Oseas: el profeta del Dios Esposo (6)

 

 

Llamada final a la conversión

 

Vamos concluyendo nuestro encuentro con el profeta Oseas meditando este oráculo que cierra su libro. Lo primero que resuena es una llamada final del Dios Amante y Esposo: ¡Vuelve pueblo mío a tu Dios!

 

“Vuelve, Israel, a Yahveh tu Dios, pues has tropezado por tus culpas. Tomen con ustedes palabras, y vuelvan a Yahveh. Díganle: «Quita toda culpa; toma lo que es bueno; y en vez de novillos te ofreceremos nuestros labios. Asiria no nos salvará, no montaremos ya a caballo, y no diremos más ‘Dios nuestro’ a la obra de nuestras manos, oh tú, en quien halla compasión el huérfano.»” (Os 14,2-5)

 

 Este llamado benevolente y paterno no está exento del sentido de responsabilidad del Pueblo, quien debe reconocer sus culpas y ofrecer una nueva fidelidad para la reconciliación. Este Pueblo al que el Señor desde pequeño educaba con ternura, le enseñaba a caminar y le atraía con lazos de amor acurrucándolo cerca de su corazón… ¡este pueblo se ha extraviado! Ha tropezado con sus culpas, se ha enredado con sus decisiones erróneas que le han alejado del Único Dueño y Señor. No ha sabido reconocer y atesorar el Amor que se le regalaba. Y yéndose como detrás de sí mismo se ha olvidado que es una ilusión -producto de la soberbia del viejo Adán- querer justamente fundarse sobre sí mismo; solo Dios es su cimiento.

Por eso deben volver no con palabras vacías sino verdaderas, deben volver a realizar una profesión de fe. Con sinceridad deben suplicar: “quita ya toda culpa”. Es decir: Señor sánanos de nuestra infidelidad, da punto final a nuestra inconsistencia, no podemos ya soportar nuestra inconstancia que nos duele. Arranca ya todo cuanto nos impida ser tuyos.

Este Pueblo debe expresar: “toma lo que es bueno”. Y eso significa que acepta ser purificado, que comprende que solo debe admitir en sí lo que es compatible con la Alianza nupcial con su Señor. Adhiere pues a la bondad del trabajo de la Gracia que se ha realizado en Asiria –renovado Egipto-, cuando su Esposo la ha dejado desnuda y se ha exhibido su pecado y su miseria. Sabe que esta dinámica virtuosa debe continuar, siempre ser presente. Tendrá constantemente que despojarse de sus falsas seguridades, de sus ídolos y de sus vanidades, de sus ilusiones de omnipotencia desechando toda arrogancia. A cada instante volver a ser humilde.

Debe reconocer el Pueblo que la Salvación le viene del Señor, su Dios y no de los poderes mundanos ni de la falsedad de los ídolos. Debe recordar que en los inicios el Pueblo era un huérfano que clamaba al cielo en su opresión y que su Dueño y Esposo –con Amor compasivo- lo eligió, lo llamó, lo tomó de la mano y le enseñó a caminar.

 

“Yo sanaré su infidelidad, los amaré graciosamente; pues mi cólera se ha apartado de él, seré como rocío para Israel: él florecerá como el lirio, y hundirá sus raíces como el Líbano. Sus ramas se desplegarán, como el del olivo será su esplendor, y su fragancia como la del Líbano. Volverán a sentarse a mi sombra; harán crecer el trigo, florecerán como la vid, su renombre será como el del vino del Líbano.”  (Os 14,5-8)

 

Cuando el Pueblo vuelva en sí y reconozca su pertenencia al Señor será un nuevo comienzo. El horizonte que se abrirá delante es presentado con abundante verdor y fecundidad. La Gracia del Esposo como rocío refrescante y renovador traerá la Vida. Porque no son los Baales y sus ritos engañosamente seductores los que dan crecimiento y porvenir; es la Alianza con el Dios que está en los inicios del camino del Pueblo, que no lo abandona en sus senderos y que puede reconducir sus pasos la que asegura esa prosperidad verdadera llamada Salvación.

En este vergel, en este paraíso que es el mismo Dios, el Pueblo tendrá otra vez raíces hondas y fuertes, ramas desplegadas y extensas cargadas de verde paz, de esplendorosa serenidad y florecerá con aromas de Alianza en Amor. El Señor su Dios será sombra, sosiego, refugio, saciedad y alegría. ¡Vuelve, Pueblo mío!; ¿por qué te tardas?

 

“Efraím... ¿qué tiene aún con los ídolos? Yo le atiendo y le miro. Yo soy como un ciprés siempre verde, y gracias a mí se te halla fruto. ¿Quién es sabio para entender estas cosas, inteligente para conocerlas?: Que rectos son los caminos de Yahveh, por ellos caminan los justos, mas los rebeldes en ellos tropiezan.” (Os 14,9-10)

 

La profecía tiene empero un final abierto. Una pregunta resuena: ¿Pueblo mío te decidirás en serio por mí o aún puedes volver atrás? Y claro una advertencia, la clásica apelación a los dos caminos, o mejor dicho en este caso a un solo camino, el de Dios, que es transitado tranquilamente por los sabios humildes y los justos santos, pero que se torna intrincado e inviable para los rebeldes orgullosos que no aceptan fundarse con sencillez de espíritu en el único Esposo, Dueño y Señor.

