Jeremías: el profeta de la interioridad, atravesado por el sufrimiento (4)

 

 


Una 1era. sección del libro de la Profecía de Jeremías se contiene en 2,1-6,30. Son oráculos bajo el reinado de Josías. Es un intenso tiempo de reforma religiosa donde se intenta erradicar la idolatría y reencontrarse con la ley de Dios para vivir la Alianza. En este contexto el profeta vuelve con elocuencia y crudeza a retomar la imagen sembrada por Oseas acerca del Pueblo cual esposa infiel.

Contemplemos el pasaje 2,1-13:

 

“Entonces me fue dirigida la palabra de Yahveh en estos términos: Ve y grita a los oídos de Jerusalén: Así dice Yahveh: De ti recuerdo tu cariño juvenil, el amor de tu noviazgo; aquel seguirme tú por el desierto, por la tierra no sembrada. Consagrado a Yahveh estaba Israel, primicias de su cosecha. «Quienquiera que lo coma, será reo; mal le sucederá» - oráculo de Yahveh -.”  (Jer 2,1-3)

 

En principio se trata de un recuerdo consolador. Dios vuelve su mirada hacia el pasado, hacia los orígenes del Pueblo, período de amor juvenil y Alianza sellada en el camino del desierto. Israel es el consagrado de Dios, quien se goza en él y le defiende celosamente, pues ambos están unidos por un recíproco amor. Sin embargo la remembranza se tuerce pronto hacia la amargura, la queja y el reclamo:

 

“Oíd la palabra de Yahveh, casa de Jacob, y todas las familias de la casa de Israel. Así dice Yahveh: ¿Qué encontraban vuestros padres en mí de torcido, que se alejaron de mi vera, y yendo en pos de la Vanidad se hicieron vanos? En cambio no dijeron: «¿Dónde está Yahveh, que nos subió de la tierra de Egipto, que nos llevó por el desierto, por la estepa y la paramera, por tierra seca y sombría, tierra por donde nadie pasa y en donde nadie se asienta?» Luego os traje a la tierra del vergel, para comer su fruto y su bien. Llegasteis y ensuciasteis mi tierra, y pusisteis mi heredad asquerosa.” (Jer 2,4-7)

 

Dios recuerda que su Pueblo se ha olvidado. Se ha olvidado de la obra de su Señor que lo eligió y lo rescató de Egipto, se ha olvidado de la gesta liberadora de la Pascua, se ha olvidado del tiempo de camino y formación para la Alianza en el desierto, se ha olvidado de la tierra de promisión que le concedió en su bondad. Y este olvido fatal ha terminado arruinando la obra de la Salvación, estropeando la promesa, corrompiendo cuanto era Gracia.

 

“Los sacerdotes no decían: «¿Dónde está Yahveh?»; ni los peritos de la Ley me conocían; y los pastores se rebelaron contra mí, y los profetas profetizaban por Baal, y en pos de los Inútiles andaban. Por eso, continuaré litigando con vosotros - oráculo de Yahveh - y hasta con los hijos de vuestros hijos litigaré.”  (Jer 2,8-10)

 

Aquella cándida novia de la juventud ahora en su adultez ha devenido en una apóstata y ha traicionado a su Esposo yendo detrás de los ídolos, a los cuales se califica como “inútiles”. Dios tiene litigio contra su Pueblo que le ha abandonado.

 

“Pues mi pueblo ha trocado su Gloria por el Inútil. Pasmaos, cielos, de ello, erizaos y cobrad gran espanto - oráculo de Yahveh -. Doble mal ha hecho mi pueblo: a mí me dejaron, Manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas, que el agua no retienen. (Jer 2,11b-13)

 

El pasaje culmina con una lamentación en la que se invita a la creación a quedarse paralizada y atónita frente a la tragedia. Entonces introduce la famosa imagen donde se compara a Dios con un “Manantial de aguas vivas” y a los ídolos como “cisternas agrietadas que no retienen el agua”. Han cambiado la Verdad y el Bien por ilusiones y espejismos seductores pero llenos de falsedad y vacío. Mal negocio ha hecho aquella mujer, inocente y fiel en su juventud, que ha terminado pervirtiéndose.

Para completar la composición veamos también este otro pasaje contenido en la misma sección:

 

 “«Supongamos que despide un marido a su mujer; ella se va de su lado y es de otro hombre: ¿podrá volver a él? ¿no sería como una tierra manchada?» Pues bien, tú has fornicado con muchos compañeros, ¡y vas a volver a mí! - oráculo de Yahveh -.” (Jer 3,1)

 

Desde el inicio la parábola postula al Pueblo como una mujer muy manchada por su prostitución que ya no tiene derecho ni oportunidad para regresar a su Esposo.

