Escritos espirituales y florecillas de oración personal. Contemplaciones teologales tanto bíblicas como sobre la actualidad eclesial.
PROVERBIOS CON LUZ DE AMOR Someterse a todos
1. Sometido a todos por amor a Ti.
2. Absorto en la Cruz, como metido en ella, escuché estas palabras de labios
del Señor Amado: sometido a todos por amor de Dios.
3. ¿Quién puede hacerse pobre como Dios, que humilde y manso, se hace en el
amor atento y sujeto a todos?
4. ¿Quién puede como el Señor Jesús mantenerse en paz, en profunda búsqueda de
concordancia con todos, y a la vez marcar con firmeza el camino?
5. ¿Quién puede como Él amar a los enemigos? ¿Quién como Cristo puede seguir
sembrando amor en tierra estéril hasta hacerla fecunda?
6.
¿Qué mueve el
corazón a tan alto morir? ¿Qué atrae al alma a pasar por la dolorosísima Cruz?
Sin duda, el desposorio con su Amado.
PROVERBIOS CON LUZ DE AMOR Madurar para el Reino
1. Maduro
para el Reino, corazón y vida.
2. Si estoy maduro para el Reino, estoy maduro en el amor, es decir, desposado
a mi Señor, en concordia con todo lo creado.
3. Gimo y sufro el desamor que me hiere: volver a volcarme en mí y no acabar
de volcarme en Él.
4. ¡Ay Jesús, dame ya un corazón como el tuyo que lata al unísono con el corazón
del Padre!
5. ¡Que todos mis deseos me conduzcan a Ti!
6. Madúrame, Señor Amado, haciendo pasar mi corazón y mi vida por entero por
aquella fuente que hace crecer en el amor: tu Cruz.
7. ¡Dame amor tuyo para dar! ¡Dame amor tuyo sin medida que no me permita
volver atrás en este doloroso y dulce parto de madurar para el Reino!
8. ¡Dame tu amor que madura, oh fiel Esposo, el corazón y la vida!
Los profetas y su vigencia hoy. Una mirada de síntesis (3)
Tercer tiempo
Finalizando nuestro recorrido nos hemos
introducido en tierras de exilio junto a Ezequiel e Isaías II-III. Ambos
profetas nos han ayudado a comprender con fe y esperanza la situación y a
descubrir cómo perseverar en los caminos de Dios.
El gran Ezequiel cual centinela del Señor,
auténtico vigía y por ello como maestro de novicios del Pueblo, nos ha guardado
para mantener la identidad cuando parecía que todo se había perdido. Con los
signos de la Alianza caídos, sin rey ni tierra ni templo: ¿cómo sostener la fe?
La respuesta de Dios será: “Yo te he elegido y he decidido estar donde tú te
encuentres, Pueblo mío”. Para que esto sea posible debe grabarse esa Alianza
Nueva por el Espíritu en el interior del hombre.
Debe realizarse pues un proceso virtuoso cuya
primera instancia será quitar las basuras adheridas al corazón. Se trata de la
purgación interior que extirpará de raíz toda idolatría para que el Señor sea
el único absoluto de la vida. No es posible sin el reconocimiento del pecado
como realidad personal y la aceptación humilde de la propia responsabilidad. Un
cambio de mentalidad que solo será viable asumiendo que el Dios Santo nos quiere
santos. El profeta pues alentará una urgente y encendida conversión.
Entonces, tras la purificación, Dios recreará
su Alianza, con su Espíritu la grabará en el corazón humano, interiorizará su
Ley de Gracia. El Pueblo será el Nuevo Templo donde el Señor habite. Y además
le enviará a su Mesías-Pastor-Sacerdote, verdadero y definitivo Rey que lo
conduzca. Así el Pueblo inhabitado por la Gloria divina, configurado a su
Santidad, regresará a la tierra con un proyecto del todo Teocéntrico, un anhelo
de fidelidad y de permanecer establemente como el Pueblo de su Señor.
A Isaías II-III, ya más en el contexto del
fin del exilio y la vuelta a la patria, le tocará ser el profeta que anuncie el
consuelo y la pronta liberación. En este sentido Dios se manifiesta como el
Señor de la historia: todos los pueblos y sus líderes están bajo su mano y nada
sucede sin que Él misteriosamente lo conduzca. Un día decidió que Israel
marchase al exilio, lo entregó a sus enemigos pues en su Sabiduría dispuso esta
pedagogía para su conversión; decretó el destierro como herramienta de
purificación y maduración que terminase de hacer posible que su Pueblo
permaneciese fiel a la Alianza. Y un día decidió poner fin a esa dolorosa
experiencia y de pronto, como si nada y sin intervención humana precedente,
abrió caminos de liberación y restauración. Porque Él convierte los caminos
escabrosos en llanos y abre maravillosos horizontes nuevos cuando todo parece
cerrado y sin salida. Es el Señor.
