Manantial de Contemplación Pbro. Silvio Dante Pereira Carro
Escritos espirituales y florecillas de oración personal. Contemplaciones teologales tanto bíblicas como sobre la actualidad eclesial.
DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 41
LOS
MINISTROS DE DIOS (II)
Ilustrísimo
San Pablo, Apóstol del Señor, nos invitas a dar un paso más en la consideración
de aquellos que han recibido el ministerio sagrado de “servidores de Cristo y
administradores de los misterios de Dios”.
“Porque
pienso que a nosotros, los apóstoles, Dios nos ha asignado el último lugar,
como condenados a muerte, puestos a modo de espectáculo para el mundo, los
ángeles y los hombres. Nosotros, necios por seguir a Cristo; ustedes, sabios en
Cristo. Débiles nosotros; mas ustedes, fuertes. Ustedes llenos de gloria; mas
nosotros, despreciados. Hasta el presente, pasamos hambre, sed, desnudez. Somos
abofeteados, y andamos errantes. Nos fatigamos trabajando con nuestras manos.
Si nos insultan, bendecimos. Si nos persiguen, lo soportamos. Si nos difaman,
respondemos con bondad. Hemos venido a ser, hasta ahora, como la basura del
mundo y el desecho de todos.” 1 Cor
4,9-13
Una
contundente expresión, testimonial, de tu propia experiencia. De tanto en tanto
me repito a mí mismo y se lo he comunicado a las nuevas generaciones en cuanto
he encontrado oportunidad: “un sacerdote no conoce otros derechos sino los
derechos de la Cruz”. ¿Cómo ejercer fiel y fecundamente el sacerdocio
ministerial sin hallarse configurado al Crucificado, a su Sacrificio redentor?
¿Cómo celebrar la Eucaristía sin esta conciencia religiosa?
Obviamente
“los derechos de la Cruz” primero se enuncian, luego se aceptan en un proceso
de maduración que supone una inmensa cuota de purificación y se viven cuando en
gracia se alcanza una estable y serena unión con Cristo en su inmolación
amorosa. Un sacerdote debe volverse cordero en el Cordero de Dios que quita el
pecado del mundo.
Una
y otra vez debe negarse a sí mismo y cargar la Cruz. Una y otra vez debe
orientarse a morir él para dar vida. Así lo manifiestas San Pablo en tus
paradojas. Y sería bueno que todos los que ejercemos el ministerio lo grabemos
a fuego en el corazón. “Yo he sido ubicado por Dios en el último lugar como
condenado a muerte, he sido elegido para ser víctima de propiciación.” Entonces
la orientación de nuestro servicio y la administración de los misterios nos
será totalmente clara en su naturaleza sobrenatural. “Yo seré considerado necio
para que ellos sean admirados como sabios. Yo seré debilitado para que ellos
sean fortalecidos. Mis hermanos e hijos llenos de gloria y yo despreciado.” No
es éste el lenguaje de la victimización sino el del Sacrificio; es el lenguaje
del Amor. No de cualquier amor humano sino del Amor Divino. Es el Amor de Dios
manifestado en la Pascua de Cristo Jesús.
¿Hambre,
sed, desnudez, pobreza, andar errantes e itinerantes sin demasiadas seguridades
humanas, ser insultados y abofeteados, hombres cargados de fatigas? ¿Por qué
nos quejamos los ministros cuando esto nos sucede? ¿Por qué aún me asombro?
¿Acaso no hemos sido llamados y hemos respondido a esto por amor de Cristo?
Pero cuando respondimos al llamado iniciamos un camino y ahora el camino nos
hace acelerar el paso de la conversión y de la entrega de la vida. “Ser el
Crucificado” es la vocación del sacerdote, hermosa, viril, desafiante, cruda y
permítanme mortal. Adentrarnos en esa Muerte que da Vida.
No
debiera razonablemente un ministro sagrado esperar de Dios otra cosa que ser
con-crucificado con el Señor Jesús. Todo el camino ministerial apunta a esta
cumbre. Estar y permanecer con Él siendo considerados malditos e insultados
pero devolviendo bendición; perseguidos y difamados pero soportando con bondad.
Con Cristo, el Amado y Esposo, basura y desecho para el mundo y elegidos por
Dios para unirnos a Él en la cima de la Cruz. Pues para ser los ministros “servidores
de Cristo y administradores de los misterios de Dios” debemos adelantarnos al
Pueblo y vivir la Pascua. ¿Cómo podremos celebrar y comunicar lo que aún no somos?
La vocación sacerdotal hace temblar, primero a los llamados, pero configurados
tras la maduración penitencial a Cristo, bien templados, conmueve al mundo.
“No
os escribo estas cosas para avergonzarlos, sino más bien para amonestarlos como
a hijos míos queridos. Pues aunque hayan
tenido 10.000 pedagogos en Cristo, no han tenido muchos padres. He sido yo
quien, por el Evangelio, los engendré en Cristo Jesús. Les ruego, pues, que sean mis imitadores.” 1
Cor 4,14-16
Recordemos
nuevamente que las exhortaciones del Apóstol tienen como punto de partida las
divisiones comunitarias, de carácter partidista. “Yo soy de éste, yo de aquel”.
Se encaminan a predicarnos con fuerza que todos somos de Cristo. Y concluye San Pablo que lo que viven los Apóstoles como vocación en Cristo lo debe vivir también
toda la comunidad, cada uno de los discípulos. Finalmente también creo que un
buen y fiel ministro no solo se deja con-crucificar con Cristo sino que invita
a todo el Pueblo de Dios al que sirve, a dejarse con-crucificar también.
Lamentablemente existe hoy la tentación de un falso “buenismo pastoral”, sobreprotector,
que mantiene a los cristianos pueriles y que no habla de conversión,
penitencia, purificación y santidad. ¿Cómo decirlo? Con riesgo de ser demasiado
simplista –en tono didáctico- lo expresaría así: “hemos caído en la telaraña de
aquella modernidad que para levantar los derechos del hombre niega los derechos de Dios”. Los ministros sagrados primero, todo el Pueblo de Dios
animado por nuestro ejemplo, debemos recordar nuestra vocación luminosa y bella
a “los derechos de la Cruz”. Entonces una Iglesia con-crucificada podrá ser
servidora de Cristo y dispensadora de los misterios de Dios.
DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 40
LOS
MINISTROS DE DIOS (I)
Recuperemos
querido San Pablo tu sentencia inicial sobre la cual nos hemos permitido un
excursus:
“Por
tanto, que nos tengan los hombres por servidores de Cristo y administradores de
los misterios de Dios. Ahora bien, lo que en fin de cuentas se exige de los
administradores es que sean fieles.” 1 Cor 4,1-2
Y continuemos:
“Aunque
a mí lo que menos me importa es ser juzgado por ustedes o por un tribunal
humano. ¡Ni siquiera me juzgo a mí mismo! Cierto que mi conciencia nada me
reprocha; mas no por eso quedo justificado. Mi juez es el Señor. Así que, no
juzguen nada antes de tiempo hasta que venga el Señor. El iluminará los
secretos de las tinieblas y pondrá de manifiesto los designios de los
corazones. Entonces recibirá cada cual del Señor la alabanza que le
corresponda.” 1 Cor 4,3-5
¿Cómo
valorar la actuación de un ministro dispensador de los misterios de Dios? Si
bien ya pusiste como clave general que sea fiel en cuanto administrador y que
no se adueñe, ahora insistes en otro rasgo. Que sea humilde y siempre atento al
juicio de Dios. Aunque la propia conciencia no le acuse de falta, no se sienta
por ello exonerado, sino que permanezca siempre en un sano y santo temor de
Dios que verdaderamente lo sabe todo y que escruta los corazones, que nos
conoce a nosotros más que nosotros mismos. Que tampoco dependa demasiado del
juicio de los demás –sea negativo o positivo-. También el juicio de los pares
en el ministerio, del entorno de colaboradores en el ejercicio de su autoridad
y de los fieles que le han sido confiados, no alcanza a dar certeza. Puede ser
una indicación, marcar un humor comunitario acerca de su servicio, actuar como
espejo que refleja la imagen que el servidor no ve de sí mismo, pero al fin y
al cabo si todos lo aplauden o todos lo resisten, el juicio certero sigue
siendo de Dios.
No
se trata pues de desconocer ni la propia conciencia ni de anular el diálogo y
discernimiento eclesial, sino de relativizarlos, es decir, ponerlos en relación
y bajo la mirada de Dios. No pocas veces vemos ministros sagrados que apelando
a su sola conciencia, en lo más alto de la cumbre eclesiástica, se exponen a la
tentación de tornarse desconectados del cuerpo, autosuficientes y por tanto
autocráticos. Como también vemos otros ministros que demasiado pendientes de la
recepción de su ejercicio corren la tentación de la demagogia, de volverse
adaptables y acomodaticios, de someterse al consenso de las mayorías.
El
ministro debe ante todo ser maduro para afirmarse inconmovible en la voluntad
de Dios -conocida por Revelación y contenida en el depositum fidei, transmitida
fielmente por el Magisterio-. Y en todo cuanto sea prudencial y de aplicación,
sostener con recta intención la búsqueda y recepción de esa Voluntad Divina. Y
animar a todos a vivir en este temple. Y someterse humilde y exhortar a todos a
someterse al juicio definitivo de Dios. Viviendo en esta tensión e
incertidumbre la Iglesia permanece abierta a la Verdad que no crea sino que
recibe, descubre y acepta como don de lo alto.
