Jeremías: el profeta de la interioridad, atravesado por el sufrimiento (4)

 

 


Una 1era. sección del libro de la Profecía de Jeremías se contiene en 2,1-6,30. Son oráculos bajo el reinado de Josías. Es un intenso tiempo de reforma religiosa donde se intenta erradicar la idolatría y reencontrarse con la ley de Dios para vivir la Alianza. En este contexto el profeta vuelve con elocuencia y crudeza a retomar la imagen sembrada por Oseas acerca del Pueblo cual esposa infiel.

Contemplemos el pasaje 2,1-13:

 

“Entonces me fue dirigida la palabra de Yahveh en estos términos: Ve y grita a los oídos de Jerusalén: Así dice Yahveh: De ti recuerdo tu cariño juvenil, el amor de tu noviazgo; aquel seguirme tú por el desierto, por la tierra no sembrada. Consagrado a Yahveh estaba Israel, primicias de su cosecha. «Quienquiera que lo coma, será reo; mal le sucederá» - oráculo de Yahveh -.”  (Jer 2,1-3)

 

En principio se trata de un recuerdo consolador. Dios vuelve su mirada hacia el pasado, hacia los orígenes del Pueblo, período de amor juvenil y Alianza sellada en el camino del desierto. Israel es el consagrado de Dios, quien se goza en él y le defiende celosamente, pues ambos están unidos por un recíproco amor. Sin embargo la remembranza se tuerce pronto hacia la amargura, la queja y el reclamo:

 

“Oíd la palabra de Yahveh, casa de Jacob, y todas las familias de la casa de Israel. Así dice Yahveh: ¿Qué encontraban vuestros padres en mí de torcido, que se alejaron de mi vera, y yendo en pos de la Vanidad se hicieron vanos? En cambio no dijeron: «¿Dónde está Yahveh, que nos subió de la tierra de Egipto, que nos llevó por el desierto, por la estepa y la paramera, por tierra seca y sombría, tierra por donde nadie pasa y en donde nadie se asienta?» Luego os traje a la tierra del vergel, para comer su fruto y su bien. Llegasteis y ensuciasteis mi tierra, y pusisteis mi heredad asquerosa.” (Jer 2,4-7)

 

Dios recuerda que su Pueblo se ha olvidado. Se ha olvidado de la obra de su Señor que lo eligió y lo rescató de Egipto, se ha olvidado de la gesta liberadora de la Pascua, se ha olvidado del tiempo de camino y formación para la Alianza en el desierto, se ha olvidado de la tierra de promisión que le concedió en su bondad. Y este olvido fatal ha terminado arruinando la obra de la Salvación, estropeando la promesa, corrompiendo cuanto era Gracia.

 

“Los sacerdotes no decían: «¿Dónde está Yahveh?»; ni los peritos de la Ley me conocían; y los pastores se rebelaron contra mí, y los profetas profetizaban por Baal, y en pos de los Inútiles andaban. Por eso, continuaré litigando con vosotros - oráculo de Yahveh - y hasta con los hijos de vuestros hijos litigaré.”  (Jer 2,8-10)

 

Aquella cándida novia de la juventud ahora en su adultez ha devenido en una apóstata y ha traicionado a su Esposo yendo detrás de los ídolos, a los cuales se califica como “inútiles”. Dios tiene litigio contra su Pueblo que le ha abandonado.

 

“Pues mi pueblo ha trocado su Gloria por el Inútil. Pasmaos, cielos, de ello, erizaos y cobrad gran espanto - oráculo de Yahveh -. Doble mal ha hecho mi pueblo: a mí me dejaron, Manantial de aguas vivas, para hacerse cisternas, cisternas agrietadas, que el agua no retienen. (Jer 2,11b-13)

 

El pasaje culmina con una lamentación en la que se invita a la creación a quedarse paralizada y atónita frente a la tragedia. Entonces introduce la famosa imagen donde se compara a Dios con un “Manantial de aguas vivas” y a los ídolos como “cisternas agrietadas que no retienen el agua”. Han cambiado la Verdad y el Bien por ilusiones y espejismos seductores pero llenos de falsedad y vacío. Mal negocio ha hecho aquella mujer, inocente y fiel en su juventud, que ha terminado pervirtiéndose.

