Manantial de Contemplación Pbro. Silvio Dante Pereira Carro
Escritos espirituales y florecillas de oración personal. Contemplaciones teologales tanto bíblicas como sobre la actualidad eclesial.
DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 56
SEAMOS
IMITADORES DE CRISTO
“Sean
mis imitadores, como lo soy de Cristo. Les alabo porque en todas las cosas se
acuerdan de mí y conservan las tradiciones tal como se las he
transmitido.” 1 Cor 11,1-2
Querido
San Pablo, estas breves expresiones tuyas bastan para quedarnos detenidos aquí,
oteando en su profundidad. ¿Sabes?, me resulta bastante habitual expresar
–sobre todo en el contexto de las celebraciones bautismales-, algo así: “Lo que
significa ser cristiano se define simplemente pero se lleva a cabo durante toda
una vida. Ser cristiano es pensar como el Señor Jesús, sentir como Él, decidir
y actuar siempre en Cristo, permanecer unidos a su mente y a su corazón”. O tal
vez esto otro: “El Espíritu Santo desde ahora, comenzando a inhabitar la
Santísima Trinidad el alma, no dejará de sugerirnos desde lo más interior de
nosotros siempre lo mismo de maneras diversas. ¿Qué nos insinuará de continuo? “Aseméjate
a Jesús, configúrate a tu Esposo”.
Uno
de los libros más famosos de la espiritualidad cristiana, conocido vulgarmente
como “el Kempis”, se intitula justamente: “La imitación de Cristo”. Recuerdo
algunas pocas clases de teatro que tomé en la adolescencia y aquellos “juegos
de espejo”, cuando uno parado delante del otro, en silencio como mimos,
debíamos reproducir exactamente los movimientos del compañero como un fiel
reflejo suyo. Así en el medioevo era frecuente el tema espiritual del espejo.
“Mírate en el Espejo”, le recomienda Santa Clara a la Beata Inés de Praga. Ese
Espejo era Jesucristo, y en ese Espejo debía contemplar su bienaventurada Encarnación,
ministerio público y Pascua redentora. ¿Para qué? Pues para reproducir en ella -arreglandose,
retocándose y adornándose con la Gracia y las virtudes-, la semejanza de su
Imagen.
¡Cuánta
consolación habrán experimentado tus hijos en la fe como nosotros hoy, al
hallar verdaderos imitadores de Cristo! Realmente es una gran bendición hallar
hermanos para admirar y de los cuales aprender cómo asemejarnos al Señor. Una
incontable muchedumbre de santos atestiguan a la Iglesia que es posible por la
Gracia identificarse con Cristo y ser uno con Él.
Pero
además introduces otro tema que en nuestros días está tan olvidado y a la vez
tan vigente: la Tradición. Hay que conservar las tradiciones recibidas que se
nos han transmitido fielmente. Pero: ¿qué es la Tradición?, ¿de dónde viene? y
¿cuánta es su importancia? Remitámonos nuevamente al Catecismo de la Iglesia
Católica, por ser untexto simple, tan sintético y erudito como testigo de
doctrina segura. De hecho para esta temática su gran referencia será la
Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación del Concilio Vaticano II,
llamada Dei Verbum.
Catecismo
Nº 75 "Cristo nuestro Señor,
plenitud de la revelación, mandó a los apóstoles predicar a todos los hombres
el Evangelio como fuente de toda verdad salvadora y de toda norma de conducta,
comunicándoles así los bienes divinos: el Evangelio prometido por los profetas,
que El mismo cumplió y promulgó con su voz". (Dei Verbum 7)
Catecismo
Nº 76 La transmisión del Evangelio,
según el mandato del Señor, se hizo de dos maneras: oralmente: "los apóstoles, con su
predicación, sus ejemplos, sus instituciones, transmitieron de palabra lo que
habían aprendido de las obras y palabras de Cristo y lo que el Espíritu Santo
les enseñó"; por escrito: "los mismos apóstoles y otros de su
generación pusieron por escrito el mensaje de la salvación inspirados por el
Espíritu Santo". (Dei Verbum 7)
¿Por
qué en la Iglesia hay Tradición y hay transmisión? Pues por fidelidad a Cristo
y a la Revelación que hemos recibido en Él, Hijo del Padre, quien es propiamente
la Palabra de Dios para los hombres. Y de esta única fuente, Jesucristo, brotan
como dos canales.
Por
un lado, lo que los Apóstoles bajo la guía del Espíritu Santo –en este caso San
Pablo- han transmitido oralmente con su predicación a la Iglesia fundando comunidades.
Esta predicación consta de palabras pero también de gestos, ejemplos e
instituciones. ¿Qué han transmitido los Apóstoles? Pues todo lo recibido de
Cristo para nuestra salvación.
Por
otro, bajo la inspiración del Espíritu Santo, los mismos Apóstoles y otros
elegidos por Dios de aquellas primeras generaciones han puesto por escrito esta
Tradición.
Catecismo
Nº 77 "Para que este Evangelio se
conservara siempre vivo y entero en la Iglesia, los apóstoles nombraron como
sucesores a los obispos, "dejándoles su cargo en el magisterio". En
efecto, "la predicación apostólica, expresada de un modo especial en los
libros sagrados, se ha de conservar por transmisión continua hasta el fin de
los tiempos". (Dei Verbum 8)
Ya
vimos que San Pablo se alegra porque los de Corinto se acuerdan de él y conservan las tradiciones que les ha transmitido. Para que la Tradición se
conserve pues debe transmitirse ininterrumpidamente de forma íntegra y Dios ha
dispuesto que se realice en la Iglesia mediante la sucesión apostólica, es
decir, un continuo encadenamiento de sucesores de los Apóstoles, los Obispos.