“En
esto, hermanos, me he puesto como ejemplo a mí y a Apolo, en orden a ustedes;
para que aprendan de nosotros aquello de «No propasarse de lo que está escrito»
y para que nadie se engría en favor de uno contra otro. Pues ¿quién es el que
te distingue? ¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿a
qué gloriarte cual si no lo hubieras recibido? ¡Ya están hartos! ¡Ya son ricos!
¡Se han hecho reyes sin nosotros! ¡Y ojalá reinaran, para que también nosotros
reináramos con ustedes!” 1 Cor 4,6-8
Retomando
la temática inicial de las divisiones en la comunidad, donde unos se pensaban
como partidarios de tal ministro y otros como enfrentados y partidarios de
aquel otro, San pablo insiste en que no seguimos ministros sino a Cristo. Que
los ministros son valorables en cuanto administradores fieles que nunca se
adueñan de la Iglesia. Que ningún ministro ni la Iglesia entera se fundan sobre
sí mismos, que lo que somos lo hemos recibido, que debemos fundarnos en la
Gracia. Y sobre todo que debemos guardarnos humildes servidores en las manos y
bajo la mirada de Dios.
DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 39
SERVIDORES DE CRISTO
Y ADMINISTRADORES DE LOS MISTERIOS DE DIOS
Augustísimo
Pablo, santo de Dios y Apóstol de la Iglesia, en continuidad con la temática
que venías tratando, es decir, las divisiones en la Iglesia -causas y
orientaciones correctivas-, ahora introduces consejos acerca del comportamiento
de los ministros sagrados.
“Por
tanto, que nos tengan los hombres por servidores de Cristo y administradores de
los misterios de Dios. Ahora bien, lo que en fin de cuentas se exige de los
administradores es que sean fieles.” 1 Cor 4,1-2
Permítanme
apoyado en esta breve sentencia una meditación sobre la actualidad eclesial. Sin
duda, innumerables veces en nuestra vida cristiana hemos escuchado este
criterio: “no somos dueños sino administradores”; aplicado a diversas
realidades y circunstancias. Y por supuesto que cobra especial relevancia al
tratarse de la Iglesia. No somos dueños de la Iglesia. Aunque lamentablemente
creo solemos manejarnos demasiado frecuentemente como si la Iglesia fuera de
nuestra propiedad.
Así
a menudo se acusa a los ministros sagrados de abusar de su autoridad,
excediendo los límítes de un simple servidor y enharbolando un protagonismo
exagerado que roza lo autoritario y lo autocrático. Sin duda mi propia
experiencia me dice que la tentación es constante y que solo una permanente
vigilancia y revisión de la práctica ministerial –de cara al Señor en el
encuentro personal y en diálogo sincero con la comunidad de fieles y con el
cuerpo ministerial- puede actuar de tutor que evite las desviaciones en el servicio.
¡La humildad y la recta intención pues no nos falten!
Me
sorprende sin embargo que la infidelidad en la sacra administración de los
misterios se adjudique casi exclusivamente al presbiterado. ¿El diaconado
permanente está excento y es inmune? Me consta que no. Pero como creo se tiende
a percibirlos más como laicos o ministros “de segunda” o como ministros “más
normales que los otros” por estar en su mayoría casados y tener familia, se suele
ser más indulgente en el juicio hacia ellos. Por otro lado, que yo sepa cuanto
más encumbrado es el cargo y más poder se concentra, mayor bien se puede hacer
como también aumenta el peligro de un mal uso. Así que los que más daño pueden
hacer en este sentido son los Obispos y el Papa. Y ejemplo hemos tenido en la
historia –algunos muy recientes- de actitudes y tiempos oscuros donde se ha
ejercido el ministerio episcopal y petrino en beneficio propio o de los allegados
y en desmedro del bien de la Iglesia. Pero de esto no se habla pues la
fantasmática que subyace es que algunos sitiales son intocables y además no
tendríamos la madurez necesaria para ver sus imperfecciones si las hubiese. Mas
aunque el ministerio que es de origen divino debe ser respetado y custodiado
entrañablemente, las personas que lo ejercen deben ser evaluadas por su
objetivo desempeño en el servicio. Y estoy seguro que Dios lo hará pues, “a
quién mucho se le dio mucho se le pedirá”. Los ministros sagrados seremos
juzgados con mayor severidad.
Advertencia
oportuna pues. No me sorprende sino que huele a estrategia demoníaca esta
concentración de la atención sobre el presbiterado, pues verdaderamente es el
cuerpo ministerial más cuantiosamente extenso en el orbe, que no solo
estructura operativamente a la Iglesia en el llano de lo cotidiano, sino que es
el cuerpo de ministros del que depende la confección de la Eucaristía –como de
la Reconciliación- y más habitualmente la predicación y enseñanza de la
Revelación Divina.
El
famosísimo “clericalismo” empero –sin negarlo-, no sólo depende de la voracidad
desviada por el poder de algunos ministros sino que -mal que le pese a tantos
ideólogos contemporáneos-, quizás también resulta de la degradación y retirada
del laicado. Aquí hay otro tabú por desmitificar: “el laicado siempre es bueno
porque el pueblo siempre es bueno”. O sea, la culpa siempre es enteramente “de
los ministros malos”. Nos bastaría una sincera revisión de la palabra “pueblo”
en la Sagrada Escritura para notar la ambivalencia del término y la exagerada
inflación teológica del concepto de “Pueblo de Dios” como central y prioritario.
Pienso
derivadamente en dos discursos y praxis eclesiales vigentes y creo se podrían
discernir desde esta perspectiva, “no somos dueños sino administradores”: la
sinodalidad y la ministerialidad.
1. Sin
entrar en detalles sobre la sinodalidad y su naturaleza teológica, la forma en
que se ha planteado parece inclinarse a una suerte de “democratización eclesial”
que diluya el “orden jerárquico” –divinamente instituido- hacia un progresivo
emparejamiento en el sacerdocio común de los fieles, una suerte de perpetuo “conciliarismo
o asambleísmo parlamentario” –error ya condenado magisterialmente- y que
terminaría en la protestantización de la catolicidad. Pero más allá de esto, me
preocupa que el énfasis en que se escuchen “todas las voces” o que “todos se
expresen y voten”, la priorización del consenso del amplio abanico del espectro
eclesial para “caminar todos juntos”, quizás está gritando que “la Iglesia es
nuestra”. Sí, la Iglesia es principalmente nuestra y de nuestras voces. No veo
nada claro el acento puesto prioritariamente en escuchar la Voz del Dueño de la
viña. Más bien me resuena como eco la parábola de los viñadores homicidas. Se
trata de un asalto antropocéntrico –el de la modernidad- al teocentrismo eclesial.
La Voz de Dios que plugo en su bondad hablar a los hombres en lenguaje humano
ahora es puesta en duda. ¿Y si el lenguaje humano no ha sido un vehículo
apropiado? ¿Si el abajamiento kenótico supusiese una necesaria incapacidad de
expresar fielmente el lenguaje divino? Como si Dios mismo interpretara a ese
traductor que traiciona. ¿Y realmente podemos saber qué dijo Dios
verdaderamente o solo nos topamos una y otra vez con nuestro envoltorio humano
epocal como una barrera insoslayable que se extiende por doquier? Casi diría
que es una propuesta kantiana: el “en sí” de la Revelación permanece
incognoscible, solo queda el “para mi”. Más aún, bajo este tópico la fe en la Encarnación
del Verbo cruje pues la eternidad y el tiempo permanecen incomunicados. La
única forma de comunicación sería una emanación degradada, un neo-arrianismo
ahora de anclaje hermeneútico. Detrás de algunos matices de la sinodalidad como
ha sido presentada no se halla solo un relativismo sino una crisis de fe en la
Divinidad del Verbo y por consiguiente sobre la posibilidad efectiva de
comunicación auténtica entre la Gloria Eterna y la facticidad inmanente.
Entonces no quedará sino escuchar nuestras voces, confiando que el progreso
inevitable de la dialéctica hegeliana nos lleve en la historia a al
autoconciencia de nuestra divinidad. Para nada es poco lo que está en juego en
lo profundo de la sinodalidad contemporánea.
2. El
tema de la ministerialidad y el slogan de una “Iglesia toda ministerial”,
adolece de una insuficiente elaboración teológica sobre la Gracia y cierta
confusión y rudimentaria articulación entre don, carisma y ministerio. Aquí
probablemente no hay intencionalidad sino solo un escaso desarrollo de la
pneumatología occidental. Pero el problema evidente es que la “ministerialidad”
suele ser abordada como “empoderamiento” y “reclamo de derechos”. La verdad es
tan evidente: el discurso se aleja de la teología hacia otras ciencias. De
fondo se dirige a un acceso más igualitario al poder eclesial, con lo cual la
propia ministerialidad queda contradicha. Pues un ministro que piensa en sí
mismo ya no es ministro ni enviado ni servidor ni representa. No vale la pena ciertamente ahondar demasiado en este tópico tan anclado en “acceso a derechos”,
“poder”, “participación igualitaria” y “reclamos de justicia”. Aquí no hay más
que amor a sí mismo. Falta ese rasgo tan propio del Amor Divino: la gratuidad.
Son cuestiones de política eclesial, no más. Porque la Iglesia no es nuestra y
quien distribuye, ordena y organiza carismas y dones como regula el ejercicio
ministerial es Dios.