De hecho, el retorno desde Babilonia hacia la
Tierra de Promisión se describe como una triunfante y jubilosa procesión
religiosa. Mas en este clima de algarabía y esperanza no faltan dos detalles
inquietantes:
1. el misterioso Siervo de Yahvéh
-verdaderamente discípulo-, quien obra la redención pero a través de su propio
sufrimiento y sacrificio expiatorio;
2. la frustración frente a un
proyecto que no termina de hacer pie en la historia pero que permite descubrir la
Salvación como una realidad del todo futura, definitiva y por tanto,
escatológica.
Sin duda se sostiene una idea central desde el primer Isaías: la Salvación
de Dios es universal e Israel es el Pueblo Elegido como instrumento y testigo
de este benevolente designio divino.
Sé santo porque Yo
tu Dios Soy Santo
Con esta sentencia, tan propia del cuño de la
tradición sacerdotal, quiero cerrar mi último opúsculo. Ya lo he propuesto con
insistencia previamente: la actual hora de la Iglesia peregrina se puede sin
duda interpretar bajo el paradigma del exilio. Y a mí ver personal es la tarea
de Ezequiel la que hoy nos urge emprender y transitar.
Porque la Iglesia hace tiempo camina
desorientada en un mundo que cambia aceleradamente y que tal vez la recibe
mucho menos de cuánto ella quiere ofrecerse. Y el equilibrio en la relación
parece perdido. La consagrada fórmula “estar en el mundo sin ser del mundo” no
encuentra un punto de eficaz ejecución por polarizaciones internas del cuerpo
eclesial.
Hay quienes contemplando “semillas del Verbo”
se pasan de optimistas, lo quieren bautizar todo y terminan cayendo en una
ingenua fascinación por el mundo que acaba absorbiendo a la Iglesia y diluyendo
su identidad. Y entonces se denuncia el drama de un modernismo progresista que
ha logrado finalmente infiltrarse e infectarnos.
Hay quienes contemplando las “semillas de
Satanás” se pasan de pesimistas, quieren rechazarlo todo como peligroso o
contaminante y terminan erigiendo un purismo que levanta muros defensivos pero
dificulta establecer un diálogo evangelizador con el mundo al que postulan sin
distinciones como el enemigo. La identidad de la Iglesia permanece clara pero
se vuelve inoperante. Y entonces se denuncia el drama de un anti-modernismo
conservador que vive nostálgicamente en el pasado y no logra aceptar el paso
propio de los procesos de la historia.
Ambas dinámicas así caricaturizadas, aun
teniendo sus elementos de verdad, permanecen puramente humanas y en un
nivel escasamente natural. Les falta una
“mirada desde arriba”, el eje trascendente que podría expresarse así: “la obra
es de Dios”. No sin ti, Iglesia, pero primariamente obra suya tanto tu
identidad como la Salvación del mundo. Es erróneo partir de una relación entre dos:
Iglesia-mundo. El vínculo es tríadico: Dios-Iglesia-mundo. Sin Dios en medio,
pero también por debajo cual fundamento y por encima cual horizonte, nunca
podrán encontrarse aquellos dos. Su encuentro no tiene sentido sino en su
Señor.
Estoy convencido que la Iglesia
contemporánea, siempre deambulando en el exilio del mundo y de la historia,
debe constantemente volverse hacia su Dios que no la abandona y camina con
ella. No es en la exterioridad visible, cuantificable y fáctica donde hallará
las respuestas que busca. Sino allí donde reina invisible el misterio bajo las
sanadoras unciones de la pobreza y el silencio. La purificación se exige
siempre, necesaria e ineludible. Conversión, cambio de mente y corazón. Debe el
Pueblo configurarse a su Señor, dejar que lo inhabite, cultivar fecunda Alianza
en Amor. Solo entonces, unida a su Señor y Esposo en sagradas nupcias
celebradas en el desierto, la Iglesia esposa lo verá todo claro con Luz nueva,
bajo la Gracia de su Amado.
Entonces su identidad y misión –las cuales
coinciden-, las poseerá serenamente. Comprenderá aquello que le ha escuchado a
Él: “serás mi sacramento universal de Salvación”. El Pueblo convocado por la
unidad virtuosa del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo será Asamblea de
adoración y alabanza que transita cual jubilosa procesión por la historia hacia
una estable y excedente Gloria eterna. Y caminará invitando a todos los hombres
a sumarse al gozo de la Liberación y a las realidades nuevas y definitivas que
el buen Dios nos tiene preparadas en su Casa.
¿Cuál es la clave pastoral pues que nos urge
vislumbrar? “Pueblo mío, sé santo, porque Yo tu Dios soy Santo. ¡Únete a Mí!”
PROVERBIOS CON LUZ DE AMOR Depender de Dios
1. Dependo
de Ti, Señor. ¡Qué verdad tan simple y profunda, donde brillan la libertad y la
paz!
2. Su
amor engendra obediencia que no ata aprisionando ya que enlazando libera. ¡Qué
libertad tan noblemente ejercida la que decide entregarse enteramente a la
voluntad de su Señor! Su amor pacifica.
