Vida y regla para un Presbiterado Contemplativo (4)





 "Vida y Regla para un Presbiterado Contemplativo" (2021)


4.    Confieso que el Espíritu Santo

        me mueve a llevar una vida mixta

        fundando, sosteniendo y proyectando

        el ejercicio ministerial

        desde la dimensión contemplativa.

 

a)      “Confieso que el Espíritu Santo”

 

 “Confieso que el Espíritu Santo” y “bajo el soplo del Espíritu Santo” son expresiones que enmarcan como una inclusión la parte más específica del voto hecho a Dios. Al intentar describir a grandes rasgos un proyecto de presbiterado contemplativo comienzo por reconocer que el Espíritu Santo me ha inspirado esta forma de vida y que sólo bajo su influjo es posible.

 

            Si me aman, guardarán mis mandamientos; y yo pediré al Padre y les dará otro Paráclito, para que esté con ustedes para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero ustedes le conocen, porque mora con ustedes.” (Jn 14,15-17)

 

“Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todo y les recordará todo lo que yo les he dicho.” (Jn 14,26)

 

“Cuando venga el Paráclito, que yo les enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí. Pero también ustedes darán testimonio, porque están conmigo desde el principio.” (Jn 15,26-27)

 

El Espíritu Santo, que habita el templo interior como una permanente plegaria viva, es el primer “director espiritual” que mueve, ilumina y conduce. El Espíritu Paráclito me vive invitando a celebrar la unión con Jesucristo, una comunión de vida cargada de gozo y de fruto abundante en camino hacia el Padre. Sin el Espíritu, simplemente, no habría camino.

 

b)     “Me mueve a llevar una vida mixta”

 

Esta expresión –más técnica de lo que parece- es al mismo tiempo el llamado vocacional que sin saberlo me llevó a transitar por la vida de los frailes franciscanos y un legado de mi formación religiosa. San Francisco de Asís sin duda llevaba este estilo de vida. Concretamente los Hermanos Menores y en cierto grado el resto de las Ordenes Mendicantes, nacieron como nuevas formas de vida consagrada, cultivando esa mixtura entre la vida contemplativa (en ese momento histórico más identificada con la experiencia monacal) y la vida apostólica (por entonces expresada en el ejercicio ministerial de los clérigos seculares).

“Vida mixta” sigue significando para mí la convicción de que contemplación y apostolado nunca deben separarse, sino que lo más saludable es que estén uno como imbricado en el otro. Naturalmente me ha sucedido siempre así. He necesitado la soledad del silencio contemplativo para escuchar y mirar con Dios y según Él; y allí en ese espacio fecundo de oración y celebración han nacido todas mis iniciativas apostólicas. A su vez la vida apostólica siempre me ha depositado frente al Padre, queriendo comprender como hijo y servidor suyo, los caminos de salvación que Él ya había abierto, la tierra que ya había arado y la semilla que ya había sembrado, de modo que no estuviese yo intentando trabajar fuera de la sintonía con Dios.

Y por experiencia creo que el Espíritu Santo me mueve a cultivar ambas dimensiones –contemplativa y apostólica-, cual personal camino que me conduce tanto a la unión con Jesucristo Sacerdote  como a la unidad de la propia vida y corazón.

 

“De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración.” (Mc 1,35)

 

“Inmediatamente obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí.” (Mt 14,22-23) 

 

“Inmediatamente obligó a sus discípulos a subir a la barca y a ir por delante hacia Betsaida, mientras él despedía a la gente. Después de despedirse de ellos, se fue al monte a orar.” (Mc 6,45-46)

 

“Su fama se extendía cada vez más y una numerosa multitud afluía para oírle y ser curados de sus enfermedades. Pero él se retiraba a los lugares solitarios, donde oraba.” (Lc 5,15-16)

 

“Sucedió que por aquellos días se fue él al monte a orar, y se pasó la noche en la oración de Dios.” (Lc 6,12)

 

            Como un dato olvidado y soslayado en la espiritualidad del clero secular, se encuentra esta dinámica que une contemplación y apostolado,  en el propio ejercicio pastoral de Jesucristo. El Señor –Verbo Encarnado y Salvador Enviado- partía siempre del encuentro cara a cara con su Padre y, permaneciendo en comunión con Él, volvía siempre como Hijo a depositar toda la misión en sus manos. Toda su identidad y misión económica brotan del Padre como su Fuente y retornan a Él como su Patria.

 

c)      “Fundando, sosteniendo y proyectando el ejercicio ministerial desde la dimensión contemplativa”

 

He aquí la expresión más contundente de mi estilo de vida presbiteral. La vida contemplativa es como el humus fecundo donde se establece la vocación sacerdotal. Cronológicamente ha sido estrictamente así en mi historia: primero me fue regalada la vida contemplativa y luego el ministerio sacerdotal. Durante toda mi formación me he ido preparando al servicio pastoral gozando ya de una intensa experiencia de contemplación. Desde entonces hasta hoy la unión con Dios por el amor se ha constituido en el fundamento y la meta de todo mí vivir.

“Fundar, sostener y proyectar” la identidad pastoral desde la dimensión contemplativa quiere decir, simplemente, que nada debiera yo hacer sin partir desde la unión  con Dios. Que en medio de la actividad pastoral debo permanecer en unión con Dios. Que todo el servicio pastoral debe llevarme a la unión con Dios. Así la oración y la celebración se vuelven el centro configurativo de la caridad pastoral.

Uno contempla el misterio de Dios como presbítero y contemplando a Dios puede ser inspirado para el servicio pastoral. Se parte de la contemplación de Dios y se pone en sus manos la misión encomendada y concretada en un oficio ministerial. Se realiza el servicio permaneciendo en su Presencia y se ejecuta contemplando su acción salvadora que es primero. Uno se dispone a acompañar, favorecer, señalar, discernir y colaborar con la Gracia. Se trata de una unión con Cristo Sacerdote, con su Padre y el Espíritu, tendiendo el presbítero a la sinergia, a acompasarse al tiempo y a los modos del Señor.

