“Él me hizo entrar en la bodega y
enarboló sobre mí la insignia del Amor.” (2,4)
1.
¡Oh, qué herida
dulce y suave, profunda y quemante, extenuante que desmaya, inflamante oscura! Porque me hizo entrar en la
bodega, donde a oscuras en la intimidad, me dio el vino de su Ser y me embriagó
de amor.
2.
Enarboló sobre
mí su insignia y me hizo suyo, ya que el corazón del hombre desea entregársele
por completo pero es débil para actuar su deseo, y Él que es todo Misericordia
adelantándose, se compadece y lo toma.
3.
¡Oh dichosa
bodega guardada en el fondo más hondo del alma! Allí mete el Señor a su amador
para que reciba destellos de unión, y aunque sólo destellos, incomparables,
inimaginables e indecibles.
4.
No sabría cómo
explicar lo que comprendo sin comprender: que el alma Dios habita y el alma es
llevada allí para ser introducida como en el seno de Dios.
5.
Sabiendo que
estaba en Dios sin saber cómo, me ha ido brotando la certeza de haber
participado de algún modo de la Vida Trinitaria.
6.
Este goce de la
divina inhabitación sé que puede ser más subido en esta vida, aunque este saber
tampoco sé cómo ni de dónde me viene a no ser de Dios que llama.
7.
Quien saborea
este amor que se ofrece en la bodega, este amor insignia enarbolado, saborea un
amor en tres heridas. Y el corazón entero queda resonando tras este acercamiento al seno
Trinitario.
8.
Herida que
profiere, Herida proferida, comunicación total y hay otra Herida. El que tenga
al Amor de seguro lo tiene en Tres Heridas.
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