Me
he despachado con cuestiones urticantes y de profundidad quizás ajenas a la mayoría
de mis lectores. Pido disculpas si debo hacerlo. Si he sembrado alguna
inquietud teológica me alegro. Al final todo es tan simple. Volvamos a la
enseñanza del Apóstol: no somos dueños de la Iglesia sino administradores y lo
que se espera de nuestro servicio es la fidelidad a Dios. Esto vale para todos
los ministros que dispensamos los misterios de Dios y para todo miembro de la
Iglesia en todo tiempo y en toda latitud según el puesto que el Señor le ha
asignado en su Cuerpo.
DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 38
LA
IGLESIA ES EDIFICACIÓN DE DIOS (III)
“¿No saben que son santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? Si alguno destruye el santuario de Dios, Dios le destruirá a él; porque el santuario de Dios es sagrado, y ustedes son ese santuario. ¡Nadie se engañe! Si alguno entre ustedes se cree sabio según este mundo, hágase necio, para llegar a ser sabio; pues la sabiduría de este mundo es necedad a los ojos de Dios. En efecto, dice la Escritura: Él que prende a los sabios en su propia astucia. Y también: El Señor conoce cuán vanos son los pensamientos de los sabios. Así que, no se gloríe nadie en los hombres, pues todo es de ustedes: ya sea Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, el presente, el futuro, todo es de ustedes; y ustedes, de Cristo y Cristo de Dios.” 1 Cor 3,16-23
Queridísimo
hermano San Pablo, maestro, al ir cerrando esta pequeña unidad de sentido en tu
enseñanza, quizás necesitamos volver al comienzo, cuando nos interrogabas: “¿No es verdad que son carnales y viven a lo
humano?” Así retomas aquella primera consideración: ¿por qué hay divisiones
y discordias entre ustedes? ¿por qué uno dice que es de tal y otro se apunta en
la facción de aquel otro? Así debemos religar esta primera pregunta que ahora
acometemos: “¿No saben que son santuario
de Dios?”
Le
sucedía a aquella comunidad y también puede acontecernos a nosotros, no estar
del todo conscientes de que la Iglesia es santuario de Dios. Es inevitable que
rápidamente venga a mi mente y corazón algunos textos del Concilio Vaticano II
en la Constitución Lumen Gentium. Permítanme citar al menos dos que me parecen
pertinentes.
Expresando
los Padres conciliares la doctrina de la Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo,
cuyo punto de partida se halla justamente en los escritos paulinos, afirman:
LG. n°7 “Mas
para que incesantemente nos renovemos en El (cf. Ef.
4,23), nos concedió participar en su Espíritu, que siendo uno mismo en
la Cabeza y en los miembros, de tal forma vivifica, unifica y mueve todo el
cuerpo, que su operación pudo ser comparada por los Santos Padres con el
servicio que realiza el principio de la vida, o el alma, en el cuerpo humano.”
Para
luego realizar una analogía entre el misterio de Cristo y el misterio de la
Iglesia:
LG. n°8 “Cristo,
Mediador único, estableció su Iglesia santa, comunidad de fe, de esperanza y de
caridad en este mundo como una trabazón visible, y la mantiene constantemente,
por la cual comunica a todos la verdad y la gracia. Pero la sociedad dotada de órganos
jerárquicos, y el cuerpo místico de Cristo, reunión visible y comunidad
espiritual, la Iglesia terrestre y la Iglesia dotada de bienes celestiales, no
han de considerarse como dos cosas, porque forman una realidad compleja,
constituida por un elemento humano y otro divino. Por esta profunda analogía se asimila al
Misterio del Verbo encarnado. Pues como
la naturaleza asumida sirve al Verbo divino como órgano de salvación a El
indisolublemente unido, de forma semejante la unión social de la Iglesia sirve
al Espíritu de Cristo, que la vivifica, para el incremento del cuerpo (cf. Ef.
4,16).”
Y
quise refrescar estas citas con ustedes porque nos ayudan a comprender y
ponderar qué significa la Iglesia en cuanto edificación y santuario de Dios.
Pero también porque nos permiten calibrar el argumento del Apóstol que continúa: “¡Nadie se engañe! Si alguno entre ustedes
se cree sabio según este mundo, hágase necio, para llegar a ser sabio; pues la
sabiduría de este mundo es necedad a los ojos de Dios.” Inmediatamente uno se pregunta a qué viene volver a introducir
la temática de la falsa sabiduría del mundo que ya habíamos confrontado con la
locura y el escándalo de la Cruz al comienzo de la epístola. Pues claramente
viene a colación: “Así que, no se gloríe
nadie en los hombres, pues todo es de ustedes: ya sea Pablo, Apolo, Cefas, el
mundo, la vida, la muerte, el presente, el futuro, todo es de ustedes; y ustedes,
de Cristo y Cristo de Dios.”
Por
tanto entendemos que San Pablo, al ver las divisiones y discordias en el cuerpo
eclesial, realiza un doble diagnóstico: no están bien apoyados en el fundamento
y cimiento que es Cristo y tampoco construyen según la directriz de ese
fundamento porque han introducido la mentalidad carnal del mundo y deben volver
a conectar con el Espíritu Santo.
Supongo
que tal problemática eclesial se ha venido sucediendo constantemente en los
avatares de la Iglesia peregrina de todos los tiempos en todo el mundo. ¿Quién
de nosotros puede decir que desconoce en su propia comunidad este flagelo? Ayer
como hoy y mañana la reforma de la Iglesia supone su conversión para volver a
apoyarse en su único fundamento Jesucristo y desde Él crecer y desarrollarse en
la dirección que le incoa. El Espíritu Santo nos ha sido dado, para que dóciles
a su animación, podamos ser edificación en Cristo para gloria de Dios Padre.
Amén.
DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 37
LA
IGLESIA ES EDIFICACIÓN DE DIOS (II)
“Conforme
a la gracia de Dios que me fue dada, yo, como buen arquitecto, puse el
cimiento, y otro construye encima. ¡Mire cada cual cómo construye! Pues nadie
puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo. Y si uno construye
sobre este cimiento con oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, paja, la
obra de cada cual quedará al descubierto; la manifestará el Día, que ha de
revelarse por el fuego. Y la calidad de la obra de cada cual, la probará el
fuego. Aquél, cuya obra, construida sobre el cimiento, resista, recibirá la
recompensa. Mas aquél, cuya obra quede abrasada, sufrirá el daño. El, no
obstante, quedará a salvo, pero como quien pasa a través del fuego.” 1 Cor
3,11-15
Estimadísimo
Apóstol, he aquí el principio básico: el cimiento es Cristo. Tú también te
referirás a Él como la “piedra angular”. ¿Acaso no es una verdad obvia de toda
obviedad que la Iglesia se funda en Cristo? Pues si pusiéramos otro fundamento
ya no sería la Iglesia de Jesucristo sino la nuestra. Pero con tu analogía
entras en sutilezas. El cimiento ha sido colocado pero… ¿qué se construye encima?
¡Que
ridícula y peligrosa una edificación que no respeta sus cimientos! Si sobre una
base hexagonal levanto una edificación cuadrangular o sobre un cimiento triangular levanto una casa
heptagonal seguramente habrá problemas. O los cimientos sobran y una parte
queda en desuso o la casa se apoya insuficientemente y amplios sectores quedan
sin sustento. La edificación más sólida será la que respeta y se desarrolla
según los cimientos que le hacen de base.
Esto
vale sin duda a nivel personal como comunitario. Con nuestra incorporación a
Cristo por el Bautismo una Vida Nueva comienza. Y ya hemos experimentado que
toda la vida es penitencia y combate, pues perviven en nosotros inclinaciones
que nos invitan a poner otro fundamento y a guiarnos por otras lógicas y otros
dinamismos. Transitaremos los días adecuándonos al fundamento para construir
según el plan del Padre en Cristo Jesús. Podríamos decir que la estructura
personal que vamos levantando debe permanentemente convertirse hacia su fundamento.
Y
en la vida eclesial otro tanto. Sobre el fundamento de la Revelación y de la
Gracia de la Pascua comunicada por los sacramentos vamos edificando la
comunidad. ¿Qué proyecto tendremos y qué materiales utilizaremos? Porque
inevitablemente la Iglesia en el mundo, en diálogo con su contexto cultural y
epocal, contexto vital desde el cual somos llamados a la Vida Nueva los hijos
de Dios, requerirá discernimiento. ¿Qué elementos deben tener continuidad y ser
aportados, cuáles purificados o rediseñados y cuáles simplemente desechados?
Todo
misionero sabe que en el diálogo propio de la evangelización hay una necesaria
aproximación al lenguaje del otro para poder entendernos y proponer
oportunamente el acercamiento al lenguaje Nuevo y Definitivo de Jesucristo.
Como también reconoce que en todas las traducciones existe el peligro de las
traiciones. Y así también la Iglesia en diálogo con el mundo debe discernir
seriamente qué incorporaciones desde las ciencias humanas y la cultura epocal
son adecuadas para construir sobre el único cimiento, cuáles debe depurar y
cuáles debe rechazar. El diálogo con el mundo que supone su identidad
evangelizadora, le exige a la Iglesia una constante vigilancia para no perder
de vista la lógica y el dinamismo de su único fundamento, Jesucristo.
Y
la edificación levantada sobre el cimiento será probada. ¿Qué suerte correrá?
¿Se mantendrá en pie dada su sólida continuidad con el fundamento o se
derrumbará por la inconsistencia interna al no respetar la directriz de su
cimiento? Ya lo veremos. Por lo pronto querido San Pablo nos da esperanza tu
expresión un tanto mística en cuanto misteriosa. Si la edificación se desbarata
el fundamento es fiel y permanece, pudiendo a pesar de sufrir daño ser salvados
como quien pasa por el fuego.
