"Cantar de amadores. Sobre el inicio de la contemplación." (2019)
“Mi amado es para mí, y yo soy para mi amado.” (2,16a)
Confieso que me encuentro sin
palabras ante este texto que susurro, exclamo y canto con frecuencia. No hay
mejor forma de expresar el camino contemplativo.
Porque
del otro lado del umbral –de la experiencia activa o vía ascética- se da un
reordenamiento de la vida para que su centro sea el Señor a través de la
penitencia, es decir, de la conversión continua por prácticas y ejercicios
adecuados. Pero por empeñoso que sea este trabajo y por altos que sean sus
frutos no tocan ni la hondura ni la continuidad de la experiencia contemplativa
-experiencia infusa o vía mística-. De
ningún modo hablo de mayor o menor santidad, sólo digo que es propio de la
contemplación que el don de la unión, el don de la referencia del yo al Amado,
quede marcado en el alma de un modo más persistente.
No
es indiferente haber pasado o no haber pasado el alma por el trance del rapto,
del amoroso estar fuera de sí en Él por Él.
De aquel lado del umbral, a fuerza de un gran trabajo de la voluntad, la
existencia puede alcanzar una referencia amplia y honda al Señor, pero una
referencia que demanda constante vigilancia y esfuerzo ascético. De este lado
esto no se abandona pero se recibe, por la propia experiencia contemplativa que
deja al alma imborrablemente marcada, el don de la referencia. La existencia
del contemplador no puede menos que experimentarse referida a la existencia del
Amado. Existo para Él y porque Él existe, sino no existiría.
Es
un profundo desencantamiento y desabrimiento por todo lo que no sea el Amado.
Sólo queda la existencia del Amado como motor y sentido de la existencia y nada
más. Y cuanto más se adentra el contemplador en su caminar la referencia se va
haciendo más esencial. Participando de algún modo de la misma vida divina,
sumergido de a ratos en el misterio de
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