 

 “Alza los ojos a los montes desolados y mira: ¿en dónde no fuiste gozada? A la vera de los caminos te sentabas para ellos, como el árabe en el desierto, y manchaste la tierra con tus fornicaciones y malicia. Se suspendieron las lloviznas de otoño, y faltó lluvia tardía; pero tú tenías rostro de mujer descarada, rehusaste avergonzarte.” (Jer 3,2-3)

 

Con tremenda descripción el profeta denuncia la entrega impúdica del Pueblo a cuanto amante idolátrico se apareciera en su camino. A consecuencia de su pecado las cumbres de las colinas eran como un desierto estéril y ya no había lluvias. Pero el Pueblo ni aun así se arrepentía y perseveraba descaradamente en su infidelidad.

 

“¿Es que entonces mismo no me llamabas: «Padre mío; el amigo de mi juventud eres tú?; ¿tendrá rencor para siempre?, ¿lo guardará hasta el fin?» Ahí tienes cómo has hablado; las maldades que hiciste las has colmado.” (Jer 3,4-5)

 

La pericopa termina con una sentencia condenatoria. Incluso se juzga negativamente el tardío intento de arrepentimiento, entendiendo que no es sincero. Evidentemente a la hora de este oráculo de Jeremías el Reino del Norte ya ha caído bajo Asiria y sufrido tanto destrucción como destierro. A esa situación del pasado no tan distante se aplican sus palabras. Pero entonces hábilmente el hombre de Dios conecta esta realidad señalada para que sirva de advertencia al Reino del Sur, quien ha caído en el mismo pecado y también pretende volver engañosamente a su Señor.

 

“Yahveh me dijo en tiempos del rey Josías: ¿Has visto lo que hizo Israel, la apóstata? Andaba ella sobre cualquier monte elevado y bajo cualquier árbol frondoso, fornicando allí. En vista de lo que había hecho, dije: «No vuelvas a mí.» Y no volvió. Vio esto su hermana Judá, la pérfida; vio que a causa de todas las fornicaciones de Israel, la apóstata, yo la había despedido dándole su carta de divorcio; pero no hizo caso su hermana Judá, la pérfida, sino que fue y fornicó también ella, tanto que por su liviandad en fornicar manchó la tierra, y fornicó con la piedra y con el leño. A pesar de todo, su hermana Judá, la pérfida, no se volvió a mí de todo corazón, sino engañosamente - oráculo de Yahveh -.” (Jer 3,6-10)

 

Haz memoria, nunca olvides quien eres ni a Quien perteneces

 

Una Reforma religiosa es siempre un intento de volver a los orígenes, a las raíces de santidad de la vocación. En este sentido el profetismo hace memoria de las maravillas obradas por el Señor y de la fidelidad de su Amor, intentando hacer recapacitar al Pueblo y purificarlo de las tentaciones y pecados que se le pudiesen haber pegoteado en el camino. La Reforma religiosa pues llama al arrepentimiento sincero del corazón, a una revisión de vida a la luz de la Palabra de Dios y a una puesta en valor de la experiencia que dio origen al trayecto. Se trata claro de una renovación de la Alianza.

Los profetas no dudaron en aplicar las durísimas imágenes de la prostitución a la situación del Pueblo Elegido. ¿Por qué nosotros no podríamos hacerlo también con la Iglesia peregrina en la historia, animada por el Santo pero aún penitente en sus miembros? Creo que es sano hacer memoria de la obra salvadora del Esposo Jesucristo por su esposa la Iglesia. De hecho lo hacemos constantemente en el culto que le dirigimos en Espíritu y en Verdad, ya por la liturgia de la Eucaristía y de los Sacramentos, ya por la plegaria en el Oficio Divino.

Quien verdaderamente ama recuerda y tiene siempre presente a su Amado y vigila sin desfallecer para guardarse en fidelidad. En este sentido la Iglesia peregrina se halla inmersa en una corriente permanente de conversión, una inacabada reforma de sí misma para vivir a imagen y semejanza de Cristo –dinámica que cesará cuando llegue a ser la Jerusalén Celeste-, una incesante renovación de su mente y corazón según el Espíritu.

O al menos este es el signo de su vitalidad y salud en la historia. Pues si decayera en esta continua renovación de la Alianza, haciendo memoria agradecida y creciendo en fidelidad a su Señor, si dejara de mirar con esperanza hacia la Gloria prometida, se daría cuenta que se ha  olvidado de quien es y a Quien le pertenece, que ha caído enredada por las tentaciones de este mundo y está atrapada bajo la red de inútiles ídolos agrietados.

No es mi intención ahora detenerme en considerar si nuestra Iglesia contemporánea se ha prostituido de alguna forma y en qué manera. En todo caso hacer con Jeremías un llamamiento a vivir en espíritu de reforma. A su vez implorar a Dios que nunca falten a su Pueblo en cada tiempo esos grandes reformadores que son los Santos, quienes se constituyen como el medio providencial para que el rescate de Dios en Jesucristo siga vigente siempre.

 

 


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