No
es el momento de adentrarnos en la escatología y en el Purgatorio, pero queda
sugerido a nivel personal. En cuanto a la Iglesia peregrina, cada vez que
emprende una reforma, ¿no está evidenciando que debe readecuarse a su cimiento?
En la historia hemos visto no pocas veces levantarse y derrumbarse la
edificación “visible” eclesial pero el fundamento que es Cristo y sus lógicas
y dinamismos “invisibles” permanecen y la sostienen. Solo se trata de permanecer
vigilantes para que la edificación histórica sea un desarrollo en fidelidad del
fundamento. Lo que construimos hoy permanecerá en pie o se derrumbará en la
hora de la prueba. Ya lo veremos.
PARÁBOLA DEL REGENTE
El presente relato es una construcción simbólica que puede dar cuenta de
los mismos problemas de siempre, nada novedosos. También puede ser interpretado
específicamente acerca de circunstancias actuales o antiguas, tal vez incluso
futuras. O ser releído en tal ambiente o en tantos otros. Cada quien que
escuche lo que oiga. Pues lo que oímos depende de la apertura de nuestra
escucha. Aunque nuestra escucha no hace que la Sabiduría sea menos verdadera.
Había una vez un Reino fundado
por su Único Rey, quien le ha erigido y dotado con todo el legado necesario
para su ulterior desarrollo. De su inigualable Sabiduría ha comunicado
criterios, normativas y leyes perennes. También ha dejado claramente
manifestada su Inteligencia y Voluntad acerca de la identidad del Reino que le
pertenece. Lo ha organizado nombrando Servidores y les ha delegado su Poder.
Obviamente ha dotado al Reino con amplios recursos y abundantes tesoros para su
subsistencia. Por tanto a este Reino no le hace falta absolutamente nada para
su auto-comprensión y realización. El proyecto brotado del Corazón de su Rey es
perfecto. En el concierto de la realidad que lo circunda y atraviesa el papel de
este Reino está claro, solo debe receptar y ejecutar fielmente el legado de su
Único Rey.
Pero un día el Rey ha partido
para prepararles por Amor a todos sus súbditos un Reino mejor y definitivo. En
su lugar ha dejado a los Servidores que ha elegido y de entre ellos ha colocado
un Regente que presida. Los Regentes se han sucedido uno tras otro en el
tiempo, elegidos por el Cuerpo de Servidores. Todos ellos han recibido el
oficio, el poder y la sabiduría participados por el legado de su Único Rey.
Porque lo propio de un buen Regente es permanecer unido al Corazón y Mente,
Inteligencia y Voluntad de su Único Rey. De esa forma es el mismo Rey quien
sigue gobernando, animando y conduciendo el Reino a través del Regente y el
Cuerpo de Servidores que legítimamente lo representan.
Pero también ha llegado el día
en el cual este Reino ha elegido un nuevo Regente que resultaría significativo en
su historia. Como todos sus predecesores debía gobernar el Reino en el nombre y
según la autoridad del Único Rey. Sin embargo, él ha iniciado su ejercicio de
un modo singular: lo primero que ha hecho es auto-publicitarse. Entonces con
gestos y palabras, con signos y símbolos y construyendo parábolas pareció
querer rápidamente diferenciarse de quienes habían sido sus pares en el Cuerpo
de Servidores. Ha quedado sugerido en el aire que el nuevo Regente es el bueno
y que quienes hasta hace poco eran sus pares quizás no lo son tanto. Así el
nuevo Regente exhibe una imagen de austeridad en contraposición con sus pares
no tan austeros o directamente opulentos. Él surge sincero y cercano en un ámbito donde -acusa
indirectamente- rige la falta de transparencia, el hábito de esconder la
verdad, la excesiva diplomacia, el afán voraz por hacer carrera e incluso la
mentira o la arrogante mirada de quien se considera superior a los demás. Pero
el nuevo Regente no es así y así lo publicita.
Su primer dinamismo resultó por
tanto en separarse del Cuerpo, encumbrándose él y denostando a los que fueron
sus pares. Al principio nadie lo notó demasiado, tal vez algunos sí, pero se
halla en el comienzo de su ejercicio y prima en todo el Reino el respeto y el
silencio. Con el paso de los días, ya bastante adentrado en su tiempo de
ministerio, la estrategia de romper y diferenciarse auto-publicitándose se
dirige directamente a sus predecesores en el cargo. Los anteriores Regentes
quedan retratados peyorativamente frente al nuevo Regente que encarna la
novedad y lo verdaderamente acertado. Él, el único iluminado frente a tantos
oscurecidos. Él, el único intérprete fiel del Rey frente a otros que no lo
entendían o que no deseaban servirlo rectamente. Él es como el Regente
superador de todos y todo parece comenzar con él.
A veces su discurso y sus
gestos parecen remontarse a una pureza original perdida. Allí encuentra unos
primitivos fundamentos del Reino que otros Regentes y Cuerpo de Servidores no
han conocido, o han olvidado, incluso ocultado. No dice nunca el Regente que el
Reino comienza con él, sino que con él se recupera la pureza de la identidad
primitiva, una suerte de refundación mítica. Gran parte de la historia del Reino
consecuentemente queda cubierta por sombras, un vasto período de tiempo donde
se ha vivido desconociendo o contradiciendo el origen. Pero con el nuevo
Regente ha vuelto la luz y hay un redescubrimiento de la identidad perdida del
Reino.
No puede descartarse la
posibilidad que anteriormente se haya actuado con perversidad y malicia, mas
con él se recupera el auténtico fundamento de todo, transformándose en un nuevo
fundador –al menos reformador- o en el agraciado descubridor de la verdad.
“¡Salve el Regente que nos ha devuelto al camino!”, vitorearán los
disciplinados adeptos y las volubles multitudes.
Por supuesto que va
concentrando centralidad y poder. Un poder y centralidad que se construyen en
ruptura con lo anterior y en detrimento de los pares. Esto podría haber
resultado muy traumático pero el nuevo Regente es extremadamente hábil. (A esta
altura de la historia algunos piensan que es muy hábil, otros que padece una
personalidad enfermiza y los detractores -que van surgiendo- le adjudican una
oscura intencionalidad moral.) Aunque este peligro de conflictividad desde el
comienzo de su gobierno lo minimiza y amortigua con una efectiva estrategia:
parece decirle que “sí” a todos. Que todos salgan contentos del encuentro y el
diálogo con el nuevo Regente es la política cotidiana. Que así su popularidad crezca.
Para todos habrá escucha, comprensión y bonhomía. Aparentemente no hay
tensiones y todos contentos creen poder decir: “Afortunadamente el nuevo
Regente piensa como yo o piensa como mi grupo”.
Con el tiempo la repetición de este
recurso introducirá la dificultad: hay cuestiones, intereses, resoluciones,
afirmaciones y acciones que no son fácilmente compatibles, sino a veces
contradictorias. En los pasillos del Reino se oyen disputas: “¿Pero cómo?, si
me dijo que “sí” a mí no pudo decirte que “sí” a ti, estamos parados en orillas
opuestas”. ¿Entre los antagonistas alguno estará mintiendo, mal interpretando o
forzando impropiamente los argumentos? Un halo de sospecha comienza a tocar la
figura del nuevo Regente: “¿Acaso nos estará manipulando?”. ¿Quién es quién en
esta renovada versión del Reino ahora? Sobre todo se comienza a observar con
recelo que el nuevo Regente le dice sistemática y generosamente que “sí” a
quienes le resultan más funcionales: obedientes vasallos, ya por fanatismo ya
por conveniencia.
En este ánimo de conducción no
faltan las promesas aunque pocas son las concreciones. Resulta que lo
importante es abrir y transitar procesos, andar caminos. Algunos sostienen que
esta falta o ausencia de finalidad está al servicio de un ejercicio de
liderazgo que intenta contener a todos y entretenerlos caminando hacia ningún
lado, pues fijar un objetivo traería disensiones y polémicas. Lo absoluto
excluye, lo relativo incluye. Quizás por eso el nuevo Regente acostumbra que
sus comunicaciones sean ambiguas, imprecisas y equívocas. Expresiones
genialmente útiles para darlas vuelta de un lado o de otro; palabras fluidas,
versátiles y adaptables para que cada quien oiga cuanto quiere escuchar.
Titulares tan grandilocuentes como reversibles y ciertamente invalorables a la
hora de desmarcarse y adjudicar toda la responsabilidad al intérprete. Un
retorno a los sofismas engañosos y a las palabras vacías, ecos de sonidos sin
sustrato. Todo un laberinto semántico o un castillo con murallas de pura verba
donde esconderse, parapetarse, excusarse y protegerse si hace falta.
Además el nuevo Regente cree
ser un hábil político y diplomático. Sabe pues que este constante
auto-encumbramiento puede ser traumático sino genera un clima de participación
-no real pues resultaría un debilitamiento de su centralidad-, pero al menos
una apariencia de participación que a sus adeptos los ilusione y entusiasme.
Entonces se volverán apasionados publicistas y férreos defensores de un nuevo
modo de ser Reino.
