Isaías II: el profeta de la consolación (6)

 



El cuarto canto del Siervo

 

Sin duda este pasaje es el más consagrado acerca del Siervo misterioso de Dios. Cual culmen excelso y climax exuberante, todos los anteriores cánticos parecen ascender hacia él. Su hondura profética alcanza tal envergadura que lo deposita en el silencio de lo místico. Y su tempranísima reinterpretación cristiana, su incorporación litúrgica al gran Viernes Santo, ya nos hacen vibrar frente a él sin saber si se trata de un texto vetero o neotestamentario o si acaso aún es posible dilucidar el límite en esa transición.

En este breve comentario solo podemos atisbar e insinuar algunos rasgos centrales. Sin duda el cambio del pronombre en el locutor-proclamador establece una perícopa en tres segmentos.

En el inicio 52,13-15 y en el final 53,11-12, la primera persona del singular es la del mismísimo Dios (Yahvéh) que se pronuncia acerca de su Siervo.

En el fragmento 53,1-10 que queda “encorchetado”, rige un “nosotros”.

Acerquémonos con reverencia:

 

“He aquí que prosperará mi Siervo, será enaltecido, levantado y ensalzado sobremanera. Así como se asombraron de él muchos - pues tan desfigurado tenía el aspecto que no parecía hombre, ni su apariencia era humana - otro tanto se admirarán muchas naciones; ante él cerrarán los reyes la boca, pues lo que nunca se les contó verán, y lo que nunca oyeron reconocerán.” (Is 52,13-15)

 

La primera declaración o testimonio divino acerca del Siervo delinean su derrotero. El punto inicial es un ser desfigurado y no humano que termina sin embargo levantado y ensalzado, provocando admiración como frente a lo nunca visto ni oído. Por lo tanto al final aparecerá triunfante pero… ¿de qué se trata aquella deformación y no humanidad desde la cual se parte?, ¿cuál es su causa y su sentido?

Lo que sigue desvela el enigma. Podríamos subdividir el pasaje entre las alocuciones divinas en tres temas:

 

“¿Quién dio crédito a nuestra noticia? Y el brazo de Yahveh ¿a quién se le reveló? Creció como un retoño delante de él, como raíz de tierra árida. No tenía apariencia ni presencia; (le vimos) y no tenía aspecto que pudiésemos estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no le tuvimos en cuenta.” (Is 53,1-3)

 

¿Nuestra noticia? ¿Nadie le dio crédito? ¿Se reveló a través de un instrumento a quien no se tenía en cuenta? Ese medio inaudito y desproporcionado de revelación crece frente a Dios como raíz en tierra árida. ¿El destierro o exilio? A sus contemporáneos no les impresionaba su presencia. ¿El profeta? ¿O el insignificante pueblo de Israel en el concierto de las naciones? “Varón de dolores y sabedor de dolencias”, otra vez el misterio del sufrimiento en el ministerio del Siervo. ¿La consecuencia de una santa fidelidad frente al misterio de la iniquidad que reina en el mundo? Despreciable, un desecho que no se tiene en cuenta y ante quien se da vuelta el rostro.

Sé que son demasiadas preguntas. Creo que la clave no está en resolverlas sino en dejarlas activas, inquietantes. Como la otra pregunta de fondo que no deja de acompañarnos: ¿quién es éste Siervo?, ¿el profeta, el pueblo o el Mesías?, ¿o acaso todos ellos?

Sigue entre mis supuestos la intencionada ambigüedad del escritor sagrado, que busca conscientemente esta polisemia, en cierto modo cercana al doble y triple sentido, ese mecanismo de doble o triple plano que advertimos también en la obra joánica. El Siervo es un símbolo y un símbolo poderoso. Y evidentemente nadie como Jesucristo y su Pasión lo han llenado y llevado a su esplendor. La profecía y la mística se han reunido aquí.

 

“¡Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que soportaba! Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados. Todos nosotros como ovejas erramos, cada uno marchó por su camino, y Yahveh descargó sobre él la culpa de todos nosotros.” (Is 53,4-6)

 

¡Expiación! El “nosotros” sujeto de la alocución experimenta una revelación: “fue por nosotros”. Le creíamos castigado por Dios pero el Siervo aceptaba que se descargue sobre sí nuestro castigo. ¿Cómo no remitirnos al rito del “chivo expiatorio” (Lev 16,7-10)? Aunque a continuación el texto ofrecerá la imagen del “cordero”, el contexto claramente sigue siendo el del sacrificio expiatorio. La víctima ofrecida es el medio por el cual se remiten los pecados y se tiene acceso a la Salvación de Dios. No es posible ahora teologizar sobre este intercambio impensado: el Inocente asume nuestros pecados y nos da su Santidad. Obviamente los cristianos nos encontramos aquí frente a la Sabiduría y escándalo de la Cruz. La teología de la Cruz será una ciencia acerca de la “locura” de Dios y de la falsa sabiduría de los hombres (1 Cor 1,18ss). Que Cristo murió “por nosotros” y “por nuestros pecados” será un eje central del kerygma apostólico pos-pascual y San Pablo lo hará personal: “me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20). Infunda el Señor esta gracia en nuestros corazones, la misma experiencia del locutor del oráculo y de tantos varones y mujeres a lo largo de la historia, la gracia de una crucial conversión y cambio de mentalidad: “fue por nosotros”, “fue por mí”. Solo en esta comprensión amorosa todo cambiará.