3. ¿Qué
podrá turbar el alma unida a su Amado?
4. Depender
de Ti, Señor, quiere decir que te amo y que tanto me amas que no podría vivir
sin Ti.
5. ¿Si
no respirara tu amor cómo latiría mi corazón? ¿Si no me abandonara a Ti cómo se
abriría el camino? ¿Acaso no son tus manos creadoras las más amantes?
6. Ponerme
en Ti para crecer en mi vocación, pues desde siempre me has llamado a ser en
Ti.
7. Dependo
de Ti a causa de tu elección por mí sellada en Encarnación, Eucaristía y Cruz.
8. ¡Depender
de Ti: cuánta dulzura y cuánto consuelo! Saber en la fe que Tú, Altísimo Señor,
Dios Bueno y Único, saldrás fiador por mí.
9. Depender
de Ti es vivir ya venciendo toda muerte. ¡Dependo de Ti!
EL DISCERNIMIENTO ESPIRITUAL
La
vida en Cristo, no se trata solo de un vínculo personal (que podría terminar en
un “espiritualismo”, en un intimismo emocionalista desencarnado), sino de un
concreto modo de vivir al estilo del Señor. Unirse a Cristo y vivir en Él es
obrar como Él. “Pero quien guarda su Palabra, ciertamente en él el amor de Dios
ha llegado a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. Quien dice que
permanece en él, debe vivir como vivió él.” (1 Jn 2, 5-6)
OBRAR
EN CRISTO = DISCERNIR LA VIDA EN EL ESPÍRITU
Discernir
significa distinguir, y no se me ocurre acción más apropiada para
ejemplificarlo que el pasar las substancias por un tamiz o colador. El objetivo
del discernimiento espiritual es descubrir la voluntad de Dios sobre mi vida y
tal vez podría sintetizarse en esta pregunta fundamental: ¿Qué haría Jesús en
mi lugar? Obviamente, a la raíz del discernimiento está el amor a Dios, el deseo
de ser fiel, de llevar una vida santa. Hay momentos más cruciales y decisivos
de la vida donde el discernimiento espiritual se hace evidentemente necesario;
sin embargo, el cristiano que aspira a una vida espiritual madura, constante y
sin fisuras, debería recurrir siempre a él.
Algunos
criterios básicos y reglas de discernimiento
1) El
discernimiento espiritual es un Don del Espíritu Santo. Por lo tanto hay que
pedírselo a Dios en la oración. Pedirle la Sabiduría que proviene de su
Espíritu. Ayuda siempre a realizar un buen discernimiento hallarse en gracia de
Dios.
2) El
discernimiento espiritual supone manejar algunas reglas o criterios básicos. La
Sagrada Escritura es una fuente privilegiada de criterios. Además, a lo largo
de dos milenios, en la Iglesia muchos maestros espirituales nos han dejado
pautas de discernimiento aprendidas en el transcurso de su propio seguimiento
de Cristo.
3)
El discernimiento espiritual necesita ser confrontado y confirmado. Por lo
tanto, nunca se hace enteramente solo; tal actitud es un engaño. No basta ser
iluminado por el Espíritu y manejar bien las reglas; todo discernimiento debe
ser confrontado y confirmado por la Iglesia. La mediación eclesial se llama en
este caso dirección o acompañamiento espiritual. Se trata de recurrir con
periodicidad a un hermano experimentado de modo que, en la presencia de Dios,
él o ella puedan confirmar el modo de caminar tras las huellas de Jesús y hacer
las sugerencias o correcciones necesarias. Hay que evitar 2 extremos:
a)
Recurrir al director espiritual para tomar cada decisión puntual: tal actitud
sería insostenible prácticamente y, por supuesto, inmadura y excesivamente
dependiente.
b)
No tener acompañante, privatizar la Vida que Dios me dio por medio de la
Iglesia, el acostumbrado yo me las arreglo solo. Esta actitud nos deja fuera
del cuidado pastoral de Jesús por medio de los hermanos, o expresa la
resistencia y rebeldía a la obediencia pastoral.
4)
En la vida espiritual experimentamos 2 tiempos o movimientos básicos:
consolación y desolación.
Tiempo de consolación:
No hay dificultades en la relación personal con Dios. Hay gusto y deseo por la
oración, necesidad del encuentro. Se tiene claridad y firmeza en la decisión de
seguir a Jesús. Es un tiempo donde prima la paz y la alegría interior, el buen
ánimo y el deseo de santidad, la búsqueda de lo que agrada al Señor. Claro que
pueden haber también situaciones difíciles y dolorosas, pero no obstaculizan la
relación con Dios, se las vive con Él y desde Él.
·
La consolación nos mueve a inflamarnos más en el amor de Dios, a convertirnos
del pecado, a buscar la voluntad del Señor.
·
La consolación de 1º grado viene ciertamente de Dios porque no hallamos causa
que la preceda.