Esto supone implementar una
cadena vertiginosa de nombramientos, desplazamientos y reubicaciones de
funcionarios. Junto a ello la creación de comités y procedimientos como la
revisión de órganos y metodologías. Todo parece estar siempre en movimiento y
vivaz, efervescente y chispeante. (Dicen que los prestidigitadores hacen todo
delante de nuestros ojos pero atrayendo nuestra mirada solo hacia lo que
debemos ver, mientras lo que realmente quieren hacer se introduce delante de
nosotros inadvertidamente.) “Bajo la digitada participación se escabulle un
autoritarismo que no deja que nada se escape de su mano. Todo siempre queda
bajo su tenaz control.” Es lo que algunos empiezan a comentar tímidamente.
Hay una nota discordante y
brutal que solo algunos pocos pueden registrar; creo que otros también la ven
pero no quieren aceptar la crasa realidad. ¡Por el Reino se extiende el terror!
Porque a los adversarios que osan
criticarlo o contradecirlo, que plantean objeciones o presentan dudas y
sobre todo que intentan corregirlo, simplemente se los censura, silencia o
cancela. Se trata de imponer sobre el Cuerpo de Servidores un clima de miedo.
Hay una amenaza latente y ya actuada a modo ejemplificador: ¡habrá decapitaciones
y rodarán cabezas! Crece a la par una apasionada narrativa de la participación,
de la escucha de la voz de todos, junto a criterios selectivos de interlocución
y por detrás el silencio del temor, de la complicidad o la omisión. Casi nadie
se atreve a admitir que la praxis del Regente se parece tanto a la tiranía y al
nepotismo. Fanáticos intempestivos, sumisos vasallos, funcionarios cobardes,
simpáticos bufones y mercenarios oportunistas van rodeando el trono. Tras la
publicidad incesante de una enunciada pluralidad, colegialidad y cogobierno,
solo se verifica y ejecuta una monarquía absoluta. La escasísima y perseguida
resistencia se pregunta: “¿Cómo es posible que el Regente mantenga a la inmensa
población del Reino anestesiada? ¿Cómo despertarlos?”
Para sostener al Regente y dar
fundamento a su obra no falta la propaganda y los ideólogos capaces de inventar
cuanto sea necesario para justificar su poder. (Siempre ha habido cortesanos
dedicados a legitimar a quien se siente en el trono y provisoriamente empuñe el
cetro.) El ensalzamiento de la figura del Regente, la inflación de su persona
es la diaria ocupación de gran parte de la maquinaria institucional. Pues el Regente
detenta virtudes extraordinarias, carismas insospechados y capacidades
enteramente únicas. La glorificación está a la vuelta de la esquina en el
relato. Se va cimentando el sueño del Hiper-Regentialismo presente y futuro. El
Reino se torna macro-cefálico: desproporcionada cabeza y diminuto cuerpo.
Es verdad que hacia el final
del prolongado mandato del Regente crece la rebeldía y no pocos seguidores se
saben defraudados. Obviamente hay quienes permanecen inamovibles en sus huestes
sabiendo que cuando el Regente caiga también caerán ellos. Para los brazos
ejecutores del plan solo queda matar o morir antes que se queden sin tiempo.
Solo queda la desesperación de ver cómo le darán continuidad a la mítica
refundación del Reino que ha reencontrado con este Regente un misterioso
fundamento perdido. Conforme el Regente inexorablemente envejece y se encamina
a la muerte surgen acciones gubernamentales cada vez más extremas como
estertores de agonizante. Y así entre irritaciones y decepciones el Reino
amenaza fractura (aunque hay quienes piensan que de hecho ya está profunda e
irremediablemente dividido). Entonces surge de a poco y crecientemente la
pregunta: “¿Dónde está el Rey? ¿Dónde está el Rey? ¿Dónde está el Rey?”
Porque ha ido fomentándose el
olvido del Rey durante todo este período de Regencia. Algunos se interrogan
aterrorizados: “¿Cómo nos ha sucedido?, ¿ha sido azaroso o planeado? ¿Acaso el
Regente ha dado el último y atrevido paso en su lógica de poder? ¿Quiso escalar
hasta la cima y al final solo se ha tratado de un camuflado impostor? ¿En
verdad tenía intenciones de desplazar y cual usurpador suplantar al Rey?”
Es cierto que el Regente ha
hablado del Rey y recordado su patrimonio pero de modo tan distinto a sus predecesores.
Casi en el trasfondo uno sospecha que del Rey trae solo aquello que le resulta
funcional y conveniente a su auto-justificación. ¿O no lo han sorprendido
repetidamente citando al Rey de modo parcial, recortado y fragmentario? ¿Ha
presentado el legado del Rey con fiel integralidad o aquel legado ha sido
direccionado interesadamente a su Regencia?
¿Dónde está el Rey y dónde ha
quedado su legado? ¿Alguien lo ha conservado? ¿Todavía hay al menos un Resto
que espera fervientemente su retorno?
Mientras tanto el Reino se
debate entre tensiones desgastantes. Algún día –muy pronto- el Regente morirá,
es ineludible. ¿Cómo se elegirá su sucesor? ¿Habrá posibilidad de elegir entre
el Cuerpo de Servidores a un súbdito fiel que solo busque desaparecer él mismo
para representar al Rey en toda su magnitud? ¿La población será capaz de reencontrarse
con una mística del Regente que controle que sea un oportuno instrumento para
que el mismísimo Rey los siga gobernando? ¿O la multitud prefiere facilista una
figura a la vez demagógica como autoritaria que le permita puerilmente excusarse
y cobijarse en algún pliegue paternalista? ¿Quieren las masas que vuelva el Rey
con toda su prístina claridad o ya se han acostumbrado a una luz a medias donde
transitar ambiguamente entre las sombras? ¿Al fin el proceso comenzado por el
último Regente se deslizará hacia un tobogán sombrío de decadencia, purgación y
rompimiento del Reino? ¿Quién lo sabe sino el Rey?
Tal vez oigamos en el futuro
inesperadas y tardías voces acalladas: “¡Ha muerto el tirano! ¡Ha finalizado su
usurpación! ¡Acabaron ya los días del impostor!” Quizás solo entonces por todos
lados rugirá como en agonía un gemido estridente: “¡Por favor que vuelva el Rey!”.
O tal vez no y habrá continuidad en el sopor, en la comodidad que ofrecen los
procesos donde siga ausente la Luz siempre viva del Único Rey. Habrá que
esperar la respuesta que dará el futuro: o estas gentes se escabullirán en las
tinieblas o se animarán a pararse bajo la Luz. Sin embargo en el futuro hay
algo totalmente seguro, lo único seguro que tiene el Reino hacia delante:
¡Volverá el Rey y todos quedarán en evidencia bajo su eterna e inextinguible
Claridad!
DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 36
LA
IGLESIA ES EDIFICACIÓN DE DIOS (I)
“Porque,
mientras haya entre ustedes envidia y discordia ¿no es verdad que son carnales
y viven a lo humano? Cuando dice uno «Yo soy de Pablo», y otro «Yo soy de
Apolo», ¿no proceden al modo humano? ¿Qué es, pues Apolo? ¿Qué es Pablo?...
¡Servidores, por medio de los cuales han creído!, y cada uno según lo que el
Señor le dio. Yo planté, Apolo regó; mas fue Dios quien dio el crecimiento. De
modo que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios que hace crecer. Y
el que planta y el que riega son una misma cosa; si bien cada cual recibirá el
salario según su propio trabajo, ya que somos colaboradores de Dios y ustedes,
campo de Dios, edificación de Dios.” 1 Cor 3,3b-9
Augusto
hermano Pablo, ahora explicitas la situación puntual que anticipabas al
decirnos anteriormente: “no pude hablarles como a espirituales”. Problemáticas
comunitarias y desajustes en el trato fraterno: envidias y discordias, supongo
podríamos sumar competencias, resentimientos, heridas abiertas que empañan la
mirada, prejuicios y fantasmas, inseguridades y acomplejamientos, dificultades
para dialogar en libertad y con verdad, inmadureces y aspiraciones no tan
evangélicas y todo lo que también nosotros hoy experimentamos al interior de la
vida eclesial.
Más
aún, aparece el tema de los personalismos. Por diversos motivos que ahora no
puedo detallar existe en todos una búsqueda de centralidad, protagonismo y
encumbramiento. De querer engañarnos y no aceptar esta pulsión escondida, ¡con
cuán tambaleante paso iniciaremos un trayecto comunitario! Dañaremos y nos
dañaremos con seguridad si no podemos asumir esta tendencia y buscar
purificarla como sanarla al fin. ¡Es una batalla constante contra nosotros
mismos la convivencia fraterna! Debemos permanecer vigilantes para discernir
las motivaciones que nos animan.
¡Qué
actual y siempre vigente resulta el tema para los ministros de la Iglesia!
Porque es propio de nuestro servicio estar exhibidos y expuestos. ¡Y es tan
tentador y al alcance de la mano aprovecharnos del ministerio para proponer el
culto a nuestra persona! De muchos modos nos sucede que terminamos poniéndonos
en el centro y en lugar de señalar a Cristo hasta sin quererlo le opacamos o
aún peor, incluso traicioneramente le suplantamos en vez de representarlo. ¡Cuánta
humildad le hace falta cultivar al ministro ordenado para permanecer en su eje
como un simple servidor del Señor!
