El tercer canto
del Siervo
El “cántico del discípulo fiel” o “el cántico
del testigo que invita” podrían ser títulos oportunos para Is 50,4-11.
“El Señor Yahveh me ha dado
lengua de discípulo, para que haga saber al cansado una palabra alentadora.
Mañana tras mañana despierta mi oído, para escuchar como los discípulos; el
Señor Yahveh me ha abierto el oído. Y yo no me resistí, ni me hice atrás.” (Is
50,4-5)
Porque
justamente así es presentado, como un “discípulo” atento a las Palabras de su
Señor y a su vez testigo fiel de cuanto le ha escuchado. Por un lado, el
“mañana tras mañana” hace pensar en un proceso continuo y creciente en el cual
Dios se comunica y el Siervo le recibe. Escuchar se manifiesta pues como una
receptividad que requiere la rumia cotidiana, paciente y digestiva, de
semejante Palabra Santa. Pero el testimonio ulterior que dará con su “lengua de
discípulo”, la cual le ha sido dada como fruto de la escucha, se encuentra
dirigido al “cansado” para que reciba aliento. Por eso en primera instancia,
estos versículos hacen pensar en el propio profeta, en Isaías II, quien tiene
en el exilio este concreto ministerio de escuchar a diario la Palabra del Señor
para dar aliento a los desterrados.
“Ofrecí mis espaldas a los que
me golpeaban, mis mejillas a los que mesaban mi barba. Mi rostro no hurté a los
insultos y salivazos. Pues que Yahveh habría de ayudarme para que no fuese
insultado, por eso puse mi cara como el pedernal, a sabiendas de que no
quedaría avergonzado. Cerca está el que me justifica: ¿quién disputará conmigo?
Presentémonos juntos: ¿quién es mi demandante? ¡que se llegue a mí! He aquí que
el Señor Yahveh me ayuda: ¿quién me condenará? Pues todos ellos como un vestido
se gastarán, la polilla se los comerá.” (Is 50,6-9)
Reaparece
ahora y crece ese rasgo misterioso del ministerio del Siervo: el sufrimiento.
Es rechazado e injuriado a causa de su testimonio, de su vida discipular. Y
vive esta ocasión como una prueba de fe: se hace fuerte en el Señor, resiste y
persevera fiel, combate espiritualmente, se apoya y espera tan solo en Dios.
Finalmente hasta se envalentona y enfrenta a sus adversarios creyendo que no
podrán superarle y que su rebeldía no puede más que ser efímera e inconsistente,
ya que es Yahvéh quien lo ha enviado y está de su parte.
No
sabemos si Isaías habla desde su propia experiencia profética, aunque asumimos
que ser mensajero de Dios siempre ha traído a los enviados contradicciones y
pesares personales. En este caso el Siervo parece delineado más en términos
individuales. Aunque la situación de Israel deportado en medio de pueblos y
naciones paganas podría dar sustento a seguir sosteniendo una interpretación
colectiva de la identidad del Siervo, parece menos plausible en esta perícopa.
Claramente estos versículos han impactado fuertemente en la primera generación
cristiana y se ha visto en ellos a lo largo de la historia una profecía de los
sufrimientos de Cristo camino al Calvario.
“El que de entre vosotros tema a
Yahveh oiga la voz de su Siervo. El que anda a oscuras y carece de claridad
confíe en el nombre de Yahveh y apóyese en su Dios. ¡Oh vosotros, todos los que
encendéis fuego, los que sopláis las brasas! Id a la lumbre de vuestro propio
fuego y a las brasas que habéis encendido. Esto os vendrá de mi mano: en
tormento yaceréis.” (Is 50,10-11)
Si
el primer paso fue presentar al Siervo como discípulo-testigo y luego
mostrarnos su testimonio fiel en medio del rechazo y el sufrimiento, el tercer
paso de este cántico es la invitación que se hace a todos de escuchar la
Palabra del Señor. Oír a Dios que habla a través de su Siervo, quien rubrica la
veracidad de su ministerio por el testimonio de una fidelidad que acepta el
sufrimiento. Se invita al que “anda a oscuras y carece de claridad” para que confíe
y se apoye en su Señor. Pero también se hace una dura advertencia a los que
esperan en el propio fuego que han avivado, es decir, en esperanzas falsas no
fundadas en Dios sino en meros recursos humanos que terminarán mal: en
tormentos morirán. Se cierra entonces el cántico bajo el signo de la elección o
de los dos caminos: pueden ser como el Siervo, discípulo fiel y testigo
perseverante, o atenerse a las consecuencias.
Creo
que este cántico expresa bien el ministerio de Isaías frente a Israel
desterrado en Babilonia. El profeta se muestra fiel en la escucha y transmisión
de la Palabra del Señor y da buen testimonio en medio de las dificultades
invitando a todos a apoyarse y esperar solo en su Señor. Pero sabe que hay
quienes se inclinan a resolver las cosas por su cuenta y alcanzar su salvación
trabando efímeras alianzas estratégicas con los paganos. La infidelidad los
conducirá a la muerte.
Iglesia, Pueblo mío, discípulo y
testigo te quiero
Evidentemente
el Siervo es para nosotros Cristo, fiel revelador del Padre y testigo fiel
hasta la Cruz. ¿Acaso el Cuerpo podrá esperar para sí un camino distinto al de
su Cabeza? Si el Señor Jesús llena con su Encarnación y Pascua la profecía del
Siervo… ¿qué espera la Iglesia Esposa sino ser convocada al seguimiento del
Esposo por una vida discipular que la llevará también a dar buen testimonio,
incluso con sufrimiento y entrega de la propia vida?
La
Iglesia peregrina en el exilio del mundo contemporáneo siempre tendrá la
tentación de buscar “salvaciones humanas”, acercamientos estratégicos y
alianzas políticas para sobrevivir lo más confortablemente posible. De hacerlo
se traicionará a sí misma y la infidelidad a su Señor la conducirá a una
tortuosa muerte. Debe permanecer discípula que día a día escucha y recibe la Palabra
Santa. Debe permanecer testigo fiel y dispuesto a dar el buen combate de la fe.
Debe apoyarse en Dios y esperar en Él.
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