 

No cualquier pueblo sino el Pueblo de Dios

 

Casi desprolijamente en los últimos artículos he iniciado con minúscula o mayúscula el término “Pueblo”. En general creo que con cierta lógica pero no ha sido tan racional y planificado el asunto.

Me preocupa en los últimos tiempos el uso desmesurado y algo confuso del concepto “pueblo” en la teología y cierta infundada creencia que “todo lo popular es bueno”. Me temo que una interpretación preponderantemente anclada en la antropología cultural, la sociología y la política pueda desvirtuar el complejo concepto escriturístico-teológico y marcarlo ideológicamente.

De hecho el testimonio bíblico no convalidaría la presunción de una bondad del pueblo por el solo hecho de ser pueblo y es diverso el peso específico del término en las diversas tradiciones. Concepto central sin duda, sin dejar de ser concreto y enraizado históricamente en diversas características que comparte con todo pueblo organizado, ciertamente en la expresión “Pueblo de Dios” prepondera la dimensión religiosa-cultual y la primacía escatológica. El Pueblo del que hablamos es “de Dios” porque ha sido elegido y tiene vocación a la Alianza Salvífica. Entre el A.T. y el N.T. con su continuidad y maduración se esboza un Pueblo Nuevo y universal, resultado de muchos pueblos, que superando la división pecaminosa de Babel restaure la unidad de la humanidad según el proyecto comunional de Dios. Como decimos del Reino, este Pueblo ya incoado germinalmente en la historia es sin duda peregrino y espera su consumación en la realidad definitiva, gloriosa y celeste.

Una primera vista a la tradición profética nos dice que el concepto “pueblo” puede ser bastante ambivalente. A veces se configura como un pueblo rebelde e infiel, que se olvida de su vocación y rechaza su elección pero otras como el “Pueblo Santo, raza elegida y sacerdotal, mediador universal y portador de los dones salutíferos de la Alianza”. La diferencia estriba en un pueblo que es “de sí mismo” o en un “Pueblo que es de Dios”. La referencia al Señor santifica y plenifica la identidad, el olvido de Dios desorienta y malogra la identidad del pueblo.

La Iglesia, Nuevo y Escatológico Pueblo de Dios, Asamblea Santa y Jerusalén celeste, debería más a menudo recordarse estas verdades. A veces parece impostarse tan en línea con los procesos populares de la historia del mundo que se diluye la novedad de su identidad trascendente. Yo mismo a veces mirando el andar de esta Iglesia que camina en la historia me descorazono. Entonces me recuerdo que apenas está en camino y en sus miembros decidiendo su identidad. Levanto entonces la mirada a la Iglesia ya consumada en los cielos, la comunidad de los Santos en torno al Único Santo Santificador y recupero la esperanza. Cierta insuficiente “teología del pueblo” que se ha puesto de moda me consterna por su ingenuidad, que no puede advertir el combate contra el mal que quiere desvincular de Dios a todo corazón y comunidad humana.  La contemplación de los tesoros bíblicos me devuelve a una mirada más real pero también me anuncian un destino más alto, una vocación a la Alianza en Santidad que me hace desbordar de gozo entrañable y luminosa alabanza.

No somos un pueblo más entre los otros pueblos de la tierra a los cuales también pertenecemos culturalmente como miembros del género humano; somos mucho más. Los cristianos somos el Pueblo de Dios que camina en la historia hacia la Patria definitiva y espera consumar su vocación a vivir en Alianza Eterna con su Dios.

 


Oseas: el profeta del Dios Esposo (5)

 


 

La reeducación del Pueblo

 

En el clima de querella amorosa propio de esta profecía, Dios le echa en cara a su Pueblo que ha buscado alianzas político-militares y no ha fundado su fe en Él (cf Os 5,13-14), por eso le anuncia que se retira hasta que lo busquen con renovada sinceridad.

 

“Voy a volverme a mi lugar, hasta que hayan expiado y busquen mi rostro. En su angustia me buscarán.” (Os 5,15)

 

El Señor ciertamente se queja de una religiosidad superficial y voluble, de una conversión aparente y efímera. El pueblo no termina de echar raíces en la Alianza, su inconstancia le impide alcanzar una fidelidad perseverante. Cuando parece que vuelve a su Dios en seguida le deja nuevamente.

 

“¿Qué he de hacer contigo, Efraím? ¿Qué he de hacer contigo, Judá? ¡Vuestro amor es como nube mañanera, como rocío matinal, que pasa!  Porque yo quiero amor, no sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos.”  (Os 6,4.6)

 

¿Qué podrá hacer el Dios Esposo que le dice a su pueblo “Yo quiero amor”? Tendrá pues que reconquistar el amor de su Pueblo, hacerle recordar los tiempos fundacionales y devolverlo a su identidad. En este sentido la invasión Asiria y el destierro se encuentran en la Providencia divina como pedagogía apropiada.

