de la Escritura la certeza de todo lo revelado. Y así se han de recibir y respetar con el mismo espíritu de devoción". (Dei Verbum 9)

 

Deberíamos estar alegres pues de modo tan abundante sigue llegando a nosotros la Palabra de Cristo. Los católicos, además de escucharla en la Sagrada Escritura, confesamos también que la escuchamos en la vigente predicación de los Apóstoles que siguen dando testimonio de lo recibido del Señor a través de sus ininterrumpidos sucesores.

Pero quise abordar este tema a veces difícil para algunos, pues la Sagrada Escritura se les aparece como más concreta y la Sagrada Tradición como más intangible, porque hay un ambiente polémico hoy sobre el “tradicionalismo” en la Iglesia. ¿De qué se trata? Como diría un profesor habría que distinguir “Tradición” con mayúscula de “tradiciones” con minúscula. ¿Qué se debe conservar en la Iglesia y transmitir fielmente? ¿Todo entonces ya está fijo y nada se puede cambiar o hay aspectos adaptables en el correr de los tiempos? Una rápida mirada a la historia de la Iglesia nos dice que hay continuidad en la identidad pero también adaptación en las formas.

 

Catecismo Nº 83  La Tradición de que hablamos aquí es la que viene de los apóstoles y transmite lo que éstos recibieron de las enseñanzas y del ejemplo de Jesús y lo que aprendieron por el Espíritu Santo. En efecto, la primera generación de cristianos no tenía aún un Nuevo Testamento escrito, y el Nuevo Testamento mismo atestigua el proceso de la Tradición viva.

Es preciso distinguir de ella las "tradiciones" teológicas, disciplinares, litúrgicas o devocionales nacidas en el transcurso del tiempo en las Iglesias locales. Estas constituyen formas particulares en las que la gran Tradición recibe expresiones adaptadas a los diversos lugares y a las diversas épocas. Sólo a la luz de la gran Tradición aquéllas pueden ser mantenidas, modificadas o también abandonadas bajo la guía del Magisterio de la Iglesia.

 

Es decir, el gran error suele ser concebir a la Tradición como un artefacto arqueológico que pasa de mano en mano inalterado, no solo en su contenido sino también en su expresión o forma cultural. Si fuese así, la multiplicidad de ritos litúrgicos o las sucesivas codificaciones disciplinares, deberían interpretarse como una grave infidelidad. La historia de la Iglesia sería entonces una historia de traición constante.  Pues por ejemplo más discutido y manifiesto tenemos la Santa Misa. No celebramos ni en el siglo VI ni en el XVII ni en el XXI exactamente igual que en el siglo I; incluso ni siquiera podríamos reproducir rigurosamente en todos sus detalles aquellas primeras Eucaristías apostólicas salvo por algunos elementos que se nos han atestiguado. ¿Por ello diremos que la Eucaristía ha cambiado y ya no es la misma? Es la misma Eucaristía que el Señor nos ha mandado perpetuar en memoria suya en la Última Cena y no por ello debemos celebrarla solo en Jerusalén y hacerlo en el mismo domicilio con los mismos almohadones e idéntica cantidad de concurrentes, usando exclusivamente aquella copa. La Tradición es una corriente viva animada y sostenida por el Espíritu Santo, en la cual se recibe y se transmite  fielmente lo que Cristo nos ha comunicado. La Tradición se expresa en tradiciones y esas tradiciones que la expresan son discernidas y adaptadas bajo el cuidado solícito del Magisterio.

¿Es importante la Tradición? Claro, es constitutiva de nuestra identidad. Pero ciertamente hay que comprenderla rectamente.


DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 55

 




UN CASO DE FINEZA DE CONCIENCIA POR LA CARIDAD

 

“«Todo es lícito», mas no todo es conveniente. «Todo es lícito», mas no todo edifica. Que nadie procure su propio interés, sino el de los demás. Coman todo lo que se vende en el mercado sin plantearse cuestiones de conciencia; pues del Señor es la tierra y todo cuanto contiene. Si un infiel los invita y ustedes aceptan, coman todo lo que les presente sin plantearse cuestiones de conciencia. Mas si alguien les dice: «Esto ha sido ofrecido en sacrificio», no lo comas, a causa del que lo advirtió y por motivos de conciencia. No me refiero a tu conciencia, sino a la del otro; pues ¿cómo va a ser juzgada la libertad de mi conciencia por una conciencia ajena?” 1 Cor 10,23-29

 

Estimadísimo San Pablo, creo que ya hemos abundado suficientemente en el tema de los alimentos y los criterios para su ingesta. Me sorprende qué tanto te dedicas a ello y sin duda es consecuencia de la efervescencia que la temática tenía entre aquellos cristianos contemporáneos tuyos. Sin embargo quiero rescatar el testimonio que nos ofreces de una conciencia libre, pura, simple y regida por la caridad.