·
La consolación de 2º grado tiene causa precedente y debe ser discernida a la
hora de tomar decisiones pues puede estar mezclada con mal espíritu o proceder
engañosamente de él. (El enemigo se disfraza de ángel de luz: propone al
comienzo una intención devota que agrada al alma para sacar de ella algún mal
hacia el final).
·
Se debe vivir con humildad meditando en la maravilla que es la gracia de Dios,
sin autoglorificaciones o presunciones humanas (tentación de centrarnos en
nosotros y en nuestra fuerzas) sino como pobres agradecidos del don que se nos
hace.
·
Se debe preparar para la próxima desolación meditando sobre cómo se la
superará. Es tiempo propicio para tomar decisiones pues nos mueve más el buen
Espíritu.
Tiempo de desolación:
La relación con Dios se hace dificultosa y estéril. Es tiempo de desierto.
Falta el deseo por la oración. A veces parece que Dios se ausenta o se queda
callado. A veces esa experiencia de sequedad espiritual o de vacío nos impulsa
a alejarnos de Él, a escaparnos de su Presencia. Hay confusión, duda, angustia,
temor u otros sentimientos que nos desestabilizan. El alma está oscura y
turbada, triste y perezosa, sin esperanza y tocada por la desconfianza, e
inclinada hacia lo bajo. Nos encontramos frente a una crisis-prueba de fe o
frente a una situación de tentación. Las causas de este tiempo pueden ser:
a)
Situaciones de vida difíciles de aceptar que me colocan en crisis, en rebeldía
con Dios.
b)
Producto de la mediocridad de la vida espiritual o de una situación de pecado
no superada o de un embate de tentaciones que no son rechazadas.
c)
Dios nos pone a prueba para fortalecer nuestro amor y deseo de seguimiento, o
para que valoremos que dependemos de él y de su gracia.
d)
Un don de Dios que prepara un crecimiento en la vida espiritual. (En este
último caso hay notables diferencias con la descripción que precede de la
desolación. Aquí no se encuentra en crisis la relación con Dios sino el modo de
presentarse Dios a la persona. Si hay confusión es resultado de la novedad, del
cambio en el estilo de la comunicación. Sin embargo quedan en pie el deseo del
encuentro con Él, la voluntad de seguimiento y la confianza de que esta
esterilidad o aparente ausencia provienen de Él, de su pedagogía y que son para
nuestro crecimiento. Se hace realidad en la vida contemplativa y en las
purificaciones infusas.)
En
los tres primeros casos no es tiempo propicio para tomar decisiones nuevas pues
es tiempo donde nos mueve más el mal espíritu. Se deben sostener las decisiones
tomadas en tiempo de consolación. Se debe evitar la tendencia al aislamiento y
recurrir con prontitud a la comunidad y al director espiritual a quienes hay
que obedecer.
·
La desolación nos inclina a separarnos de Dios y de la comunidad hacia el
pecado.
·
En la tentación la regla básica es resistir, fortalecer la voluntad y luchar
hasta rechazarla. Si así lo hacemos salimos fortalecidos, crecemos en
fidelidad. Tiempo de prueba que se debe soportar con paciencia.
·
Nos ayuda a conocernos y a valorar la hondura y firmeza de nuestras
convicciones evangélicas.
·
Cuando hay tentación en el reverso hay una gracia que el enemigo nos quiere
arrebatar. Bien discernida puede ser un camino para descubrir o valorar una
gracia puntual.
5)
El discernimiento espiritual supone distinguir de dónde vienen las mociones
interiores y hacia dónde me llevan. “Moción interior” designa todo impulso,
pensamiento, estado de ánimo, sentimiento o emoción que nos invita a actuar de
cierto modo. Dichas mociones tienen 3 fuentes de procedencia: nuestra propia
naturaleza, el mal espíritu y el Espíritu de Dios. Sólo debemos obrar según
aquellas mociones que vienen de Dios y que nos llevan a Él. Es clave el
discernimiento, porque a veces no todo lo que parece provenir de Dios o
llevarnos a Él, proviene efectivamente de Él. Hay engaños muy sutiles que sólo
descubre quien ya se encuentra muy experimentado en el discernimiento. Por eso
a veces nos pasa que creyendo hacer un bien la cosa termina mal. Discernir es
un aprendizaje para descubrir lo que es de Dios de lo que no lo es. Intentemos
alguna ejemplificación didáctica.
·
Cuando andamos ganados por el mal espíritu, de pecado en pecado, el buen
Espíritu nos mueve al arrepentimiento y a la conversión.
·
Cuando andamos en gracia el mal espíritu puede movernos a escrúpulos o
remordimientos falsos, a desesperarnos o a pensar que no es posible la
santidad; nos desanima y pone obstáculos para crecer. El buen Espíritu nos
alienta y anima.
·
El enemigo se hace fuerte cuando condescendemos y se debilita cuando lo
resistimos.
·
El enemigo nos ataca por dónde estamos más débiles y desguarnecidos.
·
El buen Espíritu produce alegría y gozo y remueve turbaciones y tristezas.
·
El mal espíritu produce engaños, nos quiere turbar y hacer desconfiar.