 

“No habitarán ya en la tierra de Yahveh: Efraím volverá a Egipto, y en Asiria comerán viandas impuras.” (Os 9,3)

 

El Profeta Oseas nos regala entonces una de las más bellas descripciones del Amor Divino fiel junto a la obstinación del corazón humano que no le reconoce. Es un texto conmovedor donde también se delinea la delicada y tierna Paternidad del Señor.

 

 “Cuando Israel era niño, yo le amé, y de Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí: a los Baales sacrificaban, y a los ídolos ofrecían incienso. Yo enseñé a Efraím a caminar, tomándole por los brazos, pero ellos no conocieron que yo cuidaba de ellos. Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor, y era para ellos como los que alzan a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de comer.”  (Os 11,1-4)

 

Este Dios Amante permitirá pues que Israel vuelva a Egipto -en este caso Asiria-, para que al revivir aquellas circunstancias entre en razón y recuerde a su verdadero Dios. Espera el Señor que el destierro sea medicina proporcionada que devuelva al Pueblo a la Alianza y le cure de su infidelidad.

 

“Volverá al país de Egipto, y Asur será su rey, porque se han negado a convertirse. Hará estragos la espada en sus ciudades, aniquilará sus cerrojos y devorará, por sus perversos planes. Mi pueblo tiene querencia a su infidelidad; cuando a lo alto se les llama, ni uno hay que se levante.” (Os 11,5-7) 

 

Confieso que siempre me quedo como pasmado y altamente impresionado por la Santidad de Dios que revela el cierre de este oráculo.

 

“¿Cómo voy a dejarte, Efraím, cómo entregarte, Israel? Mi corazón está en mí trastornado, y a la vez se estremecen mis entrañas. No daré curso al ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraím, porque soy Dios, no hombre; en medio de ti yo soy el Santo, y no vendré con ira.”  (Os 11,8ª.9)

 

Educación para el Amor de Alianza es educación en la Santidad

 

Es habitual comenzar a vivir la fe centrados en nosotros y en nuestras necesidades. Ciertamente habrá que recorrer un camino de purificación y maduración interior para amar a Dios por Él mismo. Para que nuestra religiosidad se exprese más en un culto de adoración con alabanzas y no tanto en peticiones, será necesario experimentar su amor desbordante y no poder más que ser agradecidos con tanto don suyo. Esa cotidianeidad de su Amor en nuestros días hará crecer un clima constante de entrega de la vida, el hábito de ponernos confiadamente siempre en sus manos. Consecuencia de ese trato de Amor profundo será alegrarnos con su Voluntad y esperar solo en sus planes sobre nuestra vida. Este camino de educación para un Amor de Alianza no es otro que el camino de la santidad.

 Pero quizás nos topamos con un punto débil de nuestra formación eclesial. Para decirlo tal vez con exagerada simplicidad, nuestra práctica religiosa parece excesivamente inclinada hacia un “Dios para nosotros”. Evidentemente el Señor que nos elige y quiere nuestra Salvación ha entregado a su Hijo Único por nosotros, ha hecho Don de Sí porque nos ama. Pero esto no es más que el movimiento unilateral del Dios Esposo y Amante que sin embargo puede quedar inconcluso en nuestra respuesta libre. Que Dios nos ame como nos ama no quiere decir que haya efectivamente Alianza, sino solamente que Él fielmente la sigue ofreciendo y sosteniendo.

Para que la Alianza se concrete es necesaria nuestra respuesta: “nosotros para y hacia Dios”, “nosotros en Dios por la gracia de su Amor que es primero”. Si este otro movimiento no se produjese la religiosidad cristiana podría desfigurarse, caer en la tentación de entender a Dios como funcional a nosotros hasta volverse utilitarista y pragmáticamente calculadora de intereses. En todo caso más que una Alianza de Amor –que debe estar signada por la gratuidad y la libertad del don de sí-, hallaríamos una negociación: “te doy para que me des” o “si me das te doy”. Esto es lo propio de un culto idolátrico.

Dios quiere de nosotros amor, no porque lo necesite, sino porque nosotros necesitamos conocer su Amor gratuito y amarlo libremente con todo el corazón. Y en este sentido muy probablemente haya que recuperar e insistir en la santidad. Una respuesta al Amor de Dios que quiere amarlo solamente por Él mismo, más allá de todo rédito y beneficio personal. Amar al Dios que es Amor y que nos ama, simplemente porque Amor da y pide amor.

Volver a insistir en la santidad como programa pastoral de la Iglesia –como quería San Juan Pablo II-, supone proponer nuevamente un camino discipular centrado en contemplar a Dios, el Misterio de su Amor por nosotros manifestado plenamente en Jesucristo, en su Encarnación tan contundente en el Pesebre y en la Cruz, tan cotidiana en la Eucaristía.

La profecía de Oseas hoy también parece urgirnos a dejarnos seducir y re-enamorar por el Dios Esposo. Nos invita a superar la inconstancia y a perseverar en la Alianza. Nos exhorta a devolvernos enteramente y sin reservas al Señor que se ofrece primero enteramente y sin reservas a nosotros.