Catecismo
Nº 78 Esta transmisión viva, llevada a
cabo en el Espíritu Santo, es llamada la Tradición en cuanto distinta de la
Sagrada Escritura, aunque estrechamente ligada a ella. Por ella, "la
Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las
edades lo que es y lo que cree". "Las palabras de los Santos Padres
atestiguan la presencia viva de esta Tradición, cuyas riquezas van pasando a la
práctica y a la vida de la Iglesia que cree y ora". (Dei Verbum 8)
Junto
a las Sagradas Escrituras, la Sagrada Tradición es esa corriente viva, animada
y sostenida por el Espíritu Santo, que iniciada con los Apóstoles permanece
llegando a las nuevas generaciones cristianas por medio de sus sucesores,
quienes como aquellos atestiguan lo que la Iglesia es y cree.
Catecismo
Nº 79 Así, la comunicación que el Padre
ha hecho de sí mismo por su Verbo en el Espíritu Santo sigue presente y activa
en la Iglesia: "Dios, que habló en otros tiempos, sigue conversando
siempre con la Esposa de su Hijo amado; así el Espíritu Santo, por quien la voz
viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo entero, va
introduciendo a los creyentes en la verdad plena y hace que habite en ellos
intensamente la palabra de Cristo". (Dei Verbum 8)
Ahora
bien, ¿cómo se realiza ordinariamente en la Iglesia la relación entre Tradición
y Escritura?
Catecismo
Nº 80 La Tradición y la Sagrada Escritura "están íntimamente unidas y
compenetradas. Porque surgiendo ambas de la misma fuente, se funden en cierto
modo y tienden a un mismo fin". (Dei Verbum 9) Una y otra hacen presente y
fecundo en la Iglesia el misterio de Cristo que ha prometido estar con los
suyos "para siempre hasta el fin del mundo" (Mt 28,20).
Catecismo
Nº 81 "La Sagrada Escritura es la
palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del Espíritu
Santo". "La Tradición recibe
la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los apóstoles,
y la transmite íntegra a los sucesores; para que ellos, iluminados por el
Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su
predicación". (Dei Verbum 9)
Catecismo
Nº 82 De ahí resulta que la Iglesia, a
la cual está confiada la transmisión y la interpretación de la Revelación,
"no saca exclusivamente de la Escritura la certeza de todo lo revelado. Y
así se han de recibir y respetar con el mismo espíritu de devoción". (Dei
Verbum 9)
Deberíamos
estar alegres pues de modo tan abundante sigue llegando a nosotros la Palabra
de Cristo. Los católicos, además de escucharla en la Sagrada Escritura,
confesamos también que la escuchamos en la vigente predicación de los Apóstoles
que siguen dando testimonio de lo recibido del Señor a través de sus
ininterrumpidos sucesores.
Pero
quise abordar este tema a veces difícil para algunos, pues la Sagrada Escritura
se les aparece como más concreta y la Sagrada Tradición como más intangible,
porque hay un ambiente polémico hoy sobre el “tradicionalismo” en la Iglesia.
¿De qué se trata? Como diría un profesor habría que distinguir “Tradición” con mayúscula
de “tradiciones” con minúscula. ¿Qué se debe conservar en la Iglesia y transmitir
fielmente? ¿Todo entonces ya está fijo y nada se puede cambiar o hay aspectos
adaptables en el correr de los tiempos? Una rápida mirada a la historia de la
Iglesia nos dice que hay continuidad en la identidad pero también adaptación en
las formas.
Catecismo
Nº 83 La Tradición de que hablamos aquí
es la que viene de los apóstoles y transmite lo que éstos recibieron de las
enseñanzas y del ejemplo de Jesús y lo que aprendieron por el Espíritu Santo.
En efecto, la primera generación de cristianos no tenía aún un Nuevo Testamento
escrito, y el Nuevo Testamento mismo atestigua el proceso de la Tradición viva.
Es
preciso distinguir de ella las "tradiciones" teológicas,
disciplinares, litúrgicas o devocionales nacidas en el transcurso del tiempo en
las Iglesias locales. Estas constituyen formas particulares en las que la gran
Tradición recibe expresiones adaptadas a los diversos lugares y a las diversas
épocas. Sólo a la luz de la gran Tradición aquéllas pueden ser mantenidas,
modificadas o también abandonadas bajo la guía del Magisterio de la Iglesia.
Es
decir, el gran error suele ser concebir a la Tradición como un artefacto arqueológico
que pasa de mano en mano inalterado, no solo en su contenido sino también en su
expresión o forma cultural. Si fuese así, la multiplicidad de ritos litúrgicos
o las sucesivas codificaciones disciplinares, deberían interpretarse como una
grave infidelidad. La historia de la Iglesia sería entonces una historia de
traición constante. Pues por ejemplo más
discutido y manifiesto tenemos la Santa Misa. No celebramos ni en el siglo VI
ni en el XVII ni en el XXI exactamente igual que en el siglo I; incluso ni
siquiera podríamos reproducir rigurosamente en todos sus detalles aquellas primeras
Eucaristías apostólicas salvo por algunos elementos que se nos han atestiguado.
¿Por ello diremos que la Eucaristía ha cambiado y ya no es la misma? Es la
misma Eucaristía que el Señor nos ha mandado perpetuar en memoria suya en la Última
Cena y no por ello debemos celebrarla solo en Jerusalén y hacerlo en el mismo
domicilio con los mismos almohadones e idéntica cantidad de concurrentes,
usando exclusivamente aquella copa. La Tradición es una corriente viva animada
y sostenida por el Espíritu Santo, en la cual se recibe y se transmite fielmente lo que Cristo nos ha comunicado. La
Tradición se expresa en tradiciones y esas tradiciones que la expresan son
discernidas y adaptadas bajo el cuidado solícito del Magisterio.
¿Es
importante la Tradición? Claro, es constitutiva de nuestra identidad. Pero
ciertamente hay que comprenderla rectamente.
DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 55
UN
CASO DE FINEZA DE CONCIENCIA POR LA CARIDAD
“«Todo
es lícito», mas no todo es conveniente. «Todo es lícito», mas no todo edifica. Que
nadie procure su propio interés, sino el de los demás. Coman todo lo que se vende
en el mercado sin plantearse cuestiones de conciencia; pues del Señor es la
tierra y todo cuanto contiene. Si un infiel los invita y ustedes aceptan, coman
todo lo que les presente sin plantearse cuestiones de conciencia. Mas si
alguien les dice: «Esto ha sido ofrecido en sacrificio», no lo comas, a causa
del que lo advirtió y por motivos de conciencia. No me refiero a tu conciencia,
sino a la del otro; pues ¿cómo va a ser juzgada la libertad de mi conciencia
por una conciencia ajena?” 1 Cor 10,23-29
Estimadísimo
San Pablo, creo que ya hemos abundado suficientemente en el tema de los
alimentos y los criterios para su ingesta. Me sorprende qué tanto te dedicas a
ello y sin duda es consecuencia de la efervescencia que la temática tenía entre
aquellos cristianos contemporáneos tuyos. Sin embargo quiero rescatar el
testimonio que nos ofreces de una conciencia libre, pura, simple y regida por
la caridad.
Retomando
la contra-argumentación ya conocida, al “todo es lícito” respondes con tu “no
todo es conveniente ni edifica”. Quisiera resaltar ahora este principio que
proviene de la intención de ejercitar una auténtica caridad fraterna: “Que
nadie procure su propio interés, sino el de los demás”. Aquí nos brindas una de
las claves principales para vivir el amor: el descentramiento. En términos
psicoanalíticos diríamos hoy que se trata de romper con el narcisismo. Cuando
modernamente hablamos de egocentrismo, afirmamos que ese yo personal se vuelve
sobre sí y se erige como centro del mundo y medida de valoración de todas las cosas.
Toda la realidad se percibe en función y a conveniencia o no de las necesidades
y apetencias del yo. Resulta pues evidente que si solo balanceo: “mis
necesidades”, “mis proyectos”, “mis problemas”, “mis heridas”, “mis deseos” y
la lista continúa… me ubico preponderantemente en una perspectiva unitaria que me
dificulta registrar la presencia de tantos otros “yo personales” con su propia
dinámica. Por eso la sabiduría popular proclama que “hay que saber salirse de
uno mismo para ponerse en los zapatos del otro”.
San
Pablo nos lo enseña en cristiano: procura orientarte primero a responder al
interés de los demás que al tuyo propio, anteponiendo el querer de tu hermano a
tu querer. ¡Esto es una violentísima revolución interior! Y sin duda un ir
contra la corriente de la mentalidad mundana. Es la conversión al amor divino,
a la Caridad. Lo diré sin rodeos: es el lenguaje de la Encarnación del Verbo
que despojándose, desciende para hacerse uno de tantos; lenguaje que es llevado
a su manifestación más lograda al ascender a la Cruz. El otro lenguaje, el de
volcarse encorvado retornando sobre sí mismo para autoproclamarse el centro de
todo, con la pretensión de que todos vivan en función del yo, no es sino el
idioma mezquino de un amor propio absolutizado, cuya fuente última sin duda es la insinuación
diabólica.
Luego,
retomando el problema de que lo comerciado para consumo en el mercado público
pudo haber sido ofrecido en cultos paganos, invitas a una conciencia que tenga
libertad, madurez en la libertad por la fe: como ya afirmaste, “los ídolos u
otros dioses no existen”, solo hay un solo Dios y Señor, Creador y Dueño de
cuanto es. Aquella oblación por tanto fue nula e inválida pues se hizo ante
nadie, no se configuró como acto sagrado, pues esas divinidades son “inventos
puramente humanos”.
Ahora
bien, como ya advertimos en tu enseñanza a los romanos y también a los
corintios, el desafío se presenta no con la propia conciencia sino con la de
los demás. Puede presentarse también con la conciencia propia de un cristiano,
si se trata de una conciencia poco formada, inmadura, frágil o escrupulosa por
demás. Pero a ti, querido Apóstol, te importa iluminar el caso en la relación
con los demás, discerniendo un oportuno ejercicio de la caridad.
Por
eso presentas el caso puntual de un no creyente que invita a un cristiano a una
comida. Pues entonces que el hermano actué con simplicidad y pureza de
conciencia, sin ponerse a investigar de donde provienen los alimentos y sin
plantear reticencias con una escrupulosidad que malogre el encuentro con el
anfitrión; ya que no solo introduciría la incomodidad sino que también podría
inducir a mala conciencia y error de juicio al infiel. Porque si sugiere el
cristiano que lo ofrecido a los ídolos paganos y comerciado en el mercado, no
puede comerse, le daría a entender al no creyente que en verdad existen otras
divinidades o lo expondría a una mala conciencia sobre su actuar que lo
llevaría a la culpa pero no a la libertad del amor. Dicho más fácil: el otro no
tenía ningún problema y el cristiano le siembra en su conciencia una
problemática que ni si quiera es correcta. En el fondo está centrándose en su
propia conciencia débil y faltando a la caridad con la conciencia del otro.
“Que coma todo lo que le presenten”.
Mas
como tu caridad es tan grande, San Pablo, apuntas a otra sutileza. Ahora el
caso es que quien ofrece los alimentos explícitamente asegura que ha sido sacrificado
a los ídolos. La perspectiva cambia. Si lo comes sin más, ¿que se infiere de
ello? El que te ha invitado podría pensar que tú también participas y adhieres
a aquellos cultos o que admites la existencia de aquellos dioses. Entonces
rechazarlos, en principio, te daría la oportunidad tanto de explicitar un testimonio
de tu fe en Cristo y acerca del único Dios verdadero como tu rechazo de las
falsas divinidades. Evidentemente quedará por delante cómo realizar esta
abstención con caridad y para edificar al infiel. Pero si sabiendo que eres
libre de comer porque los ídolos no existen descuidas el interés por la
conciencia de tu anfitrión que te lo ha advertido, ni te muestras humilde ni
ejerces la caridad con él.