Retomando la contra-argumentación ya conocida, al “todo es lícito” respondes con tu “no todo es conveniente ni edifica”. Quisiera resaltar ahora este principio que proviene de la intención de ejercitar una auténtica caridad fraterna: “Que nadie procure su propio interés, sino el de los demás”. Aquí nos brindas una de las claves principales para vivir el amor: el descentramiento. En términos psicoanalíticos diríamos hoy que se trata de romper con el narcisismo. Cuando modernamente hablamos de egocentrismo, afirmamos que ese yo personal se vuelve sobre sí y se erige como centro del mundo y medida de valoración de todas las cosas. Toda la realidad se percibe en función y a conveniencia o no de las necesidades y apetencias del yo. Resulta pues evidente que si solo balanceo: “mis necesidades”, “mis proyectos”, “mis problemas”, “mis heridas”, “mis deseos” y la lista continúa… me ubico preponderantemente en una perspectiva unitaria que me dificulta registrar la presencia de tantos otros “yo personales” con su propia dinámica. Por eso la sabiduría popular proclama que “hay que saber salirse de uno mismo para ponerse en los zapatos del otro”.

San Pablo nos lo enseña en cristiano: procura orientarte primero a responder al interés de los demás que al tuyo propio, anteponiendo el querer de tu hermano a tu querer. ¡Esto es una violentísima revolución interior! Y sin duda un ir contra la corriente de la mentalidad mundana. Es la conversión al amor divino, a la Caridad. Lo diré sin rodeos: es el lenguaje de la Encarnación del Verbo que despojándose, desciende para hacerse uno de tantos; lenguaje que es llevado a su manifestación más lograda al ascender a la Cruz. El otro lenguaje, el de volcarse encorvado retornando sobre sí mismo para autoproclamarse el centro de todo, con la pretensión de que todos vivan en función del yo, no es sino el idioma mezquino de un amor propio absolutizado, cuya fuente última sin duda es la insinuación diabólica.

Luego, retomando el problema de que lo comerciado para consumo en el mercado público pudo haber sido ofrecido en cultos paganos, invitas a una conciencia que tenga libertad, madurez en la libertad por la fe: como ya afirmaste, “los ídolos u otros dioses no existen”, solo hay un solo Dios y Señor, Creador y Dueño de cuanto es. Aquella oblación por tanto fue nula e inválida pues se hizo ante nadie, no se configuró como acto sagrado, pues esas divinidades son “inventos puramente humanos”.

Ahora bien, como ya advertimos en tu enseñanza a los romanos y también a los corintios, el desafío se presenta no con la propia conciencia sino con la de los demás. Puede presentarse también con la conciencia propia de un cristiano, si se trata de una conciencia poco formada, inmadura, frágil o escrupulosa por demás. Pero a ti, querido Apóstol, te importa iluminar el caso en la relación con los demás, discerniendo un oportuno ejercicio de la caridad.

Por eso presentas el caso puntual de un no creyente que invita a un cristiano a una comida. Pues entonces que el hermano actué con simplicidad y pureza de conciencia, sin ponerse a investigar de donde provienen los alimentos y sin plantear reticencias con una escrupulosidad que malogre el encuentro con el anfitrión; ya que no solo introduciría la incomodidad sino que también podría inducir a mala conciencia y error de juicio al infiel. Porque si sugiere el cristiano que lo ofrecido a los ídolos paganos y comerciado en el mercado, no puede comerse, le daría a entender al no creyente que en verdad existen otras divinidades o lo expondría a una mala conciencia sobre su actuar que lo llevaría a la culpa pero no a la libertad del amor. Dicho más fácil: el otro no tenía ningún problema y el cristiano le siembra en su conciencia una problemática que ni si quiera es correcta. En el fondo está centrándose en su propia conciencia débil y faltando a la caridad con la conciencia del otro. “Que coma todo lo que le presenten”.

Mas como tu caridad es tan grande, San Pablo, apuntas a otra sutileza. Ahora el caso es que quien ofrece los alimentos explícitamente asegura que ha sido sacrificado a los ídolos. La perspectiva cambia. Si lo comes sin más, ¿que se infiere de ello? El que te ha invitado podría pensar que tú también participas y adhieres a aquellos cultos o que admites la existencia de aquellos dioses. Entonces rechazarlos, en principio, te daría la oportunidad tanto de explicitar un testimonio de tu fe en Cristo y acerca del único Dios verdadero como tu rechazo de las falsas divinidades. Evidentemente quedará por delante cómo realizar esta abstención con caridad y para edificar al infiel. Pero si sabiendo que eres libre de comer porque los ídolos no existen descuidas el interés por la conciencia de tu anfitrión que te lo ha advertido, ni te muestras humilde ni ejerces la caridad con él.