Vida y Regla para un Presbiterado Contemplativo (5)




5.     Configurando la vida sacerdotal

        a la espiritualidad del desierto

        y a la tradición eremítica.

 

            He aquí el tono más original de mi camino. Al menos en la Iglesia Latina –no así en Oriente-, la vida sacerdotal tiende a concebirse como irreconciliable con la vida eremítica. Y evidentemente esto es real si se considera al eremita como alguien que se aparta del mundo a la soledad y al silencio morando en lugares despoblados.

Pero residiendo brevemente en un eremitorio, encontré que los hermanos habían colocado como máxima espiritual la siguiente expresión: “El corazón del eremitorio es el eremitorio del corazón”. Esta sentencia no dejó de acompañarme desde entonces en mi discernimiento personal. Con los años y la maduración de la experiencia contemplativa, comprendí que yo -quien siempre me sentía en fuga hacia adelante, aspirando al desierto y a la montaña-, me encontraba en un grave error.

Sin duda el eremitorio soy yo mismo. Soy yo el desierto y la montaña también. No tengo necesidad de irme  lejos para recogerme en mí mismo hacia Dios. Sin duda la opción de retirarse a lugares apartados es valiosa como  disposición que favorece el desarrollo de la vida contemplativa. Y de hecho sigue siendo mi gusto e inclinación. Pero el trabajo purificador de Dios en mí me ha llevado a aquietarme en Gracia.

Por eso vivo con naturalidad la convivencia entre el recogimiento contemplativo y la misión apostólica. Y he experimentado que puedo dedicarme a ambas dimensiones sin menoscabo de ninguna. Porque es del todo posible –como querido por Dios y por la Iglesia- ordenar el ejercicio ministerial a una vida de oración profunda. Creo que se trata simplemente de nunca dejar que se arraigue en lo cotidiano la tendencia  a la superficialidad y al ajetreo que impera en el mundo, perdiéndonos a nosotros mismos en una exterioridad disipadora. Se debe guardar el corazón y cultivar la interioridad. Quien verdaderamente tiene amor por Dios y aspira a que crezca, preparará el lugar y sin duda encontrará también el tiempo. La vida apostólica quedará así mejor enraizada en el Corazón de Cristo.

En este camino siempre me ha resultado crucial adquirir la virtud de la pobreza espiritual, en cuanto desapego, desapropiación y desasimiento. Éste sano hábito supone la sabiduría silente de la Encarnación y de la Cruz, celebrada en Eucaristía.  El abajamiento humilde y condescendiente, la pequeñez escondida y la santa desnudez, la entrega de la propia vida sin reserva por amor contemplo en Cristo, Único y Eterno Sacerdote. Y aprendo de Él a no quedarme enfermiza y empecatadamente en nada o en nadie. Para vivir en la libertad del Amor Divino toda mi realidad debe ser integrada armónicamente en el Señor que es Fuente de origen y Patria vocacional. También el ejercicio ministerial debe ser conducido a una profunda purificación para ser unido a Jesucristo.

Y desde el inicio de este estilo de vida me han acompañado las palabras de San Juan de la Cruz:

 

MODO PARA VENIR AL TODO                              

Para venir a lo que no sabes,

Has de ir por donde no sabes.

Para venir a lo que no gustas,

Has de ir por donde no gusta.

Para venir a lo que no posees,

Has de ir por donde no posees.

Para venir a lo que no eres,

Has de ir por donde no eres.

 

MODO DE TENER AL TODO

Para venir a saberlo todo,

No quieras saber algo en nada.

Para venir a gustarlo todo,

No quieras gustar algo en nada.

Para venir a poseerlo todo,

No quieras poseer algo en nada.

Para venir a serlo todo,

No quieras ser algo en nada.

 

MODO DE NO IMPEDIR AL TODO

Cuando reparas en algo,

Dejas de arrojarte al todo.

Porque para venir de todo al todo,

Has de dejar de todo al todo.

Y cuando lo vengas todo a tener,

Has de tenerlo sin nada querer.

Porque si quieres tener algo en todo,

No tienes puro en Dios tu tesoro.

 

INDICIO DE QUE SE TIENE TODO

En esta desnudez halla

El espíritu quietud y descanso,

Porque como nada codicia,

Nada le impela hacia arriba

Y nada le oprime hacia abajo,

Que está en el centro de su humildad.

Que cuando algo codicia,

En eso mismo se fatiga.

 

Valoro pues el ideal del Desierto que se denomina “hesyquia”. Alcanzar la tranquilidad y la quietud de un alma pacificada y unida a Dios. Así llegar a ofrecer en el ministerio presbiteral una fuente de agua serena y límpida donde todo peregrino pueda, tanto reflejarse y conocer su personal misterio como beber del Espíritu que da la Vida. En este santo empeño el presbítero se aproxima más íntimamente a la Caridad Pastoral de Cristo, que permaneciendo unido al Padre, pasó haciendo el bien.