A
veces pienso y tiemblo y rezo por mis superiores: ¡cuánto más encumbrados más
en peligro! Yo que apenas he accedido a “bajos rangos” y que he visto –a veces
después de pisarlas- las numerosas trampas tendidas por el Adversario con
astucia por doquier, me digo: “Pobrecitos los Obispos e inmensamente desdichado
el Papa, pues si han accedido a ese puesto de guardia, a esa atalaya de máxima
responsabilidad sin la madurez en virtud necesaria, ¡qué terribles las
tribulaciones interiores, qué inmensas oleadas de tentación demoníaca, que
fácil enajenar el alma!”. Por eso todo ministro ordenado debe aspirar
seriamente a santidad para no perderse ni perder al rebaño que le ha sido
confiado.
Y
aunque los ministros estuviesen firmes y claros aún queda ver qué pasa con el
resto del Pueblo de Dios. ¡Porque allí también deben librarse fuertes combates
por la unidad! ¡Que yo soy de éste o yo de aquel! ¡Que mi bandera es ésta o mi
camiseta aquella! Y transformamos afinidades subjetivas y sintonías afectivas
casi en dogmas sagrados. Y hacemos de un don o carisma –que no es más que un
sendero entre tantos- la panacea que debe extenderse necesariamente a todos.
¡Presuntuosos y totalitarios nos volvemos! Si no eres de mi grupo no eres de
los puros, si no rezas en mi movimiento seguro no conoces al Espíritu, si no
realizas un servicio en mi institución seguro eres alguien que no quiere
comprometerse; y así hasta la locura de proclamar que si no te integras a esta
porción y no te alineas en esta columna, no tendrás quizás salvación. ¿Pero eso
es la Iglesia o una secta? ¿Y acaso lo que tenemos y somos y en lo cual nos
gloriamos no lo hemos recibido? ¿Dónde ha sido relegado Cristo?
Los
ministros sagrados deben recordarse siempre que son humildes colaboradores,
solo ayudantes. La Iglesia entera debe recordar siempre que no se pertenece,
que tiene Dueño, que es campo donde Dios siembra y da el crecimiento, que es
edificación en Cristo, el Señor.
ESPECIAL DE CUARESMA
¿QUÉ
HAREMOS CON LA CRUZ?
Pbro.
Silvio Dante Pereira Carro
Miércoles
de Ceniza 2025
Desde
el año 2020, he asumido el compromiso de colaborar con un artículo semanal –frecuencia
no siempre exacta- con un portal digital católico. Se han sucedido diversas
temáticas, ya sea de índole bíblica, espiritual o de actualidad eclesial.[1]
Últimamente me he propuesto comentar las cartas paulinas. Es en el marco de la
Cuaresma 2025 que quisiera ofrecerles pues este compilado que creo podría ser
un aporte válido para la consideración espiritual. Tengan todos por gracia de
Dios una santa Cuaresma hacia la Pascua.
LA
PALABRA DE LA CRUZ (1)
Te
confieso querido Apóstol Pablo, santo de Dios, que al darme cuenta que tenía
que comentar este famoso texto tuyo me he sentido abrumado como quien se
encuentra parado frente a un abismo. Ruego al Señor no me falten palabras
talladas en el silencio porque el silencio sería la mejor y quizás única
palabra.
“Porque
no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio. Y no con palabras
sabias, para no desvirtuar la cruz de Cristo. Pues la predicación de la cruz es
una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan - para nosotros
- es fuerza de Dios.” 1 Cor 1,17-18
Has
alcanzado esta certeza: el centro de la predicación del Evangelio es el
misterio de la Cruz. Y tienes razón; aquí se estrellan las palabras
aparentemente sabias, la elocuencia colisiona contra el Madero que la hace
trizas y la reduce a un asombro extático frente a lo desconmensurado, la
ciencia de los hombres se revela del todo insignificante y nimia. Aquí a los
pies de la Cruz todo el edificio del universo entero cruje y se conmueve y con
dolores de parto alumbra un sentido que le sobreviene desde más allá de este
mundo.
“¿Por
qué la Cruz?” Me han enseñado cuando estudiante que una buena cristología debe
poder hacerse esta pregunta. Casi como decir que un cristiano que no se hace
esta pregunta no tiene la más mínima chance de realizar un proceso de
discipulado. “¿Por qué la Cruz?”
Y
tú como predicador has descubierto que toda la fuerza que requieres es la Cruz
desnuda, con toda su crudeza, tan difícil de digerir y tan revulsiva.
Arruinarías la palabra de la Cruz si la revistieras de explicaciones humanas,
de rebuscados argumentos intelectuales o de efervescente superficialidad
emotiva. Tarde o temprano la Cruz por si misma habla, solo hace falta que la
presentemos tal cual como es con toda su fuerza transfiguradora del alma.
Los
Viernes Santos, cada uno de ellos desde que soy sacerdote, están llenos de un
silencio que se torna palabra de fuego. No puedo sino decir de mil maneras a
los corazones apagados y a las mentes sordas que no hace falta nada más sino la
Cruz. Cuando todos huyen de ella escandalizados, horrorizados, temerosos;
cuando la mayoría quiere que pase rápido y que se borre pronto; yo solo quiero
quedarme aferrado a la eternidad de la Cruz de Cristo, victorioso Cordero
degollado y Esposo de la Iglesia. ¡Es que aún no hemos comprendido que la Cruz
es el Amor de Dios! ¡Amar la Cruz! ¿Quién podrá crecer y madurar hasta amar la
Cruz?
He
aquí pues la causa de que se pierdan los que se pierden: el rechazo de la Cruz.
He aquí pues también la causa por la cual somos alcanzados por la Salvación de
Dios: la apertura y aceptación de la Cruz, nuestra personal participación en
Getsemaní. Porque la Cruz es toda la fuerza de Cristo en el Espíritu hacia el
Padre para redención nuestra, el altar de la Pascua eterna, la Alianza
definitiva y nueva.
“Porque
dice la Escritura: Destruiré la sabiduría de los sabios, e inutilizaré la
inteligencia de los inteligentes. ¿Dónde
está el sabio? ¿Dónde el docto? ¿Dónde el sofista de este mundo? ¿Acaso no
entonteció Dios la sabiduría del mundo? De hecho, como el mundo mediante su
propia sabiduría no conoció a Dios en su divina sabiduría, quiso Dios salvar a
los creyentes mediante la necedad de la predicación.” 1 Cor 1,19-21
A
veces en nuestros días, estos oscuros y descarriados días de la Iglesia
peregrina –especialmente de tantísimos ministros y teólogos-, me pregunto: ¿qué
estarán buscando cuando desesperadamente quieren llenar su inteligencia y
corazón de las voces de este mundo y de las efímeras teorías de la época
transitoria en la que viven? ¿Acaso ya no lo tienen todo en la Cruz de Cristo,
desbordante de la verdadera sabiduría y del triunfante poder de Dios?
Pues
creo que no tienen la Gracia cuya fuente es la Cruz. Me temo que están huyendo
de ella y sumándose a tantos hombres –tan insensatos como infestados por las
semillas del Príncipe oscuro de este mundo-, buscando diseñar una salvación
diferente, una salvación sin Cruz y si es posible también una salvación sin
Dios. ¡Hombre que te quieres salvar a ti mismo, corres raudamente hacia el
abismo del que ya no habrá vuelta atrás! Pues la Cruz que rescata al que la
abraza, aplasta al que quiere poner otro fundamento que no sea ella.
Al
fin y al cabo no hay que inventar nada nuevo, nuestros santos siempre lo
supieron y nos lo han testimoniado. Lo único decisivo es ponerse de rodillas
humildemente a los pies de la Cruz. Allí termina el pecado y comienza la
santidad. La Cruz es desierto de mundo y puerta a la tierra de promisión.
“Así,
mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros
predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los
gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza
de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la
sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de
los hombres.” 1 Cor 1,22-25
¡Que
nunca entonces lo olvide la Iglesia: nosotros predicamos a un Cristo
crucificado que es y seguirá siendo escándalo y locura para este mundo!
Nos
equivocamos cuando intentamos pulir las aristas filosas de la Cruz, cuando
procuramos que sea suave y confortable para que no cause resistencias o cuando
la convertimos en un artículo o símbolo inerte, apenas una “marca de mercado”,
estéticamente presentada pero despotenciada de toda su salvaje interpelación.
No hay forma de que el hombre se despierte del sueño engañoso a la Luz de
Cristo sino se da un golpazo, -digámoslo con claridad-: necesitamos darnos un
golpazo y estamparnos contra el Leño de la Cruz para que nazca el Camino en
nosotros.
Yo
veo que lamentablemente en la Iglesia siempre ha habido -y hoy proliferan-, los
que olvidándose de Cristo o creyéndose más que Él, se congracian con las
ideologías de toda índole desvirtuando el Evangelio de la Cruz. Cambian el
Misterio oculto desde toda la eternidad y revelado en la madurez de los tiempos
por la Encarnación del Verbo que mira hacia la cúspide de la Pascua, por
sofismas e inventivas humanas, por idolillos portentosos que en el fondo no son
más consistentes que el humo que se desvanece pronto y por espejismos de
omnipotencia humana que no son sino la torpe prolongación del viejo pecado de
Adán que hizo crecer exponencialmente el pecado en la historia hasta el
desvarío de Babel. ¿Acaso aún no lo hemos aprendido? ¡Qué testarudo y cerrado
el corazón del hombre!
