El cuarto canto
del Siervo
Sin duda este pasaje es el más consagrado
acerca del Siervo misterioso de Dios. Cual culmen excelso y climax exuberante,
todos los anteriores cánticos parecen ascender hacia él. Su hondura profética
alcanza tal envergadura que lo deposita en el silencio de lo místico. Y su
tempranísima reinterpretación cristiana, su incorporación litúrgica al gran Viernes
Santo, ya nos hacen vibrar frente a él sin saber si se trata de un texto vetero
o neotestamentario o si acaso aún es posible dilucidar el límite en esa
transición.
En este breve comentario solo podemos atisbar
e insinuar algunos rasgos centrales. Sin duda el cambio del pronombre en el
locutor-proclamador establece una perícopa en tres segmentos.
En el inicio 52,13-15 y en el final 53,11-12,
la primera persona del singular es la del mismísimo Dios (Yahvéh) que se
pronuncia acerca de su Siervo.
En el fragmento 53,1-10 que queda “encorchetado”,
rige un “nosotros”.
Acerquémonos con reverencia:
“He aquí que
prosperará mi Siervo, será enaltecido, levantado y ensalzado sobremanera. Así
como se asombraron de él muchos - pues tan desfigurado tenía el aspecto que no
parecía hombre, ni su apariencia era humana - otro tanto se admirarán muchas
naciones; ante él cerrarán los reyes la boca, pues lo que nunca se les contó
verán, y lo que nunca oyeron reconocerán.” (Is 52,13-15)
La primera declaración o testimonio divino
acerca del Siervo delinean su derrotero. El punto inicial es un ser desfigurado
y no humano que termina sin embargo levantado y ensalzado, provocando admiración
como frente a lo nunca visto ni oído. Por lo tanto al final aparecerá
triunfante pero… ¿de qué se trata aquella deformación y no humanidad desde la
cual se parte?, ¿cuál es su causa y su sentido?
Lo que sigue desvela el enigma. Podríamos
subdividir el pasaje entre las alocuciones divinas en tres temas:
“¿Quién dio
crédito a nuestra noticia? Y el brazo de Yahveh ¿a quién se le reveló? Creció
como un retoño delante de él, como raíz de tierra árida. No tenía apariencia ni
presencia; (le vimos) y no tenía aspecto que pudiésemos estimar. Despreciable y
desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante
quien se oculta el rostro, despreciable, y no le tuvimos en cuenta.” (Is 53,1-3)
¿Nuestra noticia? ¿Nadie le dio crédito? ¿Se
reveló a través de un instrumento a quien no se tenía en cuenta? Ese medio inaudito
y desproporcionado de revelación crece frente a Dios como raíz en tierra árida.
¿El destierro o exilio? A sus contemporáneos no les impresionaba su presencia.
¿El profeta? ¿O el insignificante pueblo de Israel en el concierto de las
naciones? “Varón de dolores y sabedor de dolencias”, otra vez el misterio del
sufrimiento en el ministerio del Siervo. ¿La consecuencia de una santa fidelidad
frente al misterio de la iniquidad que reina en el mundo? Despreciable, un
desecho que no se tiene en cuenta y ante quien se da vuelta el rostro.
Sé que son demasiadas preguntas. Creo que la
clave no está en resolverlas sino en dejarlas activas, inquietantes. Como la
otra pregunta de fondo que no deja de acompañarnos: ¿quién es éste Siervo?, ¿el
profeta, el pueblo o el Mesías?, ¿o acaso todos ellos?
Sigue entre mis supuestos la intencionada ambigüedad
del escritor sagrado, que busca conscientemente esta polisemia, en cierto modo
cercana al doble y triple sentido, ese mecanismo de doble o triple plano que
advertimos también en la obra joánica. El Siervo es un símbolo y un símbolo
poderoso. Y evidentemente nadie como Jesucristo y su Pasión lo han llenado y
llevado a su esplendor. La profecía y la mística se han reunido aquí.
“¡Y con todo eran
nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba!
Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. Él ha sido herido
por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que
nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados. Todos nosotros como
ovejas erramos, cada uno marchó por su camino, y Yahveh descargó sobre él la
culpa de todos nosotros.” (Is 53,4-6)
¡Expiación! El “nosotros” sujeto de la
alocución experimenta una revelación: “fue por nosotros”. Le creíamos castigado
por Dios pero el Siervo aceptaba que se descargue sobre sí nuestro castigo. ¿Cómo
no remitirnos al rito del “chivo expiatorio” (Lev 16,7-10)? Aunque a continuación
el texto ofrecerá la imagen del “cordero”, el contexto claramente sigue siendo
el del sacrificio expiatorio. La víctima ofrecida es el medio por el cual se
remiten los pecados y se tiene acceso a la Salvación de Dios. No es posible
ahora teologizar sobre este intercambio impensado: el Inocente asume nuestros
pecados y nos da su Santidad. Obviamente los cristianos nos encontramos aquí
frente a la Sabiduría y escándalo de la Cruz. La teología de la Cruz será una
ciencia acerca de la “locura” de Dios y de la falsa sabiduría de los hombres (1
Cor 1,18ss). Que Cristo murió “por nosotros” y “por nuestros pecados” será un
eje central del kerygma apostólico pos-pascual y San Pablo lo hará personal: “me
amó y se entregó por mí” (Gal 2,20). Infunda el Señor esta gracia en nuestros
corazones, la misma experiencia del locutor del oráculo y de tantos varones y
mujeres a lo largo de la historia, la gracia de una crucial conversión y cambio
de mentalidad: “fue por nosotros”, “fue por mí”. Solo en esta comprensión amorosa
todo cambiará.
