"Apotegmas contemplativos" (2021)
A poco más de la mitad del
ascenso,
Abba Montaña le dijo:
-Quédate aquí en esta cueva.
El discípulo contempló la
caverna,
fría y oscura; un refugio
inhóspito
lindante con el estrecho camino
de subida.
Desde dentro de la oquedad
sólo se veía cielo y nada más
que cielo.
Para mirar la comarca allá
abajo
debía arrimarse peligrosamente
al precipicio.
Suspirando con gemido preguntó:
-¿Hasta cuándo debo permanecer
aquí?
-Hasta que se convierta en tu
hogar.
Y Abba Montaña silencioso se
marchó.
La purificación interior acaece en una densa etapa de
tensión y tironeo. El alma se encuentra a medio camino. Y Dios la deja
justamente allí, a medio camino, como purgando entre el Cielo y el Infierno.
Es verdad que ya ha atravesado los paisajes iniciales de
la aventura del Espíritu. Pero para alcanzar la cumbre de la Unión debe
terminar de morir y renacer. Gozará de uniones provisorias e imperfectas que
agigantarán el deseo santo, como también sufrirá hondamente al seguir
padeciendo añoranzas por lo que ya se ha dejado atrás. Es la tensión desgarradora
del ya pero todavía no.
El alma, la interior morada, aún no es plenamente casa,
pues aún no está enteramente pacificada y transparente. Mas bien es caverna
recóndita e inhóspita, una oquedad oscura y fría. Pero da refugio. Desde allí,
escondido en ella, sólo se vislumbra Cielo y nada más.
Este tiempo de purificación no está exento del gozo extático.
Arrobamientos, raptos, incendios interiores,
elevaciones con suspensión y vuelos en espíritu son muy propios de esta
etapa. Constituyen experiencias altas y subidas del Amor de Dios, que nos saca
de nosotros mismos hacia Él, con fuerte arrebatamiento y transformación
interior. Primicias de Cielo, que aún no tienen la perfección de los
desposorios, con su delicada y permanente dicha en la inhabitación Trinitaria.
Pero estos
movimientos elevantes son también purificadores. Porque dejan al alma más encendida
pero no del todo. Y pues son dichas gracias al fin provisorias y aún no
definitivas, termina quedando la persona tanto más crecida en amor como más
consciente de lo que aún le falta. Lo
central es que de alguna forma se toca el Cielo. Primicias, pregustaciones,
arras. Brevemente describo la experiencia.
El éxtasis es
una inflamación de amor que obviamente supone la atracción y enlazamiento de
las potencias del alma en Dios. Clásicamente se habla de que la memoria, el
entendimiento y la voluntad quedan como suspendidas y atraídas hacia el Señor
en gracia de unión. Se trata obviamente de una experiencia mística, ya avanzada
la persona en su camino, habiendo dejado atrás la primera experiencia de
oración de quietud o recogimiento, así como el descubrimiento de un nuevo
sentido interior.
El éxtasis,
básicamente pues, es como una atracción que irrumpe y enlaza y sujeta en amor.
Pero no como en la serena y algo difusa primera quietud o recogimiento. De
hecho el orante ya se halla generalmente en estado de quietud infusa cuando
sobreviene el éxtasis, aunque a mayor grado de unión un éxtasis puede
sobrevenir imprevistamente. El alma experimenta este cambio de nivel en su
unión con el Señor y puede significarse bien su inicio por el gemido o suspiro
que acaece en ella tras el tirón de amor que la jala hacia Si. Es por así
decirlo como si se despegara del cuerpo y de la tierra permaneciendo en cuerpo
y tierra aún. Y es como un movimiento elevante que la deja suspendida en una
íntima cercanía con su Amado y Señor.
De esa
experiencia general yo distingo algunos casos especiales.