 

Abba Antonio dijo: «El que permanece en la soledad y la hesyquia se libera de tres géneros de lucha: la del oído, la de la palabra y la de la vista. No le queda más que un solo combate: el del corazón».

 

Y dijo Abba Evagrio: «Arranca de ti las múltiples afecciones, para que no se turbe tu corazón y desaparezca la hesyquia».

 

Abba Nilo dijo: «El que ama la hesyquia permanece invulnerable a las flechas del enemigo; el que se mezcla con la muchedumbre, recibirá frecuentes heridas».

 

Como dijo Abba Pastor: «El origen de los males es la disipación».

 

En Scitia, un hermano vino al encuentro de Abba Moisés, para pedirle una palabra. Y el anciano le dijo: «Vete y siéntate en tu celda; y tu celda te lo enseñará todo».

 

Dijo Abba Isaac: «Todo el fin del monje y la perfección del corazón viene de perseverar en una oración continua e ininterrumpida y, en cuanto lo permite la humana flaqueza, se esfuerce por llegar a una inmutable tranquilidad de espíritu y a una perpetua pureza».

 

Y también dijo Abba Moisés: «Éste debe ser nuestro principal conato, ésta la orientación perpetua de nuestro corazón: que nuestra mente permanezca siempre adherida a Dios y a las cosas divinas.»

 

Obviamente no pretendo vivir el hesicasmo primitivo de los Padres del Desierto, ni el medieval bizantino, sino configurar la vida sacerdotal hacia un estilo que favorezca cuanto se pueda la unión con Dios.

¿Por qué el clero secular debe renunciar a la soledad, el silencio y la penitencia si puede compatibilizarlas con el ejercicio ministerial? ¿Por qué mal entender la caridad pastoral como un vuelco indiscriminado y sin discernimiento a la actividad? ¿Cómo alguien que no se tiene y no se conoce en la soledad, el silencio y la penitencia, de cara a Dios, logrará permanecer en su voluntad en medio de los desafíos del servicio pastoral? ¿Cómo no valorar lo enriquecedor y fecundo que puede resultar un ejercicio presbiteral que se perciba como emergiendo del encuentro con el Misterio de Dios y reconduciendo toda la realidad hacia Él?

Creo firmemente que lo primero y urgente es la unión con Dios. ¿Acaso no es esa nuestra vocación eterna? Todo el oficio sacerdotal como “amoris officium” tiene como fin último -haciendo de puente por la propia entrega de la vida-,  posibilitar la comunión con el Señor. ¿De qué serviría un empeño pastoral que resolviendo las problemáticas cotidianas del hombre sin embargo no lo condujera al encuentro con Jesucristo? ¿Cómo puede haber caridad pastoral dejando al hombre a manos del hombre y no en los brazos de su Salvador?

Y para que el ministerio del presbítero sea creíble debe comenzar por ser testimonial. El sacerdote debe poder mostrar con su propia vida que se encuentra enteramente en manos de Dios, que parte de Él, que permanece en Él y que vuelve a Él. El sacerdote debe ser el primero en cultivar y ser experto por el amor en la unión con Dios.


 

Vida y regla para un Presbiterado Contemplativo (4)





 "Vida y Regla para un Presbiterado Contemplativo" (2021)


4.    Confieso que el Espíritu Santo

        me mueve a llevar una vida mixta

        fundando, sosteniendo y proyectando

        el ejercicio ministerial

        desde la dimensión contemplativa.

 

a)      “Confieso que el Espíritu Santo”

 

 “Confieso que el Espíritu Santo” y “bajo el soplo del Espíritu Santo” son expresiones que enmarcan como una inclusión la parte más específica del voto hecho a Dios. Al intentar describir a grandes rasgos un proyecto de presbiterado contemplativo comienzo por reconocer que el Espíritu Santo me ha inspirado esta forma de vida y que sólo bajo su influjo es posible.

 

            Si me aman, guardarán mis mandamientos; y yo pediré al Padre y les dará otro Paráclito, para que esté con ustedes para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero ustedes le conocen, porque mora con ustedes.” (Jn 14,15-17)

 

“Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todo y les recordará todo lo que yo les he dicho.” (Jn 14,26)

 

“Cuando venga el Paráclito, que yo les enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí. Pero también ustedes darán testimonio, porque están conmigo desde el principio.” (Jn 15,26-27)

 

El Espíritu Santo, que habita el templo interior como una permanente plegaria viva, es el primer “director espiritual” que mueve, ilumina y conduce. El Espíritu Paráclito me vive invitando a celebrar la unión con Jesucristo, una comunión de vida cargada de gozo y de fruto abundante en camino hacia el Padre. Sin el Espíritu, simplemente, no habría camino.

 

b)     “Me mueve a llevar una vida mixta”

 

Esta expresión –más técnica de lo que parece- es al mismo tiempo el llamado vocacional que sin saberlo me llevó a transitar por la vida de los frailes franciscanos y un legado de mi formación religiosa. San Francisco de Asís sin duda llevaba este estilo de vida. Concretamente los Hermanos Menores y en cierto grado el resto de las Ordenes Mendicantes, nacieron como nuevas formas de vida consagrada, cultivando esa mixtura entre la vida contemplativa (en ese momento histórico más identificada con la experiencia monacal) y la vida apostólica (por entonces expresada en el ejercicio ministerial de los clérigos seculares).