¿Ven cuánta fineza de conciencia por caridad? Sin embargo me temo que muchos cristianos de hoy se sentirían desconcertados y embrollados, les parecería compleja y difícil la resolución del caso presentado. ¿Es que la resolución es compleja o que la caridad aún inmadura no puede percibir los matices de delicadeza con el otro tan necesarios para amar?

 

“Si yo tomo algo dando gracias, ¿por qué voy a ser reprendido por aquello mismo que tomo dando gracias?  Por tanto, ya coman, ya beban o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para gloria de Dios. No den escándalo ni a judíos ni a griegos ni a la Iglesia de Dios; lo mismo que yo, que me esfuerzo por agradar a todos en todo, sin procurar mi propio interés, sino el de la mayoría, para que se salven.” 1 Cor 1,30-33

 

Finalmente, expresando tu madurez y libertad de conciencia y tu exquisita caridad, nos propones estos dos principios rectores: “hacer todo para la Gloria de Dios” y no buscar el propio interés sino el del prójimo “para que se salve”. La glorificación de Dios y la salvación del prójimo son los principios fundamentales de la caridad. Caridad con Dios adorándolo y dándole culto, configurándose a su Voluntad. Caridad hacia los hermanos favoreciendo su salvación eterna. Tan simple, tan puro, tan libre y tan maduro es el camino del cristiano. Así sea en nosotros hoy y en el futuro también como lo ha sido antaño en el testimonio de la muchedumbre incontable de los santos. Amén.


DIALOGO VIVO CON SAN PABLO 54

 



LA MESA DEL SEÑOR 

VERSUS LA MESA DE LOS DEMONIOS

 


Apóstol San Pablo, siempre íntegro en la fe… ¡cúanta contundencia en tus planteos!

 

La copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?  Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan.”  1 Cor 10,16-17

 

La Eucaristía, sacramento memorial de la Pascua de Cristo, ofrece, posibilita y realiza la comunión con Dios y la comunión fraterna. Notemos simplemente como esta comunión se opera mediante el sacrificio. La bendición que hacemos sobre la copa con el vino, como toda bendición implora que se derramen los dones divinos, y esto en continuidad con la Sangre derramada en la Cruz por Cristo, inmolación y efusión que es fuente de toda bendición. El pan que partimos no es sino la acción litúrgica que evoca y actualiza el Cuerpo del Señor traspasado y abierto que quiere recibirnos entregándose a nosotros sin reserva.

La Cruz que pende sobre los presbiterios de tantos templos y descansa en el centro de sus altares es la continua exhortación a concentrarnos en el centro y fundamento del Misterio de la Salvación que se celebra en cada Eucaristía. La Eucaristía es el sacramento de la Pascua del Señor, nuestro Redentor y Salvador.

Tras la epíclesis con la cual se invoca al Espíritu Santo con la imposición de manos sobre las ofrendas de pan y vino y luego de realizar el sacerdote los gestos y pronunciar las mismísimas palabras del Señor en la última cena, todo ha cambiado y ha escalado de nivel superlativamente: Dios está presente, real y substancialmente bajo estas especies. Por eso se proclama: “Este es el Misterio o Sacramento de la Fe”. O también puede proponerse:   “Este es el Misterio de la Fe, Cristo nos redimió” y “Este es el Misterio de la fe, Cristo se entregó por nosotros”. A lo cual se responde en ese mismo orden: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven Señor Jesús!”, o: “Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas”, y finalmente: “Salvador del mundo, sálvanos, que nos has liberado por tu cruz y resurrección”.

Pronto llegará, previo al rito de comunión, el gesto de la fracción del pan acompañado por la aclamación: “Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros y danos la paz”. ¿Qué duda pues queda que estamos participando de un sacrificio de comunión y que vamos a consumir la Víctima ofrecida en rescate nuestro? Sin embargo es posible que nuestra percepción de lo que celebramos no sea tan aguda como es de esperar.

Lo que San Pablo intenta hace dos mil años es evitar el peligro de celebrar el sacramento sin conciencia de su sacralidad, transformándolo quizás en una comida más al estilo de lo cotidiano. (Ya veremos próximamente como este peligro se había concretado en unas celebraciones eucarísticas confusas y con excesos más semejantes a comilonas mundanas.) Si ese pan y esa copa de vino no remiten por la fe al Cuerpo y la Sangre, al Cordero Pascual… ¿qué estamos haciendo y ante quién?

