Jeremías: el profeta de la interioridad, atravesado por el sufrimiento (5)

 



Nos introducimos ahora en la 2da. sección del primer bloque del libro de la profecía de Jeremías, que podríamos delimitar en 7,1-20,18. Aquí encontraremos básicamente los oráculos durante el reinado de Yoyaquim y las llamadas “Confesiones” del profeta.

Son tiempos difíciles para Jeremías, pues con la muerte de Josías la reforma religiosa se ha apagado y sus sucesores vuelven a repetir los pecados de los monarcas que la tradición deuteronomista juzga no agradan al Señor. Se halla el mensajero de Dios cada vez más controvertido y en soledad.

Contemplemos un gesto y una palabra que marcarán un antes y un después en su ministerio:

 

“Palabra que llegó de parte de Yahveh a Jeremías: Párate en la puerta de la Casa de Yahveh y proclamarás allí esta palabra.” (Jer 7,1-2a)

 

Dios envía a Jeremías a pararse en la puerta del Templo de Jerusalén y profetizar allí a los que entran y salen. No hay lugar más expuesto y visible, un espacio profundamente sensible. ¿Qué palabra dirá a los peregrinos y qué pensarán los sacerdotes y dirigentes religiosos de esta actitud? Oigamos como se desarrolla el anuncio divino:

 

“Dirás: Oíd la palabra de Yahveh, todo Judá, los que entráis por estas puertas a postraros ante Yahveh. Así dice Yahveh Sebaot, el Dios de Israel: Mejorad de conducta y de obras, y yo haré que os quedéis en este lugar. No fiéis en palabras engañosas diciendo: «¡Templo de Yahveh, Templo de Yahveh, Templo de Yahveh es éste!»” (Jer 7,2b-4) 

 

El punto de partida es la crítica de su religiosidad: se trata de pura palabra vacía que no se corrobora en una conducta de vida agradable al Señor. Valoran el Templo como si fuese un amuleto, como si ingresar en él y visitarlo o tocar sus paredes les fuera a dar seguridad de que Dios los bendice. Pero desde el comienzo se los invita a mejorar su conducta y que su fe se traduzca en obras, de esa forma podrán permanecer en la tierra que Dios les concedió, sino sobrevendrá el exilio -el cual también ya se insinúa-. Como vemos es un hito problemático esta profecía. En el corazón de Israel, en el centro cultual de su religiosidad, el profeta critica su forma de vivir la fe y les dice que no es agradable a Dios.

Sin embargo no es una palabra de condena sino de advertencia y un fuerte llamado a la conversión. Si el Pueblo cambia podrá revertir su suerte.

 

“Porque si mejoráis realmente vuestra conducta y obras, si realmente hacéis justicia mutua y no oprimís al forastero, al huérfano y a la viuda (y no vertéis sangre inocente en este lugar), ni andáis en pos de otros dioses para vuestro daño, entonces yo me quedaré con vosotros en este lugar, en la tierra que di a vuestros padres desde siempre hasta siempre.” (Jer 7,5-7)

 

Si cambian de vida el Señor se quedará entre ellos en la tierra prometida. Deben dejar de pecar contra los pobres, identificados por la clásica tríada viuda-huérfano-forastero y practicar la justicia; abandonar la violencia y el derramamiento de sangre inocente y por supuesto extirpar la idolatría. Como vemos se trata de los arraigados pecados del Pueblo que todos los profetas denuncian en general.

 

Pero he aquí que vosotros fiáis en palabras engañosas que de nada sirven, para robar, matar, adulterar, jurar en falso, incensar a Baal y seguir a otros dioses que no conocíais. Luego venís y os paráis ante mí en esta Casa llamada por mi Nombre y decís: «¡Estamos seguros!», para seguir haciendo todas esas abominaciones. ¿En cueva de bandoleros se ha convertido a vuestros ojos esta Casa que se llama por mi Nombre? ¡Que bien visto lo tengo! - oráculo de Yahveh -. Pues andad ahora a mi lugar de Silo, donde aposenté mi Nombre antiguamente, y ved lo que hice con él ante la maldad de mi pueblo Israel.” (Jer 7,8-12)

 

Pero Dios constata que ellos no quieren convertirse y que han pervertido el culto y el Templo con su doble vida. Siguen a los ídolos engañosos que les permiten convalidar y justificar su conducta pecadora. Acuden a la Casa del Señor  como si se tratara de un fetiche mágico, un amuleto protector. No se dan cuenta que a Dios le desagrada su culto y sus sacrificios pues conoce la oscuridad de sus corazones. Cada vez que visitan su Casa terminan profanándola. Entonces les advierte que no se confíen en la falsa seguridad de su religiosidad puramente formalista, pues también antiguos santuarios de Israel terminaron arrasados y desiertos. Y finalmente el oráculo escala hasta la sentencia condenatoria: Dios mismo los echará de su Presencia y el Templo será destruido.

 

“Y ahora, por haber hecho vosotros todo esto - oráculo de Yahveh - por más que os hablé asiduamente, aunque no me oísteis, y os llamé, mas no respondisteis, yo haré con la Casa que se llama por mi Nombre, en la que confiáis, y con el lugar que os di a vosotros y a vuestros padres, como hice con Silo, y os echaré de mi presencia como eché a todos vuestros hermanos, a toda la descendencia de Efraím.”  (Jer 7,13-15)

 

Quiero un culto santo y verdadero

 

No sé si hemos podido dimensionar el escándalo de este oráculo. Imaginen que a la puerta de nuestras iglesias alguien se parara a gritar que Dios detesta nuestras devociones y celebraciones sacramentales. Si nos acusara de nuestros pecados allí en la puerta de nuestros templos y nos advirtiese que estamos pervirtiendo el lugar sagrado con nuestra vida pecadora… ¡qué duro pero quizás qué verdadero sería!

¿Cuántas veces hemos ingresado y egresado de la Casa del Señor sin cambiar de vida, sin confesar arrepentidos nuestras faltas y sin convertirnos? ¿Cuántas veces hemos celebrado el culto sin gozar de su Presencia y sin permitirle transformar nuestro corazón? ¿Acaso no hemos transformado a veces el lugar sagrado en el ámbito del encuentro meramente social? ¿Quizás dentro de nuestros templos hablamos más entre nosotros que con Él? ¡Cuánta superficialidad mundana y exigencia de auto-justificación han traspasado el atrio en lugar de quedarse afuera! ¡Qué poco espíritu verdaderamente penitente aportamos al culto! ¡Cuánta resistencia tenemos aún a las predicaciones encendidas y proféticas que nos urgen a la santidad!

¿Comprendemos que esta Palabra de Dios es válida y vigente entre nosotros? Dios podría claramente decirnos que nuestra presencia ensucia y pervierte el lugar santo y que nuestra religiosidad es falsa por la incoherencia de vida, es vacía por formalista y superficial y es mediocre por no admitir la exigencia de una conversión a fondo. Tranquilamente el Señor podría decirnos que esta falta de auténtica disponibilidad para ser transformados por su Gracia le resulta ofensiva a su Misericordia. ¿Por qué Dios hoy no nos pediría un culto santo y verdadero?

 

 


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