Sin desarrollar la vida contemplativa estaría totalmente perdido, ciego y a tientas, en la tarea pastoral. Sólo unido al Señor comprendo la identidad-misión de mi participación sacerdotal en el único Sacerdocio de Cristo.

 

“Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina.” (Mt 7,24-27)

 

“Yendo ellos de camino, entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa.  Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude.» Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada.»” (Lc,10,38-42)

 

Vida y regla para un Presbiterado Contemplativo (3)

 



"Vida y Regla para un Presbiterado Contemplativo" (2021)


3.  Hago voto a Dios de vivir

el Santo Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo 

como mi única Vida y Regla.

 

            Si bien parece innecesario hacer voto de vivir el Evangelio, pues de ello se trata sin más la vida cristiana de cualquier discípulo, aquí se lo hace en un sentido espiritual definido. Jesucristo es el Evangelio y Jesucristo es la Vida y Regla. Todo cuanto siga en el voto a Dios intentando configurar un presbiterado contemplativo parte de este humus original y fecundo. Quiero vivir bajo la Regla Viva de mi Señor Jesucristo. No consiste mi camino en establecer reglamentos y normas sino en un dinámico seguimiento del Señor, Único y Eterno Sacerdote. Las disposiciones prácticas que se puedan necesitar para concretar un estilo de vida nunca serán el centro del camino. Lo fundamental y fundante es la configuración a Jesucristo, a su mentalidad y corazón. Porque Jesucristo lo llena todo y es la medida de todas las cosas. Todo en Cristo y nada sin Él.

 

“Tengan los mismos sentimientos de Cristo.” (Flp 2,5)

 

Que les conceda, según la riqueza de su gloria, que sean fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en sus corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor, puedan comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que se vayan llenando hasta la total Plenitud de Dios.” (Ef 3,16-18)

 

“Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia.” (Flp 1,21)

 

“Lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no con la justicia mía, la que viene de la Ley, sino la que viene por la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios, apoyada en la fe,  y conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos.” (Flp 3,7-11)

 

No es suficiente confesar la fe en Jesucristo, recibido y transmitido fielmente en la Iglesia por la Tradición Apostólica y la Sagrada Escritura. La fe no es sólo la aceptación de las verdades reveladas. Ese aspecto objetivo y lícitamente exigido para verificar la comunión eclesial, no agota la fe. Ella también es una fe de confianza y abandono, una experiencia de encuentro y un vínculo vivo. La dimensión subjetiva por la cual la persona se entrega a Jesucristo y se hace libremente suya es fundante y no puede faltar. Se trata de la fe informada por el amor. Una fe cuyo hábitat ordinario es la Alianza.

Todo cristiano, y especialmente un presbítero, deben alcanzar y permanecer en un amor maduro donde Jesucristo brille como el único absoluto de la vida. Para eso hay que perder todas las cosas con tal de ganar a Cristo y conocer la verdadera dimensión de su Misterio. Y este tipo de conocimiento sólo se hace accesible por la vida en el Espíritu. Una sabiduría interior nacida al calor de la creciente unión con Él. Simplemente que Jesucristo verdaderamente lo sea todo. Es fe madura una fe que lo espera todo en Cristo por amor.

 

Abba Montaña 3

 




 "Apotegmas contemplativos" (2021)

A poco más de la mitad del ascenso,

Abba Montaña le dijo:

-Quédate aquí en esta cueva.

El discípulo contempló la caverna,

fría y oscura; un refugio inhóspito

lindante con el estrecho camino de subida.

Desde dentro de la oquedad

sólo se veía cielo y nada más que cielo.

Para mirar la comarca allá abajo

debía arrimarse peligrosamente al precipicio.

Suspirando con gemido preguntó:

-¿Hasta cuándo debo permanecer aquí?

-Hasta que se convierta en tu hogar.

Y Abba Montaña silencioso se marchó.

 


            La purificación interior acaece en una densa etapa de tensión y tironeo. El alma se encuentra a medio camino. Y Dios la deja justamente allí, a medio camino, como purgando entre el Cielo y el Infierno.

            Es verdad que ya ha atravesado los paisajes iniciales de la aventura del Espíritu. Pero para alcanzar la cumbre de la Unión debe terminar de morir y renacer. Gozará de uniones provisorias e imperfectas que agigantarán el deseo santo, como también sufrirá hondamente al seguir padeciendo añoranzas por lo que ya se ha dejado atrás. Es la tensión desgarradora del ya pero todavía no.

            El alma, la interior morada, aún no es plenamente casa, pues aún no está enteramente pacificada y transparente. Mas bien es caverna recóndita e inhóspita, una oquedad oscura y fría. Pero da refugio. Desde allí, escondido en ella, sólo se vislumbra Cielo y nada más.

            Este tiempo de purificación no está exento del gozo extático. Arrobamientos, raptos, incendios interiores,  elevaciones con suspensión y vuelos en espíritu son muy propios de esta etapa. Constituyen experiencias altas y subidas del Amor de Dios, que nos saca de nosotros mismos hacia Él, con fuerte arrebatamiento y transformación interior. Primicias de Cielo, que aún no tienen la perfección de los desposorios, con su delicada y permanente dicha en la inhabitación Trinitaria.

Pero estos movimientos elevantes son también purificadores. Porque dejan al alma más encendida pero no del todo. Y pues son dichas gracias al fin provisorias y aún no definitivas, termina quedando la persona tanto más crecida en amor como más consciente de lo que aún le  falta. Lo central es que de alguna forma se toca el Cielo. Primicias, pregustaciones, arras. Brevemente describo la experiencia.

