La reeducación del Pueblo
En el clima de
querella amorosa propio de esta profecía, Dios le echa en cara a su Pueblo que
ha buscado alianzas político-militares y no ha fundado su fe en Él (cf Os
5,13-14), por eso le anuncia que se retira hasta que lo busquen con renovada
sinceridad.
“Voy a volverme a mi lugar, hasta que hayan expiado
y busquen mi rostro. En su angustia me buscarán.” (Os 5,15)
El Señor
ciertamente se queja de una religiosidad superficial y voluble, de una
conversión aparente y efímera. El pueblo no termina de echar raíces en la
Alianza, su inconstancia le impide alcanzar una fidelidad perseverante. Cuando
parece que vuelve a su Dios en seguida le deja nuevamente.
“¿Qué he de hacer contigo, Efraím? ¿Qué he de hacer
contigo, Judá? ¡Vuestro amor es como nube mañanera, como rocío matinal, que
pasa! Porque yo quiero amor, no
sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos.” (Os 6,4.6)
¿Qué podrá
hacer el Dios Esposo que le dice a su pueblo “Yo quiero amor”? Tendrá pues que
reconquistar el amor de su Pueblo, hacerle recordar los tiempos fundacionales y
devolverlo a su identidad. En este sentido la invasión Asiria y el destierro se
encuentran en la Providencia divina como pedagogía apropiada.
“No habitarán ya en la tierra de Yahveh: Efraím volverá
a Egipto, y en Asiria comerán viandas impuras.” (Os 9,3)
El Profeta
Oseas nos regala entonces una de las más bellas descripciones del Amor Divino
fiel junto a la obstinación del corazón humano que no le reconoce. Es un texto
conmovedor donde también se delinea la delicada y tierna Paternidad del Señor.
“Cuando
Israel era niño, yo le amé, y de Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más los
llamaba, más se alejaban de mí: a los Baales sacrificaban, y a los ídolos
ofrecían incienso. Yo enseñé a Efraím a caminar, tomándole por los brazos, pero
ellos no conocieron que yo cuidaba de ellos. Con cuerdas humanas los atraía,
con lazos de amor, y era para ellos como los que alzan a un niño contra su
mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de comer.” (Os 11,1-4)
Este Dios
Amante permitirá pues que Israel vuelva a Egipto -en este caso Asiria-, para
que al revivir aquellas circunstancias entre en razón y recuerde a su verdadero
Dios. Espera el Señor que el destierro sea medicina proporcionada que devuelva
al Pueblo a la Alianza y le cure de su infidelidad.
“Volverá al país de Egipto, y Asur será su rey,
porque se han negado a convertirse. Hará estragos la espada en sus ciudades,
aniquilará sus cerrojos y devorará, por sus perversos planes. Mi pueblo tiene
querencia a su infidelidad; cuando a lo alto se les llama, ni uno hay que se
levante.” (Os 11,5-7)
Confieso que
siempre me quedo como pasmado y altamente impresionado por la Santidad de Dios
que revela el cierre de este oráculo.
“¿Cómo voy a dejarte, Efraím, cómo entregarte,
Israel? Mi corazón está en mí trastornado, y a la vez se estremecen mis
entrañas. No daré curso al ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraím,
porque soy Dios, no hombre; en medio de ti yo soy el Santo, y no vendré con
ira.” (Os 11,8ª.9)
Educación para el Amor de Alianza es educación en la
Santidad
Es habitual comenzar
a vivir la fe centrados en nosotros y en nuestras necesidades. Ciertamente
habrá que recorrer un camino de purificación y maduración interior para amar a
Dios por Él mismo. Para que nuestra religiosidad se exprese más en un culto de
adoración con alabanzas y no tanto en peticiones, será necesario experimentar
su amor desbordante y no poder más que ser agradecidos con tanto don suyo. Esa
cotidianeidad de su Amor en nuestros días hará crecer un clima constante de
entrega de la vida, el hábito de ponernos confiadamente siempre en sus manos.
Consecuencia de ese trato de Amor profundo será alegrarnos con su Voluntad y
esperar solo en sus planes sobre nuestra vida. Este camino de educación para un
Amor de Alianza no es otro que el camino de la santidad.
Pero quizás nos topamos con un punto débil de
nuestra formación eclesial. Para decirlo tal vez con exagerada simplicidad,
nuestra práctica religiosa parece excesivamente inclinada hacia un “Dios para
nosotros”. Evidentemente el Señor que nos elige y quiere nuestra Salvación ha
entregado a su Hijo Único por nosotros, ha hecho Don de Sí porque nos ama. Pero
esto no es más que el movimiento unilateral del Dios Esposo y Amante que sin
embargo puede quedar inconcluso en nuestra respuesta libre. Que Dios nos ame
como nos ama no quiere decir que haya efectivamente Alianza, sino solamente que
Él fielmente la sigue ofreciendo y sosteniendo.
Para que la
Alianza se concrete es necesaria nuestra respuesta: “nosotros para y hacia
Dios”, “nosotros en Dios por la gracia de su Amor que es primero”. Si este otro
movimiento no se produjese la religiosidad cristiana podría desfigurarse, caer
en la tentación de entender a Dios como funcional a nosotros hasta volverse
utilitarista y pragmáticamente calculadora de intereses. En todo caso más que
una Alianza de Amor –que debe estar signada por la gratuidad y la libertad del
don de sí-, hallaríamos una negociación: “te doy para que me des” o “si me das
te doy”. Esto es lo propio de un culto idolátrico.
Dios quiere de
nosotros amor, no porque lo necesite, sino porque nosotros necesitamos conocer
su Amor gratuito y amarlo libremente con todo el corazón. Y en este sentido muy
probablemente haya que recuperar e insistir en la santidad. Una respuesta al Amor
de Dios que quiere amarlo solamente por Él mismo, más allá de todo rédito y
beneficio personal. Amar al Dios que es Amor y que nos ama, simplemente porque Amor
da y pide amor.
Volver a insistir
en la santidad como programa pastoral de la Iglesia –como quería San Juan Pablo
II-, supone proponer nuevamente un camino discipular centrado en contemplar a
Dios, el Misterio de su Amor por nosotros manifestado plenamente en Jesucristo,
en su Encarnación tan contundente en el Pesebre y en la Cruz, tan cotidiana en
la Eucaristía.
La profecía de
Oseas hoy también parece urgirnos a dejarnos seducir y re-enamorar por el Dios Esposo.
Nos invita a superar la inconstancia y a perseverar en la Alianza. Nos exhorta
a devolvernos enteramente y sin reservas al Señor que se ofrece primero enteramente
y sin reservas a nosotros.
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