“Vida mixta” sigue significando para mí la convicción de que contemplación y apostolado nunca deben separarse, sino que lo más saludable es que estén uno como imbricado en el otro. Naturalmente me ha sucedido siempre así. He necesitado la soledad del silencio contemplativo para escuchar y mirar con Dios y según Él; y allí en ese espacio fecundo de oración y celebración han nacido todas mis iniciativas apostólicas. A su vez la vida apostólica siempre me ha depositado frente al Padre, queriendo comprender como hijo y servidor suyo, los caminos de salvación que Él ya había abierto, la tierra que ya había arado y la semilla que ya había sembrado, de modo que no estuviese yo intentando trabajar fuera de la sintonía con Dios.

Y por experiencia creo que el Espíritu Santo me mueve a cultivar ambas dimensiones –contemplativa y apostólica-, cual personal camino que me conduce tanto a la unión con Jesucristo Sacerdote  como a la unidad de la propia vida y corazón.

 

“De madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer oración.” (Mc 1,35)

 

“Inmediatamente obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de él a la otra orilla, mientras él despedía a la gente. Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí.” (Mt 14,22-23) 

 

“Inmediatamente obligó a sus discípulos a subir a la barca y a ir por delante hacia Betsaida, mientras él despedía a la gente. Después de despedirse de ellos, se fue al monte a orar.” (Mc 6,45-46)

 

“Su fama se extendía cada vez más y una numerosa multitud afluía para oírle y ser curados de sus enfermedades. Pero él se retiraba a los lugares solitarios, donde oraba.” (Lc 5,15-16)

 

“Sucedió que por aquellos días se fue él al monte a orar, y se pasó la noche en la oración de Dios.” (Lc 6,12)

 

            Como un dato olvidado y soslayado en la espiritualidad del clero secular, se encuentra esta dinámica que une contemplación y apostolado,  en el propio ejercicio pastoral de Jesucristo. El Señor –Verbo Encarnado y Salvador Enviado- partía siempre del encuentro cara a cara con su Padre y, permaneciendo en comunión con Él, volvía siempre como Hijo a depositar toda la misión en sus manos. Toda su identidad y misión económica brotan del Padre como su Fuente y retornan a Él como su Patria.

 

c)      “Fundando, sosteniendo y proyectando el ejercicio ministerial desde la dimensión contemplativa”

 

He aquí la expresión más contundente de mi estilo de vida presbiteral. La vida contemplativa es como el humus fecundo donde se establece la vocación sacerdotal. Cronológicamente ha sido estrictamente así en mi historia: primero me fue regalada la vida contemplativa y luego el ministerio sacerdotal. Durante toda mi formación me he ido preparando al servicio pastoral gozando ya de una intensa experiencia de contemplación. Desde entonces hasta hoy la unión con Dios por el amor se ha constituido en el fundamento y la meta de todo mí vivir.

“Fundar, sostener y proyectar” la identidad pastoral desde la dimensión contemplativa quiere decir, simplemente, que nada debiera yo hacer sin partir desde la unión  con Dios. Que en medio de la actividad pastoral debo permanecer en unión con Dios. Que todo el servicio pastoral debe llevarme a la unión con Dios. Así la oración y la celebración se vuelven el centro configurativo de la caridad pastoral.

Uno contempla el misterio de Dios como presbítero y contemplando a Dios puede ser inspirado para el servicio pastoral. Se parte de la contemplación de Dios y se pone en sus manos la misión encomendada y concretada en un oficio ministerial. Se realiza el servicio permaneciendo en su Presencia y se ejecuta contemplando su acción salvadora que es primero. Uno se dispone a acompañar, favorecer, señalar, discernir y colaborar con la Gracia. Se trata de una unión con Cristo Sacerdote, con su Padre y el Espíritu, tendiendo el presbítero a la sinergia, a acompasarse al tiempo y a los modos del Señor.

Sin desarrollar la vida contemplativa estaría totalmente perdido, ciego y a tientas, en la tarea pastoral. Sólo unido al Señor comprendo la identidad-misión de mi participación sacerdotal en el único Sacerdocio de Cristo.

 

“Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra aquella casa y cayó, y fue grande su ruina.” (Mt 7,24-27)

 

“Yendo ellos de camino, entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, le recibió en su casa.  Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose, pues, dijo: «Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude.» Le respondió el Señor: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada.»” (Lc,10,38-42)

 

Vida y regla para un Presbiterado Contemplativo (3)

 



"Vida y Regla para un Presbiterado Contemplativo" (2021)


3.  Hago voto a Dios de vivir

el Santo Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo 

como mi única Vida y Regla.