El éxtasis es una inflamación de amor que obviamente supone la atracción y enlazamiento de las potencias del alma en Dios. Clásicamente se habla de que la memoria, el entendimiento y la voluntad quedan como suspendidas y atraídas hacia el Señor en gracia de unión. Se trata obviamente de una experiencia mística, ya avanzada la persona en su camino, habiendo dejado atrás la primera experiencia de oración de quietud o recogimiento, así como el descubrimiento de un nuevo sentido interior.

El éxtasis, básicamente pues, es como una atracción que irrumpe y enlaza y sujeta en amor. Pero no como en la serena y algo difusa primera quietud o recogimiento. De hecho el orante ya se halla generalmente en estado de quietud infusa cuando sobreviene el éxtasis, aunque a mayor grado de unión un éxtasis puede sobrevenir imprevistamente. El alma experimenta este cambio de nivel en su unión con el Señor y puede significarse bien su inicio por el gemido o suspiro que acaece en ella tras el tirón de amor que la jala hacia Si. Es por así decirlo como si se despegara del cuerpo y de la tierra permaneciendo en cuerpo y tierra aún. Y es como un movimiento elevante que la deja suspendida en una íntima cercanía con su Amado y Señor.

De esa experiencia general yo distingo algunos casos especiales.

Los arrobamientos son plenos de dulzura y unción, como una quietud y recogimiento en el seno del Amado, un impregnarse enteramente de su fragancia con suave pero intensa transformación. Tras los mismos se ve el mundo transfigurado y luminoso bajo la mirada de la Gracia; todo parece bello y una serena y profunda alegría gana el interior. Todo está bien y todo está en Dios. Su efecto permanece a veces largamente en el tiempo, quedando la persona como sustraída en este embelesamiento. Por eso también se muestra como retirada, degustando aún el gozo del amor tanto como intentando humildemente no ser descubierta en este absorto intercambio.

Los raptos son, si se me permite, violentos en amor. Aquí todo acaece más intensamente. Se experimenta algo así como una escalada del movimiento unitivo que parece latir, palpitar y acelerarse. De pronto como una inmensa ola que lo cubre todo, el alma se ve sumergida enteramente, arrancada y llevada de donde estaba hacia la altura misteriosa. Y como cabalgando en la espuma de esa ola se ve despegada de cuánto la retenía y tan libre en la unión. Los raptos empero por su intensidad suelen ser más breves y dejar al alma al final como depositada en las arenas de la playa, sin fuerza alguna ni vigor, enteramente arrasada por el amor que la ha vencido. Pero tras ellos queda la persona tan desarraigada de la escena de este mundo que pasa, que se sabe extranjera y peregrina. Nada del mundo parece poder atraerla ya, nada se percibe consistente. “Como si no pasara nada, lo cual es cierto”, se dice el alma a sí misma al contemplar el mundo. Lo único cierto, consistente y verdaderamente vivo se ha tocado en esa altura a la que ha sido levantada fugazmente. Ha gustado arras de Gloria y ya nada se compara. Se halla en amor exilada, clamando por la patria que espera con deseo increíblemente agigantado.

Los incendios interiores son el fruto de un toque rápido y furtivo del Amado. Diría que se tiene conciencia espiritual de ellos porque todo se incendia adentro. El amor de caridad produce tal arrebatamiento interior que la persona cree que por todo su rostro se está reflejando la Gloria de Dios. Vienen como desde dentro hacia fuera y dan tal vigor a cuerpo y alma, dejando a la persona tan vivamente encendida en Dios, que el orante piensa poder él solo unido al Señor que lo sostiene e impulsa, transformar el mundo entero. Y producen un gran incremento del talante apostólico queriendo anunciar el Amor del Amado por todos lados al mismo tiempo. Su efecto es como un desbordamiento del Amor de Dios que genera un incontenible impulso en la misión evangelizadora. Se lo quiere decir y hacer todo por amor de Dios y todo lo que se quiere decir y actuar parece tanto imparable como inagotable. El contemplativo se vuelve, entera pero provisoriamente, un incendio de Amor divino.

Las elevaciones con suspensión son propias de los arrobamientos y pueden ir acompañadas de luminosas revelaciones interiores de diversa índole, ya sea sobre la persona misma y el estado de su alma, como de ciencia de amor sobre otros corazones o sobre circunstancias de la historia y ante todo sobre la Santa Voluntad de Dios. Estas delicadas elevaciones, en la sutileza embelesada del arrobamiento, ya van preparando al alma para la degustación de la inhabitación Trinitaria. 

Los vuelos en espíritu son propios de los raptos de amor y no hay en ellos tanta claridad en revelaciones, pues el alma levantada a tanta altura, más bien es anticipada en la Gloria celeste. Lo que se sabe es que se ha estado como más allá de este mundo, participando en primicias de la visión beatífica. Su efecto es un gran incremento de la perspectiva escatológica. La fe en la Vida Eterna queda sellada en gracia tan firme que ya no se puede sino vivir para alcanzar el Cielo.

El contemplador permanecerá en este estado de purificación hasta el desposorio místico. Y es purificación pues se le adelanta cuanto aún no tiene seguro. Se ve tan regaladas sus manos pero aún teme que le arrebaten el tesoro. El precipicio está aún allí donde sigue latiendo apetencia de mundo.

    

Vida y regla para un Presbiterado Contemplativo (2)





 "Vida y regla para un Presbiterado Contemplativo" (2021)

   

2.    Yo, Silvio Dante Pereira Carro, presbítero del clero diocesano de Avellaneda-Lanús en mi servicio de párroco.

 

Las coordenadas concretas de la existencia, nada más y nada menos. Porque un amor maduro ama lo real, ama lo posible. La ley de la Encarnación dice que no se puede redimir lo que no se asume. El amor religa, reconcilia y pacifica; es portador de una comunión condescendiente que se abaja y que transformante eleva, dando una serena unidad de vida.