Pero
seguramente como ayer, hoy y mañana, no faltará ese ejercito humilde y
silencioso de santos que a arrodillados o postrados con rostro en tierra frente
al Árbol de la Vida, alumbrará la palabra de la Cruz. Esa palabra de la Cruz
que es bendita locura y santo escándalo, “debilidad” de un Dios infinitamente
más fuerte que todos los poderes de la humanidad entera desde el inicio hasta
el fin de la historia, los cuales quedan reducidos a la insignificancia y a la
intrascendencia sin su Amor manifestado sobreabundantemente en la Pascua del
Señor. ¡Ya lo siento, ya lo escucho y ya lo anhelo: ese susurro de los santos
que se convierte en clamor: la palabra de la Cruz por la cual es pastoreada la
Iglesia y rescatado el mundo! ¡Aquí lo tienes Madre Iglesia, toma resueltamente
entre tus manos el báculo de la Cruz y se fiel a tu vocación!
LA
PALABRA DE LA CRUZ (2)
“¡Miren,
hermanos, quiénes han sido llamados! No hay muchos sabios según la carne ni
muchos poderosos ni muchos de la nobleza. Ha escogido Dios más bien lo necio
del mundo para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo,
para confundir lo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios;
lo que no es, para reducir a la nada lo que es. Para que ningún mortal se
gloríe en la presencia de Dios. De él les viene que estén en Cristo Jesús, al
cual hizo Dios para nosotros sabiduría de origen divino, justicia,
santificación y redención, a fin de que, como dice la Escritura: El que se
gloríe, gloríese en el Señor.” 1 Cor 1,26-31
Estimado
hermano San Pablo, evidentemente no podemos caminar como discípulos sin Verdad.
Y en el punto de partida debe haber un ejercicio de sinceramiento que se
traducirá en gozosa acción de gracias: ¿quiénes seríamos nosotros sin Cristo?,
¿qué sería de nuestra vida sin la Gracia de Dios derramada por la Pascua del
Señor Jesús? Así en un proceso vocacional en buen estado, saludable y
correctamente orientado, existe siempre esta conciencia de la desproporción
entre el Dios totalmente Santo y nosotros pecadores, entre su Grandeza y
nuestra pequeñez. ¡Hasta la Virgen María, sin pecado, cantó asombrada la
alabanza por semejante desigualdad y por tamaña condescendencia divina!
Adviertes
pues que en la comunidad cristiana de ayer, como la de hoy seguramente, no son
mayoría los sabios, poderosos y nobles. Por lo contrario Dios parece haber
optado por quienes se ubican en el reverso de las cúspides mundanas. Los que no
destacan según los criterios de calificación cultural parecen constituir el
número grueso de los discípulos. No porque no tengan valor ni porque Dios no
pueda elevarlos y capacitarlos por encima de todos los saberes y poderes de
este mundo, sino porque se encuentran más fácilmente identificados con aquella
pobreza y fragilidad propias de la condescendencia de la Encarnación y Cruz.
Recuerdo
que cuando iniciaba mi camino vocacional, con otro compañero, acuñamos esta
expresión: “Los mejores salen”. Ese “salen” significaba que en algún momento
del proceso se iban del convento, que no perseveraban. Lo decíamos constatando
que los formadores siempre se encandilaban con formandos llenos de dotes y
virtudes naturales y se relamían pensando: “¡Qué gran religioso será!” Y
verdaderamente eran sobresalientes y con mucha mejor materia que nosotros, los
que quedamos. Los formadores tuvieron que contentarse con nosotros que quizás
no teníamos tan grandes dotes pero poseíamos lo más necesario para un proceso
vocacional: nuestra fragilidad, nuestra sincera aceptación de la propia
realidad personal y una fe que clamaba a Dios el rescate como lo hacen los
pobres y mendigos, creyendo que todo era posible para su Gracia.
Entre
el Crucificado y sus discípulos deberá haber al final del camino una plena
identificación. Por eso solo pueden sostener el andar quienes ya tienen las
marcas, las ranuras, las molduras, las muecas que puedan recibir la Cruz y
llevarla.
“Pues
yo, hermanos, cuando fui a ustedes, no fui con el prestigio de la palabra o de
la sabiduría a anunciarles el misterio de Dios, pues no quise saber entre
ustedes sino a Jesucristo, y éste crucificado. Y me presenté ante ustedes
débil, tímido y tembloroso. Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de
los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del
Espíritu y del poder para que su fe se fundase, no en sabiduría de hombres,
sino en el poder de Dios. Sin embargo, hablamos de sabiduría entre los
perfectos, pero no de sabiduría de este mundo ni de los príncipes de este
mundo, abocados a la ruina; sino que
hablamos de una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida, destinada por Dios
desde antes de los siglos para gloria nuestra, desconocida de todos los
príncipes de este mundo - pues de haberla conocido no hubieran crucificado al
Señor de la Gloria -.” 1 Cor 2,1-8
El
predicador, nos testimonias, debe ser un crucificado y su palabra debe brotar
del silencio escandaloso, punzante y filoso de la Cruz. Jesucristo Crucificado
es materia ineludible y central de la predicación del Evangelio. Se podrá
buscar el camino pedagógico más adecuado al estado de los interlocutores y se
podrán elegir variados métodos de comunicación que se consideren más oportunos;
pero no se podrá esquivar la Cruz. Se partirá desde la Cruz o se arribará a
ella o se la intercalará transversalmente en todo el itinerario pero será
esencial en el llamado al discipulado. De no ser así todos, predicadores y
vocados perderán el tiempo. Porque a la palabra de la Cruz se debe dar una
respuesta, tomar una decisión. Todo lo previo es preparación, acercamiento,
precalentamiento y generación de disposiciones pero la hora de la verdad es la
hora del encuentro con Cristo en Cruz. El camino del discipulado inicia con la
aceptación y el abrazo del Crucificado o allí se aborta el intento.
El
mismo Señor Jesús en el tiempo oportuno de la cercanía de la Pascua, rumbo a
Jerusalén, por tres veces les anuncio la Pasión. Y lanzó un llamado definitivo,
interpelante y claro, los convocó a la madurez: “Quien quiera venir en pos de
mí que tome su Cruz, la cargue y que me siga”. Y agregó aquello de: “Quien
quiera salvar su vida, la perderá, pero quien la entregue en ofrenda la
ganará”. Y puestos en la encrucijada una inmensa mayoría lo dejaron, se
apartaron de él y se volvieron atrás. Lo siguieron a tientas unos pocos
frágiles, que incluso a la hora decisiva le traicionaron, negaron o se
dispersaron mirando desde lejos el revulsivo y estremecedor acontecimiento
pascual. De entre los pocos unos pocos, la Mujer y Madre, el discípulo amado y
otras mujeres y discípulos en secreto permanecieron cerca a los pies de la
Cruz.
A
veces me pregunto si como Iglesia peregrina al comienzo del Tercer Milenio
comprendemos la ciencia de la predicación evangélica, si conocemos la Sabiduría
escondida y misteriosa de Dios, si la hemos alumbrado en nuestro corazón por el
abrazo de la Cruz. Y distingo a unos que masivamente van por el camino de
asimilarse al mundo y sus proyectos, que buscan ser expertos en el lenguaje de
los hombres y en las sensibilidades de la época. Su presentación de Jesucristo
termina siendo disolvente de su Misterio y de su Escándalo. Ofrecen un Cristo
recortado a las conveniencias, a las necesidades del mercado, diseñado según el
marketing y de rápida pero efímera circulación. Como vislumbro a otros que
minoritariamente no hablan tanto ni son tan visibles, que intentan vivir con
radicalidad evangélica y son incomprendidos inclusive entre sus hermanos, que
aspiran a santidad y son consecuentes con ese ideal, que abrazan la Cruz y se
aferran a ella como confesores de la fe y mártires. ¿Tú contemplas también esta
doble vía en la Iglesia que peregrina hoy en la historia? ¿Y percibes donde la
Iglesia se marchita y muere y dónde rejuvenece y crece? Quitada la Cruz
sobreviene la muerte, pero donde se levanta en alto el estandarte victorioso
del Amor en Cruz hay Vida.
POR
EL ESPÍRITU SANTO NOSOTROS TENEMOS LA MENTE DE CRISTO
San
Pablo, padre y hermano nuestro, nos has dejado absortos con tu presentación de
la Sabiduría de la Cruz, una Palabra que reclama más nuestro silencio que
nuestras palabras. ¿Y entonces la
Palabra de la Cruz será puro silencio y su Misterio tan insondable como
indecible? Pues no, con genial inteligencia teologal nos anuncias que esta
Palabra puede plenamente ser comunicada en el hábitat o atmósfera donde
propiamente es recibida y crece transformando nuestra vida. La Palabra de la
Cruz es una Palabra excelentísima y tan subida de Dios que solo puede ser
recibida y transmitida en el Espíritu Santo.
“Más
bien, como dice la Escritura, anunciamos: lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó,
ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman. Porque a nosotros nos lo reveló Dios por
medio del Espíritu; y el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de
Dios.” 1 Cor 2,9-10
Pues
Cristo en su Misterio, tan desbordantemente visible en su Encarnación y Cruz,
está más allá de este mundo. Por eso su Sabiduría a unos les resulta locura y a
otros necedad. No es de este mundo sino que vino a este mundo, asumiendo lo humano,
para revelar a su Padre y reconducirnos a Él. Ya le contemplaremos San Pablo
según tu expresión: “el Misterio escondido en Dios desde toda la eternidad”.
Pero para que la revelación -que es misión del Hijo Enviado- pueda ser aceptada
por nosotros también ha sido enviado el Espíritu Santo. El Espíritu –según lo
atestiguan otros pasajes neo-testamentarios- tiene una necesaria función
docente: nos conduce a la verdad plena y total, facilitando la maduración en
nosotros de cuanto Cristo nos ha enseñado, haciendo pues crecer el sentido de
la fe de los creyentes.
