El trayecto
recorrido
Vamos cerrando esta hermosa aventura que
compartimos con el movimiento profético, sobre todo intentando echar luz sobre
la actualidad de la Iglesia en el mundo. Se imponen pues unas palabras finales
a modo de síntesis.
Como ya se habrán dado cuenta nos
concentramos en las grandes líneas teologales presentadas por los tres profetas
mayores –Isaías, Jeremías y Ezequiel- junto a las intuiciones de los
iniciadores –Amós y Oseas-. Y el trayecto nos ha quedado delineado en tres
periodos.
Primer tiempo
Un primer tiempo coincidió con los
ministerios de Amós, Oseas e Isaías I. Al comenzar el movimiento de los
“profetas escritores” -tras aquellos profetas de la acción que eran Samuel,
Elías y Eliseo-, los interrogantes eran los mismos: ¿quién era Dios y qué
pretendía?, ¿quién era el Pueblo y a qué estaba dispuesto?, ¿cómo vivir la
Alianza entre dos tan disímiles?, ¿cuál sería la pedagogía divina para llevar
adelante la purificación y maduración de su Pueblo? Estos interrogantes
claramente no se hallan anclados en el pasado sino que son siempre vigentes.
También son las preguntas propias del hoy de la Iglesia que camina en la
historia. Pues son interpelaciones acerca de la cuestión más crucial: ¿quién es
Dios, quién es el hombre? y, ¿podrán encontrarse?
Dios según estos profetas es tanto un
Justiciero celoso y protector de pobres y débiles; como un Esposo fiel y Amante
generosamente paciente; como el tres veces Santo, totalmente Otro y
trascendente que se acerca y santifica a los suyos. El Pueblo empero consiente
la hipocresía de una religiosidad formalista y vacía que no se verifica en su
conducta, siembra profundas injusticias y atenta contra la vida de los más
pequeños; a su vez se ha acostumbrado a la idolatría y no logra arrancarla de
su corazón; en definitiva está siempre lastimando y quebrando la Alianza con el
Señor. No habrá pues otro horizonte por delante que el de una profunda purificación,
donde tendrán que hacerse cargo y padecer las consecuencias de su propio pecado
y volver a los comienzos de su identidad: la esclavitud en Egipto ahora por el
destierro en Asiria; el retorno al desierto mediante el exilio que les
posibilitará recobrar la sensatez, volver a escuchar la Palabra y restaurar la
Alianza; y finalmente la esperanza de poder llegar a ser el Pueblo que Dios
eligió. De nuevo, este proceso es atemporal, en el sentido que es el proceso
típico del corazón humano en trabajo de conversión.
¿Una Iglesia atrapada
entre los pecados irresueltos del pasado?
El presente eclesial nos muestra la urgente
necesidad de penitencia y conversión permanente, personal y comunitaria en
todos los niveles y ámbitos. Siempre nos acecha el peligro de vivir una
religiosidad falseada, una disociación entre los gestos exteriores, las
posturas visibilizadas y las verdaderas intenciones del corazón.
De hecho la renovada disputa que retoma el
pasado inmediato posconciliar entre sectores “tradicionalistas conservadores” y
“reformadores progresistas” –si es que verdaderamente existe y no se trata
apenas de un relato ideológico de los supervivientes de aquella generación-,
aparece como un debate poco profundo sobre temas sensibles pero de escasa
relevancia a causa del tratamiento pragmático y utilitarista que sirve de
contexto. Mas bien se asemeja a un delirante
intercambio entre señores vetustos y quizás bastante frustrados que como
adolescentes caprichosos insisten en su pasión por la politización de la vida
cristiana. El resultado es que los sencillos, los pobres y débiles del Pueblo
de Dios resultan escandalizados.
Además venimos arrastrando una crisis de
equilibrio en la relación Iglesia-mundo. Desde un punto de excesivo
distanciamiento y ruptura, la transición se ha pasado de eje hacia una confusa
mimetización, a tal punto que el secularismo en cuanto proceso de autonomía
absoluta de la realidad temporal con respecto a la realidad trascendente y
eterna ya está resonando bullicioso ad intra del cuerpo eclesial. Y bajo su
influencia -o quizás sería mejor decir “infestación”- se van erigiendo climas
heréticos y riesgos cismáticos. A mí ver tres “hábitats heresiarcas” están
proliferando:
1. La negación de la divinidad de Jesucristo
y también de suyo el oscurecimiento doctrinal sobre la unicidad de la Salvación
por el Único Mediador entre Dios y los hombres, justamente Él, verdadero Dios y
verdadero hombre. Dando lugar bajo pretexto de diálogo interreligioso a
confusas declaraciones y prácticas donde el Señor queda igualado o integrado en
un “nuevo panteón de dioses paganos” que se propone como religión global. Se
trataría de una novedosa “caridad sincretista”. Nuestros profetas probablemente
las habrían catalogado de “idolatrías”. Aunque tal vez también advirtiesen que
no pasa de un “juego a dos bandos” de quien aún no ha realizado su opción de Fe.
2. El ataque constante a la
doctrina de la Revelación y la insuficiente comprensión del carisma de la
inspiración bíblica. Junto a una inexacta y restrictiva presentación del “sentido
de fe del Pueblo de Dios” desvinculado de la Tradición y anclado en la
epocalidad presente. La pretenciosa propuesta de admitir “nuevas fuentes de revelación”
que podrían completar, atemperar y hasta corregir al Depositum Fidei. Y claro
el “movimiento democratizador” que intenta suplantar la “identidad pastoral que
Cristo ha querido dar a su Iglesia” por las prácticas del consenso y la
configuración a la opinión pública derribando si es posible para siempre la función
Magisterial.
3. La “cancelación de la escatología”
pues en la práctica se ha instalado que la Salvación es para todos y automática,
que la “misericordia” se ejerce más allá de la conversión y que la libertad
humana no será tenida en cuenta por Dios. “Yo te perdono igual aunque no lo
pidas ni quieras ser perdonado”. El Señor está “encaprichado” en salvarnos y
ejerce “autoritaria y tiránica misericordia”. Un raro amor de Dios que no
genera intercambio y comunión, un amor que te salva dejándote quedarte lejos y
prescindente. No me explico si es amor entre dos o dos amores puramente
narcisistas. Al fin como ya no hay juicio y menos Infierno, hagas lo que hagas
y aunque no te arrepientas te irás al Cielo,
que ahora ya no será el lugar de los santos que se han purificado en la Sangre
del Cordero sino una Babilonia decadente y eterna de pecadores irredentos. Pero
al fin y al cabo el Cielo no es tan importante sino la realidad histórica que
parece ser la que verdaderamente nos preocupa porque es más real que esos
cuentos de “salvación y gloria eterna”. Me temo que las nuevas teologías de la “gracia”
con misericordia inclusiva y sin exigencia de santidad, solo erigirán dos Infiernos:
el de la tierra y el de las alturas.
¿Y todo esto por qué? Quizás
como en aquel primer tiempo del movimiento profético los hombres no terminan de
creer en Dios y adherirse a la Alianza, siguen atrapados en sus “querencias por
otros dioses” y ofrecen continua resistencia a la conversión total y
definitiva. La postergación de la
santidad me parece un terrible demonio que tiene sujetados a muchos hermanos en
la Iglesia que peregrina: su nombre es “mediocridad”.
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