 

            Si bien parece innecesario hacer voto de vivir el Evangelio, pues de ello se trata sin más la vida cristiana de cualquier discípulo, aquí se lo hace en un sentido espiritual definido. Jesucristo es el Evangelio y Jesucristo es la Vida y Regla. Todo cuanto siga en el voto a Dios intentando configurar un presbiterado contemplativo parte de este humus original y fecundo. Quiero vivir bajo la Regla Viva de mi Señor Jesucristo. No consiste mi camino en establecer reglamentos y normas sino en un dinámico seguimiento del Señor, Único y Eterno Sacerdote. Las disposiciones prácticas que se puedan necesitar para concretar un estilo de vida nunca serán el centro del camino. Lo fundamental y fundante es la configuración a Jesucristo, a su mentalidad y corazón. Porque Jesucristo lo llena todo y es la medida de todas las cosas. Todo en Cristo y nada sin Él.

 

“Tengan los mismos sentimientos de Cristo.” (Flp 2,5)

 

Que les conceda, según la riqueza de su gloria, que sean fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en sus corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor, puedan comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que se vayan llenando hasta la total Plenitud de Dios.” (Ef 3,16-18)

 

“Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia.” (Flp 1,21)

 

“Lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no con la justicia mía, la que viene de la Ley, sino la que viene por la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios, apoyada en la fe,  y conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos.” (Flp 3,7-11)

 

No es suficiente confesar la fe en Jesucristo, recibido y transmitido fielmente en la Iglesia por la Tradición Apostólica y la Sagrada Escritura. La fe no es sólo la aceptación de las verdades reveladas. Ese aspecto objetivo y lícitamente exigido para verificar la comunión eclesial, no agota la fe. Ella también es una fe de confianza y abandono, una experiencia de encuentro y un vínculo vivo. La dimensión subjetiva por la cual la persona se entrega a Jesucristo y se hace libremente suya es fundante y no puede faltar. Se trata de la fe informada por el amor. Una fe cuyo hábitat ordinario es la Alianza.

Todo cristiano, y especialmente un presbítero, deben alcanzar y permanecer en un amor maduro donde Jesucristo brille como el único absoluto de la vida. Para eso hay que perder todas las cosas con tal de ganar a Cristo y conocer la verdadera dimensión de su Misterio. Y este tipo de conocimiento sólo se hace accesible por la vida en el Espíritu. Una sabiduría interior nacida al calor de la creciente unión con Él. Simplemente que Jesucristo verdaderamente lo sea todo. Es fe madura una fe que lo espera todo en Cristo por amor.

 

Abba Montaña 3

 




 "Apotegmas contemplativos" (2021)

A poco más de la mitad del ascenso,

Abba Montaña le dijo:

-Quédate aquí en esta cueva.

El discípulo contempló la caverna,

fría y oscura; un refugio inhóspito

lindante con el estrecho camino de subida.

Desde dentro de la oquedad

sólo se veía cielo y nada más que cielo.

Para mirar la comarca allá abajo

debía arrimarse peligrosamente al precipicio.

Suspirando con gemido preguntó:

-¿Hasta cuándo debo permanecer aquí?

-Hasta que se convierta en tu hogar.

Y Abba Montaña silencioso se marchó.

 


            La purificación interior acaece en una densa etapa de tensión y tironeo. El alma se encuentra a medio camino. Y Dios la deja justamente allí, a medio camino, como purgando entre el Cielo y el Infierno.

            Es verdad que ya ha atravesado los paisajes iniciales de la aventura del Espíritu. Pero para alcanzar la cumbre de la Unión debe terminar de morir y renacer. Gozará de uniones provisorias e imperfectas que agigantarán el deseo santo, como también sufrirá hondamente al seguir padeciendo añoranzas por lo que ya se ha dejado atrás. Es la tensión desgarradora del ya pero todavía no.

            El alma, la interior morada, aún no es plenamente casa, pues aún no está enteramente pacificada y transparente. Mas bien es caverna recóndita e inhóspita, una oquedad oscura y fría. Pero da refugio. Desde allí, escondido en ella, sólo se vislumbra Cielo y nada más.

            Este tiempo de purificación no está exento del gozo extático. Arrobamientos, raptos, incendios interiores,  elevaciones con suspensión y vuelos en espíritu son muy propios de esta etapa. Constituyen experiencias altas y subidas del Amor de Dios, que nos saca de nosotros mismos hacia Él, con fuerte arrebatamiento y transformación interior. Primicias de Cielo, que aún no tienen la perfección de los desposorios, con su delicada y permanente dicha en la inhabitación Trinitaria.

Pero estos movimientos elevantes son también purificadores. Porque dejan al alma más encendida pero no del todo. Y pues son dichas gracias al fin provisorias y aún no definitivas, termina quedando la persona tanto más crecida en amor como más consciente de lo que aún le  falta. Lo central es que de alguna forma se toca el Cielo. Primicias, pregustaciones, arras. Brevemente describo la experiencia.

El éxtasis es una inflamación de amor que obviamente supone la atracción y enlazamiento de las potencias del alma en Dios. Clásicamente se habla de que la memoria, el entendimiento y la voluntad quedan como suspendidas y atraídas hacia el Señor en gracia de unión. Se trata obviamente de una experiencia mística, ya avanzada la persona en su camino, habiendo dejado atrás la primera experiencia de oración de quietud o recogimiento, así como el descubrimiento de un nuevo sentido interior.