Algunos me dirán hoy que sobre muchos o pocos presbiterios y altares ya no hay Cruz. Otros me dirán que todo se ha reducido a una comida fraternal, a un estar festivamente juntos. Ciertamente observo que demasiado frecuentemente nuestras Eucaristías contemporáneas han puesto en su centro la dimensión horizontal del encuentro comunitario y han debilitado el ejercicio de levantar la mirada a lo alto, hacia la Cruz elevada donde Cristo atrae a todos hacia sí y desde la cual derrama bendición y crea comunión. Lo enuncio sin poder profundizar el tema: ha entrado en crisis el valor del Sacrificio. No queremos mirar el Sacrificio del Cordero de Dios o solo hacerlo los que se animen el Viernes Santo. Menos deseamos darnos cuenta que nos está invitando a unirnos a Él en sacrificio de amor entregando nuestra propia vida. Entonces: ¿qué celebramos en nuestras Eucaristías? y ¿cuál es nuestra fe sobre la Pascua?

 

Fíjense en el Israel según la carne. Los que comen de las víctimas ¿no están acaso en comunión con el altar? ¿Qué digo, pues? ¿Que lo inmolado a los ídolos es algo? O ¿que los ídolos son algo? Pero si lo que inmolan los gentiles, ¡lo inmolan a los demonios y no a Dios! Y yo no quiero que entren en comunión con los demonios. No pueden beber de la copa del Señor y de la copa de los demonios. No pueden participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios. ¿O es que queremos provocar los celos del Señor? ¿Somos acaso más fuertes que él?” 1 Cor 10,18-22

 

Aventuro que es posible que no recuerdes este texto paulino y quizás nunca lo hayas escuchado. ¿Alguien te ha predicado sobre él? Es verdad que son expresiones tan complejas como osadas. ¿Cómo se ofrece sacrificio a los demonios y cómo se entra en comunión con ellos? El apóstol está señalando a la participación en los cultos idolátricos, a la adoración de las falsas divinidades paganas y a los ritos engañosos de las religiones que no adhieren al Único Dios Verdadero. ¡Tremendo rechazo experimentaría hoy San Pablo frente a la actual moda de un diálogo interreligioso más cercano al sincretismo relativista!

Si quieren podríamos extender el argumento así: ¿podemos celebrar a la vez la Eucaristía y vivir en comunión con ese mundo que se entrega a la seducción del Príncipe de las tinieblas? ¿No puede sucedernos que intentemos participar al mismo tiempo de dos mesas que se excluyen? ¿Ofrecemos sacrificios en el altar del Dios Trinitario o en el altar del dios del mundo o hasta quizás en ambos?

Cuando hablamos tanto pero tanto de Cristo y el Anti-Cristo y de horizontes apocalípticos (tema al que nuestro tiempo se acerca con morbo estrafalario), no nos percatamos que podríamos también entonces hablar de Eucaristía y Anti-Eucaristía, de culto Divino o culto demoníaco, de Sacrificio o Anti-Sacrificio y de ofrenda de comunión y anti-ofrenda de ruptura. ¿Qué es sino el culto satanista y la llamada “misa negra”? Es la otra mesa, la anti-mesa de los demonios. Y no cabe duda de que corren días en los cuales resurgen vigorosos los hechiceros, las brujas y una caterva de esbirros oscuros. Crece en el orbe la fascinación esotérica al mismo tiempo que nuestras Eucaristías cristianas aparecen frágiles, superficiales y poco concurridas.

¿Cómo interpretar esta realidad, con qué clave? La tradición bíblica sapiencial nos advertiría de los dos caminos por delante; la tradición joánica nos presentaría dicotomías como Luz-tinieblas o Vida-muerte y San Ignacio de Loyola nos predicaría sobre las dos banderas. Que se retomen los antiguos cultos paganos y se abandone el culto al Único Dios, ¿quizás no está indicando que no pocos cristianos transitan una doble vida, intentando participar a la vez de una doble mesa? No será quizás una real participación en cultos demoníacos, pero hay tantas veladas y engañosas formas de sacrificar la vida en los altares del mundo y consumir la falsa anti-comunión que ofrece el Adversario.

Me sigo pues con urgencia y caritativa inquietud preguntando: ¿qué fe estaremos expresando y ante quien estaremos celebrando verdaderamente hoy  nuestras tibias y deslucidas Eucaristías? ¡Volvamos a religarlas al sacrificio de Cristo!


 

DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 53

 



EXHORTACIÓN A PERSEVERAR HASTA LA META

 

Estimado padre y hermano, augusto San Pablo, atleta de Dios, ¡que bien nos hace tu exhortación fuerte y cruda para que no abandonemos la carrera iniciada hacia Cristo!

