"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)
1. La quietud de la siesta
Todo
duerme. En el convento todo duerme o parece dormir. Los pasillos están
desiertos y, las persianas bajas, los dejan a media luz. No sé si los demás
hermanos duermen. Apenas sé que aquí en mi celda yo estoy despierto. Vigilante
contemplo la quietud de la siesta que parece ascender desde el patio del
claustro y colarse por mi ventana. Afuera tampoco hay ruido: sólo silencio y un
delicado sopor. A la hora de la siesta todo parece quedarse quieto, recogido,
reposado. El viento cesa también y las ramas de los árboles ya no se mecen,
abandonan la danza. Los pájaros ya no trinan, o lo hacen muy de tanto en tanto.
Todo me parece adormilado y sin embargo, en esa quietud, tan vivo y tan
presente. El tiempo se vuelve denso. Todo parece dormir mientras yo me
encuentro increíblemente despierto.
En la contemplación hay bastante de este
adormilarse, reposar, silenciarse. Diría, simplemente, un dejarse estar frente
a la noticia confusa y general... clara y personal, lejana y ausente... cercana
y presente de un amor que viene y que viene novedoso. Y lo que describo no es un delirio
contradictorio ni la afirmación del círculo-cuadrado. Ya sé que te resulta
oscuro. Lo que digo es que lo totalmente nuevo se sale de nuestros esquemas y
nuestras palabras no lo alcanzan. Y si eso nuevo que irrumpe es Dios: ¿acaso tú
o yo podríamos de algún modo asirlo? Para dejar que lo nuevo sea nuevo tienen
que dormirse entonces nuestros esquemas cognitivos, dejar de actuar. Sólo en el
amor aquí se conoce algo. Mudo, sordo y ciego, insensibles el olfato, el tacto
y el gusto (analógicamente hablando)... así recogido el contemplador saborea la
noticia novedosa del Dios que viene con aquel sentido también nuevo que le ha
brotado en el amor. Con el entendimiento desencajado e imposibilitado de armar
un discurso argumentativo, con la imaginación suspendida o lanzada a un caos
algo molesto, la voluntad queda suavemente asida y atraída y en el amor algo
conoce, destellos tenues que iluminan algunos rincones del ser.
Como la atmósfera propia de la siesta se cuela por mi
celda, y en ella se instala, y me hace percibirlo todo en su quietud tan vivo y
tan presente... así Dios irrumpe dejando de lado y declarando abolidos los
medios anteriores para el encuentro tan dependientes de nosotros y de nuestros
esquemas, y totalmente nuevo se le ofrece al contemplador en aquella noticia
tan inexpresable de su estar frente a nosotros y nosotros ante él. Aquí sólo se
conoce algo en el amor.
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