Los
arrobamientos son plenos de dulzura y unción, como una quietud y recogimiento
en el seno del Amado, un impregnarse enteramente de su fragancia con suave pero
intensa transformación. Tras los mismos se ve el mundo transfigurado y luminoso
bajo la mirada de la Gracia; todo parece bello y una serena y profunda alegría
gana el interior. Todo está bien y todo está en Dios. Su efecto permanece a
veces largamente en el tiempo, quedando la persona como sustraída en este
embelesamiento. Por eso también se muestra como retirada, degustando aún el
gozo del amor tanto como intentando humildemente no ser descubierta en este
absorto intercambio.
Los raptos
son, si se me permite, violentos en amor. Aquí todo acaece más intensamente. Se
experimenta algo así como una escalada del movimiento unitivo que parece latir,
palpitar y acelerarse. De pronto como una inmensa ola que lo cubre todo, el
alma se ve sumergida enteramente, arrancada y llevada de donde estaba hacia la
altura misteriosa. Y como cabalgando en la espuma de esa ola se ve despegada de
cuánto la retenía y tan libre en la unión. Los raptos empero por su intensidad
suelen ser más breves y dejar al alma al final como depositada en las arenas de
la playa, sin fuerza alguna ni vigor, enteramente arrasada por el amor que la
ha vencido. Pero tras ellos queda la persona tan desarraigada de la escena de
este mundo que pasa, que se sabe extranjera y peregrina. Nada del mundo parece
poder atraerla ya, nada se percibe consistente. “Como si no pasara nada, lo cual
es cierto”, se dice el alma a sí misma al contemplar el mundo. Lo único cierto,
consistente y verdaderamente vivo se ha tocado en esa altura a la que ha sido
levantada fugazmente. Ha gustado arras de Gloria y ya nada se compara. Se halla
en amor exilada, clamando por la patria que espera con deseo increíblemente agigantado.
Los incendios
interiores son el fruto de un toque rápido y furtivo del Amado. Diría que se
tiene conciencia espiritual de ellos porque todo se incendia adentro. El amor
de caridad produce tal arrebatamiento interior que la persona cree que por todo
su rostro se está reflejando la Gloria de Dios. Vienen como desde dentro hacia
fuera y dan tal vigor a cuerpo y alma, dejando a la persona tan vivamente
encendida en Dios, que el orante piensa poder él solo unido al Señor que lo
sostiene e impulsa, transformar el mundo entero. Y producen un gran incremento
del talante apostólico queriendo anunciar el Amor del Amado por todos lados al
mismo tiempo. Su efecto es como un desbordamiento del Amor de Dios que genera
un incontenible impulso en la misión evangelizadora. Se lo quiere decir y hacer
todo por amor de Dios y todo lo que se quiere decir y actuar parece tanto
imparable como inagotable. El contemplativo se vuelve, entera pero
provisoriamente, un incendio de Amor divino.
Las elevaciones
con suspensión son propias de los arrobamientos y pueden ir acompañadas de
luminosas revelaciones interiores de diversa índole, ya sea sobre la persona
misma y el estado de su alma, como de ciencia de amor sobre otros corazones o sobre
circunstancias de la historia y ante todo sobre la Santa Voluntad de Dios. Estas
delicadas elevaciones, en la sutileza embelesada del arrobamiento, ya van
preparando al alma para la degustación de la inhabitación Trinitaria.
Los vuelos en
espíritu son propios de los raptos de amor y no hay en ellos tanta claridad en
revelaciones, pues el alma levantada a tanta altura, más bien es anticipada en
la Gloria celeste. Lo que se sabe es que se ha estado como más allá de este
mundo, participando en primicias de la visión beatífica. Su efecto es un gran
incremento de la perspectiva escatológica. La fe en la Vida Eterna queda
sellada en gracia tan firme que ya no se puede sino vivir para alcanzar el
Cielo.
El
contemplador permanecerá en este estado de purificación hasta el desposorio
místico. Y es purificación pues se le adelanta cuanto aún no tiene seguro. Se
ve tan regaladas sus manos pero aún teme que le arrebaten el tesoro. El
precipicio está aún allí donde sigue latiendo apetencia de mundo.
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