En la pericopa
9,1-8 se nos ofrece una cruda descripción de la situación en la que se
encuentra el Pueblo de Dios.
“¡Quién me diese en el desierto una posada de
caminantes, para poder dejar a mi pueblo y alejarme de su compañía!” (Jer 9,1a)
La primera
afirmación es sorprendente y gravísima: Dios quiere alejarse de su Pueblo, huir
al desierto y recluirse en algún refugio fuera de su alcance, retirarse a la
soledad lejos de la compañía de Israel. ¿Qué mueve al Señor a tomar distancia y
ya no gozar de convivir con su Pueblo?
“Porque todos ellos son adúlteros, un hatajo de
traidores que tienden su lengua como un arco. Es la mentira, que no la verdad,
lo que prevalece en esta tierra. Van de mal en peor, y a Yahveh desconocen.” (Jer
9,1b-2)
Se
describe a los habitantes como “adúlteros
y traidores”, bajo la temática del desconocimiento de Yahvéh por la inclinación
a las prácticas idolátricas. Pero también se introduce el problema de la
ausencia de verdad por la multiplicación de la mentira y un mal uso de la
comunicación: su lengua se ha entregado al pecado. Esto configura un ambiente
muy difícil y poco grato para la convivencia.
“¡Que cada cual se guarde de su prójimo!,
¡desconfiad de cualquier hermano!, porque todo hermano pone la zancadilla, y
todo prójimo propala la calumnia. Se engañan unos a otros, no dicen la verdad;
han avezado sus lenguas a mentir, se han pervertido, incapaces de convertirse.
Fraude por fraude, engaño por engaño, se niegan a reconocer a Yahveh.” (Jer
9,3-5)
El Pueblo se
ha tornado un ambiente peligroso, que ya no da cobijo ni seguridad. Es muy
impresionante que Dios clame: “¡Desconfía de tus hermanos, no hay nadie en
quien puedas fiarte!” La fraternidad se ha quebrado y todos se mueven como
falsos hermanos que en cualquier momento tienden una trampa y buscan lastimar a
los demás. El engaño, la hipocresía y las calumnias han teñido todo el
entramado de los vínculos. ¿Quién no se siente solo aquí? Ya no hay verdad ni
justicia entre los ciudadanos sino que solo circula el fraude como moneda común.
¿Quién no teme por su vida aquí? Se entiende pues perfectamente por qué Dios
quiere separarse y apartarse de ellos huyendo al yermo. ¿Quién no se sentiría
impulsado a huir de un tal ambiente?
“Por ende, así dice Yahveh Sebaot: He aquí que yo
voy a afinarlos y probarlos; mas ¿cómo haré para tratar a la hija de mi pueblo?
Su lengua es saeta mortífera, las palabras de su boca, embusteras. Se saluda al
prójimo, pero por dentro se le pone celada. Y por estas acciones, ¿no les he de
castigar? - oráculo de Yahveh -, ¿de una nación así no se vengará mi alma?” (Jer
9,6-8)
El oráculo
cierra con una sentencia de castigo. El Señor, aunque se resguarde y se ponga
lejos de su alcance, no es indiferente a esta perversión de las relaciones
fraternas que desfigura totalmente el rostro de la Alianza de la Salvación. El Pueblo
deberá ser corregido y mediante la prueba ser purificado. Dios desearía
devolverlo a la verdad para que reine la caridad entre los hermanos y se
restablezca la convivencia con Él. ¡Esta forma de relacionarse se ha hecho sinceramente
invivible!
Cuidemos el ambiente comunitario
Lamentablemente
al oír esta descripción, estoy seguro que todos hemos reconocido en ella
experiencias dolorosas de nuestra vida eclesial. ¡No debiera ser así pero
sucede!
A veces
nuestras comunidades, si el pecado personal no ha sido extirpado, si la
conversión no ha alcanzado un nivel que asegure la sana relación fraterna, se
tornan hostiles y áridas con resequedad de desconfianza. Un ambiente eclesial
donde no se puede creer en los demás, como si toda la convivencia se volviera
un tablero de ajedrez repleto de estrategias de defensa y ataque. Un tal ambiente
resulta opresivo y asfixiante. Es terriblemente cansador estar midiendo todo
gesto y palabra para que no pueda ser usada en tu contra, estar siempre
volteando la mirada por sobre la espalda para evitar la traición y puñalada por
detrás.
Es cierto que
una tan desgraciada situación no solo es fruto de una malicia fríamente
calculada sino también de la enfermedad o la falta de madurez humana: acomplejamientos
e inseguridades, sospechas paranoicas, apetencias desmedidas de protagonismo, poder
y fama, manipulaciones afectivas o ideológicas, incapacidad para ser
transparente, traumas del pasado que limitan confiarse en manos de otros,
heridas interiores que distorsionan la mirada y el juicio sobre la realidad, junto
a una lista extensa de carencias no asumidas por las cuales miramos el mundo transformándolo
en un espacio árido y sin resguardo posible. Vivir así es descorazonador. Solo
se habilita la acumulación de decepciones y el sentimiento de frustración.
La esperanza
según el profeta no se encuentra en un voluntarismo para cambiar de conducta
sino en un retorno a Dios. Solo si el Señor está presente en cada corazón y
entre los hermanos, su gracia y santidad lograrán purificarnos, sanarnos y
hacernos crecer para vivir unas relaciones fraternas sanas y gozosas bajo su
mirada.
Por eso estoy
convencido desde hace largo tiempo que uno de los grandes problemas de la Iglesia
contemporánea radica en su excesivo funcionalismo que orienta todos los vínculos
hacia la jerarquización y especialización de los miembros de la comunidad,
hacia una fría operatividad en busca de eficacia, configurándolos más a los
modelos organizacionales meramente humanos que al Misterio de comunión que nos
anuncia y al que nos llama el Dios Trinidad.
Sin duda habrá
que recuperar la prevalencia del Misterio del Amor para liberar nuestros vínculos
comunitarios de toda tentación y pecado. Nos urge volver a formar comunidades “inútiles”,
en el sentido de que lo primero no es hacer algo sino reunirnos en Nombre del Señor,
sabiendo que Él nos ha convocado. La Iglesia estoy seguro surgirá como un
ambiente vivo, consolador y refulgente de luz en medio del mundo, cuando todos
los hermanos pongamos en el centro de nuestra vida común la Alianza con Dios y
existir solo para hacer su Santa Voluntad. Esto supone claro priorizar un
camino de sanación personal y comunitaria como de maduración en nosotros del
proyecto santificador de Dios. Sin esta conversión en su interior y vida
ordinaria, no podrá la Iglesia ser signo del Reino.
Amigo, Amiga
ResponderBorrarEscucha lo que te digo
Dios quiso que nuestras almas
Tuvieran lo mismos sentimientos
Y siembren los mismos ideales.
Hacia todos los que aman
De corazón y de alma.
El respeto hacia el amigo
Sagrado debe sentirse,
Pues en los buenos momentos
Estamos con nuestras glorias
Pero también en los malos
Nuestras almas con más
fuerza se identifican.
Es esta la perfecta armonía
que compartimos con el amigo
aquel que nos enseña a ser
y que siembra en nuestra alma
para que compartamos la cosecha.