Segundo tiempo
Un segundo momento en nuestro trayecto lo
atravesamos junto al profeta Jeremías. Obviamente no desconocemos a otros
profetas contemporáneos de este período. Todos han vivido un tiempo
convulsionado y violento. Se han intercalado lapsos de intensa Reforma
religiosa propiciada por el movimiento Deuteronomista y avalada por algunos
monarcas, como también lapsos de monarcas más proclives a la cultura pagana y
por ende permeables a todo tipo de prácticas idolátricas.
La caída del Reino del Norte bajo Asiria ha
dejado al Reino del Sur como la única concreción de Israel en cuanto Pueblo
elegido, reforzando el fervor nacionalista, la teología del único Templo en
Jerusalén y la preeminencia de la dinastía davídica. Pero el decaimiento de
Asiria que ha permitido un tiempo sin presiones externas rápidamente muta hacia
el crecimiento vigoroso de Babilonia bajo cuya amenaza Judá sufrirá doble
asedio y deportación.
Jeremías se levantará como el gran profeta de
este período. Su vocación personal estará signada por la doble experiencia de
la interioridad y del sufrimiento. La crisis será el hábitat constante de su
profecía. Sobre todo con su propia vida dará testimonio de fidelidad a Dios en
medio de las tribulaciones y persecuciones a las que de continuo será sometido.
Se mostrará como quien joven y débil es capaz de ser instrumento de la obra
purificadora del Señor, quien quiere plantar y desarraigar, edificar y
destruir. Y podrá hacerlo justamente desde una profunda interioridad, por su
actitud de ponerse delante de Dios cara a cara con desgarradora sinceridad. Y
la gracia divina le sostendrá, una y otra vez lo relanzará a una misión
conflictiva y polémica. Dios por el ministerio de Jeremías encarará a su
Pueblo, le gritará la verdad que no quiere escuchar y lo llamará a una profunda
conversión de corazón.
Ciertamente la Alianza pisoteada y rota por
el persistente pecado del Pueblo será
restablecida como Alianza Nueva grabada y sellada en el corazón. Alianza
nueva y Espíritu nuevo. Todo un proceso de interiorización de la Ley. Es hora
de superar una práctica religiosa formalista y exterior que tenía resabios tanto
de magia como de superstición y que no favorecía la responsabilidad personal;
reemplazándola por una mística del vínculo personal con el Señor, por una
espiritualidad en fuerte clave vocacional que permitirá también sustentar el
paso necesario e ineludible por el sufrimiento purificador.
Ya en la vocación de Isaías la Santidad de
Dios suponía la purgación del Pueblo como Resto Fiel. Ahora en Jeremías cada
persona entiende que la Redención es inseparable de un proceso personal que
supondrá fidelidad en el sufrimiento, a causa del misterio de iniquidad que se
opone al plan de Dios y que cada hombre tendrá batalla en su interior. Su
propio camino vocacional introducirá el misterioso sufrimiento expiatorio del
Siervo de Yahvé y permitirá vislumbrar el designio escondido de un Mesías inmolado
y oferente.
Sin duda la profecía de Jeremías constituye
un crucial tiempo de gracia, una verdadera bisagra y salto de nivel en términos
de espiritualidad. El Pueblo entero y cada hombre son llamados a una relación
nueva y sincera con Dios, a un cara a cara marcado por la fidelidad y la
conciencia de responsabilidad, a un amor maduro que se entregue sin reserva a
su Señor, dispuesto pues a todo por Él y con Él.
No rescatarás sin
poner tu propio cuerpo
La Cruz. Siempre la misma piedra de
escándalo. ¿Por qué la Cruz? ¿No podríamos diseñar una Salvación sin ella? ¿Por
qué debe quedar entrelazado, mientras peregrinamos en la historia, el amor al
sufrimiento? ¿No existe algún camino para ascender a la cumbre de la Alianza
que no requiera purificación alguna? ¿Por qué la exigencia de renuncia y
entrega de la propia vida? ¿Por qué el Resucitado se aparece exhibiendo
imprudentemente las llagas y heridas de su Pascua? ¡Escóndelas! ¡No las
soportamos! ¡Solo deseamos olvidar la Cruz!