·
El buen Espíritu tiende a tocarnos suave y profundamente en el centro del alma.
·
El mal espíritu tiende a ser bullicioso y movilizar las capas más superficiales
(pensamientos y sentimientos).
·
Las mociones del buen Espíritu en el principio, medio y fin nos inclinan al
bien y a crecer hacia un bien mayor.
·
Aunque comience bien, si en el medio o en el fin se percibe algún mal o se
tiende a decrecer en el bien o el alma se distrae de Dios y se conturba es
señal de que la moción proviene del mal espíritu.
·
Discernir las mociones nos ayuda a conocer cómo actúa la gracia y cómo la
tentación, capitalizando la experiencia para que nos ayude a discernir mejor en
el futuro.
6)
El discernimiento espiritual es un camino de conocimiento y aceptación de la
propia persona. Nadie puede seguir a Jesús e intentar vivir a su estilo sin
clarificar cuáles son sus capacidades y sus limitaciones, sin medir sus
fuerzas, sin contar con su temperamento y con las condicionantes de su propia
historia de vida. Por eso a veces el discernimiento se torna crudo: hay que
aceptarse, hay que abrazarse, hay que amarse. No se puede caminar hacia la
santidad queriendo ser otro que uno jamás podrá ser. Hay que poner la propia persona
bajo la mirada de Jesús para que nos ayude a reconciliarnos con nosotros mismos
en vez de vivir quejándonos o decepcionándonos por lo que no podemos ser. Dios
sabe quienes somos y quienes podemos llegar a ser; nosotros, muchas veces, nos
auto-engañamos.
7)
El cristiano obra por la fe y no por ideas o sentimientos. El cristiano actúa
de acuerdo a lo que cree y no solo a lo que siente o piensa. En tiempo de
desolación esta regla es vital para sobrevivir: aprender a obrar por
convicción. No se hace el bien cuando se tiene ganas, ni se cultiva la vida
espiritual cuando se tiene gusto. Se obra y se ora en relación con una Persona,
con Jesucristo y nadie abandona a quien dice amar cuando las cosas no parecen
andar como uno lo espera: tal amor sería o poco o falso. Discernir es aprender
a vivir desde un nivel más profundo que los estados de ánimo, sentimientos,
emociones, ideas u opiniones. Discernir es aprender a vivir desde la fe.
8)
El Dios que se comunica y que gesta comunión no puede sugerirnos vivir a
escondidas y aislados. Una de las grandes tentaciones de la vida espiritual es
apartarse de Dios y de la comunidad. Cuando la moción interior nos induce a no
compartir la vida con los hermanos, a no sacar a la luz nuestra situación de
opresión interior o de pecado, a abandonar la relación con Dios en tiempo de
esterilidad o a no acercarnos a la comunidad en tiempos de desolación, cuando
nos hace creer que a Dios y a la Iglesia uno sólo puede acercarse cuando está
bien y sin dificultades, cuando nos pinta el cuadro de que Dios y la comunidad
nos van a rechazar debido a nuestras limitaciones o pecados y que sólo nos
queda por delante el camino de quedarnos solos, esa moción no es de Dios.
Seguirla nos conducirá a una situación peor: nuestra Vida en el Espíritu
enfermará, agonizará y morirá. Tal situación sólo se salva haciendo lo
contrario a lo sugerido, poniéndose bajo la luz de Dios, de la comunidad y del
director espiritual.
·
El enemigo desea actuar manteniéndose secreto y escondido pero huye cuando
denunciamos la tentación a la que nos somete.
9)
Se discierne para cuidar la gracia recibida y sus frutos. No se trata de que
Dios nos regale con abundancia y nosotros derrochemos alocadamente. Discernir
es aprender a cuidar la gracia recibida en tiempo de consolación de modo que no
nos falte en tiempo de desolación. Cuando llegue el tiempo de la prueba y de la
contradicción mejor es que nos encuentre firmes en Dios. Quien sabe cuidar lo
que Dios le da no se quiebra ante la prueba sino que sale airoso, entero y
crecido en gracia.
10)
El discernimiento es un aprendizaje continuo. Nunca se termina de aprender a
discernir: a) porque la Vida en el Espíritu crece y nos coloca frente a gracias
y experiencias nuevas, b) porque nosotros mismos y las circunstancias de
nuestra vida también cambian, c) porque no siempre aprendemos de los errores y
podemos volver a repetirlos. El discernimiento espiritual es como una
capitalización de experiencias a base de ensayo y error. A menudo la situación
es comparable con otra ya vivida y eso nos facilita
comprenderla.
Cuanto más se ejercita el discernimiento mejor se discierne.
Los profetas y su vigencia hoy. Una mirada de síntesis (2)
Segundo tiempo
Un segundo momento en nuestro trayecto lo
atravesamos junto al profeta Jeremías. Obviamente no desconocemos a otros
profetas contemporáneos de este período. Todos han vivido un tiempo
convulsionado y violento. Se han intercalado lapsos de intensa Reforma
religiosa propiciada por el movimiento Deuteronomista y avalada por algunos
monarcas, como también lapsos de monarcas más proclives a la cultura pagana y
por ende permeables a todo tipo de prácticas idolátricas.
