DIÁLOGO VIVO CON SAN JUAN DE LA CRUZ 38

 




CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE 38


LOS GOZOS POR BIENES MORALES, ¿CÓMO SE VALORAN?

 

“Por bienes morales entendemos aquí las virtudes y los hábitos de ellas en cuanto morales, y el ejercicio de cualquiera virtud, y el ejercicio de las obras de misericordia, la guarda de la ley de Dios, y la política, y todo ejercicio de buena índole e inclinación.” (SMC L3, Cap. 27,1)

 

“Por lo que en sí son y valen, merecen algún gozo de su poseedor; porque consigo traen paz y tranquilidad y recto y ordenado uso de la razón, y operaciones acordadas; que no puede el hombre humanamente en esta vida poseer cosa mejor.” (SMC L3, Cap. 27,2)

 

“Porque las virtudes por sí mismas merecen ser amadas y estimadas, hablando humanamente, bien se puede el hombre gozar de tenerlas en sí y ejercitarlas por lo que en sí son.” (SMC L3, Cap. 27,3)

 

La vida virtuosa trae paz y practicar el bien da alegría. Es lícito pues gozarse en poder llevar una vida virtuosa según la Ley de Dios, guardando sus mandatos y preceptos con fidelidad. Además como ya dijimos, vivir en gracia produce gozo en el alma. Baste registrar cuán turbados, oscuros y divididos nos encontramos después de haber caído en un pecado grave o mortal. Pues si la persona no está ya tan acostumbrada a pecar gravemente y anestesiada en su conciencia moral, si lleva vida virtuosa y cayendo en la tentación comete la infidelidad, seguramente advierte pronto la rotura producida en su interior y el arrepentimiento comienza a acicatearla. Amargo es el pecado y nos hunde en la oscuridad. Y el Espíritu rápidamente nos impulsa a retornar a la Luz.

En este sentido pues podemos gozarnos en el bien que produce la práctica de las virtudes por lo que las virtudes son valiosas en sí mismas. Aunque también advertimos sería vanidoso un gozo que termine en nosotros mismos, en disfrutar del placentero estado de sosiego que provoca apartarnos del mal. Y Mucho menos detenernos en el gozo de las consideraciones humanas positivas que nos dispensen por la vida que llevamos. Pues faltaríamos a humildad si no reconociéramos que vivimos virtuosamente porque no nos falta la Gracia de Dios, pues nuestros empeños sin sus auxilios que tienen primacía, serían vanos. Pues nuestro fin sería acotado al estado de bienestar de conciencia y no orientado a la Unión con Dios y a la Vida Eterna.

 

“Sólo y principalmente debe gozarse en la posesión y ejercicio de estos bienes morales en cuanto, haciendo las obras por amor de Dios, le adquieren vida eterna. Y así, sólo debe poner los ojos y el gozo en servir y honrar a Dios con sus buenas costumbres y virtudes, pues que sin este respecto no valen delante de Dios nada las virtudes, como se ve en las diez vírgenes del Evangelio (Mt. 25, 1-13), que todas habían guardado virginidad y hecho buenas obras, y porque las cinco no habían puesto su gozo en la segunda manera -esto es, enderezándole en ellas a Dios-, sino antes le pusieron en la primera manera, gozándose en la posesión de ellas, fueron echadas del cielo sin ningún agradecimiento ni galardón del Esposo. Debe, pues, gozarse el cristiano, no en si hace buenas obras y sigue buenas costumbres, sino en si las hace por amor de Dios sólo, sin otro respecto alguno.” (SMC L3, Cap. 27,4)

 

“Por amor de Dios”. Fray Juan, ¡cuánto hace que no escucho esta expresión! Ciertamente la he oído con frecuencia en mi juventud. “Vivir y obrar por amor de Dios.” Y me han dado testimonio de ello. Recuerdo con cálida alegría a un anciano fraile franciscano capuchino, hermano lego, que siempre respondía con estas palabras a cuanto le sucediese. Y si uno se le acercaba y se condoliese de alguno de tantos males que sufría, simplemente sonreía y afirmaba: “Por amor de Dios, hermano, por amor de Dios”. Y si fuesen circunstancias alegres y beneficiosas para él, al comentario elogioso de quien intentaba felicitarlo solo sonreía y claro decía: “Por amor de Dios”. Vivía sin duda por amor de Dios.

Los gozos en los bienes morales son sanos “por amor de Dios”. Porque uno debe gozarse ciertamente de poder vivir de modo que se una a Dios por el amor esperando algún día unirse a Él eternamente.

Pero quisiera meditar brevemente sobre este “por” que expresa motivación y finalidad pero también posibilidad de ejecución.

Pues por un lado, “por amor de Dios” incluye un “desde” o punto de partida, afirma querer vivir según su santa voluntad y que en nuestra motivación se haya agradarle solo a Él y no separarnos de sus caminos.  Al mismo tiempo que “por amor de Dios” introduce un “hacia” o punto de llegada, es decir, lo hago de esta forma porque voy hacia Él, busco unirme y permanecer en Él que es mi fin último.

Por otro, este “por amor de Dios” expresa la posibilidad de amar y de llevar una vida santa y virtuosa. Pues confesaba el apóstol que el Amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo. ¡Y cuántas veces nos ha parecido imposible amar a tal o cual hermano, por ejemplo! Y no seríamos capaces de amar al enemigo, al adversario que nos lastima o al que nos traiciona sin amor de Dios. Seguramente hemos orado y pedido la gracia de su amor en nosotros. Después de haber sido abofeteados en una mejilla, ¿cómo ofrecer la otra sino por la fuerza del amor de Dios? ¡Que ame Dios en nosotros y con nosotros! ¡Que eleve nuestro frágil amor al Potente Amor Suyo!

La Caridad, que es el nombre propio del Amor de Dios, es la reina de las virtudes. El canon o regla de una vida moral es la Caridad que todo lo mide y aquilata. Quien ama cumple la Ley entera según las Escrituras. Y Dios es Amor. Por tanto vivir en Caridad es vivir en Unión con Él. La primera Caridad se dirige a Dios mismo: amar al Dios que nos ama. Y por Él amar al prójimo y a todas las creaturas. “Por amor de Dios”.

 

“Para enderezar, pues, el gozo a Dios en los bienes morales ha de advertir el cristiano que el valor de sus buenas obras, ayunos, limosnas, penitencias, (oraciones), etcétera, que no se funda tanto en la cantidad y cualidad de ellas, sino en el amor de Dios que él lleva en ellas.

Ni ha de asentar el corazón en el gusto, consuelo y sabor y los demás intereses que suelen traer consigo los buenos ejercicios y obras, sino recoger el gozo a Dios, deseando servirle con ellas y, purgándose y quedándose a oscuras de este gozo, querer que sólo Dios sea el que se goce de ellas y guste de ellas en escondido, sin ninguno otro respecto y jugo que honra y gloria de Dios.” (SMC L3, Cap. 27,4)

 

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