“Yo me senté a su sombra tan
deseada y su fruto es dulce a mi paladar.” (2,3b)
1.
El alma ya
salida de sí, existencialmente deseosa de vivir descentrada en sí misma; a su
vez padece terriblemente el reflujo del sólo-yo que desea imponerse y desterrar
al Amado que le ha ganado el corazón.
2.
El alma entrada
en contemplación sufre el descentramiento tan deseado, pues aún no alcanzado
por completo, se sabe retenida para la
unión esponsal. Esa alma en tensión sólo encuentra reposo en el encuentro con
Él.
3.
El alma encaminada
a una unión más duradera, aun experimentando como el Señor trabaja para
vaciarla completamente de sí, envuelta por dura noche, exclama su necesidad de
ser visitada para no sucumbir.
4.
¡Sé tú Amado mi
refugio y mi amparo! ¡Socórreme cuando desfallezco! Así grita el alma y el
Señor que la ama la visita con su inefable presencia y la alimenta con su
gracia.
5.
¡Oh, qué
seguridad experimenta quien descansa en el mismísimo Señor del universo!
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