"IMÁGENES. Un acercamiento al itinerario contemplativo." (2020)
2. Abrir la ventana
Al
despertarme, casi siempre de madrugada, el ambiente de mi habitación está
denso, cargado, pesado pero no me incomoda... mi olfato se ha acostumbrado a él
durante el sueño. Una vez vestido, algo dormido aún, salgo de la celda y me encamino
hacia el baño para asearme. Entonces advierto que afuera, en el pasillo, el
ambiente es distinto: el aire es más ligero y agradable y también más frío.
Tras asearme me dirijo a la cocina, como es mi costumbre, y caliento agua para
el mate (mi fiel amigo matutino). Al alcanzar humeante el punto previo al
hervor, la vierto en el termo y vuelvo a mi habitación. Al abrir la puerta me
golpea el ambiente: es una superficie áspera y rugosa. Aquellos minutos fuera
bastaron para que mi olfato se desacostumbrara. Los vahos corporales, una
mezcla de calor y aroma a encierro, lo dominan todo. Con rapidez tiendo la cama
y se me hace necesario abrir la ventana para airear la celda. (En invierno
apenas la entreabro dejando una tímida rendija bienhechora, mas en verano la
abro de par en par). Mientras rezo el Oficio de lectura, acojo el texto
evangélico del día y me lanzo a la oración la celda se va aligerando,
refrescando, renovando su aire y su aspecto. Entre mate y mate me admiro que
todo un ambiente edificado tras largas horas de la noche pueda cambiar
rápidamente haciendo algo tan sencillo como abrir una ventana.
He elegido esta imagen cotidiana por el
deleite que me causa su simplicidad casi burda y tosca; pues existen quienes
asocian la contemplación, fantasiosamente, a fenómenos extraordinarios que se
asemejan a los efectos especiales a los que nos tiene acostumbrado el cine.
Bien, nada más lejano a ellos que este encuentro en amor pequeño y escondido.
¡Con cuánta facilidad nos daríamos al encuentro
amoroso con nuestro Dios y Señor si nos dedicáramos a quedarnos quietos, en
espera activa en el deseo y el amor; si tan sólo abriéramos la ventana!
En la contemplación este abrir la ventana es un
dejarle toda la iniciativa a Dios renunciando a buscarle ya por los caminos
anteriores: las devociones y la meditación. Aunque le parezca al amador no
estar haciendo nada quédese en esta noticia novedosa e inefable, confusa y
general; en esta noticia amorosa que tan delicadamente enlaza la voluntad y la
atrae hacia Aquel de quien procede. Quédese en este estado donde ya poco puede
hacer más que estar y esperar y verá cómo al abrir la ventana a esta brisa
nueva y hasta ahora desconocida el ambiente de su casa interior se irá
aligerando, refrescando y renovando.
Vuelvo a repetir: no deje de abrir la ventana a esta
noticia amorosa y nueva aunque le parezca demasiado lejana y confusa. Cuando
así sea, como quien está atravesando el invierno, abra apenas un poco la
ventana y deje que penetre por la pequeña rendija algo de aire, mas no retorne
sobre sí a la devoción y meditación: ni hallará gusto en ella, ni sacará
provecho alguno, más aún, retornará a ella como peleando y saldrá con las manos
vacías. Quien ha descubierto el bondadoso cambio de clima que se sigue de una
ventana abierta ya no puede contentarse con aerosoles perfumados y desodorantes
ambientales: son demasiado artificiales ya, demasiado nuestros... Y si es
verano y esta noticia amorosa llega evidente y fuerte, enlazando en amor claro
y provocando ya alguna inflamación del deseo mantenga la ventana abierta, deje
que irrumpa ese aire nuevo durante todo el día y que venga de visita también el
sol.
Abrir una ventana es en la contemplación,
sencillamente, quedarse gratuitamente en espera de amor de Aquel que
gratuitamente viene por amor. Dejar que el Señor haga mucho más que nosotros,
pues actuar y amar en él son uno. No dejar de abrir la ventana...
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