Nuestra profecía se desarrolla ahora en una dramática descripción. No la comentaré. Hagamos silencio y contemplemos el Misterio de la Redención.

 

“Fue oprimido, y él se humilló y no abrió la boca. Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca. Tras arresto y juicio fue arrebatado, y de sus contemporáneos, ¿quién se preocupa? Fue arrancado de la tierra de los vivos; por las rebeldías de su pueblo ha sido herido; y se puso su sepultura entre los malvados y con los ricos su tumba, por más que no hizo atropello ni hubo engaño en su boca. Mas plugo a Yahveh quebrantarle con dolencias. Si se da a sí mismo en expiación, verá descendencia, alargará sus días, y lo que plazca a Yahveh se cumplirá por su mano.”  (Is 53,7-10)

 

Confieso que me siento tentado a introducir un excursus acerca del sentido “literal” y el “espiritual” o “supra-literal” en la Escritura. Y claro una enseñanza acerca del carisma de la “inspiración bíblica”. Pero a esta altura a un cristiano ya no le importa tanto el sentido que ha comprendido el hagiógrafo en su lugar y tiempo, sino que percibe asombrado como Dios “valiéndose de hombres y en lenguaje humano”, plugo expresar el misterio de Cristo escondido desde toda la eternidad y manifestado en la plenitud de los tiempos para nuestra Salvación. El Misterio de Dios y de su Alianza con la creación y con el hombre lo impregna todo con su fragancia, está como por detrás de todo sosteniendo y deja su vestigio en todo invitando a la excedencia de la Comunión Eterna. ¡Pascua!

Nuestra perícopa cierra con un nuevo cambio en el pronombre personal del locutor; reaparece el Señor:

 

“Por las fatigas de su alma, verá luz, se saciará. Por su conocimiento justificará mi Siervo a muchos y las culpas de ellos él soportará. Por eso le daré su parte entre los grandes y con poderosos repartirá despojos, ya que indefenso se entregó a la muerte y con los rebeldes fue contado, cuando él llevó el pecado de muchos, e intercedió por los rebeldes.” (Is 53,11-12)

 

Ha triunfado, el Siervo ha salido victorioso. Incluso la muerte ha sido derrotada. Y ha sido “por nosotros”, “por mí”, “por ti”, “por todos”.

 

Esposa mía, ven, únete a mi Sacrificio

 

¡Silencio! El cuarto canto del Siervo necesitaría más palabras de las que existen para ser interpretado. ¿Pero en el contexto de la celebración del Viernes Santo de la Pascua del Señor no es verdad que no hace falta palabra alguna, solo silencio? En el silencio de la oración profunda, de la santa contemplación, se despliega evidente, por demás excedente y a la vez tan claro y contundente. Ha sido por nosotros, por sus heridas hemos sido sanados; por su condenación, salvados; por su muerte estamos vivos.

Una famosa pintura representa a San Francisco de Asís extendiéndose a los pies de la Cruz hacia el Crucificado y al Señor descolgando un brazo hacia el Pobrecito. No es más que la primigenia estampa de la Madre-Mujer y del discípulo amado junto al Madero. ¿La Iglesia quiere subirse a la Cruz? ¿El Señor quiere subir a su esposa junto a Él? ¿Abrazados en el Sacrificio por Amor que redime?

¿Por qué la Iglesia de nuestros días no quiere subirse a la Cruz? La tentación y la resistencia al Sacrificio no son nuevas. ¿Pero qué será de ti sino compartes la suerte de tu Amado? ¡Únete a Él y vivirás! ¡Únete a Él y reinarás con Él!

Si la Iglesia contemporánea no se enfoca en una restauración eucarística se dirige hacia el declive de una dolorosa decadencia, purificadora, que será también una “poda hasta la raíz”. Si la Iglesia contemporánea no acepta el Evangelio Santo de la entrega de la propia vida en rescate será engañada y seducida por las autocomplacencias mundanas y agonizará alejada de la Fuente Viva de la Cruz.

El Misterio de la Salvación como expiación parece ser rechazado por una gran mayoría de cristianos en la actualidad. Se trata de una apostasía más bien práctica que teórica pues no son tiempos de grandes intelecciones sino de descontrolados emocionalismos. Pero aún la Eucaristía permanece entre nosotros como memoria y profecía de la Pascua liberadora del Señor Jesús. “Fue por nosotros”.

 

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