¿Ven
cuánta fineza de conciencia por caridad? Sin embargo me temo que muchos
cristianos de hoy se sentirían desconcertados y embrollados, les parecería
compleja y difícil la resolución del caso presentado. ¿Es que la resolución es
compleja o que la caridad aún inmadura no puede percibir los matices de
delicadeza con el otro tan necesarios para amar?
“Si
yo tomo algo dando gracias, ¿por qué voy a ser reprendido por aquello mismo que
tomo dando gracias? Por tanto, ya coman,
ya beban o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para gloria de Dios. No den
escándalo ni a judíos ni a griegos ni a la Iglesia de Dios; lo mismo que yo,
que me esfuerzo por agradar a todos en todo, sin procurar mi propio interés,
sino el de la mayoría, para que se salven.” 1 Cor 1,30-33
Finalmente,
expresando tu madurez y libertad de conciencia y tu exquisita caridad, nos
propones estos dos principios rectores: “hacer todo para la Gloria de Dios” y
no buscar el propio interés sino el del prójimo “para que se salve”. La
glorificación de Dios y la salvación del prójimo son los principios
fundamentales de la caridad. Caridad con Dios adorándolo y dándole culto, configurándose
a su Voluntad. Caridad hacia los hermanos favoreciendo su salvación eterna. Tan
simple, tan puro, tan libre y tan maduro es el camino del cristiano. Así sea en
nosotros hoy y en el futuro también como lo ha sido antaño en el testimonio de
la muchedumbre incontable de los santos. Amén.
DIALOGO VIVO CON SAN PABLO 54
LA MESA DEL SEÑOR
VERSUS LA MESA DE LOS DEMONIOS
Apóstol
San Pablo, siempre íntegro en la fe… ¡cúanta contundencia en tus planteos!
“La
copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo?
Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un
solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan.” 1 Cor 10,16-17
La
Eucaristía, sacramento memorial de la Pascua de Cristo, ofrece, posibilita y realiza
la comunión con Dios y la comunión fraterna. Notemos simplemente como esta
comunión se opera mediante el sacrificio. La bendición que hacemos sobre la
copa con el vino, como toda bendición implora que se derramen los dones divinos,
y esto en continuidad con la Sangre derramada en la Cruz por Cristo, inmolación
y efusión que es fuente de toda bendición. El pan que partimos no es sino la
acción litúrgica que evoca y actualiza el Cuerpo del Señor traspasado y abierto
que quiere recibirnos entregándose a nosotros sin reserva.
La
Cruz que pende sobre los presbiterios de tantos templos y descansa en el centro
de sus altares es la continua exhortación a concentrarnos en el centro y
fundamento del Misterio de la Salvación que se celebra en cada Eucaristía. La
Eucaristía es el sacramento de la Pascua del Señor, nuestro Redentor y
Salvador.
Tras
la epíclesis con la cual se invoca al Espíritu Santo con la imposición de manos
sobre las ofrendas de pan y vino y luego de realizar el sacerdote los gestos y pronunciar
las mismísimas palabras del Señor en la última cena, todo ha cambiado y ha
escalado de nivel superlativamente: Dios está presente, real y substancialmente
bajo estas especies. Por eso se proclama: “Este es el Misterio o Sacramento de
la Fe”. O también puede proponerse: “Este es el Misterio de la Fe, Cristo nos
redimió” y “Este es el Misterio de la fe, Cristo se entregó por nosotros”. A lo
cual se responde en ese mismo orden: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección.
¡Ven Señor Jesús!”, o: “Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este
cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vuelvas”, y finalmente: “Salvador
del mundo, sálvanos, que nos has liberado por tu cruz y resurrección”.
Pronto
llegará, previo al rito de comunión, el gesto de la fracción del pan acompañado
por la aclamación: “Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad
de nosotros y danos la paz”. ¿Qué duda pues queda que estamos participando de un
sacrificio de comunión y que vamos a consumir la Víctima ofrecida en rescate
nuestro? Sin embargo es posible que nuestra percepción de lo que celebramos no
sea tan aguda como es de esperar.
Lo
que San Pablo intenta hace dos mil años es evitar el peligro de celebrar el
sacramento sin conciencia de su sacralidad, transformándolo quizás en una
comida más al estilo de lo cotidiano. (Ya veremos próximamente como este
peligro se había concretado en unas celebraciones eucarísticas confusas y con
excesos más semejantes a comilonas mundanas.) Si ese pan y esa copa de vino no
remiten por la fe al Cuerpo y la Sangre, al Cordero Pascual… ¿qué estamos
haciendo y ante quién?
Algunos
me dirán hoy que sobre muchos o pocos presbiterios y altares ya no hay Cruz. Otros
me dirán que todo se ha reducido a una comida fraternal, a un estar
festivamente juntos. Ciertamente observo que demasiado frecuentemente nuestras
Eucaristías contemporáneas han puesto en su centro la dimensión horizontal del
encuentro comunitario y han debilitado el ejercicio de levantar la mirada a lo
alto, hacia la Cruz elevada donde Cristo atrae a todos hacia sí y desde la cual
derrama bendición y crea comunión. Lo enuncio sin poder profundizar el tema: ha
entrado en crisis el valor del Sacrificio. No queremos mirar el Sacrificio del
Cordero de Dios o solo hacerlo los que se animen el Viernes Santo. Menos
deseamos darnos cuenta que nos está invitando a unirnos a Él en sacrificio de
amor entregando nuestra propia vida. Entonces: ¿qué celebramos en nuestras Eucaristías?
y ¿cuál es nuestra fe sobre la Pascua?