El voto hecho a Dios parte de un elemento vocacional más estable: pertenecer al clero diocesano en una Iglesia local. El otro elemento que precisa el voto es más provisorio, ya que el oficio desempeñado –en este caso párroco- puede ser diverso y cambiante. Pero no deja de ser importante, pues las obligaciones propias del oficio modularán la forma concreta de vincular el ejercicio ministerial a la dimensión contemplativa.

            Sin embargo el “ser presbítero” sigue siendo para mí eminentemente el aspecto más misterioso. Con el paso del tiempo voy comprendiendo mejor a través del ejercicio ministerial, lo que significa aquí en los caminos de la historia, en la economía salvífica. Pero se abre un tremendo interrogante: ¿qué permanecerá de este carácter sacramental en la Gloria? El horizonte escatológico me trae luz oscura en fe sobre mi eterna participación en el único Sacerdocio de Cristo. Allí no celebraré más la Misa, ni confesaré, ni bautizaré; lo sacramental económico pasará. Ni realizaré casi nada de lo que suelo hacer en el servicio durante mi tránsito terrenal. O más bien cabe preguntarme: ¿cuál es el sentido profundo de esta configuración al Sacerdocio de Cristo que incoada y expresada en el ejercicio ministerial histórico permanecerá consumada en la Eternidad? ¿En qué consiste esta configuración al Sacerdocio Único y Eterno de Cristo del cual participo por el segundo grado del Sacramento del Orden?

 

“Por eso tuvo que asemejarse en todo a sus hermanos, para ser misericordioso y Sumo Sacerdote fiel en lo que toca a Dios, en orden a expiar los pecados del pueblo. Pues, habiendo sido probado en el sufrimiento, puede ayudar a los que se ven probados.” (Hebr 2,17-18)

 

“Por tanto, hermanos santos, partícipes de una vocación celestial, consideren al apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra fe, a Jesús.” (Hebr 3,1)

 

“Teniendo, pues, tal Sumo Sacerdote que penetró los cielos -Jesús, el Hijo de Dios- mantengamos firmes la fe que profesamos. Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado. Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para una ayuda oportuna.” (Hebr 4,14-16)

 

 “Tú eres sacerdote para siempre, a semejanza de Melquisedec. El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para todos los que le obedecen, proclamado por Dios Sumo Sacerdote a semejanza de Melquisedec.”   (Hebr 5,6-10)

 

“Todo esto es mucho más evidente aún si surge otro sacerdote a semejanza de Melquisedec, que lo sea, no por ley de prescripción carnal, sino según la fuerza de una vida indestructible.” (Hebr 7,15-16)

 

“Posee un sacerdocio perpetuo porque permanece para siempre. De ahí que pueda también salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor. Así es el Sumo Sacerdote que nos convenía: santo, inocente, incontaminado, apartado de los pecadores, encumbrado por encima de los cielos, que no tiene necesidad de ofrecer sacrificios cada día, primero por sus pecados propios como aquellos Sumos Sacerdotes, luego por los del pueblo: y esto lo realizó de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.” (Heb 7,24-27)

 

“Presentóse Cristo como Sumo Sacerdote de los bienes futuros, a través de una Tienda mayor y más perfecta, no fabricada por mano de hombre, es decir, no de este mundo.” (Hebr 9,11)

 

“Teniendo, pues, hermanos, plena seguridad para entrar en el santuario en virtud de la sangre de Jesús, por este camino nuevo y vivo, inaugurado por él para nosotros, a través del velo, es decir, de su propia carne, y con un Sumo Sacerdote al frente de la casa de Dios, acerquémonos con sincero corazón, en plenitud de fe, purificados los corazones de conciencia mala y lavados los cuerpos con agua pura.” (Hebr 10,19-22)

 

Solo en Alianza viva con Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, quien me da acceso al Padre y por quienes recibo al Espíritu Paráclito, podré comprender contemplando y vivir oferente la identidad presbiteral. Pues he aquí la piedra de toque de la vocación sacerdotal: la Santa Cruz, el Sacrificio. La caridad pastoral en el ministerio presbiteral no puede sino tener su fuente, centro y cima en el Misterio Pascual. ¿O acaso no es la Pascua la plena revelación de la Caridad Pastoral de Cristo Buen Pastor y Sacerdote? Allí el Señor se manifiesta cual pléroma de Gracia: Sacerdote, Altar y Cordero.

Por tanto en la Eucaristía el presbítero siempre encontrará la clave de su participación en el sacerdocio de Cristo. “Tomen y coman esto es mi Cuerpo”. “Tomen y beban esta es mi Sangre”. Palabras Suyas y palabras nuestras. Entrega Suya y entrega nuestra. El Cristo pontífice –puente que se ofrece-, el Mediador entre Dios y los hombres, es la vocación profunda que se participa al presbítero. La realidad oblativa ya es eterna en el Crucificado Resucitado. En la Jerusalén Celeste se celebran las bodas del “Cordero degollado”.

 

“Entonces vi, de pie, en medio del trono y de los cuatro Vivientes y de los Ancianos, un Cordero, como degollado; tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete Espíritus de Dios, enviados a toda la tierra.  Y se acercó y tomó el libro de la mano derecha del que está sentado en el trono. Cuando lo tomó, los cuatro Vivientes y los veinticuatro Ancianos se postraron delante del Cordero. Tenía cada uno una cítara y copas de oro llenas de perfumes, que son las oraciones de los santos. Y cantan un cántico nuevo diciendo: «Eres digno de tomar el libro y abrir sus sellos porque fuiste degollado y compraste para Dios con tu sangre hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación; y has hecho de ellos para nuestro Dios un Reino de Sacerdotes, y reinan sobre la tierra».” (Ap 5,6-10)

 