El
Espíritu que inhabita a los fieles en estado de gracia santificante sondea el
interior del hombre –iluminando la inteligencia y esclareciendo el corazón- y
viene a nosotros “desde las profundidades” del Misterio del Dios Uno y Trino
para celebrar en gozo la Alianza de Salvación con los hombres. “En el Espíritu
Santo”, confiesa ininterrumpidamente la fe de la Iglesia. “Hacia el Padre por
Cristo en el Espíritu”, como desde sus orígenes celebra y proclama el culto
cristiano a Dios.
¡Qué
belleza, finalmente, querido Apóstol, esta expresión tuya!: “lo
que Dios preparó para los que le aman”. ¿Y qué preparó Dios, el Padre,
con amor para quienes recibiendo su Misericordia le amen? ¡Qué preparó con
excedente Sabiduría que quedaba más allá del oído, del ojo, de la inteligencia
y del corazón del hombre? Pues preparó para nosotros con Amor y predestinación
eterna el Misterio de Jesucristo, el Verbo encarnado para nuestra Salvación y
llamamiento a la Gloria.
“En
efecto, ¿qué hombre conoce lo íntimo del hombre sino el espíritu del hombre que
está en él? Del mismo modo, nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de
Dios. Y nosotros no hemos recibido el
espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para conocer las
gracias que Dios nos ha otorgado, de las cuales también hablamos, no con
palabras aprendidas de sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu,
expresando realidades espirituales.” 1 Cor 2,11-13
Ahora
bien, hemos recibido ese Espíritu Santo que posibilita conocer a Dios en su
Misterio y las gracias que concede para nuestra salvación en Cristo. No el
espíritu del mundo y su sabiduría humana ciertamente limitada y a menudo
vocacionalmente desorientada, sino la Sabiduría eterna por medio del Espíritu
de Dios. Por tanto no hablamos solo según lo propio de la naturaleza humana
compartida con nuestros pares, sino que hemos sido capacitados y sobre-elevados
para hablar según el Espíritu santificador. Podemos con su gracia expresar,
testimoniar y conducir a los hombres hacia el Misterio de Dios, pues en el
Espíritu lo hemos contemplado y aceptado con Alianza de Amor.
¿De
dónde entonces este afán actual de gran parte de la Iglesia peregrina por
hablar prioritariamente con el lenguaje del mundo? Evidentemente estos tiempos
de apostasía, secularización y descristianización creciente nos han impactado
tantísimo más de lo que creemos. La pérdida del sentido por lo sagrado ha
extendido su sombra sobre amplios sectores de ministros ordenados. Una pátina inmanentista
lo cubre todo y ya no se vislumbra el Misterio. ¿Y si estamos empeñados en
festejar una Iglesia tan humana que ya no conoce más que una “soteriología
antropocéntrica desescatologizada”: quién hablará de Dios en el mundo y quiénes
tendrán la capacidad de expresar las realidades espirituales?
“El
hombre naturalmente no capta las cosas del Espíritu de Dios; son necedad para
él. Y no las puede conocer pues sólo espiritualmente pueden ser juzgadas. En
cambio, el hombre de espíritu lo juzga todo; y a él nadie puede juzgarle.
Porque ¿quién conoció la mente del Señor para instruirle? Pero nosotros tenemos
la mente de Cristo.” 1 Cor 2,14-16
Nosotros
los cristianos somos o debiéramos ser quienes tenemos la mente de Cristo. ¡Esta
es la obra principal del Espíritu Santo: formar a Cristo en nosotros! Y sin
embargo cada vez son más los erráticos discípulos que se esfuerzan por
sintonizar sin reservas con la mente del mundo y se van volviendo siempre más
indiferentes y ciegos ante el sentido sobrenatural y el fin último de la
vocación humana. Simplemente la palabra de la Cruz ya no puede ser pronunciada
eficazmente por gran parte de la Iglesia peregrina pues no tiene en el Espíritu
la mente de Cristo, sino que parece por la necedad de la mentalidad efímera y pasajera
del mundo. Y si la Cruz desconocida o poco transitada ya no es presentada
poderosa en su crudeza para ser abrazada por la fe, tampoco se infundirá el
Espíritu ni en la Iglesia ni en el mundo.
NO
PUDE HABLARLES COMO A ESPIRITUALES
“Yo,
hermanos, no pude hablarles como a espirituales, sino como a carnales, como a
niños en Cristo. Les di a beber leche y
no alimento sólido, pues todavía no lo podían soportar. Ni aun lo soportan al
presente; pues todavía son carnales.” 1 Cor 3,1-3a
Estimado
Apóstol, ¡qué pena tengas que dirigirte a los discípulos en estos términos!
Aunque más penoso es constatar que la inmadurez en el seguimiento de Cristo
siempre acecha a todos los miembros de la Iglesia que peregrina en el tiempo.
Ya veremos acerca de qué circunstancia concreta haces esta exhortación. Pero
antes me permito una mirada personal en mi contexto actual.
En
primer término, mi experiencia pastoral me ha puesto tantísimas veces en esta
disyuntiva: poder y querer dar a quienes tengo a mí cuidado bienes de Gracia
más subidos y sustanciosos y no poder hacerlo. ¿Por qué? Pues porque faltan las
disposiciones necesarias, porque es insuficiente el ejercicio de la vida
interior, porque no existe aún una robustez de vida moral proporcionada, en
fin, por falta de crecimiento o procesos lentos y trabajosos de maduración. “La
gracia supone la naturaleza”, expresaba famoso adagio. Ahora bien, es
tristemente demasiado habitual que la gracia del Señor no encuentre un soporte
adecuado y una recepción oportuna en nosotros. Falta a menudo –insisto en ello-
musculación espiritual, dado el creciente abandono de la dimensión ascética y
el olvido generalizado de la vida penitencial. Esto nos está sucediendo hoy en
la Iglesia.
Y
nos acaece, en segundo término, algo más grave, gravísimo en verdad. La
autocomplacencia y la justificación de la inmadurez discipular. Pocos son los
que quieren crecer en santidad y ahondar el seguimiento de Cristo. Se ha
desplomado masivamente la calidad de vida en el Espíritu. Ya sea porque el mal
espíritu modernista ha introducido un antropocentrismo idolátrico y sin una
correcta referencia a Dios, ya sea por la soteriología intramundana –de corte
secularizante- que no alcanza a vislumbrar el horizonte escatológico o ya sea
por la plaga del relativismo que socava todos los cimientos y no le permite a
una gran mayoría de fieles hallar un piso firme donde apoyarse y proyectar un
crecimiento.
Mas
lo realmente álgido es la falta de deseo por el crecimiento de la vida
cristiana. Una mentalidad pueril que espera que Dios lo haga todo por nosotros
sin nosotros. Una suerte de “clientelismo soteriológico” donde plácidamente
esperamos consumir bienes salvíficos a los que pretendemos tener derecho.
Es
el resultado de la deriva del “buenismo pastoral” y de la “falsa misericordia
sin exigencia de conversión y santidad”. Al fin y al cabo no asistimos sino a
una variante más de la herejía del quietismo. Detrás de muchas predicaciones
que levantan el estandarte del “inclusivismo absoluto” no hay sino la realidad
de un “falso misticismo”.
Por
tanto, lo que se cultiva es una religiosidad puramente emocionalista, la cual
se ofrece de placebo a los incautos. Los cristianos de comienzos del siglo XXI
pasan de experiencia en experiencia, sin nunca echar raíces ni establecer cimientos.
Se trata de una verdadera espiritualidad “líquida y a la carta” que los lleva
de estímulo en estímulo como adictos a unas sensaciones espirituales que juzgan
valiosas pero que en verdad son superficiales. Caminan volátiles y volubles
sobre el vacío sin pisar verdadera y firme tierra. Paradójicamente, ensalzando
inauténticamente lo humano, se trata en el fondo de una espiritualidad de la
desencarnación.
Es
sugestivo que esta queja del Apóstol –que se dirige a un tema bien específico,
el cual abordaremos adelante en otro apartado- también sea una derivación de la
palabra de la Cruz. Justamente es la Cruz el alimento sólido que no pueden
digerir pues aún no tienen la mentalidad de Cristo. Por eso aún no puede
tratarlos como a espirituales sino como a carnales, pues siguen viviendo
humanamente como viven todos y aún no despunta ni se consolida en ellos una
mirada superior, un sentido sobrenatural. Por eso debe considerarlos niños y no
adultos en Cristo y no puede anunciarles la sólida Palabra de la Salvación pues
aún tienen gusto y apego a los sabores meramente mundanos y pasajeros.
¿Y
acaso este reclamo no nos viene como anillo al dedo a los cristianos de hoy
según la problemática que hemos descripto? ¡Claro que sí! Nunca más ajustado y certero
el requerimiento. ¡No podemos todavía soportar a Cristo! Y vaya que nos lo
estamos quitando de encima en la Iglesia que peregrina. ¡Miren cómo quienes
hemos sido engendrados por la Pascua redentora nos venimos deslizando hacia
abajo hasta convertirnos trágicamente en enemigos de la Cruz de Cristo!
[1] Se trata del portal “VERDAD EN LIBERTAD. Noticias
y pensamiento en clave cristiana.” También puedes acudir a mi blog personal www.manantialdecontemplación.blogspot.com.
Contenidos audiovisuales en mi canal de youtube Presbítero Silvio Dante Pereira
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