“Fíjense
en el Israel según la carne. Los que comen de las víctimas ¿no están acaso en
comunión con el altar? ¿Qué digo, pues? ¿Que lo inmolado a los ídolos es algo? O
¿que los ídolos son algo? Pero si lo que inmolan los gentiles, ¡lo inmolan a
los demonios y no a Dios! Y yo no quiero que entren en comunión con los
demonios. No pueden beber de la copa del Señor y de la copa de los demonios. No
pueden participar de la mesa del Señor y de la mesa de los demonios. ¿O es que
queremos provocar los celos del Señor? ¿Somos acaso más fuertes que él?” 1 Cor
10,18-22
Aventuro
que es posible que no recuerdes este texto paulino y quizás nunca lo hayas
escuchado. ¿Alguien te ha predicado sobre él? Es verdad que son expresiones tan
complejas como osadas. ¿Cómo se ofrece sacrificio a los demonios y cómo se
entra en comunión con ellos? El apóstol está señalando a la participación en
los cultos idolátricos, a la adoración de las falsas divinidades paganas y a
los ritos engañosos de las religiones que no adhieren al Único Dios Verdadero.
¡Tremendo rechazo experimentaría hoy San Pablo frente a la actual moda de un
diálogo interreligioso más cercano al sincretismo relativista!
Si
quieren podríamos extender el argumento así: ¿podemos celebrar a la vez la
Eucaristía y vivir en comunión con ese mundo que se entrega a la seducción del
Príncipe de las tinieblas? ¿No puede sucedernos que intentemos participar al
mismo tiempo de dos mesas que se excluyen? ¿Ofrecemos sacrificios en el altar
del Dios Trinitario o en el altar del dios del mundo o hasta quizás en ambos?
Cuando
hablamos tanto pero tanto de Cristo y el Anti-Cristo y de horizontes
apocalípticos (tema al que nuestro tiempo se acerca con morbo estrafalario), no
nos percatamos que podríamos también entonces hablar de Eucaristía y Anti-Eucaristía,
de culto Divino o culto demoníaco, de Sacrificio o Anti-Sacrificio y de ofrenda
de comunión y anti-ofrenda de ruptura. ¿Qué es sino el culto satanista y la
llamada “misa negra”? Es la otra mesa, la anti-mesa de los demonios. Y no cabe
duda de que corren días en los cuales resurgen vigorosos los hechiceros, las
brujas y una caterva de esbirros oscuros. Crece en el orbe la fascinación
esotérica al mismo tiempo que nuestras Eucaristías cristianas aparecen frágiles,
superficiales y poco concurridas.
¿Cómo
interpretar esta realidad, con qué clave? La tradición bíblica sapiencial nos
advertiría de los dos caminos por delante; la tradición joánica nos presentaría
dicotomías como Luz-tinieblas o Vida-muerte y San Ignacio de Loyola nos
predicaría sobre las dos banderas. Que se retomen los antiguos cultos paganos y
se abandone el culto al Único Dios, ¿quizás no está indicando que no pocos
cristianos transitan una doble vida, intentando participar a la vez de una
doble mesa? No será quizás una real participación en cultos demoníacos, pero
hay tantas veladas y engañosas formas de sacrificar la vida en los altares del
mundo y consumir la falsa anti-comunión que ofrece el Adversario.
Me
sigo pues con urgencia y caritativa inquietud preguntando: ¿qué fe estaremos
expresando y ante quien estaremos celebrando verdaderamente hoy nuestras tibias y deslucidas Eucaristías?
¡Volvamos a religarlas al sacrificio de Cristo!
DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 53
EXHORTACIÓN
A PERSEVERAR HASTA LA META
Estimado
padre y hermano, augusto San Pablo, atleta de Dios, ¡que bien nos hace tu
exhortación fuerte y cruda para que no abandonemos la carrera iniciada hacia
Cristo!
“¿No
saben que en las carreras del estadio todos corren, mas uno solo recibe el
premio? ¡Corran de manera que lo consigan! Los atletas se privan de todo; y eso
¡por una corona corruptible!; nosotros, en cambio, por una incorruptible. Así
pues, yo corro, no como a la ventura; y ejerzo el pugilato, no como dando
golpes en el vacío, sino que golpeo mi cuerpo y lo esclavizo; no sea que,
habiendo proclamado a los demás, resulte yo mismo descalificado.” 1 Cor 9,24-27
“Corran
de manera que consigan el premio.” ¿Y cuál es el premio, me preguntas? Lo sabes
bien: Jesucristo es nuestro premio, la comunión plena e inextinguible con Él y
con su Padre en el Espíritu Santo, la Vida Eterna que es participación consumada
en la Gloria de Dios.
A
veces pienso que aquella primera generación cristiana experimentaba a un tiempo
la potente y asombrosa novedad del Evangelio como el peligro real que los
amenazaba –de corriente agazapado e inminente-, el alto riesgo que significaba
seguir a Cristo. El contexto no permitía tibiezas y todo discípulo rápidamente
era formado en la espiritualidad martirial y en el anhelo escatológico.
Podríamos
discutir si ese contexto adverso no se ha estado reproduciendo en nuestros días
con creciente evidencia. Probablemente la diferencia que hallemos es que no son
tantos los cristianos que aspiran a un premio en el horizonte escatológico,
sino que más bien están cooptados por la efímera temporalidad, viviendo cabisbajos,
embotados en la escena de este mundo que pasa. La cultura del bienestar y el confort
accesibles por consumo y la ilusión de los paraísos terrenales tampoco ayudan
evidentemente, por lo contrario desestimulan el desarrollo de la dimensión
ascética. ¿Han dejado un importante número de cristianos de correr la carrera?,
¿ya no hay una meta ardua por alcanzar enfrente?, ¿solo existe también para
ellos cuanto se ofrece disponible en el mundo?
El
Apóstol a sus contemporáneos les daba el ejemplo del atleta y del púgil,
quienes se entrenan disciplinadamente y someten a un duro adiestramiento su
cuerpo. Sabedores de la corona a la que aspiran no corren como si nada a lo
tonto sino que buscan ganar, no dan golpes en el aire sin más sino que intentan
ser certeros para salir victoriosos. Y San Pablo habla de sí mismo para que
vean sus discípulos al maestro y padre que los engendró en la fe dar ejemplo de
perseverancia.
