Llamada final a la conversión
Vamos
concluyendo nuestro encuentro con el profeta Oseas meditando este oráculo que
cierra su libro. Lo primero que resuena es una llamada final del Dios Amante y
Esposo: ¡Vuelve pueblo mío a tu Dios!
“Vuelve, Israel, a Yahveh tu Dios, pues has
tropezado por tus culpas. Tomen con ustedes palabras, y vuelvan a Yahveh.
Díganle: «Quita toda culpa; toma lo que es bueno; y en vez de novillos te
ofreceremos nuestros labios. Asiria no nos salvará, no montaremos ya a caballo,
y no diremos más ‘Dios nuestro’ a la obra de nuestras manos, oh tú, en quien
halla compasión el huérfano.»” (Os 14,2-5)
Este llamado benevolente y paterno no está
exento del sentido de responsabilidad del Pueblo, quien debe reconocer sus
culpas y ofrecer una nueva fidelidad para la reconciliación. Este Pueblo al que
el Señor desde pequeño educaba con ternura, le enseñaba a caminar y le atraía
con lazos de amor acurrucándolo cerca de su corazón… ¡este pueblo se ha
extraviado! Ha tropezado con sus culpas, se ha enredado con sus decisiones
erróneas que le han alejado del Único Dueño y Señor. No ha sabido reconocer y
atesorar el Amor que se le regalaba. Y yéndose como detrás de sí mismo se ha
olvidado que es una ilusión -producto de la soberbia del viejo Adán- querer justamente
fundarse sobre sí mismo; solo Dios es su cimiento.
Por eso deben
volver no con palabras vacías sino verdaderas, deben volver a realizar una
profesión de fe. Con sinceridad deben suplicar: “quita ya toda culpa”. Es
decir: Señor sánanos de nuestra infidelidad, da punto final a nuestra
inconsistencia, no podemos ya soportar nuestra inconstancia que nos duele.
Arranca ya todo cuanto nos impida ser tuyos.
Este Pueblo
debe expresar: “toma lo que es bueno”. Y eso significa que acepta ser
purificado, que comprende que solo debe admitir en sí lo que es compatible con
la Alianza nupcial con su Señor. Adhiere pues a la bondad del trabajo de la
Gracia que se ha realizado en Asiria –renovado Egipto-, cuando su Esposo la ha
dejado desnuda y se ha exhibido su pecado y su miseria. Sabe que esta dinámica
virtuosa debe continuar, siempre ser presente. Tendrá constantemente que despojarse
de sus falsas seguridades, de sus ídolos y de sus vanidades, de sus ilusiones
de omnipotencia desechando toda arrogancia. A cada instante volver a ser
humilde.
Debe reconocer
el Pueblo que la Salvación le viene del Señor, su Dios y no de los poderes
mundanos ni de la falsedad de los ídolos. Debe recordar que en los inicios el
Pueblo era un huérfano que clamaba al cielo en su opresión y que su Dueño y
Esposo –con Amor compasivo- lo eligió, lo llamó, lo tomó de la mano y le enseñó
a caminar.
“Yo sanaré su infidelidad, los amaré graciosamente;
pues mi cólera se ha apartado de él, seré como rocío para Israel: él florecerá
como el lirio, y hundirá sus raíces como el Líbano. Sus ramas se desplegarán,
como el del olivo será su esplendor, y su fragancia como la del Líbano. Volverán
a sentarse a mi sombra; harán crecer el trigo, florecerán como la vid, su
renombre será como el del vino del Líbano.”
(Os 14,5-8)
Cuando el
Pueblo vuelva en sí y reconozca su pertenencia al Señor será un nuevo comienzo.
El horizonte que se abrirá delante es presentado con abundante verdor y
fecundidad. La Gracia del Esposo como rocío refrescante y renovador traerá la
Vida. Porque no son los Baales y sus ritos engañosamente seductores los que dan
crecimiento y porvenir; es la Alianza con el Dios que está en los inicios del
camino del Pueblo, que no lo abandona en sus senderos y que puede reconducir
sus pasos la que asegura esa prosperidad verdadera llamada Salvación.
En este
vergel, en este paraíso que es el mismo Dios, el Pueblo tendrá otra vez raíces
hondas y fuertes, ramas desplegadas y extensas cargadas de verde paz, de esplendorosa
serenidad y florecerá con aromas de Alianza en Amor. El Señor su Dios será
sombra, sosiego, refugio, saciedad y alegría. ¡Vuelve, Pueblo mío!; ¿por qué te
tardas?
