"Vida y regla para un Presbiterado Contemplativo" (2021)
2. Yo, Silvio Dante Pereira Carro, presbítero del clero diocesano de Avellaneda-Lanús en mi servicio de párroco.
Las coordenadas concretas de la existencia, nada más y nada menos. Porque un amor maduro ama lo real, ama lo posible. La ley de la Encarnación dice que no se puede redimir lo que no se asume. El amor religa, reconcilia y pacifica; es portador de una comunión condescendiente que se abaja y que transformante eleva, dando una serena unidad de vida.
El voto hecho a Dios parte de un elemento vocacional más estable: pertenecer al clero diocesano en una Iglesia local. El otro elemento que precisa el voto es más provisorio, ya que el oficio desempeñado –en este caso párroco- puede ser diverso y cambiante. Pero no deja de ser importante, pues las obligaciones propias del oficio modularán la forma concreta de vincular el ejercicio ministerial a la dimensión contemplativa.
Sin
embargo el “ser presbítero” sigue siendo para mí eminentemente el aspecto más misterioso.
Con el paso del tiempo voy comprendiendo mejor a través del ejercicio
ministerial, lo que significa aquí en los caminos de la historia, en la
economía salvífica. Pero se abre un tremendo interrogante: ¿qué permanecerá de
este carácter sacramental en la Gloria? El horizonte escatológico me trae luz
oscura en fe sobre mi eterna participación en el único Sacerdocio de Cristo. Allí
no celebraré más la Misa, ni confesaré, ni bautizaré; lo sacramental económico
pasará. Ni realizaré casi nada de lo que suelo hacer en el servicio durante mi
tránsito terrenal. O más bien cabe preguntarme: ¿cuál es el sentido profundo de
esta configuración al Sacerdocio de Cristo que incoada y expresada en el
ejercicio ministerial histórico permanecerá consumada en la Eternidad? ¿En qué
consiste esta configuración al Sacerdocio Único y Eterno de Cristo del cual
participo por el segundo grado del Sacramento del Orden?
“Por eso tuvo que asemejarse
en todo a sus hermanos, para ser misericordioso y Sumo Sacerdote fiel en lo que
toca a Dios, en orden a expiar los pecados del pueblo. Pues, habiendo sido
probado en el sufrimiento, puede ayudar a los que se ven probados.” (Hebr
2,17-18)
“Por tanto, hermanos santos,
partícipes de una vocación celestial, consideren al apóstol y Sumo Sacerdote de
nuestra fe, a Jesús.” (Hebr 3,1)
“Teniendo, pues, tal Sumo
Sacerdote que penetró los cielos -Jesús, el Hijo de Dios- mantengamos firmes la
fe que profesamos. Pues no tenemos un Sumo Sacerdote que no pueda compadecerse
de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el
pecado. Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de gracia, a fin de
alcanzar misericordia y hallar gracia para una ayuda oportuna.” (Hebr 4,14-16)
“Tú eres sacerdote para siempre, a semejanza
de Melquisedec. El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos
y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte,
fue escuchado por su actitud reverente, y aun siendo Hijo, con lo que padeció
experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de
salvación eterna para todos los que le obedecen, proclamado por Dios Sumo
Sacerdote a semejanza de Melquisedec.” (Hebr
5,6-10)
“Todo esto es mucho más
evidente aún si surge otro sacerdote a semejanza de Melquisedec, que lo sea, no
por ley de prescripción carnal, sino según la fuerza de una vida
indestructible.” (Hebr 7,15-16)
“Posee un sacerdocio perpetuo
porque permanece para siempre. De ahí que pueda también salvar perfectamente a
los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su
favor. Así es el Sumo Sacerdote que nos convenía: santo, inocente,
incontaminado, apartado de los pecadores, encumbrado por encima de los cielos,
que no tiene necesidad de ofrecer sacrificios cada día, primero por sus pecados
propios como aquellos Sumos Sacerdotes, luego por los del pueblo: y esto lo
realizó de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo.” (Heb 7,24-27)
“Presentóse Cristo como Sumo
Sacerdote de los bienes futuros, a través de una Tienda mayor y más perfecta,
no fabricada por mano de hombre, es decir, no de este mundo.” (Hebr 9,11)
“Teniendo, pues, hermanos,
plena seguridad para entrar en el santuario en virtud de la sangre de Jesús,
por este camino nuevo y vivo, inaugurado por él para nosotros, a través del
velo, es decir, de su propia carne, y con un Sumo Sacerdote al frente de la
casa de Dios, acerquémonos con sincero corazón, en plenitud de fe, purificados
los corazones de conciencia mala y lavados los cuerpos con agua pura.” (Hebr
10,19-22)
Solo
en Alianza viva con Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, quien me da acceso al
Padre y por quienes recibo al Espíritu Paráclito, podré comprender contemplando
y vivir oferente la identidad presbiteral. Pues he aquí la piedra de toque de
la vocación sacerdotal: la Santa Cruz, el Sacrificio. La caridad pastoral en el
ministerio presbiteral no puede sino tener su fuente, centro y cima en el
Misterio Pascual. ¿O acaso no es la Pascua la plena revelación de la Caridad
Pastoral de Cristo Buen Pastor y Sacerdote? Allí el Señor se manifiesta cual
pléroma de Gracia: Sacerdote, Altar y Cordero.