Ya
no quisiera abundar y repetirme en el olvido casi absoluto que la Iglesia de
nuestro tiempo ha hecho de la dimensión ascética y de las prácticas
penitenciales. ¿Así desentrenados y en mala forma queremos correr la carrera y
pelear el combate? Sería realmente absurdo.
“No
quiero que ignoren, hermanos, que nuestros padres estuvieron todos bajo la nube
y todos atravesaron el mar; y todos fueron bautizados en Moisés, por la nube y
el mar; y todos comieron el mismo alimento espiritual; y todos bebieron la
misma bebida espiritual, pues bebían de la roca espiritual que les seguía; y la
roca era Cristo. Pero la mayoría de ellos no fueron del agrado de Dios, pues
sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto. Estas cosas sucedieron en figura
para nosotros para que no codiciemos lo malo como ellos lo codiciaron.” 1 Cor
10,1-6
¡Cuánto
realismo pastoral y educativo! Yo al menos escucho en el transfondo al Señor Jesús
anunciando: “muchos son los llamados pero pocos los elegidos” y “el camino es
angosto, la puerta estrecha”. ¿No te gusta que te lo recuerde? Mi querido
hermano, tú como yo al ponernos a intentar vivir el Evangelio –más temprano que
tarde- hemos descubierto que es tan alto, grande y luminoso que parece fuera de
nuestro alcance y no en pocas propuestas. Sin el auxilio de la Gracia y sin un
fiel y permanente ejercicio de conversión y purificación simplemente no
podremos sostener la vida cristiana. No debemos engañarnos más ni permitir que
nos engañen. La carrera es larga y el combate es rudo, y después de incontables
pero parciales triunfos en un solo momento podemos perderlo todo.
Me
doy licencia para recrear el pasaje paulino. Egipto es la esclavitud del pecado
de la que hemos sido rescatados por el Bautismo. La peregrinación por el
desierto es esta vida terrena, histórica y finita. La tierra prometida es el
Cielo. Pues entonces podría resonar así:
“No quiero que ignoren,
hermanos, que también otros cristianos estuvieron todos bajo la voz de Dios en
su Palabra y cruzaron el puente de la conversión; y todos fueron bautizados en Cristo,
por el Espíritu Santo y el agua; y todos comieron el mismo alimento espiritual,
el Cuerpo del Señor; y todos bebieron la misma bebida espiritual, la Sangre del
Señor. Pero aún así quizás no todos fueron del agrado de Dios, pues algunos de
sus cuerpos quedaron tendidos en el desierto de este mundo ya que sus almas
retornaron a las cadenas del pecado.”
Estoy
seguro –así lo demuestran las fuentes- que muchos santos han predicado con este
estilo sus sermones. Tristemente hoy se oye poco tan incómoda pero caritativa
exhortación entre nosotros.
“No
se hagan idólatras al igual de algunos de ellos, como dice la Escritura:
«Sentóse el pueblo a comer y a beber y se levantó a divertirse.» Ni forniquemos como algunos de ellos
fornicaron y cayeron muertos 23.000 en un solo día. Ni tentemos al Señor como
algunos de ellos le tentaron y perecieron víctimas de las serpientes. Ni murmuren
como algunos de ellos murmuraron y perecieron bajo el Exterminador. Todo esto
les acontecía en figura, y fue escrito para aviso de los que hemos llegado a la
plenitud de los tiempos. Así pues, el que crea estar en pie, mire no caiga. No
han sufrido tentación superior a la medida humana. Y fiel es Dios que no permitirá
sean tentados sobre sus fuerzas. Antes bien, con la tentación les dará modo de poderla
resistir con éxito. Por eso, queridos, huyan de la idolatría. Les hablo como a prudentes. Juzguen ustedes
lo que digo.” 1 Cor 10,7-14
La
actitud de la Iglesia que peregrina a inicios del siglo XXI quizás podría describirse
con esta simpática pero aterrorizadora frase: “están bailando, bebiendo y
festejando en la cubierta del Titanic”. ¿Será una exageración? Lo que antes era
pecado ahora parece convalidarse bajo pretexto de compasión. La salvación se
ofrece automática e inclusiva sin necesidad alguna de conversión, sin un proceso
intenso de purificación y crecimiento. Ya no son necesarias por tanto las medicinas
penitenciales, los sacramentos son relativos y han sido sobrestimados, la
Sagrada Escritura puede reescribirse en traducciones más ajustadas al espíritu
de la época y el cultivo del trato con Dios por la oración resulta una pérdida
del valioso tiempo que debemos dedicar a los avatares del mundo. Prefiero
equivocarme por exagerado pero igual que San Pablo no quisiera que Dios me
regañara por no haber dado la voz de alarma, ya que me ha puesto en el atalaya –al
decir del profeta Ezequiel-. No sea que sea cierto que algún cristiano corra
desmotivado sin querer llegar a la meta o se encuentre dando golpes y golpes al
puro aire. Dios no lo permita. Mejor dicho, nosotros no lo permitamos.
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escribiéndome a mi email
DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 52
FUNDAMENTACIÓN Y DEFENSA
DE SU MINISTERIO APOSTÓLICO (II)
Continuemos,
querido San Pablo, con la defensa del ministerio que te ha sido encomendado.
“Mas
yo, de ninguno de esos derechos he hecho uso. Y no escribo esto para que se
haga así conmigo. ¡Antes morir que...! Mi timbre de gloria ¡nadie lo eliminará!
Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber
que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio! Si lo hiciera por
propia iniciativa, ciertamente tendría derecho a una recompensa. Mas si lo hago
forzado, es una misión que se me ha confiado. Ahora bien, ¿cuál es mi
recompensa? Predicar el Evangelio entregándolo gratuitamente, renunciando al
derecho que me confiere el Evangelio.” 1 Cor 9,15-18
“Y ¡ay de mí si no
predicara el Evangelio!” ¿A quién de nosotros no se nos ha
presentado esta famosa sentencia, ya para argumentar la misión evangelizadora
de la Iglesia ya para invitarnos a vivir el carácter propio del bautismo
madurado en la confirmación?
De
hecho el Apóstol presenta esta urgente necesidad que se le impone y este deber
que tan íntimamente le incumbe como la corona que detenta celosamente: “Mi timbre de gloria ¡nadie lo eliminará!”
Y su testimonio personal asume un lenguaje extremo: “Mas si lo hago forzado, es una misión que se me ha confiado.” Se
trata de estar como forzado por una conciencia imperiosa de su llamado y por un
santo apasionamiento que da cuenta de la llama divina que le inflama en Gracia
y a la cual se entrega fielmente sin reservas.
Permítanme
los lectores que trace un paralelo con el profeta Jeremías, quien en otro
contexto, en un momento de crisis vocacional, lleno de angustia y frustración a
causa de las numerosas contradicciones y sufrimientos que le ha traído su
ministerio, también puede experimentar esta quemazón abrasadora: “Yo decía: «No volveré a recordarlo, ni
hablaré más en su Nombre.» Pero había en mi corazón algo así como fuego
ardiente, prendido en mis huesos, y aunque yo trabajaba por ahogarlo, no podía.”
Jer 20,9
San
Pablo nos deja sintetizada esta pasión vehemente que se encuentra en el centro
de su identidad apostólica con la maravillosa fórmula: “Predicar el Evangelio entregándolo gratuitamente”.
¡Pidamos
pues al Señor, roguemos insistentemente que encienda en toda la Iglesia y en
nosotros mismos este fuego para que arda inextinguible! ¿O acaso no es esto Pentecostés:
una efusión imparable y potente del Espíritu Santo en su Iglesia para desatar en
el mundo una quemazón misionera y una pasión evangelizadora que llegue a todos?
¿Y hasta que extremos del amor nos empujará?
“Efectivamente,
siendo libre de todos, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más que
pueda. Con los judíos me he hecho judío para ganar a los judíos; con los que
están bajo la Ley, como quien está bajo la Ley - aun sin estarlo - para ganar a
los que están bajo ella. Con los que están sin ley, como quien está sin ley
para ganar a los que están sin ley, no estando yo sin ley de Dios sino bajo la
ley de Cristo. Me he hecho débil con los débiles para ganar a los débiles. Me
he hecho todo a todos para salvar a toda costa a algunos. Y todo esto lo hago por el Evangelio para ser
partícipe del mismo.” 1 Cor 9,19-23
A
veces me han llegado interpretaciones de este pasaje que enfatizan reductiva y superficialmente
la “versatilidad pastoral”, como si lo importante fuese saber adaptarse para
dialogar con el mundo, lograr ser flexible para impostarse según los cánones de
la cultura vigente y el espíritu de una época. Incluso tal vez haciendo que el
mismo Evangelio de Dios se rinda a las más extrañas contorsiones. Sin embargo
es del todo evidente que la llave de esta perícopa la hallamos en el repetido
verbo “ganar”. San Pablo hace todo cuanto hace para “ganarlos para el Evangelio”.
Afirma: “para ganar a los que más pueda”.
Y en osada expresión: “Me he hecho todo a
todos para salvar a toda costa a algunos.” Ganarlos para salvarlos y
salvarlos a toda costa. Se acerca a todos con gran disponibilidad a compartir
su situación para sacarlos de esa situación y acercarlos al Evangelio de la
Salvación en Cristo.
No
tengo dudas que la Iglesia peregrina de comienzos del siglo XXI debe sacudirse
pronto los límites que ciertas ideologías mundanas han querido imponerle.
Anunciar el Evangelio nunca es una discriminación excluyente ni un discurso de
odio, tampoco debe avergonzarse ni pedir timorata permisos porque tan solo esta
amando y amando según Dios que es el Amor. Si el Evangelio de Jesucristo señala
pecados no es una agresión sino un colirio y un cauterio. Si el Evangelio pide
conversión no es una demanda autoritaria que no comprende mi situación sino una
invitación a la sanación y a encontrar el verdadero rumbo. Debemos recordarnos
que no hay mayor Caridad que la Iglesia pueda hacerle a la humanidad que
proponerle aceptar y adherirse al Señor Jesucristo, Camino, Verdad y Vida.
Profesar la fe en Jesucristo como el único Salvador del mundo, pues no hay otro
Nombre que nos haya sido dado, no es fanatismo sino simplemente amor.
Creo
que San Pablo en el fondo nos dice algo así: ¿Amas a tu hermano? ¿Amas a la
humanidad según Dios la ama? Pues entonces intentas, por todos los medios que
sean santos, ganarlos para el Evangelio.
DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 51
FUNDAMENTACIÓN Y DEFENSA
DE SU MINISTERIO APOSTÓLICO (I)
Admirado
Apóstol, ¿qué te han escrito?, ¿a qué se debe tu respuesta? Sin duda te
enfrentas a tus detractores que se niegan a reconocer tu ministerio apostólico
o que no comprenden el modo en el cual lo ejerces.
“¿No
soy yo libre? ¿No soy yo apóstol? ¿Acaso no he visto yo a Jesús, Señor nuestro?
¿No son ustedes mi obra en el Señor? Si para otros no soy yo apóstol, para ustedes
sí que lo soy; pues ¡ustedes son el sello de mi apostolado en el Señor! He aquí
mi defensa contra mis acusadores.” 1 Cor 9,1-3
Tus
preguntas iniciales, de carácter retórico, intentan ganar a los oyentes en tu
favor. Insinúas las respuestas: soy libre, soy apóstol, he visto al Señor
Resucitado y ustedes son el fruto de mi predicación apostólica y mi servicio
misionero. Si yo, Pablo, no hubiese llegado a ustedes hoy no habría quizás Iglesia
en Corinto.