 

“¿No saben que en las carreras del estadio todos corren, mas uno solo recibe el premio? ¡Corran de manera que lo consigan! Los atletas se privan de todo; y eso ¡por una corona corruptible!; nosotros, en cambio, por una incorruptible. Así pues, yo corro, no como a la ventura; y ejerzo el pugilato, no como dando golpes en el vacío, sino que golpeo mi cuerpo y lo esclavizo; no sea que, habiendo proclamado a los demás, resulte yo mismo descalificado.” 1 Cor 9,24-27

 

“Corran de manera que consigan el premio.” ¿Y cuál es el premio, me preguntas? Lo sabes bien: Jesucristo es nuestro premio, la comunión plena e inextinguible con Él y con su Padre en el Espíritu Santo, la Vida Eterna que es participación consumada en la Gloria de Dios.

A veces pienso que aquella primera generación cristiana experimentaba a un tiempo la potente y asombrosa novedad del Evangelio como el peligro real que los amenazaba –de corriente agazapado e inminente-, el alto riesgo que significaba seguir a Cristo. El contexto no permitía tibiezas y todo discípulo rápidamente era formado en la espiritualidad martirial y en el anhelo escatológico.

Podríamos discutir si ese contexto adverso no se ha estado reproduciendo en nuestros días con creciente evidencia. Probablemente la diferencia que hallemos es que no son tantos los cristianos que aspiran a un premio en el horizonte escatológico, sino que más bien están cooptados por la efímera temporalidad, viviendo cabisbajos, embotados en la escena de este mundo que pasa. La cultura del bienestar y el confort accesibles por consumo y la ilusión de los paraísos terrenales tampoco ayudan evidentemente, por lo contrario desestimulan el desarrollo de la dimensión ascética. ¿Han dejado un importante número de cristianos de correr la carrera?, ¿ya no hay una meta ardua por alcanzar enfrente?, ¿solo existe también para ellos cuanto se ofrece disponible en el mundo?

El Apóstol a sus contemporáneos les daba el ejemplo del atleta y del púgil, quienes se entrenan disciplinadamente y someten a un duro adiestramiento su cuerpo. Sabedores de la corona a la que aspiran no corren como si nada a lo tonto sino que buscan ganar, no dan golpes en el aire sin más sino que intentan ser certeros para salir victoriosos. Y San Pablo habla de sí mismo para que vean sus discípulos al maestro y padre que los engendró en la fe dar ejemplo de perseverancia.

Ya no quisiera abundar y repetirme en el olvido casi absoluto que la Iglesia de nuestro tiempo ha hecho de la dimensión ascética y de las prácticas penitenciales. ¿Así desentrenados y en mala forma queremos correr la carrera y pelear el combate? Sería realmente absurdo.

 

“No quiero que ignoren, hermanos, que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube y todos atravesaron el mar; y todos fueron bautizados en Moisés, por la nube y el mar; y todos comieron el mismo alimento espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que les seguía; y la roca era Cristo. Pero la mayoría de ellos no fueron del agrado de Dios, pues sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto. Estas cosas sucedieron en figura para nosotros para que no codiciemos lo malo como ellos lo codiciaron.” 1 Cor 10,1-6

 

¡Cuánto realismo pastoral y educativo! Yo al menos escucho en el transfondo al Señor Jesús anunciando: “muchos son los llamados pero pocos los elegidos” y “el camino es angosto, la puerta estrecha”. ¿No te gusta que te lo recuerde? Mi querido hermano, tú como yo al ponernos a intentar vivir el Evangelio –más temprano que tarde- hemos descubierto que es tan alto, grande y luminoso que parece fuera de nuestro alcance y no en pocas propuestas. Sin el auxilio de la Gracia y sin un fiel y permanente ejercicio de conversión y purificación simplemente no podremos sostener la vida cristiana. No debemos engañarnos más ni permitir que nos engañen. La carrera es larga y el combate es rudo, y después de incontables pero parciales triunfos en un solo momento podemos perderlo todo.

Me doy licencia para recrear el pasaje paulino. Egipto es la esclavitud del pecado de la que hemos sido rescatados por el Bautismo. La peregrinación por el desierto es esta vida terrena, histórica y finita. La tierra prometida es el Cielo. Pues entonces podría resonar así:

“No quiero que ignoren, hermanos, que también otros cristianos estuvieron todos bajo la voz de Dios en su Palabra y cruzaron el puente de la conversión; y todos fueron bautizados en Cristo, por el Espíritu Santo y el agua; y todos comieron el mismo alimento espiritual, el Cuerpo del Señor; y todos bebieron la misma bebida espiritual, la Sangre del Señor. Pero aún así quizás no todos fueron del agrado de Dios, pues algunos de sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto de este mundo ya que sus almas retornaron a las cadenas del pecado.”

Estoy seguro –así lo demuestran las fuentes- que muchos santos han predicado con este estilo sus sermones. Tristemente hoy se oye poco tan incómoda pero caritativa exhortación entre nosotros.