“Y salió una voz del trono, que decía: «Alabad a nuestro Dios, todos sus siervos y los que le teméis, pequeños y grandes.» Y oí el ruido de muchedumbre inmensa y como el ruido de grandes aguas y como el fragor de fuertes truenos. Y decían: «¡Aleluya! Porque ha establecido su reinado el Señor, nuestro Dios Todopoderoso. Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero, y su Esposa se ha engalanado y se le ha concedido vestirse de lino deslumbrante de blancura - el lino son las buenas acciones de los santos».” (Ap 19,5-8)

 

“Pero no vi Santuario alguno en ella; porque el Señor, el Dios Todopoderoso, y el Cordero, es su Santuario. La ciudad no necesita ni de sol ni de luna que la alumbren, porque la ilumina la gloria de Dios, y su lámpara es el Cordero.”  (Ap 21,22-23)

 

“Y no habrá ya maldición alguna; el trono de Dios y del Cordero estará en la ciudad y los siervos de Dios le darán culto. Verán su rostro y llevarán su nombre en la frente. Noche ya no habrá; no tienen necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque el Señor Dios los alumbrará y reinarán por los siglos de los siglos. (Ap 22,3-5)

 

El carácter oferente y victorioso del Amor Divino, del cual el presbítero participa de modo eminente, no pasará jamás. En aquel bendito Día será para siempre la alabanza y el gozo por la entrega al Padre que recibe, comunicando a través del Sacerdote, Altar y Cordero la efusión del Espíritu y la Vida Nueva. He aquí el verdadero quicio de la vocación sacerdotal.


Oseas: el profeta del Dios Esposo (4)



Habiéndonos introducido ya en lo más medular de su profecía, donde se compara su propia vida matrimonial con la relación de Dios con su pueblo, veamos algunas otras características de su ministerio.

 

Temas recurrentes:

 

Podríamos identificar algunas temáticas como más relevantes.

a) Desposorio de Dios con su Pueblo (Alianza) e infidelidad de Israel (prostitución-idolatría).

b) Amor paterno de Dios: una mirada al pasado y recuerdo del éxodo-desierto.

c) El desierto como lugar de encuentro-seducción, del amor primero, de la Alianza fundante de la identidad.

d) Santidad de Dios.

 

Estructura literaria:

 

El libro de la profecía de Oseas podría ser subdividido del siguiente modo:

a) Caps. 1-3 Núcleo biográfico-histórico.

b) Caps. 4-10 Descripción de los crímenes y anuncio del castigo (substanciación del juicio).

c) Cap. 11 Oráculo de salvación.

d) Cap. 12-14,1 Oráculos de juicio-castigo.

e) Cap. 14,2 Oráculo de salvación.

El esquema de fondo es una pelea de enamorados (querella-reconciliación); un gran canto del amante empedernido (Dios) que busca motivos para seguir amando a su esposa infiel (Israel). Un amante que mira al pasado, al tiempo del matrimonio (Alianza en el Sinaí) y no puede sostener el juicio de condena sino prometer un futuro de conversión.

 

Substanciación del juicio o los crímenes de Israel

 

Los Caps. 4-10 pueden ser leídos como la enumeración de las acusaciones que el Dios-Esposo tiene contra el pueblo-esposa infiel.

La primera mirada da cuenta de una corrupción generalizada con sus consecuencias. El pecado del pueblo arruina la tierra prometida e introduce en ella la esterilidad y la muerte.

 

“Escuchen la palabra de Yahveh, hijos de Israel, que tiene pleito Yahveh con los habitantes de esta tierra, pues no hay ya fidelidad ni amor, ni conocimiento de Dios en esta tierra; sino perjurio y mentira, asesinato y robo, adulterio y violencia, sangre que sucede a sangre. Por eso, la tierra está en duelo, y se marchita cuanto en ella habita…” (Os 4,1-3ª)

 

Cultos paganos, idolatría y mal desempeño del ministerio sacerdotal

 

Una acusación grave se dirige a la casta sacerdotal por el mal desempeño de su ministerio.

 

“¡Pero nadie pleitee ni reprenda nadie, pues sólo contigo, sacerdote, es mi pleito! En pleno día tropezarás tú, también el profeta tropezará contigo en la noche, y yo haré perecer a tu madre. Perece mi pueblo por falta de conocimiento. Ya que tú has rechazado el conocimiento, yo te rechazaré de mi sacerdocio; ya que tú has olvidado la Ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos.” (Os 4,4-6)

 

La madre que perece es el pueblo, del cual sacerdote y profeta son hijos. La falta que se denuncia es que no han anunciado ni enseñado la Palabra del Señor, se han olvidado de sus mandatos. Se insinúa lo que yo llamaría “demagogia pastoral”. El pueblo se inclina hacia los cultos paganos que lo fascinan y atraen. La casta sacerdotal, en lugar de corregirlos y reeducarlos en la verdadera fe, termina convalidando y acompañando sus prácticas idolátricas con tal de garantizar su manutención. En este sentido la prostitución consiste en el culto a los ídolos que celebra el pueblo; pero también es prostitución este mal uso del ministerio sacerdotal, priorizando el beneficio propio por sobre la misión de celebrar el culto al Dios verdadero y único, omitiendo enseñar su Ley.

 

“Todos, cuantos son, han pecado contra mí, han cambiado su Gloria por la Ignominia. Del pecado de mi pueblo comen y hacia su culpa llevan su avidez. Mas será del sacerdote lo que sea del pueblo: yo le visitaré por su conducta y sus obras le devolveré. Comerán, pero no se saciarán, se prostituirán, pero no proliferarán, porque han abandonado a Yahveh para dedicarse a la prostitución.” (Os 4,7-11ª)

 

El profeta Oseas describe una situación que no es para nada nueva. Ya el profeta Elías había combatido la idolatría, intentando que el pueblo volviera al Dios único y verdadero que los había liberado de Egipto. La realidad histórica es que el pueblo asentado en la tierra prometida rápidamente se desvía hacia los cultos paganos. Podríamos afirmar que la devoción religiosa popular se inclinaba masivamente hacia los baales –con complicidad sacerdotal y monárquica-, mientras que la fe yavista se conservaba pura en el movimiento profético auténtico y vocacional –no en los profetas falsos de corte atados a la paga del rey-.

