Crecer hasta la altura del amor regalado. Florecillas de contemplación






"Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019) 



Crecer hasta la altura

del amor regalado

 

Dura pero ineludible exigencia es ésta para un camino de verdadera contemplación. Para andar en la noche alcanzando siempre nuevas terrazas en dirección a la cumbre es necesario caminar con paso firme, es decir, experimentando bajo los pies desnudos la rudeza de las rocas, la aspereza de los arbustos, el aguijonear de las espinas y cuanto más se asciende el dolor quemante de la escarcha. Figuras estas de las numerosas dificultades que hallamos a la hora de poner en obra tanto amor que se nos regala.

A la gracia hay que aceptarla, algo así como atar a ella la naturaleza para que la recree. Y a las mercedes se las atesora devolviéndoselas al Amado por el canal de las criaturas. El amor del Señor no solo nos invita a devolverle amor a Él sino que nos exige amarlo en todo lo que es obra suya, reconocerlo allí y allí abrazarlo. No progresa en el amor a Dios quien no progresa en el amor a los hermanos humanos, a todos los hermanos de la naturaleza, al hermano universo. Atar la gracia es desatarla, devolver gratis lo que gratis se nos da. Dejarse recrear es dejarse atravesar. La transformación comienza por la recepción del don y sigue por su devolución multiplicadora. Atesorar es desnudarse.

Por eso cada vez que recogido en la interior morada recibo amor nuevo y quemante del Señor sé que no es un final sino un nuevo inicio del trabajo de conversión, siempre continuo, nunca acabado. Me aferro entonces a la gracia regalada y poniéndola delante de mis ojos intento mirar la vida a través de ella. Muchas veces la aparto y la rechazo. Entonces me detengo en el amor y el Amado Misericordioso me acaricia y al acariciarme me invita a seguir andando, reanimando en mí el deseo del desposorio consigo y a la vez firme y suavemente, con esa misma caricia, me corrige y me reprende por mi negligencia. ¡Experimentarse avergonzada ante la mirada cariñosa del Señor, detenida en el amor, reaviva en el alma el sendero de la penitencia! Y entre lágrimas y no pocos dolores lucha y pone todas sus fuerzas en crecer con obras hasta la altura del amor que el Señor le regala.

¡Ojala algún día por algún momento la altura de ese amor que anima y exige sea la altura de la concordia amorosa con todos por amor al Amado! De poner en obra tanto amor habré crecido con la ayuda generosa de la gracia hasta la altura del amor de Jesús en la Cruz. Entonces exultaré y cantaré lleno de gozo al verme desposado en la Cruz, crucificado junto a mi Amado, uno solo con Él.

 

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