 

“No se hagan idólatras al igual de algunos de ellos, como dice la Escritura: «Sentóse el pueblo a comer y a beber y se levantó a divertirse.»  Ni forniquemos como algunos de ellos fornicaron y cayeron muertos 23.000 en un solo día. Ni tentemos al Señor como algunos de ellos le tentaron y perecieron víctimas de las serpientes. Ni murmuren como algunos de ellos murmuraron y perecieron bajo el Exterminador. Todo esto les acontecía en figura, y fue escrito para aviso de los que hemos llegado a la plenitud de los tiempos. Así pues, el que crea estar en pie, mire no caiga. No han sufrido tentación superior a la medida humana. Y fiel es Dios que no permitirá sean tentados sobre sus fuerzas. Antes bien, con la tentación les dará modo de poderla resistir con éxito. Por eso, queridos, huyan de la idolatría.  Les hablo como a prudentes. Juzguen ustedes lo que digo.” 1 Cor 10,7-14

 

La actitud de la Iglesia que peregrina a inicios del siglo XXI quizás podría describirse con esta simpática pero aterrorizadora frase: “están bailando, bebiendo y festejando en la cubierta del Titanic”. ¿Será una exageración? Lo que antes era pecado ahora parece convalidarse bajo pretexto de compasión. La salvación se ofrece automática e inclusiva sin necesidad alguna de conversión, sin un proceso intenso de purificación y crecimiento. Ya no son necesarias por tanto las medicinas penitenciales, los sacramentos son relativos y han sido sobrestimados, la Sagrada Escritura puede reescribirse en traducciones más ajustadas al espíritu de la época y el cultivo del trato con Dios por la oración resulta una pérdida del valioso tiempo que debemos dedicar a los avatares del mundo. Prefiero equivocarme por exagerado pero igual que San Pablo no quisiera que Dios me regañara por no haber dado la voz de alarma, ya que me ha puesto en el atalaya –al decir del profeta Ezequiel-. No sea que sea cierto que algún cristiano corra desmotivado sin querer llegar a la meta o se encuentre dando golpes y golpes al puro aire. Dios no lo permita. Mejor dicho, nosotros no lo permitamos.

 

PRIMER LIBRO GRATUITO


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DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 52

 




FUNDAMENTACIÓN Y DEFENSA 

DE SU MINISTERIO APOSTÓLICO (II)

 

Continuemos, querido San Pablo, con la defensa del ministerio que te ha sido encomendado.

 

“Mas yo, de ninguno de esos derechos he hecho uso. Y no escribo esto para que se haga así conmigo. ¡Antes morir que...! Mi timbre de gloria ¡nadie lo eliminará! Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio! Si lo hiciera por propia iniciativa, ciertamente tendría derecho a una recompensa. Mas si lo hago forzado, es una misión que se me ha confiado. Ahora bien, ¿cuál es mi recompensa? Predicar el Evangelio entregándolo gratuitamente, renunciando al derecho que me confiere el Evangelio.” 1 Cor 9,15-18

 

“Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!” ¿A quién de nosotros no se nos ha presentado esta famosa sentencia, ya para argumentar la misión evangelizadora de la Iglesia ya para invitarnos a vivir el carácter propio del bautismo madurado en la confirmación?

De hecho el Apóstol presenta esta urgente necesidad que se le impone y este deber que tan íntimamente le incumbe como la corona que detenta celosamente: “Mi timbre de gloria ¡nadie lo eliminará!” Y su testimonio personal asume un lenguaje extremo: “Mas si lo hago forzado, es una misión que se me ha confiado.” Se trata de estar como forzado por una conciencia imperiosa de su llamado y por un santo apasionamiento que da cuenta de la llama divina que le inflama en Gracia y a la cual se entrega fielmente sin reservas.

Permítanme los lectores que trace un paralelo con el profeta Jeremías, quien en otro contexto, en un momento de crisis vocacional, lleno de angustia y frustración a causa de las numerosas contradicciones y sufrimientos que le ha traído su ministerio, también puede experimentar esta quemazón abrasadora: “Yo decía: «No volveré a recordarlo, ni hablaré más en su Nombre.» Pero había en mi corazón algo así como fuego ardiente, prendido en mis huesos, y aunque yo trabajaba por ahogarlo, no podía.” Jer 20,9

San Pablo nos deja sintetizada esta pasión vehemente que se encuentra en el centro de su identidad apostólica con la maravillosa fórmula: “Predicar el Evangelio entregándolo gratuitamente”.

¡Pidamos pues al Señor, roguemos insistentemente que encienda en toda la Iglesia y en nosotros mismos este fuego para que arda inextinguible! ¿O acaso no es esto Pentecostés: una efusión imparable y potente del Espíritu Santo en su Iglesia para desatar en el mundo una quemazón misionera y una pasión evangelizadora que llegue a todos? ¿Y hasta que extremos del amor nos empujará?