 

“Mi pueblo consulta a su madero, y su palo le adoctrina, porque un espíritu de prostitución le extravía, y se prostituyen sacudiéndose de su Dios. En las cimas de los montes sacrifican, en las colinas queman incienso, bajo la encina, el chopo o el terebinto, ¡porque es buena su sombra! Por eso, si se prostituyen sus hijas y sus nueras cometen adulterio, no visitaré yo a sus hijas porque se prostituyan ni a sus nueras porque cometan adulterio, pues que ellos también se retiran con esas prostitutas y sacrifican con las consagradas a la prostitución; ¡y el pueblo, insensato, se pierde!” (Os 4,12-14)

 

Se alude a los ritos de “orgía sagrada” y se denuncia que el mal espíritu de la prostitución idolátrica se ha instalado en el pueblo. Se hace especialmente responsable de esta desviación religiosa a la monarquía y al sacerdocio. Una sentencia final sobre este tema:

 

“No les permiten sus obras volver a su Dios, pues un espíritu de prostitución hay dentro de ellos, y no conocen a Yahveh.” (Os 5,4)

 

¿Piedad popular sincretista y sacerdocio corrompido?

 

Esta parece ser una clave emergente de la temática de esta apartado. Como siempre intentaré actualizarla trayéndola al presente. Arranco advirtiendo de un modo especial su filosa complejidad. Esto dado a que he convivido un tiempo de mi vida con el pueblo mapuche en el Sur Chileno y tengo experiencia en la misión llamada “de frontera” en el Norte y Litoral Argentino. Yo mismo conozco esa delgada línea que separa la inculturación del Evangelio de la convalidación del sincretismo. He visto a miembros de los pueblos originarios bautizar a sus niños, celebrar la Eucaristía y acudir al sacramento de la Reconciliación; y al mismo tiempo seguir recurriendo a sus representantes religiosos (chamanes, machis, brujos, etc) frente a situaciones de enfermedad, de sequía o pestilencia y obviamente para celebrar antiquísimos rituales religiosos y rogativas en trance como en el Guillatún o el culto a la Pachamama. ¿Dónde se fija el límite para la paciencia del evangelizador que respeta caritativamente los procesos de maduración de la fe, que además tiene que llegar a expresarse inhiriendo transformadoramente en la cultura propia? ¿Cuándo se debe anunciar y solicitar dejar atrás costumbres y prácticas religiosas incompatibles para abrazar radicalmente una Vida Nueva en Cristo? Supongo que cada misionero sabe en su interior las motivaciones que lo llevan a actuar como lo hace: una sana caridad con su pedagogía, una convalidación de una fe mixturada para no entrar en conflictos y tantas posibilidades más. La actividad misionera, allí donde poco o nada se ha anunciado el Evangelio y aún no se ha podido implantar la Iglesia, es un desafío fascinante y complejo.

Pero es más fácil creo realizar esta actualización del mensaje profético. A fines del siglo XX, con la llamada “New Age”, se ha inaugurado creo un renovado paganismo mundial. El fenómeno de la primera ola globalizadora coincidió con la conciencia del fenómeno posmoderno y su proclama del fin de la historia como de los grandes relatos.  En ese humus creció un “nuevo mercado de las religiones” y la posmodernidad con su “vida a la carta” se tradujo al ámbito de la fe como un “sírvase ud. mismo lo que más le apetezca”. Hasta nuestros días se ha tornado habitual que una misma persona solicite a la Iglesia los Sacramentos, pero acuda al culto evangelista porque “le llega más”, a la vez que consulte a la tarotista y viva pendiente de las predicciones astrológicas. Lo mágico como lo esotérico oscuro y extraordinario ejercieron una antigua atracción en vastos períodos históricos; atracción reeditada ahora con fuerza entre nuestros contemporáneos. Lo religioso se ha vuelto pues por un lado “funcional” por así decir: “tomo lo que más me sirva”; además “mixturado”, pues que todo va medio batido y mezclado como en un alucinante cóctel de deidades extravagantemente convivientes.

Claramente los grupos religiosos más dogmáticos plantean la exclusividad y unicidad de la fe junto a la ruptura con todo lo demás que es falso e idolátrico. ¿O alguien piensa que un imán musulmán o un rabino judío ortodoxos tendrán dificultad en resolver la situación pidiendo la conversión total a sus fieles? ¿Un pastor evangélico vehemente no dudará de acusar de idolatría a los católicos por su culto a las imágenes de la Virgen y de los Santos?

¿Y los cristianos católicos? He aquí nuestro problema. La ambigüedad parece ser un mal de los últimos tiempos. Por ser demasiado tolerantes y dialoguistas a veces parecemos convalidar lo que debe ser purificado. Bajo pretexto de caridad y respeto en la misión evangelizadora a veces escondemos otra motivación: haremos lo que haga falta para evitar los conflictos y para adaptarnos con tal de ser admitidos en el concierto del mundo y de sus agendas culturales. El más grande peligro para mí se encuentra en ese “buenismo pastoral” que promedia siempre para abajo, que sacrifica la santidad en el ara de una falsa misericordia y que simplemente quisiera erigir una religiosidad del bienestar humano sin Cruz. Se intenta bendecir todo lo que tenga cierta popularidad. Se olvida la predicación sobre la santidad y la Vida Eterna. A veces parece que nuestro Dios ya no exigiera ser creído como el único y Verdadero fuera del cual no hay otros dioses. La piedad popular no es educada, sino más bien sobre-elevada y priorizada por encima de la lex orandi, lex credendi celebrada en la Liturgia de la Iglesia. Y por estos lados del mundo resuena aún aquella sentencia de un tiempo de la formación sacerdotal: "la teología es una cosa y la pastoral es otra”, y obviamente la pastoral es buena porque se acomoda al mundo y es práctica y la teología es para puros debates estériles de la academia. En definitiva hemos perdido la noción de Misterio y con ello ya no percibimos lo Sagrado en toda su Bondad, Belleza y Verdad. ¿Quién animará y educará al Pueblo de Dios cuando quienes han sido constituidos pastores por diversas razones ya no ejercen su misión?