La caída del Reino del Norte bajo Asiria ha
dejado al Reino del Sur como la única concreción de Israel en cuanto Pueblo
elegido, reforzando el fervor nacionalista, la teología del único Templo en
Jerusalén y la preeminencia de la dinastía davídica. Pero el decaimiento de
Asiria que ha permitido un tiempo sin presiones externas rápidamente muta hacia
el crecimiento vigoroso de Babilonia bajo cuya amenaza Judá sufrirá doble
asedio y deportación.
Jeremías se levantará como el gran profeta de
este período. Su vocación personal estará signada por la doble experiencia de
la interioridad y del sufrimiento. La crisis será el hábitat constante de su
profecía. Sobre todo con su propia vida dará testimonio de fidelidad a Dios en
medio de las tribulaciones y persecuciones a las que de continuo será sometido.
Se mostrará como quien joven y débil es capaz de ser instrumento de la obra
purificadora del Señor, quien quiere plantar y desarraigar, edificar y
destruir. Y podrá hacerlo justamente desde una profunda interioridad, por su
actitud de ponerse delante de Dios cara a cara con desgarradora sinceridad. Y
la gracia divina le sostendrá, una y otra vez lo relanzará a una misión
conflictiva y polémica. Dios por el ministerio de Jeremías encarará a su
Pueblo, le gritará la verdad que no quiere escuchar y lo llamará a una profunda
conversión de corazón.
Ciertamente la Alianza pisoteada y rota por
el persistente pecado del Pueblo será
restablecida como Alianza Nueva grabada y sellada en el corazón. Alianza
nueva y Espíritu nuevo. Todo un proceso de interiorización de la Ley. Es hora
de superar una práctica religiosa formalista y exterior que tenía resabios tanto
de magia como de superstición y que no favorecía la responsabilidad personal;
reemplazándola por una mística del vínculo personal con el Señor, por una
espiritualidad en fuerte clave vocacional que permitirá también sustentar el
paso necesario e ineludible por el sufrimiento purificador.
Ya en la vocación de Isaías la Santidad de
Dios suponía la purgación del Pueblo como Resto Fiel. Ahora en Jeremías cada
persona entiende que la Redención es inseparable de un proceso personal que
supondrá fidelidad en el sufrimiento, a causa del misterio de iniquidad que se
opone al plan de Dios y que cada hombre tendrá batalla en su interior. Su
propio camino vocacional introducirá el misterioso sufrimiento expiatorio del
Siervo de Yahvé y permitirá vislumbrar el designio escondido de un Mesías inmolado
y oferente.
Sin duda la profecía de Jeremías constituye
un crucial tiempo de gracia, una verdadera bisagra y salto de nivel en términos
de espiritualidad. El Pueblo entero y cada hombre son llamados a una relación
nueva y sincera con Dios, a un cara a cara marcado por la fidelidad y la
conciencia de responsabilidad, a un amor maduro que se entregue sin reserva a
su Señor, dispuesto pues a todo por Él y con Él.
No rescatarás sin
poner tu propio cuerpo
La Cruz. Siempre la misma piedra de
escándalo. ¿Por qué la Cruz? ¿No podríamos diseñar una Salvación sin ella? ¿Por
qué debe quedar entrelazado, mientras peregrinamos en la historia, el amor al
sufrimiento? ¿No existe algún camino para ascender a la cumbre de la Alianza
que no requiera purificación alguna? ¿Por qué la exigencia de renuncia y
entrega de la propia vida? ¿Por qué el Resucitado se aparece exhibiendo
imprudentemente las llagas y heridas de su Pascua? ¡Escóndelas! ¡No las
soportamos! ¡Solo deseamos olvidar la Cruz!
¡Cuán ignorantes somos aún de la ciencia y
locura y sabiduría de la Cruz de Cristo! No acabamos de aceptar en toda su
hondura el misterio del Amor que vence al misterio de la iniquidad. Hay cristianos
que dudan de la existencia del Maligno y otros que no creen en la doctrina del
pecado original. Hay cristianos que siguen esperando que Dios nos salve
enteramente desde fuera y sin nosotros, como otros que postulan una suerte de
salvación irrestricta y automática sin concurso de la libertad del hombre sino
tan solo por la decisión unilateral de un omnipotente determinismo divino. Pero
en el fondo son solo las excusas anestésicas de un inmenso mecanismo de
negación. No queremos ver ni aceptar la realidad pues siempre termina en el
misterio de la Cruz.