 

“Efectivamente, siendo libre de todos, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más que pueda. Con los judíos me he hecho judío para ganar a los judíos; con los que están bajo la Ley, como quien está bajo la Ley - aun sin estarlo - para ganar a los que están bajo ella. Con los que están sin ley, como quien está sin ley para ganar a los que están sin ley, no estando yo sin ley de Dios sino bajo la ley de Cristo. Me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles. Me he hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos.  Y todo esto lo hago por el Evangelio para ser partícipe del mismo.” 1 Cor 9,19-23

 

A veces me han llegado interpretaciones de este pasaje que enfatizan reductiva y superficialmente la “versatilidad pastoral”, como si lo importante fuese saber adaptarse para dialogar con el mundo, lograr ser flexible para impostarse según los cánones de la cultura vigente y el espíritu de una época. Incluso tal vez haciendo que el mismo Evangelio de Dios se rinda a las más extrañas contorsiones. Sin embargo es del todo evidente que la llave de esta perícopa la hallamos en el repetido verbo “ganar”. San Pablo hace todo cuanto hace para “ganarlos para el Evangelio”. Afirma: “para ganar a los que más pueda”. Y en osada expresión: “Me he hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos.” Ganarlos para salvarlos y salvarlos a toda costa. Se acerca a todos con gran disponibilidad a compartir su situación para sacarlos de esa situación y acercarlos al Evangelio de la Salvación en Cristo.

No tengo dudas que la Iglesia peregrina de comienzos del siglo XXI debe sacudirse pronto los límites que ciertas ideologías mundanas han querido imponerle. Anunciar el Evangelio nunca es una discriminación excluyente ni un discurso de odio, tampoco debe avergonzarse ni pedir timorata permisos porque tan solo esta amando y amando según Dios que es el Amor. Si el Evangelio de Jesucristo señala pecados no es una agresión sino un colirio y un cauterio. Si el Evangelio pide conversión no es una demanda autoritaria que no comprende mi situación sino una invitación a la sanación y a encontrar el verdadero rumbo. Debemos recordarnos que no hay mayor Caridad que la Iglesia pueda hacerle a la humanidad que proponerle aceptar y adherirse al Señor Jesucristo, Camino, Verdad y Vida. Profesar la fe en Jesucristo como el único Salvador del mundo, pues no hay otro Nombre que nos haya sido dado, no es fanatismo sino simplemente amor.

Creo que San Pablo en el fondo nos dice algo así: ¿Amas a tu hermano? ¿Amas a la humanidad según Dios la ama? Pues entonces intentas, por todos los medios que sean santos, ganarlos para el Evangelio.

 

DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 51



FUNDAMENTACIÓN Y DEFENSA 

DE SU MINISTERIO APOSTÓLICO (I)

 

Admirado Apóstol, ¿qué te han escrito?, ¿a qué se debe tu respuesta? Sin duda te enfrentas a tus detractores que se niegan a reconocer tu ministerio apostólico o que no comprenden el modo en el cual lo ejerces.

 

“¿No soy yo libre? ¿No soy yo apóstol? ¿Acaso no he visto yo a Jesús, Señor nuestro? ¿No son ustedes mi obra en el Señor? Si para otros no soy yo apóstol, para ustedes sí que lo soy; pues ¡ustedes son el sello de mi apostolado en el Señor! He aquí mi defensa contra mis acusadores.” 1 Cor 9,1-3

 

Tus preguntas iniciales, de carácter retórico, intentan ganar a los oyentes en tu favor. Insinúas las respuestas: soy libre, soy apóstol, he visto al Señor Resucitado y ustedes son el fruto de mi predicación apostólica y mi servicio misionero. Si yo, Pablo, no hubiese llegado a ustedes hoy no habría quizás Iglesia en Corinto.

Pero además parece que quienes no te reconocen te acusan de usufructuar indebidamente del ministerio.

 

“¿Por ventura no tenemos derecho a comer y beber? ¿No tenemos derecho a llevar con nosotros una mujer cristiana, como los demás apóstoles y los hermanos del Señor y Cefas? ¿Acaso únicamente Bernabé y yo estamos privados del derecho de no trabajar?” 1 Cor 9,4-6

 

Ahora entonces debes defender que tienes derecho al sustento por el servicio sin reservas al anuncio del Evangelio y a la formación y desarrollo de las comunidades cristianas.