 


Abba Montaña 2

 



"Apotegmas contemplativos" (2021)


Se quejó el discípulo amargamente

y casi a punto del sollozo:

-Todo tú eres áspero, duro y cortante.

Me lastimo y sangro en este ascenso.

Ver tu cima y estar aún distante

no deja de romper mi corazón.

Abba Montaña lo miró desafiante.

-¿Acaso pensaste en ascender sin sacrificio?

Agradece la roca filosa, quien te recuerda

que sino te aferras te espera la caída.

Agradece la distancia que separa

y a la vez excita el deseo.

No harás cumbre sin ser atravesado

por la agonía propia del amor.

 

 

            La subida al monte de la perfección no encuentra más que un camino para hacer cumbre: el camino escondido de la Cruz.

            He visto tristemente, cuántos discípulos se extravían o se caen, buscando otros senderos. ¡Qué reacios somos todos al lenguaje de la purificación! ¡Cuánta resistencia y rebeldía experimenta el alma que aún camina sin entregarse; el alma que aún evita encontrarse con la única y sólida realidad del Sacrificio Redentor!

            La resistencia a la Cruz en nosotros, se apoya en el pecado que aún nos tiene sujetos. Porque la Cruz como proyecto y realidad de la comunión entre Dios y los hombres; la Cruz digo es hermosa y llena de luz. Nuestra naturaleza aún lastimada por el pecado no puede ver la Cruz en su esplendor y quedamos cegados o a medio ver a tientas. Porque la Cruz manifiesta plenamente al Dios que es Amor y hace enteramente Don de Sí. Y el llamado del Maestro a sus discípulos a renunciar a sí mismos, a cargar la propia cruz y seguirlo, no es más que una invitación maravillosa a la plenitud de vida en Él.

            ¿Sufrimiento? Sí, lo habrá. Pero el sufrimiento es solo una consecuencia de una coyuntura, diría de una circunstancia de la historia introducida por la libertad humana, aunque una circunstancia gravísima: el pecado. El pecado de los hombres es sufrimiento para Cristo, como el pecado personal y colectivo es sufrimiento para nosotros. “Lo hizo pecado por nosotros”. En el contexto del pecado –introducido por Adán-, el Amor de Comunión debe asumir por parte del Hijo el sufrimiento para sanarnos y rescatarnos. El Cordero de Dios debe llevar sobre sí nuestros males y liberarnos mediante su propia inmolación. “Por sus llagas hemos sido curados”.  Pero también de parte nuestra será inevitable el sufrimiento de la purificación. Necesitaremos de renuncia, de entrega y de abandono para poder ser arrancados del pecado, para ser sacados de la oscuridad a la Luz admirable, para morirnos hacia una vida nueva. Habrá que transitar este parto pascual para ser alcanzados y permanecer en la Alianza.

Me gusta personalmente hablar de la agonía propia del amor. La agonía del parto pascual por el cual también se podrá decir: vivo yo, ya no yo, es Cristo quien vive en mí. Ahora es cuando lo que sacramentalmente acaeció en el bautismo, esa semilla sembrada, alcanza madurez y florece: es la agonía de ser sumergidos en la muerte del Señor para renacer gloriosos junto con Él.

El camino del calvario, la pasión en cruz, la muerte, el sepulcro y el descenso. He allí el camino hacia la cumbre de la unión con Dios. Y el alma requiere ser introducida en esta realidad áspera, dura y cortante. Solo allí el Santo Santo Santo, entendido como “separado y totalmente Otro”, podrá “consagrarnos para ser de su propiedad”. Insisto que se trata de la más exquisita muestra de su Amor y solo porque aún el pecado nubla nuestra mirada no podemos estallar en alabanza por su maravillosa obra en nosotros.

Herida, sí, pero herida de amor. La purificación que ha sido propuesta bajo la simbología del flechazo que atraviesa o transverbera, o el hierro incandescente que cauteriza y sella,  es también agonía por la disparidad y el contraste.

 Así la teología espiritual de forma clásica, para alcanzar la cumbre del monte de la perfección, ha elaborado el paradigma de las tres vías: purgativa, iluminativa e unitiva. Evidentemente las tres vías tienen una sola finalidad que es el pleno encuentro con Dios, tanto como se pueda en esta vida, ya en primicias de Gloria. Muchos las han presentado como si de tal siguiera cual, correlativamente digamos. Algunos han visto un orden más simultáneo o incluso aleatorio. Pero siempre, sean cual sean los acentos y matices de la antropología cristiana subyacente, la purgación es insoslayable.  Se haga de modo más activo a través de la penitencia y vida ascética, o sea el alma agraciada por las purificaciones infusas propias de la experiencia mística, la extirpación de todo lo que no es de Dios y no puede sino obstaculizar o limitar el encuentro, deberá hacerse. Pero para no entenderlo de modo solamente privativo o negativo, digamos que lo desemejante no puede entrar en comunión, por tanto estas purificaciones al final son expresión del Amor Misericordioso de Dios que es Santo y santifica, un llamado a vivir según nuestra vocación creatural, a imagen y semejanza Suya.