Y entonces, si el nihilismo que proclama la
nada y el absurdo resulta demasiado angustiante y no es un camino fácilmente
aceptable para estos cristianos ni para las amplias mayorías humanas que
necesitan un final feliz para la historia, ¿qué opción habrá? Aparece aquí la
oportunidad para una “religión globalista de la pos-verdad”, consumible a la
carta y hasta con amplias opciones de diseño individual. Entre sus mayores
prestaciones cuenta con la ausencia de antinaturales dogmatismos y con su
capacidad de ofrecer una flexible, confortable y privatizada relatividad sin
culpa. Por supuesto su mayor eficacia se orienta a disolver la absolutez de
Jesucristo y remover para siempre el insoportable universo de la Cruz.
Es por eso que admiro tanto a Jeremías. Él se
animó a ser sincero consigo mismo y gritarle a Dios cara a cara su amargura y
el deseo de huir de tanto sufrimiento inentendible. Pero también fue valiente
para seguirle sosteniendo la mirada y no cerrarse a sus palabras. Casi diríamos
que luchó con Dios pero también que se dejó vencer. No pudo ni quiso rechazar
el Fuego que le quemaba y encendía desde el hondo y secreto interior. Aceptó
aquel Fuego impetuoso con todas sus irreversibles consecuencias. Una y otra vez
resolvió aquella encrucijada en el sentido de la entrega de sí mismo a Dios, en
el sentido de una fidelidad con apertura al Misterio que le sobrepasaba. Grabó
el Señor una Alianza Nueva en su corazón, cambiado de piedra a carne, por su
Espíritu. “Jeremías, no rescatarás sin poner tu propio cuerpo”. Y de esa manera
le convirtió, por un amor sufriente para redención, en profecía viva del
inesperado Mesías elevado en Cruz.
Dime tú Iglesia, ¿acaso has olvidado lo que
los Apóstoles y Santos Padres bien reconocían y enseñaban? Dime tú cristiano,
que has recibido la Nueva y definitiva Alianza – y por tanto gozas ya en
primicias la plenitud de sus bienes-, ¿no te avergüenza que un profeta de la
primera economía –quien aún esperaba lo que a ti se te ha manifestado- comprenda
y viva más adecuadamente el misterio de la Salvación? No, no es hora de excusas
sino del coraje de una vida teologal bien fundada. ¡Que la esperanza le
sostenga la mirada a su Dios! ¡Que la fe preste oído obediente a su Palabra!
¡Que el amor se arroje confiado y se ponga enteramente entre sus manos! Y el
Padre entonces nos dirá: “¡Configúrate a mi Hijo, pues a imagen y semejanza
suya te he creado!” Soplará como siempre sorpresivo el Espíritu que resuelve
encrucijadas. Y volverá a resonar la voz del Padre: “¡Aquí la Cruz, abrázala,
abrázala!”
Los profetas y su vigencia hoy. Una mirada de síntesis (1)
El trayecto
recorrido
Vamos cerrando esta hermosa aventura que
compartimos con el movimiento profético, sobre todo intentando echar luz sobre
la actualidad de la Iglesia en el mundo. Se imponen pues unas palabras finales
a modo de síntesis.
Como ya se habrán dado cuenta nos
concentramos en las grandes líneas teologales presentadas por los tres profetas
mayores –Isaías, Jeremías y Ezequiel- junto a las intuiciones de los
iniciadores –Amós y Oseas-. Y el trayecto nos ha quedado delineado en tres
periodos.
Primer tiempo
Un primer tiempo coincidió con los
ministerios de Amós, Oseas e Isaías I. Al comenzar el movimiento de los
“profetas escritores” -tras aquellos profetas de la acción que eran Samuel,
Elías y Eliseo-, los interrogantes eran los mismos: ¿quién era Dios y qué
pretendía?, ¿quién era el Pueblo y a qué estaba dispuesto?, ¿cómo vivir la
Alianza entre dos tan disímiles?, ¿cuál sería la pedagogía divina para llevar
adelante la purificación y maduración de su Pueblo? Estos interrogantes
claramente no se hallan anclados en el pasado sino que son siempre vigentes.
También son las preguntas propias del hoy de la Iglesia que camina en la
historia. Pues son interpelaciones acerca de la cuestión más crucial: ¿quién es
Dios, quién es el hombre? y, ¿podrán encontrarse?
Dios según estos profetas es tanto un
Justiciero celoso y protector de pobres y débiles; como un Esposo fiel y Amante
generosamente paciente; como el tres veces Santo, totalmente Otro y
trascendente que se acerca y santifica a los suyos. El Pueblo empero consiente
la hipocresía de una religiosidad formalista y vacía que no se verifica en su
conducta, siembra profundas injusticias y atenta contra la vida de los más
pequeños; a su vez se ha acostumbrado a la idolatría y no logra arrancarla de
su corazón; en definitiva está siempre lastimando y quebrando la Alianza con el
Señor. No habrá pues otro horizonte por delante que el de una profunda purificación,
donde tendrán que hacerse cargo y padecer las consecuencias de su propio pecado
y volver a los comienzos de su identidad: la esclavitud en Egipto ahora por el
destierro en Asiria; el retorno al desierto mediante el exilio que les
posibilitará recobrar la sensatez, volver a escuchar la Palabra y restaurar la
Alianza; y finalmente la esperanza de poder llegar a ser el Pueblo que Dios
eligió. De nuevo, este proceso es atemporal, en el sentido que es el proceso
típico del corazón humano en trabajo de conversión.
