"Vida y Regla para un Presbiterado Contemplativo" (2021)
3. Hago voto a Dios de vivir
el Santo Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo
como mi única Vida y Regla.
Si
bien parece innecesario hacer voto de vivir el Evangelio, pues de ello se trata
sin más la vida cristiana de cualquier discípulo, aquí se lo hace en un sentido
espiritual definido. Jesucristo es el Evangelio y Jesucristo es la Vida y
Regla. Todo cuanto siga en el voto a Dios intentando configurar un presbiterado
contemplativo parte de este humus original y fecundo. Quiero vivir bajo la
Regla Viva de mi Señor Jesucristo. No consiste mi camino en establecer
reglamentos y normas sino en un dinámico seguimiento del Señor, Único y Eterno
Sacerdote. Las disposiciones prácticas que se puedan necesitar para concretar
un estilo de vida nunca serán el centro del camino. Lo fundamental y fundante
es la configuración a Jesucristo, a su mentalidad y corazón. Porque Jesucristo
lo llena todo y es la medida de todas las cosas. Todo en Cristo y nada sin Él.
“Tengan
los mismos sentimientos de Cristo.” (Flp 2,5)
“Que
les conceda, según la riqueza de su gloria, que sean fortalecidos por la acción
de su Espíritu en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en sus
corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor, puedan comprender con
todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad,
y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que se vayan
llenando hasta la total Plenitud de Dios.” (Ef 3,16-18)
“Para mí
la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia.” (Flp 1,21)
“Lo que
era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún:
juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús,
mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a
Cristo, y ser hallado en él, no con la justicia mía, la que viene de la Ley,
sino la que viene por la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios, apoyada
en la fe, y conocerle a él, el poder de
su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él
en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos.” (Flp
3,7-11)
No es suficiente confesar la fe en
Jesucristo, recibido y transmitido fielmente en la Iglesia por la Tradición
Apostólica y la Sagrada Escritura. La fe no es sólo la aceptación de las
verdades reveladas. Ese aspecto objetivo y lícitamente exigido para verificar
la comunión eclesial, no agota la fe. Ella también es una fe de confianza y
abandono, una experiencia de encuentro y un vínculo vivo. La dimensión
subjetiva por la cual la persona se entrega a Jesucristo y se hace libremente
suya es fundante y no puede faltar. Se trata de la fe informada por el amor. Una
fe cuyo hábitat ordinario es la Alianza.
Todo cristiano, y especialmente un
presbítero, deben alcanzar y permanecer en un amor maduro donde Jesucristo
brille como el único absoluto de la vida. Para eso hay que perder todas las
cosas con tal de ganar a Cristo y conocer la verdadera dimensión de su
Misterio. Y este tipo de conocimiento sólo se hace accesible por la vida en el
Espíritu. Una sabiduría interior nacida al calor de la creciente unión con Él.
Simplemente que Jesucristo verdaderamente lo sea todo. Es fe madura una fe que
lo espera todo en Cristo por amor.
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