"Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)
“Él me hizo entrar en la bodega y enarboló sobre mí la insignia del Amor.” (2,4)
¡Oh, qué herida dulce y suave, profunda y quemante, extenuante que desmaya, inflamante oscura! ¿Quién podría explicar este suceso, ponerle palabras a este acción original y preciosa del Dios del Amor?
¡Oh, si apenas recuerdo este regalo, que me ha hecho algunas veces, la respiración del alma se agita y el corazón se acelera; exhalo amoroso deseo! Porque me hizo entrar en la bodega, donde a oscuras en la intimidad, me dio el vino de su Ser y me embriagó de amor. Enarboló sobre mí su insignia y me hizo suyo, ya que el corazón del hombre desea entregársele por completo pero es débil para actuar su deseo, y Él que es todo Misericordia adelantándose, se compadece y lo toma.
¡Oh dichosa bodega guardada en el fondo más hondo del alma! Allí mete el Señor a su amador para que reciba destellos de unión, y aunque sólo destellos, incomparables, inimaginables e indecibles. Así algún día habitará en ella alcanzando el grado de unión más alta.
Pero
¿cómo es esto de que la bodega está en el alma y el alma es metida en la
bodega? No sabría cómo explicar lo que
comprendo sin comprender: que el alma Dios habita y el alma es llevada allí
para ser introducida como en el seno de Dios. Tras vivirlo, sabiendo que estaba
en Dios sin saber cómo, me ha ido brotando la certeza de haber participado de
algún modo de
Y el corazón resuena tras este acercamiento al seno Trinitario:
Herida que profiere, Herida proferida,
comunicación total y hay otra Herida.
El que tenga al Amor de seguro lo tiene
en Tres Heridas.
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