¿Una Iglesia atrapada
entre los pecados irresueltos del pasado?
El presente eclesial nos muestra la urgente
necesidad de penitencia y conversión permanente, personal y comunitaria en
todos los niveles y ámbitos. Siempre nos acecha el peligro de vivir una
religiosidad falseada, una disociación entre los gestos exteriores, las
posturas visibilizadas y las verdaderas intenciones del corazón.
De hecho la renovada disputa que retoma el
pasado inmediato posconciliar entre sectores “tradicionalistas conservadores” y
“reformadores progresistas” –si es que verdaderamente existe y no se trata
apenas de un relato ideológico de los supervivientes de aquella generación-,
aparece como un debate poco profundo sobre temas sensibles pero de escasa
relevancia a causa del tratamiento pragmático y utilitarista que sirve de
contexto. Mas bien se asemeja a un delirante
intercambio entre señores vetustos y quizás bastante frustrados que como
adolescentes caprichosos insisten en su pasión por la politización de la vida
cristiana. El resultado es que los sencillos, los pobres y débiles del Pueblo
de Dios resultan escandalizados.
Además venimos arrastrando una crisis de
equilibrio en la relación Iglesia-mundo. Desde un punto de excesivo
distanciamiento y ruptura, la transición se ha pasado de eje hacia una confusa
mimetización, a tal punto que el secularismo en cuanto proceso de autonomía
absoluta de la realidad temporal con respecto a la realidad trascendente y
eterna ya está resonando bullicioso ad intra del cuerpo eclesial. Y bajo su
influencia -o quizás sería mejor decir “infestación”- se van erigiendo climas
heréticos y riesgos cismáticos. A mí ver tres “hábitats heresiarcas” están
proliferando:
1. La negación de la divinidad de Jesucristo
y también de suyo el oscurecimiento doctrinal sobre la unicidad de la Salvación
por el Único Mediador entre Dios y los hombres, justamente Él, verdadero Dios y
verdadero hombre. Dando lugar bajo pretexto de diálogo interreligioso a
confusas declaraciones y prácticas donde el Señor queda igualado o integrado en
un “nuevo panteón de dioses paganos” que se propone como religión global. Se
trataría de una novedosa “caridad sincretista”. Nuestros profetas probablemente
las habrían catalogado de “idolatrías”. Aunque tal vez también advirtiesen que
no pasa de un “juego a dos bandos” de quien aún no ha realizado su opción de Fe.
2. El ataque constante a la
doctrina de la Revelación y la insuficiente comprensión del carisma de la
inspiración bíblica. Junto a una inexacta y restrictiva presentación del “sentido
de fe del Pueblo de Dios” desvinculado de la Tradición y anclado en la
epocalidad presente. La pretenciosa propuesta de admitir “nuevas fuentes de revelación”
que podrían completar, atemperar y hasta corregir al Depositum Fidei. Y claro
el “movimiento democratizador” que intenta suplantar la “identidad pastoral que
Cristo ha querido dar a su Iglesia” por las prácticas del consenso y la
configuración a la opinión pública derribando si es posible para siempre la función
Magisterial.
3. La “cancelación de la escatología”
pues en la práctica se ha instalado que la Salvación es para todos y automática,
que la “misericordia” se ejerce más allá de la conversión y que la libertad
humana no será tenida en cuenta por Dios. “Yo te perdono igual aunque no lo
pidas ni quieras ser perdonado”. El Señor está “encaprichado” en salvarnos y
ejerce “autoritaria y tiránica misericordia”. Un raro amor de Dios que no
genera intercambio y comunión, un amor que te salva dejándote quedarte lejos y
prescindente. No me explico si es amor entre dos o dos amores puramente
narcisistas. Al fin como ya no hay juicio y menos Infierno, hagas lo que hagas
y aunque no te arrepientas te irás al Cielo,
que ahora ya no será el lugar de los santos que se han purificado en la Sangre
del Cordero sino una Babilonia decadente y eterna de pecadores irredentos. Pero
al fin y al cabo el Cielo no es tan importante sino la realidad histórica que
parece ser la que verdaderamente nos preocupa porque es más real que esos
cuentos de “salvación y gloria eterna”. Me temo que las nuevas teologías de la “gracia”
con misericordia inclusiva y sin exigencia de santidad, solo erigirán dos Infiernos:
el de la tierra y el de las alturas.
¿Y todo esto por qué? Quizás
como en aquel primer tiempo del movimiento profético los hombres no terminan de
creer en Dios y adherirse a la Alianza, siguen atrapados en sus “querencias por
otros dioses” y ofrecen continua resistencia a la conversión total y
definitiva. La postergación de la
santidad me parece un terrible demonio que tiene sujetados a muchos hermanos en
la Iglesia que peregrina: su nombre es “mediocridad”.
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