“Efraím... ¿qué tiene aún con los ídolos? Yo le
atiendo y le miro. Yo soy como un ciprés siempre verde, y gracias a mí se te
halla fruto. ¿Quién es sabio para entender estas cosas, inteligente para
conocerlas?: Que rectos son los caminos de Yahveh, por ellos caminan los
justos, mas los rebeldes en ellos tropiezan.” (Os 14,9-10)
La profecía
tiene empero un final abierto. Una pregunta resuena: ¿Pueblo mío te decidirás
en serio por mí o aún puedes volver atrás? Y claro una advertencia, la clásica
apelación a los dos caminos, o mejor dicho en este caso a un solo camino, el de
Dios, que es transitado tranquilamente por los sabios humildes y los justos
santos, pero que se torna intrincado e inviable para los rebeldes orgullosos
que no aceptan fundarse con sencillez de espíritu en el único Esposo, Dueño y
Señor.
No cualquier pueblo sino el Pueblo de Dios
Casi
desprolijamente en los últimos artículos he iniciado con minúscula o mayúscula
el término “Pueblo”. En general creo que con cierta lógica pero no ha sido tan
racional y planificado el asunto.
Me preocupa en
los últimos tiempos el uso desmesurado y algo confuso del concepto “pueblo” en
la teología y cierta infundada creencia que “todo lo popular es bueno”. Me temo
que una interpretación preponderantemente anclada en la antropología cultural,
la sociología y la política pueda desvirtuar el complejo concepto
escriturístico-teológico y marcarlo ideológicamente.
De hecho el
testimonio bíblico no convalidaría la presunción de una bondad del pueblo por
el solo hecho de ser pueblo y es diverso el peso específico del término en las
diversas tradiciones. Concepto central sin duda, sin dejar de ser concreto y
enraizado históricamente en diversas características que comparte con todo
pueblo organizado, ciertamente en la expresión “Pueblo de Dios” prepondera la
dimensión religiosa-cultual y la primacía escatológica. El Pueblo del que
hablamos es “de Dios” porque ha sido elegido y tiene vocación a la Alianza
Salvífica. Entre el A.T. y el N.T. con su continuidad y maduración se esboza un
Pueblo Nuevo y universal, resultado de muchos pueblos, que superando la
división pecaminosa de Babel restaure la unidad de la humanidad según el
proyecto comunional de Dios. Como decimos del Reino, este Pueblo ya incoado
germinalmente en la historia es sin duda peregrino y espera su consumación en
la realidad definitiva, gloriosa y celeste.
Una primera
vista a la tradición profética nos dice que el concepto “pueblo” puede ser
bastante ambivalente. A veces se configura como un pueblo rebelde e infiel, que
se olvida de su vocación y rechaza su elección pero otras como el “Pueblo
Santo, raza elegida y sacerdotal, mediador universal y portador de los dones
salutíferos de la Alianza”. La diferencia estriba en un pueblo que es “de sí
mismo” o en un “Pueblo que es de Dios”. La referencia al Señor santifica y
plenifica la identidad, el olvido de Dios desorienta y malogra la identidad del
pueblo.
La Iglesia,
Nuevo y Escatológico Pueblo de Dios, Asamblea Santa y Jerusalén celeste,
debería más a menudo recordarse estas verdades. A veces parece impostarse tan
en línea con los procesos populares de la historia del mundo que se diluye la
novedad de su identidad trascendente. Yo mismo a veces mirando el andar de esta
Iglesia que camina en la historia me descorazono. Entonces me recuerdo que
apenas está en camino y en sus miembros decidiendo su identidad. Levanto
entonces la mirada a la Iglesia ya consumada en los cielos, la comunidad de los
Santos en torno al Único Santo Santificador y recupero la esperanza. Cierta
insuficiente “teología del pueblo” que se ha puesto de moda me consterna por su
ingenuidad, que no puede advertir el combate contra el mal que quiere
desvincular de Dios a todo corazón y comunidad humana. La contemplación de los tesoros bíblicos me
devuelve a una mirada más real pero también me anuncian un destino más alto,
una vocación a la Alianza en Santidad que me hace desbordar de gozo entrañable
y luminosa alabanza.
No somos un
pueblo más entre los otros pueblos de la tierra a los cuales también pertenecemos
culturalmente como miembros del género humano; somos mucho más. Los cristianos
somos el Pueblo de Dios que camina en la historia hacia la Patria definitiva y
espera consumar su vocación a vivir en Alianza Eterna con su Dios.
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