Nuestra profecía se desarrolla ahora en una
dramática descripción. No la comentaré. Hagamos silencio y contemplemos el Misterio
de la Redención.
“Fue oprimido, y
él se humilló y no abrió la boca. Como un cordero al degüello era llevado, y
como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca. Tras
arresto y juicio fue arrebatado, y de sus contemporáneos, ¿quién se preocupa?
Fue arrancado de la tierra de los vivos; por las rebeldías de su pueblo ha sido
herido; y se puso su sepultura entre los malvados y con los ricos su tumba, por
más que no hizo atropello ni hubo engaño en su boca. Mas plugo a Yahveh
quebrantarle con dolencias. Si se da a sí mismo en expiación, verá
descendencia, alargará sus días, y lo que plazca a Yahveh se cumplirá por su
mano.” (Is 53,7-10)
Confieso que me siento tentado a introducir
un excursus acerca del sentido “literal” y el “espiritual” o “supra-literal” en
la Escritura. Y claro una enseñanza acerca del carisma de la “inspiración bíblica”.
Pero a esta altura a un cristiano ya no le importa tanto el sentido que ha
comprendido el hagiógrafo en su lugar y tiempo, sino que percibe asombrado como
Dios “valiéndose de hombres y en lenguaje humano”, plugo expresar el misterio de
Cristo escondido desde toda la eternidad y manifestado en la plenitud de los
tiempos para nuestra Salvación. El Misterio de Dios y de su Alianza con la
creación y con el hombre lo impregna todo con su fragancia, está como por detrás
de todo sosteniendo y deja su vestigio en todo invitando a la excedencia de la Comunión
Eterna. ¡Pascua!
Nuestra perícopa cierra con un nuevo cambio
en el pronombre personal del locutor; reaparece el Señor:
“Por las fatigas
de su alma, verá luz, se saciará. Por su conocimiento justificará mi Siervo a
muchos y las culpas de ellos él soportará. Por eso le daré su parte entre los
grandes y con poderosos repartirá despojos, ya que indefenso se entregó a la
muerte y con los rebeldes fue contado, cuando él llevó el pecado de muchos, e
intercedió por los rebeldes.” (Is 53,11-12)
Ha triunfado, el Siervo ha salido victorioso.
Incluso la muerte ha sido derrotada. Y ha sido “por nosotros”, “por mí”, “por
ti”, “por todos”.
Esposa mía, ven, únete
a mi Sacrificio
¡Silencio! El cuarto canto del Siervo
necesitaría más palabras de las que existen para ser interpretado. ¿Pero en el
contexto de la celebración del Viernes Santo de la Pascua del Señor no es
verdad que no hace falta palabra alguna, solo silencio? En el silencio de la
oración profunda, de la santa contemplación, se despliega evidente, por demás
excedente y a la vez tan claro y contundente. Ha sido por nosotros, por sus
heridas hemos sido sanados; por su condenación, salvados; por su muerte estamos
vivos.
Una famosa pintura representa a San Francisco
de Asís extendiéndose a los pies de la Cruz hacia el Crucificado y al Señor
descolgando un brazo hacia el Pobrecito. No es más que la primigenia estampa de
la Madre-Mujer y del discípulo amado junto al Madero. ¿La Iglesia quiere
subirse a la Cruz? ¿El Señor quiere subir a su esposa junto a Él? ¿Abrazados en
el Sacrificio por Amor que redime?
¿Por qué la Iglesia de nuestros días no
quiere subirse a la Cruz? La tentación y la resistencia al Sacrificio no son
nuevas. ¿Pero qué será de ti sino compartes la suerte de tu Amado? ¡Únete a Él
y vivirás! ¡Únete a Él y reinarás con Él!
Si la Iglesia contemporánea no se enfoca en
una restauración eucarística se dirige hacia el declive de una dolorosa
decadencia, purificadora, que será también una “poda hasta la raíz”. Si la Iglesia
contemporánea no acepta el Evangelio Santo de la entrega de la propia vida en
rescate será engañada y seducida por las autocomplacencias mundanas y agonizará
alejada de la Fuente Viva de la Cruz.
El Misterio de la Salvación como expiación
parece ser rechazado por una gran mayoría de cristianos en la actualidad. Se
trata de una apostasía más bien práctica que teórica pues no son tiempos de
grandes intelecciones sino de descontrolados emocionalismos. Pero aún la Eucaristía
permanece entre nosotros como memoria y profecía de la Pascua liberadora del Señor
Jesús. “Fue por nosotros”.
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