¡Cuán ignorantes somos aún de la ciencia y
locura y sabiduría de la Cruz de Cristo! No acabamos de aceptar en toda su
hondura el misterio del Amor que vence al misterio de la iniquidad. Hay cristianos
que dudan de la existencia del Maligno y otros que no creen en la doctrina del
pecado original. Hay cristianos que siguen esperando que Dios nos salve
enteramente desde fuera y sin nosotros, como otros que postulan una suerte de
salvación irrestricta y automática sin concurso de la libertad del hombre sino
tan solo por la decisión unilateral de un omnipotente determinismo divino. Pero
en el fondo son solo las excusas anestésicas de un inmenso mecanismo de
negación. No queremos ver ni aceptar la realidad pues siempre termina en el
misterio de la Cruz.
Y entonces, si el nihilismo que proclama la
nada y el absurdo resulta demasiado angustiante y no es un camino fácilmente
aceptable para estos cristianos ni para las amplias mayorías humanas que
necesitan un final feliz para la historia, ¿qué opción habrá? Aparece aquí la
oportunidad para una “religión globalista de la pos-verdad”, consumible a la
carta y hasta con amplias opciones de diseño individual. Entre sus mayores
prestaciones cuenta con la ausencia de antinaturales dogmatismos y con su
capacidad de ofrecer una flexible, confortable y privatizada relatividad sin
culpa. Por supuesto su mayor eficacia se orienta a disolver la absolutez de
Jesucristo y remover para siempre el insoportable universo de la Cruz.
Es por eso que admiro tanto a Jeremías. Él se
animó a ser sincero consigo mismo y gritarle a Dios cara a cara su amargura y
el deseo de huir de tanto sufrimiento inentendible. Pero también fue valiente
para seguirle sosteniendo la mirada y no cerrarse a sus palabras. Casi diríamos
que luchó con Dios pero también que se dejó vencer. No pudo ni quiso rechazar
el Fuego que le quemaba y encendía desde el hondo y secreto interior. Aceptó
aquel Fuego impetuoso con todas sus irreversibles consecuencias. Una y otra vez
resolvió aquella encrucijada en el sentido de la entrega de sí mismo a Dios, en
el sentido de una fidelidad con apertura al Misterio que le sobrepasaba. Grabó
el Señor una Alianza Nueva en su corazón, cambiado de piedra a carne, por su
Espíritu. “Jeremías, no rescatarás sin poner tu propio cuerpo”. Y de esa manera
le convirtió, por un amor sufriente para redención, en profecía viva del
inesperado Mesías elevado en Cruz.
Dime tú Iglesia, ¿acaso has olvidado lo que
los Apóstoles y Santos Padres bien reconocían y enseñaban? Dime tú cristiano,
que has recibido la Nueva y definitiva Alianza – y por tanto gozas ya en
primicias la plenitud de sus bienes-, ¿no te avergüenza que un profeta de la
primera economía –quien aún esperaba lo que a ti se te ha manifestado- comprenda
y viva más adecuadamente el misterio de la Salvación? No, no es hora de excusas
sino del coraje de una vida teologal bien fundada. ¡Que la esperanza le
sostenga la mirada a su Dios! ¡Que la fe preste oído obediente a su Palabra!
¡Que el amor se arroje confiado y se ponga enteramente entre sus manos! Y el
Padre entonces nos dirá: “¡Configúrate a mi Hijo, pues a imagen y semejanza
suya te he creado!” Soplará como siempre sorpresivo el Espíritu que resuelve
encrucijadas. Y volverá a resonar la voz del Padre: “¡Aquí la Cruz, abrázala,
abrázala!”
No hay comentarios.:
Publicar un comentario