Pero
además parece que quienes no te reconocen te acusan de usufructuar
indebidamente del ministerio.
“¿Por
ventura no tenemos derecho a comer y beber? ¿No tenemos derecho a llevar con
nosotros una mujer cristiana, como los demás apóstoles y los hermanos del Señor
y Cefas? ¿Acaso únicamente Bernabé y yo estamos privados del derecho de no
trabajar?” 1 Cor 9,4-6
Ahora
entonces debes defender que tienes derecho al sustento por el servicio sin
reservas al anuncio del Evangelio y a la formación y desarrollo de las
comunidades cristianas.
“¿Quién
ha militado alguna vez a costa propia? ¿Quién planta una viña y no come de sus
frutos? ¿Quién apacienta un rebaño y no se alimenta de la leche del rebaño? ¿Hablo
acaso al modo humano o no lo dice también la Ley? Porque está escrito en la Ley
de Moisés: «No pondrás bozal al buey que trilla.» ¿Es que se preocupa Dios de
los bueyes? O bien, ¿no lo dice expresamente por nosotros? Por nosotros ciertamente
se escribió, pues el que ara, en esperanza debe arar; y el que trilla, con la
esperanza de recibir su parte. Si en ustedes hemos sembrado bienes
espirituales, ¡qué mucho que recojamos de ustedes bienes materiales! Si otros
tienen estos derechos ustedes, ¿no los tenemos más nosotros? Sin embargo, nunca
hemos hecho uso de estos derechos. Al contrario, todo lo soportamos para no
crear obstáculo alguno al Evangelio de Cristo.” 1 Cor 9,7-12
Es
interesante que al tiempo que reclamas tu derecho a ser auxiliado en tus
necesidades por la comunidad para poder dedicarte enteramente a la propagación
y consolidación de la fe en Cristo, como en la Iglesia se hace con el resto de
los que son reconocidos como Apóstoles del Señor, también das testimonio que
has renunciado libremente muchas veces a esta prerrogativa para que se vea con
mayor transparencia la gratuidad con la que anuncias el Evangelio.
Debo
decir, sin embargo, que en otras comunidades cristianas agradeces y hasta
solicitas su ayuda. ¿Por qué aquí en Corinto recibir auxilios materiales puede
ser un obstáculo a la labor apostólica? Aventuro mi interpretación: se trata de
una ciudad verdaderamente populosa e importante, rica en recursos y plaza
apetecible para todo predicador ambulante, ya de otras religiones, ya de
diversas escuelas filosóficas. Debían ser numerosos quienes ofrecían doctrinas
a cambio de remuneración. Como debía ser habitual acomodar el mensaje al gusto
del cliente, por así decirlo, para obtener la mejor paga. Y tú no quieres que
disminuya tu credibilidad ni que tu empeño sea asociado al afán de lucro, pues
de percibirse así tu ministerio terminaría resultando un obstáculo para que por
la fe puedan adherir a la Verdad de Cristo que no cambia, que permanece y que es
tan plena como definitiva.
“¿No
saben que los ministros del templo viven del templo? ¿Que los que sirven al altar,
del altar participan? Del mismo modo, también el Señor ha ordenado que los que
predican el Evangelio vivan del Evangelio.”
1 Cor 9,13-14
Creo
oportuno recordar que el sostenimiento del culto y de los ministros se trata de uno de los preceptos de la Iglesia.
Leemos en el Código de Derecho Canónico:
Canon 222 §1. Los
fieles cristianos están obligados a ayudar a las necesidades de la Iglesia, a
fin de que ésta disponga de lo necesario para el culto divino, para las obras
de apostolado y de caridad, y para el decoroso sustento de los ministros.
Canon 281 § 1. Los
clérigos dedicados al ministerio eclesiástico merecen una retribución
conveniente a su condición, teniendo en cuenta tanto la naturaleza del oficio
que desempeñan como las circunstancias del lugar y tiempo, de manera que puedan
proveer a sus propias necesidades y a la justa remuneración de aquellas
personas cuyo servicio necesitan.
§ 2. Se
ha de cuidar igualmente de que gocen de asistencia social, mediante la que se
provea adecuadamente a sus necesidades en caso de enfermedad, invalidez o
vejez.
Obviamente
también se exhortará a los ministros a llevar un estilo de vida acorde a un
decoroso sustento, evitando cualquier vanidad u opulencia y entregando cuanto
exceda lo necesario y haya recibido de la Providencia, al servicio de la
Iglesia y al auxilio de los pobres como cualquier otro cristiano.
Me
permito una digresión o ampliación del alcance del tema. Sin duda es un tópico
pendiente y difícil de tratar el de la evangelización de los bienes, pues del
Señor los recibimos y a su servicio los dedicamos. La mayor parte de los
cristianos católicos no aceptarían la imposición del diezmo como lo hacen otras
confesiones cristianas, aduciendo que se trata de una doctrina bíblica. Las
colectas y limosnas en la Santa Misa y por intenciones de difuntos y otras
suelen ser exiguas. Hay conciencia de que el clérigo debe vivir austeramente y
no poseer demasiados bienes personales. Así se lo exige y es fuente de
escándalo quien no se ajusta. Pero no hay tanta conciencia de que el laico,
aunque reciba sus ingresos por un trabajo remunerado o por emprendimientos
económicos personales, no queda exento de vivir de un modo mesurado, sin
vanidades ni opulencias, y abierto a ser generoso con la Iglesia y con los
pobres.
¿Qué
es verdaderamente necesario para el sustento? ¿Qué exceso puede ser
escandaloso? ¿Cuál es mi criterio de austeridad y sobriedad de vida? ¿Qué
placeres y comodidades lícitamente me permito? ¿Cuánto dedico a la limosna?
Estos interrogantes y otros quizás debieran estar más presentes en la
conciencia de todos nosotros, clérigos y laicos.
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