“Grábame como un sello sobre tu corazón.” Cantar de los cantares

 




"Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)

“Grábame como


 un sello sobre tu corazón.” (8,6a)

 

            ¿Qué pide la amada, es decir, nuestra alma enamorada? Pide a su Amado y Señor estar tan cerca de Él que ya no pueda separarse, como lo sellado que se hace uno con la superficie y ya no puede quitarse uno sin el otro. No quiere más el contemplativo que perderse en su Señor, ser escondido en Él, ser parte, por así decirlo, de su corazón. Ser de Él, estando en Él íntimamente, a la vez que siendo el yo que es en su forma más auténtica. 

El amor que le ha sido dispensado le ha hecho comprender que el hombre es, sólo si es con Dios y en Dios, desde y para Dios. Y esta certeza que en sí surge es sabiduría de amor que compromete la integridad de la existencia, la totalidad del ser: o lo es todo para Dios, o lo que sea, será nada. Y esta experiencia es dolorosísima para el contemplativo hasta que no llegue a la unión, la que sólo alcanzará cuando asistido por la gracia del amor dé el último salto: una renuncia completa de su yo por amor al Amado, una renuncia completa a todas las criaturas y a sí mismo. Renuncia que no es falta de amor sino referenciarlo todo al amor primero y fundante sin el cual todos los demás amores se desfiguran. Un don de integración santificante de toda la vida en Dios. Se trata de convertirse de tantas disimuladas idolatrías para tener un solo Dueño y Señor.

Alcanzar esta renuncia es lo propio del estado de capullo que precede a la unión serena y estable, verdadera unión esponsal. Mientras el capullo no se rasgue y el yo siga en su lapso de purificación total gritará y clamará entre lágrimas: ¡Señor, por favor, apura el tiempo! ¿No ves que no soy más que debilidad y pecado necesitado de Ti? ¿Qué puedo yo sin Ti? Ahora sé que yo sin Ti no soy más que un esfuerzo inútil destinado al fracaso y la disolución. Nada de lo grande que pueda alcanzar sin Ti se compara a lo más insignificante que Tú me puedas dar a mí. ¡Oh, Señor, piedad de mí! ¡Por tu gran Misericordia dame fuerzas para entregarte mi ser y desasirme de todos mis ídolos! ¡Oh, Señor, Amado y Amante, grábame como un sello sobre tu corazón!

 

 

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