“Mi amado es para mí, y yo soy para
mi amado.” (2,16a)
1.
“Mi amado es para mí, y yo soy para mi amado.” (Ct 2,16a) No hay mejor forma de expresar el camino contemplativo.
2.
Es propio de la
contemplación que el don de la unión, el don de la referencia del yo al Amado,
quede marcado en el alma de un modo persistente.
3.
No es
indiferente haber pasado el alma por el trance de la fuga y del rapto, del
amoroso estar fuera de sí en Él por Él.
Así se recibe, por la propia experiencia contemplativa que deja al alma
imborrablemente marcada, el don de la referencia.
4.
La existencia
del contemplador no puede menos que experimentarse referida a la existencia del
Amado. Existo para Él y porque Él existe, sino no existiría.
5.
Se ha levantado
un profundo desencantamiento y desabrimiento por todo lo que no sea el Amado.
Sólo queda la existencia del Amado como motor y sentido de la existencia y nada
más.
6.
Cuanto más se
adentra el contemplador en su caminar la referencia al Amado se va haciendo más
esencial. Participando de algún modo de la misma vida divina, sumergido en el
misterio de la Trinidad, el contemplador
goza ya de las primicias de la eternidad.
7.
El Buen Dios hace
entrar al contemplador en sí de tal forma, que al mismo tiempo que empiezan a
diluirse las barreras y secuelas que levantó y dejó el pecado, comienza a
restablecerse la comunicación original con toda su maravilla.
8.
Ser el
contemplador en Dios y Dios en el contemplador. Gozar en el amor de una unión
gratuita y totalmente inesperada. Mi Amado es para mí y yo soy para mi Amado.
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