“Mientras el rey está en su
diván, mi nardo exhala su perfume. Mi amado es para mí como una bolsita de
mirra que descansa entre mis pechos.” (1,12-13)
1.
Cuando el Señor
revela al alma su presencia reposada y tranquila en lo más hondo de ella, no
puede menos que exhalar su perfume más original: su referencia absoluta al
Amado, el reconocimiento cándido de su dependencia creatural.
2.
El Amado -cual
escondido secreto que bulle, se derrama y se expande en el centro del alma-, se
le ofrece, se le da, se le regala.
3.
¡Oh, sí, el
alma lleva en su centro la habitación del tesoro de donde brotan mercedes y
florecen regalos que la tornan más semejante a su Amado!
4.
¡Oh, olorosa
Presencia, que tanto bien me haces, úngeme con tu néctar y sáciame de Ti, ya no
quiero más vivir en mí sin Ti pues eres sólo Tú ya mi vivir!
5.
¡Oh, Señor,
escondido en lo secreto de mí, trueca el episodio, que quede yo escondido también
en lo secreto de Ti!
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