Por
tanto en la Eucaristía el presbítero siempre encontrará la clave de su
participación en el sacerdocio de Cristo. “Tomen y coman esto es mi Cuerpo”.
“Tomen y beban esta es mi Sangre”. Palabras Suyas y palabras nuestras. Entrega
Suya y entrega nuestra. El Cristo pontífice –puente que se ofrece-, el Mediador
entre Dios y los hombres, es la vocación profunda que se participa al
presbítero. La realidad oblativa ya es eterna en el Crucificado Resucitado. En
la Jerusalén Celeste se celebran las bodas del “Cordero degollado”.
“Entonces vi, de pie, en medio
del trono y de los cuatro Vivientes y de los Ancianos, un Cordero, como
degollado; tenía siete cuernos y siete ojos, que son los siete Espíritus de
Dios, enviados a toda la tierra. Y se
acercó y tomó el libro de la mano derecha del que está sentado en el trono. Cuando
lo tomó, los cuatro Vivientes y los veinticuatro Ancianos se postraron delante
del Cordero. Tenía cada uno una cítara y copas de oro llenas de perfumes, que
son las oraciones de los santos. Y cantan un cántico nuevo diciendo: «Eres
digno de tomar el libro y abrir sus sellos porque fuiste degollado y compraste
para Dios con tu sangre hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación; y has
hecho de ellos para nuestro Dios un Reino de Sacerdotes, y reinan sobre la
tierra».” (Ap 5,6-10)
“Y salió una voz del trono,
que decía: «Alabad a nuestro Dios, todos sus siervos y los que le teméis,
pequeños y grandes.» Y oí el ruido de muchedumbre inmensa y como el ruido de
grandes aguas y como el fragor de fuertes truenos. Y decían: «¡Aleluya! Porque
ha establecido su reinado el Señor, nuestro Dios Todopoderoso. Alegrémonos y
regocijémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del Cordero, y su
Esposa se ha engalanado y se le ha concedido vestirse de lino deslumbrante de
blancura - el lino son las buenas acciones de los santos».” (Ap 19,5-8)
“Pero no vi Santuario alguno
en ella; porque el Señor, el Dios Todopoderoso, y el Cordero, es su Santuario. La
ciudad no necesita ni de sol ni de luna que la alumbren, porque la ilumina la
gloria de Dios, y su lámpara es el Cordero.”
(Ap 21,22-23)
“Y no habrá ya maldición
alguna; el trono de Dios y del Cordero estará en la ciudad y los siervos de
Dios le darán culto. Verán su rostro y llevarán su nombre en la frente. Noche
ya no habrá; no tienen necesidad de luz de lámpara ni de luz del sol, porque el
Señor Dios los alumbrará y reinarán por los siglos de los siglos. (Ap 22,3-5)
El
carácter oferente y victorioso del Amor Divino, del cual el presbítero
participa de modo eminente, no pasará jamás. En aquel bendito Día será para
siempre la alabanza y el gozo por la entrega al Padre que recibe, comunicando a
través del Sacerdote, Altar y Cordero la efusión del Espíritu y la Vida Nueva. He
aquí el verdadero quicio de la vocación sacerdotal.
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