Una 1era. sección
del libro de la Profecía de Jeremías se contiene en 2,1-6,30. Son oráculos bajo
el reinado de Josías. Es un intenso tiempo de reforma religiosa donde se
intenta erradicar la idolatría y reencontrarse con la ley de Dios para vivir la
Alianza. En este contexto el profeta vuelve con elocuencia y crudeza a retomar
la imagen sembrada por Oseas acerca del Pueblo cual esposa infiel.
Contemplemos
el pasaje 2,1-13:
“Entonces me fue dirigida la palabra de Yahveh en
estos términos: Ve y grita a los oídos de Jerusalén: Así dice Yahveh: De ti
recuerdo tu cariño juvenil, el amor de tu noviazgo; aquel seguirme tú por el
desierto, por la tierra no sembrada. Consagrado a Yahveh estaba Israel,
primicias de su cosecha. «Quienquiera que lo coma, será reo; mal le sucederá» -
oráculo de Yahveh -.” (Jer 2,1-3)
En principio
se trata de un recuerdo consolador. Dios vuelve su mirada hacia el pasado,
hacia los orígenes del Pueblo, período de amor juvenil y Alianza sellada en el
camino del desierto. Israel es el consagrado de Dios, quien se goza en él y le
defiende celosamente, pues ambos están unidos por un recíproco amor. Sin
embargo la remembranza se tuerce pronto hacia la amargura, la queja y el
reclamo:
“Oíd la palabra de Yahveh, casa de Jacob, y todas
las familias de la casa de Israel. Así dice Yahveh: ¿Qué encontraban vuestros
padres en mí de torcido, que se alejaron de mi vera, y yendo en pos de la
Vanidad se hicieron vanos? En cambio no dijeron: «¿Dónde está Yahveh, que nos
subió de la tierra de Egipto, que nos llevó por el desierto, por la estepa y la
paramera, por tierra seca y sombría, tierra por donde nadie pasa y en donde
nadie se asienta?» Luego os traje a la tierra del vergel, para comer su fruto y
su bien. Llegasteis y ensuciasteis mi tierra, y pusisteis mi heredad asquerosa.”
(Jer 2,4-7)
Dios recuerda
que su Pueblo se ha olvidado. Se ha olvidado de la obra de su Señor que lo
eligió y lo rescató de Egipto, se ha olvidado de la gesta liberadora de la Pascua,
se ha olvidado del tiempo de camino y formación para la Alianza en el desierto,
se ha olvidado de la tierra de promisión que le concedió en su bondad. Y este
olvido fatal ha terminado arruinando la obra de la Salvación, estropeando la
promesa, corrompiendo cuanto era Gracia.
“Los sacerdotes no decían: «¿Dónde está Yahveh?»; ni
los peritos de la Ley me conocían; y los pastores se rebelaron contra mí, y los
profetas profetizaban por Baal, y en pos de los Inútiles andaban. Por eso,
continuaré litigando con vosotros - oráculo de Yahveh - y hasta con los hijos
de vuestros hijos litigaré.” (Jer 2,8-10)
Aquella cándida
novia de la juventud ahora en su adultez ha devenido en una apóstata y ha
traicionado a su Esposo yendo detrás de los ídolos, a los cuales se califica
como “inútiles”. Dios tiene litigio contra su Pueblo que le ha abandonado.
“Pues mi pueblo ha trocado su Gloria por el Inútil. Pasmaos,
cielos, de ello, erizaos y cobrad gran espanto - oráculo de Yahveh -. Doble mal
ha hecho mi pueblo: a mí me dejaron, Manantial de aguas vivas, para hacerse
cisternas, cisternas agrietadas, que el agua no retienen. (Jer 2,11b-13)
El pasaje
culmina con una lamentación en la que se invita a la creación a quedarse
paralizada y atónita frente a la tragedia. Entonces introduce la famosa imagen
donde se compara a Dios con un “Manantial de aguas vivas” y a los ídolos como “cisternas
agrietadas que no retienen el agua”. Han cambiado la Verdad y el Bien por
ilusiones y espejismos seductores pero llenos de falsedad y vacío. Mal negocio
ha hecho aquella mujer, inocente y fiel en su juventud, que ha terminado
pervirtiéndose.
Para completar
la composición veamos también este otro pasaje contenido en la misma sección:
“«Supongamos que despide un marido a su mujer; ella
se va de su lado y es de otro hombre: ¿podrá volver a él? ¿no sería como una
tierra manchada?» Pues bien, tú has fornicado con muchos compañeros, ¡y vas a
volver a mí! - oráculo de Yahveh -.” (Jer 3,1)
Desde el
inicio la parábola postula al Pueblo como una mujer muy manchada por su
prostitución que ya no tiene derecho ni oportunidad para regresar a su Esposo.
“Alza los ojos a los montes desolados y mira: ¿en
dónde no fuiste gozada? A la vera de los caminos te sentabas para ellos, como
el árabe en el desierto, y manchaste la tierra con tus fornicaciones y malicia.