Por tanto en la vía purgativa el amoroso sufrimiento purificador es consecuencia de ser quitado todo gusto, disfrute y apetencia por algo, por cualquiera realidad que se guste, disfrute y apetezca sin Dios. No puede quedar en la memoria ni seguir ejerciendo atracción lo que distrae postergando y seduce confundiendo el rumbo. Ni el deleite religioso debe ser apetecido pues nos remitiría al autogoce y no a la obra del Señor. Pero el sufrimiento del desarraigo da paso a una sana apatía pacificadora, una serena indolencia por las cosas del mundo cuya escena simplemente pasa. La hesychía debe ganar el alma. La esperanza debe esperar enteramente en el Señor. Una esperanza desnuda y ampliamente disponible para el Adviniente. Todo en Dios y nada sin Él.

Y en la vía iluminativa debe ser purgada toda concepción del mundo y del propio proyecto de vida que pretenda fundarse con autonomía rupturista respecto al Creador. No hay sentido verdadero, tanto cuanto significado cuanto orientación, sin la fuente y el horizonte en Dios. La fe debe ser introducida en el Misterio para ser rectamente fe, de lo contrario permanecerá fetiche y magia. El amoroso sufrimiento purificador es conexo a ser arrancado todo de nuestro pretendido dominio controlador y ser arrojados nosotros mismos a una santa incertidumbre y a un creciente abandono en Dios. El amoroso sufrimiento purificador debe extirpar toda humana presunción de sabiduría omnipotente y debe acrecentar la escucha obediencial. La humildad permite hacer cumbre en la experiencia de fe, solo entonces se escucha a quien se revela por Amor y se presta una filial receptividad. Una fe enteramente dispuesta a descubrir y configurarse a la Voluntad Santa sin resquicio alguno de rebelión. Todo en Dios y nada sin Él.

Finalmente por la vía unitiva la voluntad se encamina a abrazarse solamente a Él y abrazarlo todo en Él. Un largo camino de renuncias jalona el ascenso. Nada puede ser abrazado si no se abraza con Él y para Él. El amoroso sufrimiento purificador instala una soledad radical y transformante. El hombre frente a Dios y nada más. Crece el deseo óntico por Aquel que puede saciar la sed del alma y se gime por la insuficiente dicha que ha dejado todo aquello en lo que se ha perdido tiempo. Se llora el retraso y se enfervoriza el andar. El alma se halla en fuga hacia el desierto y la noche. Solo allí, de cara a Dios y a nada más, todo podrá ser reconectado en un proyecto de comunión santificadora. Exorcizados los demonios y destruidos los ídolos, en el desierto anochecido se produce el desposorio y se funda la Alianza siempre nueva y definitiva. Allí brota la fecundidad verdadera del amor. Todo en Dios y nada sin Él.

¡Pero se debe atravesar la agonía propia del amor!

 

Vida y regla para un presbiterado contemplativo (1)



"Vida y Regla para un Presbiterado Contemplativo" (2021)

 VIDA Y REGLA

 

La fórmula profesada

 

En alabanza y gloria de la Santísima Trinidad,

yo, Silvio Dante Pereira Carro,

presbítero del clero diocesano

de Avellaneda-Lanús

en mi servicio de párroco,

hago voto a Dios de vivir

el Santo Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo

como mi única Vida y Regla.

Confieso que el Espíritu Santo

me mueve a llevar una vida mixta

fundando, sosteniendo y proyectando

el ejercicio ministerial

desde la dimensión contemplativa;

configurando la vida sacerdotal

a la espiritualidad del desierto

y a la tradición eremítica.

Y para madurar la unión con Dios

y su Santa Voluntad

cultivaré el espíritu de oración

en pastoral y fraterna

 soledad, silencio y penitencia

bajo el soplo del Espíritu

con vida escondida

en la Santa Iglesia. Amén.

  

Y lo pongo en sencillas palabras

 

1.      En alabanza y gloria de la Santísima Trinidad.

 

Personalmente no sabría iniciar de otro modo. Se trata del testimonio más propio del camino contemplativo: la singular experiencia mística de la inhabitación Trinitaria, el gozo infuso por la participación del alma en la comunional perijóresis, la silente degustación en Gracia del Misterio del Dios Amor.

He aquí la fuente y la patria de todo caminar humano, la Santísima Trinidad. “Porque no está lejos de nosotros, ya que en él vivimos, nos movemos y existimos.” (Hch 19,28) Y como sacerdote la gran y cotidiana certeza teologal que impregna toda mi vida de oración como la celebración litúrgica, sobre todo en la Eucaristía: ¡La Trinidad en uno y uno en la Trinidad!

 

¡Oh cómo circula el amor

Tan rico de luz y gloria

Es un amor en tres que toca,

Un amor que toca y abre herida,

Una herida en tres de amor unida!

 

¡Oh cuánta unidad que da el amor

Tan comunicativo en procedencia eterna

Y en relación eterna unida llama

Que abre el alma a la divina gloria

Quedando herida de quietud tan viva!

 

¡Oh cuánta vivacidad canta el amor

Fuente perenne de oblación y gozo,

Es todo recepción abierta y donación sin mengua,

Comunicación de amor en tres salidas

Que al darse sin reserva se tienen sin medida!

 

¡Oh cuánta salida en amor provoca herida

Y tanta recepción da tenencia y dicha,

Al toque repica el alma que enunciada

En silente comunión se levanta en gracia,

La humana vida a la divina vida!

 

¡Oh cuánto exceso el amor eterno

Que visita al alma rasgando tela,

La secreta y delgada tela que separa

La interior morada de la esponsal recámara

Que lleva en sí secretamente y a la espera!

 

¡Oh cuánta fruición en el amor que excede,

Un solo amante en tres caricias,

Un solo huésped en tres visitas,

Y se sabe el amor infinito en su valía

Más parece que siempre más amor habría!

 

¡Oh cómo circula el amor

Tan rico de luz y gloria

Es un amor en tres que toca,

Un amor que toca y abre herida,

Una herida en tres de amor unida!

 


EVANGELIO DE FUEGO 22 de Enero de 2025