El éxtasis, básicamente pues, es como una atracción que irrumpe y enlaza y sujeta en amor. Pero no como en la serena y algo difusa primera quietud o recogimiento. De hecho el orante ya se halla generalmente en estado de quietud infusa cuando sobreviene el éxtasis, aunque a mayor grado de unión un éxtasis puede sobrevenir imprevistamente. El alma experimenta este cambio de nivel en su unión con el Señor y puede significarse bien su inicio por el gemido o suspiro que acaece en ella tras el tirón de amor que la jala hacia Si. Es por así decirlo como si se despegara del cuerpo y de la tierra permaneciendo en cuerpo y tierra aún. Y es como un movimiento elevante que la deja suspendida en una íntima cercanía con su Amado y Señor.

De esa experiencia general yo distingo algunos casos especiales.

Los arrobamientos son plenos de dulzura y unción, como una quietud y recogimiento en el seno del Amado, un impregnarse enteramente de su fragancia con suave pero intensa transformación. Tras los mismos se ve el mundo transfigurado y luminoso bajo la mirada de la Gracia; todo parece bello y una serena y profunda alegría gana el interior. Todo está bien y todo está en Dios. Su efecto permanece a veces largamente en el tiempo, quedando la persona como sustraída en este embelesamiento. Por eso también se muestra como retirada, degustando aún el gozo del amor tanto como intentando humildemente no ser descubierta en este absorto intercambio.

Los raptos son, si se me permite, violentos en amor. Aquí todo acaece más intensamente. Se experimenta algo así como una escalada del movimiento unitivo que parece latir, palpitar y acelerarse. De pronto como una inmensa ola que lo cubre todo, el alma se ve sumergida enteramente, arrancada y llevada de donde estaba hacia la altura misteriosa. Y como cabalgando en la espuma de esa ola se ve despegada de cuánto la retenía y tan libre en la unión. Los raptos empero por su intensidad suelen ser más breves y dejar al alma al final como depositada en las arenas de la playa, sin fuerza alguna ni vigor, enteramente arrasada por el amor que la ha vencido. Pero tras ellos queda la persona tan desarraigada de la escena de este mundo que pasa, que se sabe extranjera y peregrina. Nada del mundo parece poder atraerla ya, nada se percibe consistente. “Como si no pasara nada, lo cual es cierto”, se dice el alma a sí misma al contemplar el mundo. Lo único cierto, consistente y verdaderamente vivo se ha tocado en esa altura a la que ha sido levantada fugazmente. Ha gustado arras de Gloria y ya nada se compara. Se halla en amor exilada, clamando por la patria que espera con deseo increíblemente agigantado.

Los incendios interiores son el fruto de un toque rápido y furtivo del Amado. Diría que se tiene conciencia espiritual de ellos porque todo se incendia adentro. El amor de caridad produce tal arrebatamiento interior que la persona cree que por todo su rostro se está reflejando la Gloria de Dios. Vienen como desde dentro hacia fuera y dan tal vigor a cuerpo y alma, dejando a la persona tan vivamente encendida en Dios, que el orante piensa poder él solo unido al Señor que lo sostiene e impulsa, transformar el mundo entero. Y producen un gran incremento del talante apostólico queriendo anunciar el Amor del Amado por todos lados al mismo tiempo. Su efecto es como un desbordamiento del Amor de Dios que genera un incontenible impulso en la misión evangelizadora. Se lo quiere decir y hacer todo por amor de Dios y todo lo que se quiere decir y actuar parece tanto imparable como inagotable. El contemplativo se vuelve, entera pero provisoriamente, un incendio de Amor divino.

Las elevaciones con suspensión son propias de los arrobamientos y pueden ir acompañadas de luminosas revelaciones interiores de diversa índole, ya sea sobre la persona misma y el estado de su alma, como de ciencia de amor sobre otros corazones o sobre circunstancias de la historia y ante todo sobre la Santa Voluntad de Dios. Estas delicadas elevaciones, en la sutileza embelesada del arrobamiento, ya van preparando al alma para la degustación de la inhabitación Trinitaria. 

Los vuelos en espíritu son propios de los raptos de amor y no hay en ellos tanta claridad en revelaciones, pues el alma levantada a tanta altura, más bien es anticipada en la Gloria celeste. Lo que se sabe es que se ha estado como más allá de este mundo, participando en primicias de la visión beatífica. Su efecto es un gran incremento de la perspectiva escatológica. La fe en la Vida Eterna queda sellada en gracia tan firme que ya no se puede sino vivir para alcanzar el Cielo.

El contemplador permanecerá en este estado de purificación hasta el desposorio místico. Y es purificación pues se le adelanta cuanto aún no tiene seguro. Se ve tan regaladas sus manos pero aún teme que le arrebaten el tesoro. El precipicio está aún allí donde sigue latiendo apetencia de mundo.

    

EVANGELIO DE FUEGO 15 de Abril de 2025