Se suspendieron las lloviznas de otoño, y faltó lluvia tardía; pero tú tenías
rostro de mujer descarada, rehusaste avergonzarte.” (Jer 3,2-3)
Con tremenda
descripción el profeta denuncia la entrega impúdica del Pueblo a cuanto amante
idolátrico se apareciera en su camino. A consecuencia de su pecado las cumbres
de las colinas eran como un desierto estéril y ya no había lluvias. Pero el Pueblo
ni aun así se arrepentía y perseveraba descaradamente en su infidelidad.
“¿Es que entonces mismo no me llamabas: «Padre mío;
el amigo de mi juventud eres tú?; ¿tendrá rencor para siempre?, ¿lo guardará
hasta el fin?» Ahí tienes cómo has hablado; las maldades que hiciste las has
colmado.” (Jer 3,4-5)
La pericopa
termina con una sentencia condenatoria. Incluso se juzga negativamente el tardío
intento de arrepentimiento, entendiendo que no es sincero. Evidentemente a la
hora de este oráculo de Jeremías el Reino del Norte ya ha caído bajo Asiria y
sufrido tanto destrucción como destierro. A esa situación del pasado no tan
distante se aplican sus palabras. Pero entonces hábilmente el hombre de Dios
conecta esta realidad señalada para que sirva de advertencia al Reino del Sur,
quien ha caído en el mismo pecado y también pretende volver engañosamente a su Señor.
“Yahveh me dijo en tiempos del rey Josías: ¿Has
visto lo que hizo Israel, la apóstata? Andaba ella sobre cualquier monte
elevado y bajo cualquier árbol frondoso, fornicando allí. En vista de lo que
había hecho, dije: «No vuelvas a mí.» Y no volvió. Vio esto su hermana Judá, la
pérfida; vio que a causa de todas las fornicaciones de Israel, la apóstata, yo
la había despedido dándole su carta de divorcio; pero no hizo caso su hermana
Judá, la pérfida, sino que fue y fornicó también ella, tanto que por su liviandad
en fornicar manchó la tierra, y fornicó con la piedra y con el leño. A pesar de
todo, su hermana Judá, la pérfida, no se volvió a mí de todo corazón, sino
engañosamente - oráculo de Yahveh -.” (Jer 3,6-10)
Haz memoria, nunca olvides quien eres ni a Quien
perteneces
Una Reforma
religiosa es siempre un intento de volver a los orígenes, a las raíces de
santidad de la vocación. En este sentido el profetismo hace memoria de las
maravillas obradas por el Señor y de la fidelidad de su Amor, intentando hacer
recapacitar al Pueblo y purificarlo de las tentaciones y pecados que se le
pudiesen haber pegoteado en el camino. La Reforma religiosa pues llama al
arrepentimiento sincero del corazón, a una revisión de vida a la luz de la Palabra
de Dios y a una puesta en valor de la experiencia que dio origen al trayecto. Se
trata claro de una renovación de la Alianza.
Los profetas
no dudaron en aplicar las durísimas imágenes de la prostitución a la situación
del Pueblo Elegido. ¿Por qué nosotros no podríamos hacerlo también con la Iglesia
peregrina en la historia, animada por el Santo pero aún penitente en sus
miembros? Creo que es sano hacer memoria de la obra salvadora del Esposo Jesucristo
por su esposa la Iglesia. De hecho lo hacemos constantemente en el culto que le
dirigimos en Espíritu y en Verdad, ya por la liturgia de la Eucaristía y de los
Sacramentos, ya por la plegaria en el Oficio Divino.
Quien verdaderamente
ama recuerda y tiene siempre presente a su Amado y vigila sin desfallecer para
guardarse en fidelidad. En este sentido la Iglesia peregrina se halla inmersa
en una corriente permanente de conversión, una inacabada reforma de sí misma para
vivir a imagen y semejanza de Cristo –dinámica que cesará cuando llegue a ser
la Jerusalén Celeste-, una incesante renovación de su mente y corazón según el Espíritu.
O al menos
este es el signo de su vitalidad y salud en la historia. Pues si decayera en
esta continua renovación de la Alianza, haciendo memoria agradecida y creciendo
en fidelidad a su Señor, si dejara de mirar con esperanza hacia la Gloria
prometida, se daría cuenta que se ha olvidado
de quien es y a Quien le pertenece, que ha caído enredada por las tentaciones
de este mundo y está atrapada bajo la red de inútiles ídolos agrietados.
No es mi
intención ahora detenerme en considerar si nuestra Iglesia contemporánea se ha
prostituido de alguna forma y en qué manera. En todo caso hacer con Jeremías un
llamamiento a vivir en espíritu de reforma. A su vez implorar a Dios que nunca
falten a su Pueblo en cada tiempo esos grandes reformadores que son los Santos,
quienes se constituyen como el medio providencial para que el rescate de Dios
en Jesucristo siga vigente siempre.
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