"Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)
“Eres un jardín cerrado hermana mía, novia mía; eres un jardín cerrado, una fuente sellada. ¡Fuente que riega los jardines, manantial de agua viva, que fluye desde el Líbano!” (4,12-15)
Nuevamente estamos frente a la
experiencia del Señor que quiere mostrar al contemplador la obra que hace en
él. Le asegura entonces que en su amor lo tiene transformado en un jardín
habitado por los más exquisitos perfumes, en una fuente cristalina y caudalosa.
Sin embargo también le da a entender que está cerrado, pero no en el sentido de
cerrazón, sino de estar sellado. El Señor le declara que al atraerlo a la vida
contemplativa lo ha reservado para la exclusividad con Él; lo ha consagrado al
acto de amor simple y puro que es la contemplación.
Con
esta declaración también le asegura el Amado que será su sostén y defensa. Y le
invita al contemplador a no abrirse sino a permanecer cerrado, es decir,
dedicado a la vida contemplativa que le es regalada. Esta vida, en efecto,
lejos de ser inútil y estéril, es bien provechosa y fecunda en el amor.
Nos
es difícil aceptar que hay otras formas de ser signos de la presencia y
crecimiento del Reino fuera de la actividad. Pero quien contempla sabe que con
el regalo le llega una misión, una tarea que encerrado en su diminuto corazón
lo llevará a transitar innumerables caminos del mundo, innumerables corazones,
innumerables vaivenes de la historia. Este jardín cerrado ha sido convocado
para desparramar aromas de Cristo el Señor por todo el mundo y tan
secretamente. Desde esta fuente sellada en la noche, a escondidas, el Señor
riega las esterilidades del mundo con el agua que abundantemente le regala para
que rebalsando de sí llegue hasta lo más reseco. Un centro donde el Amor se
condensa y se expande: eso es un contemplativo.
Imposible
de aceptar sin la fe este obrar escondido. Sólo sé que el Señor, con
frecuencia, me impulsa a elevar así mi oración: “Señor, haz de mí una pira de dolor y de amor. Ocúltame en el
holocausto de tu Hijo. Quiero acabar con tanto sufrimiento. Acéptame, Padre,
como víctima de amoroso sacrificio. Quiero sufrir yo en lugar de ellos para que
en el mundo se saboree sólo el amor.”
Y
yo no sé cómo ni lo intuyo, porque aún soy tan débil y tan fétido, pero tengo
certeza de que en este encuentro simple y puro con el Amado, en esta asociación
amorosa con ese Varón de Dolores y Salvador, el mundo entero también vibra y
recibe amor.
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