 

“¿Quién ha militado alguna vez a costa propia? ¿Quién planta una viña y no come de sus frutos? ¿Quién apacienta un rebaño y no se alimenta de la leche del rebaño? ¿Hablo acaso al modo humano o no lo dice también la Ley? Porque está escrito en la Ley de Moisés: «No pondrás bozal al buey que trilla.» ¿Es que se preocupa Dios de los bueyes? O bien, ¿no lo dice expresamente por nosotros? Por nosotros ciertamente se escribió, pues el que ara, en esperanza debe arar; y el que trilla, con la esperanza de recibir su parte. Si en ustedes hemos sembrado bienes espirituales, ¡qué mucho que recojamos de ustedes bienes materiales! Si otros tienen estos derechos ustedes, ¿no los tenemos más nosotros? Sin embargo, nunca hemos hecho uso de estos derechos. Al contrario, todo lo soportamos para no crear obstáculo alguno al Evangelio de Cristo.” 1 Cor 9,7-12

 

Es interesante que al tiempo que reclamas tu derecho a ser auxiliado en tus necesidades por la comunidad para poder dedicarte enteramente a la propagación y consolidación de la fe en Cristo, como en la Iglesia se hace con el resto de los que son reconocidos como Apóstoles del Señor, también das testimonio que has renunciado libremente muchas veces a esta prerrogativa para que se vea con mayor transparencia la gratuidad con la que anuncias el Evangelio.

Debo decir, sin embargo, que en otras comunidades cristianas agradeces y hasta solicitas su ayuda. ¿Por qué aquí en Corinto recibir auxilios materiales puede ser un obstáculo a la labor apostólica? Aventuro mi interpretación: se trata de una ciudad verdaderamente populosa e importante, rica en recursos y plaza apetecible para todo predicador ambulante, ya de otras religiones, ya de diversas escuelas filosóficas. Debían ser numerosos quienes ofrecían doctrinas a cambio de remuneración. Como debía ser habitual acomodar el mensaje al gusto del cliente, por así decirlo, para obtener la mejor paga. Y tú no quieres que disminuya tu credibilidad ni que tu empeño sea asociado al afán de lucro, pues de percibirse así tu ministerio terminaría resultando un obstáculo para que por la fe puedan adherir a la Verdad de Cristo que no cambia, que permanece y que es tan plena como definitiva.

 

¿No saben que los ministros del templo viven del templo? ¿Que los que sirven al altar, del altar participan? Del mismo modo, también el Señor ha ordenado que los que predican el Evangelio vivan del Evangelio.”  1 Cor 9,13-14

 

Creo oportuno recordar que el sostenimiento del culto y de los ministros  se trata de uno de los preceptos de la Iglesia. Leemos en el Código de Derecho Canónico:

 

Canon 222 §1. Los fieles cristianos están obligados a ayudar a las necesidades de la Iglesia, a fin de que ésta disponga de lo necesario para el culto divino, para las obras de apostolado y de caridad, y para el decoroso sustento de los ministros.

 

Canon 281 § 1. Los clérigos dedicados al ministerio eclesiástico merecen una retribución conveniente a su condición, teniendo en cuenta tanto la naturaleza del oficio que desempeñan como las circunstancias del lugar y tiempo, de manera que puedan proveer a sus propias necesidades y a la justa remuneración de aquellas personas cuyo servicio necesitan.

 

 § 2.  Se ha de cuidar igualmente de que gocen de asistencia social, mediante la que se provea adecuadamente a sus necesidades en caso de enfermedad, invalidez o vejez.

 

Obviamente también se exhortará a los ministros a llevar un estilo de vida acorde a un decoroso sustento, evitando cualquier vanidad u opulencia y entregando cuanto exceda lo necesario y haya recibido de la Providencia, al servicio de la Iglesia y al auxilio de los pobres como cualquier otro cristiano.

Me permito una digresión o ampliación del alcance del tema. Sin duda es un tópico pendiente y difícil de tratar el de la evangelización de los bienes, pues del Señor los recibimos y a su servicio los dedicamos. La mayor parte de los cristianos católicos no aceptarían la imposición del diezmo como lo hacen otras confesiones cristianas, aduciendo que se trata de una doctrina bíblica. Las colectas y limosnas en la Santa Misa y por intenciones de difuntos y otras suelen ser exiguas. Hay conciencia de que el clérigo debe vivir austeramente y no poseer demasiados bienes personales. Así se lo exige y es fuente de escándalo quien no se ajusta. Pero no hay tanta conciencia de que el laico, aunque reciba sus ingresos por un trabajo remunerado o por emprendimientos económicos personales, no queda exento de vivir de un modo mesurado, sin vanidades ni opulencias, y abierto a ser generoso con la Iglesia y con los pobres.

¿Qué es verdaderamente necesario para el sustento? ¿Qué exceso puede ser escandaloso? ¿Cuál es mi criterio de austeridad y sobriedad de vida? ¿Qué placeres y comodidades lícitamente me permito? ¿Cuánto dedico a la limosna? Estos interrogantes y otros quizás debieran estar más presentes en la conciencia de todos nosotros, clérigos y laicos.

 

EVANGELIO DE FUEGO 21 de Octubre de 2025