Para completar la composición veamos también este otro pasaje contenido en la misma sección:

 

 “«Supongamos que despide un marido a su mujer; ella se va de su lado y es de otro hombre: ¿podrá volver a él? ¿no sería como una tierra manchada?» Pues bien, tú has fornicado con muchos compañeros, ¡y vas a volver a mí! - oráculo de Yahveh -.” (Jer 3,1)

 

Desde el inicio la parábola postula al Pueblo como una mujer muy manchada por su prostitución que ya no tiene derecho ni oportunidad para regresar a su Esposo.

 

 “Alza los ojos a los montes desolados y mira: ¿en dónde no fuiste gozada? A la vera de los caminos te sentabas para ellos, como el árabe en el desierto, y manchaste la tierra con tus fornicaciones y malicia. Se suspendieron las lloviznas de otoño, y faltó lluvia tardía; pero tú tenías rostro de mujer descarada, rehusaste avergonzarte.” (Jer 3,2-3)

 

Con tremenda descripción el profeta denuncia la entrega impúdica del Pueblo a cuanto amante idolátrico se apareciera en su camino. A consecuencia de su pecado las cumbres de las colinas eran como un desierto estéril y ya no había lluvias. Pero el Pueblo ni aun así se arrepentía y perseveraba descaradamente en su infidelidad.

 

“¿Es que entonces mismo no me llamabas: «Padre mío; el amigo de mi juventud eres tú?; ¿tendrá rencor para siempre?, ¿lo guardará hasta el fin?» Ahí tienes cómo has hablado; las maldades que hiciste las has colmado.” (Jer 3,4-5)

 

La pericopa termina con una sentencia condenatoria. Incluso se juzga negativamente el tardío intento de arrepentimiento, entendiendo que no es sincero. Evidentemente a la hora de este oráculo de Jeremías el Reino del Norte ya ha caído bajo Asiria y sufrido tanto destrucción como destierro. A esa situación del pasado no tan distante se aplican sus palabras. Pero entonces hábilmente el hombre de Dios conecta esta realidad señalada para que sirva de advertencia al Reino del Sur, quien ha caído en el mismo pecado y también pretende volver engañosamente a su Señor.

 

“Yahveh me dijo en tiempos del rey Josías: ¿Has visto lo que hizo Israel, la apóstata? Andaba ella sobre cualquier monte elevado y bajo cualquier árbol frondoso, fornicando allí. En vista de lo que había hecho, dije: «No vuelvas a mí.» Y no volvió. Vio esto su hermana Judá, la pérfida; vio que a causa de todas las fornicaciones de Israel, la apóstata, yo la había despedido dándole su carta de divorcio; pero no hizo caso su hermana Judá, la pérfida, sino que fue y fornicó también ella, tanto que por su liviandad en fornicar manchó la tierra, y fornicó con la piedra y con el leño. A pesar de todo, su hermana Judá, la pérfida, no se volvió a mí de todo corazón, sino engañosamente - oráculo de Yahveh -.” (Jer 3,6-10)

 

Haz memoria, nunca olvides quien eres ni a Quien perteneces

 

Una Reforma religiosa es siempre un intento de volver a los orígenes, a las raíces de santidad de la vocación. En este sentido el profetismo hace memoria de las maravillas obradas por el Señor y de la fidelidad de su Amor, intentando hacer recapacitar al Pueblo y purificarlo de las tentaciones y pecados que se le pudiesen haber pegoteado en el camino. La Reforma religiosa pues llama al arrepentimiento sincero del corazón, a una revisión de vida a la luz de la Palabra de Dios y a una puesta en valor de la experiencia que dio origen al trayecto. Se trata claro de una renovación de la Alianza.

Los profetas no dudaron en aplicar las durísimas imágenes de la prostitución a la situación del Pueblo Elegido. ¿Por qué nosotros no podríamos hacerlo también con la Iglesia peregrina en la historia, animada por el Santo pero aún penitente en sus miembros? Creo que es sano hacer memoria de la obra salvadora del Esposo Jesucristo por su esposa la Iglesia. De hecho lo hacemos constantemente en el culto que le dirigimos en Espíritu y en Verdad, ya por la liturgia de la Eucaristía y de los Sacramentos, ya por la plegaria en el Oficio Divino.

Quien verdaderamente ama recuerda y tiene siempre presente a su Amado y vigila sin desfallecer para guardarse en fidelidad. En este sentido la Iglesia peregrina se halla inmersa en una corriente permanente de conversión, una inacabada reforma de sí misma para vivir a imagen y semejanza de Cristo –dinámica que cesará cuando llegue a ser la Jerusalén Celeste-, una incesante renovación de su mente y corazón según el Espíritu.

O al menos este es el signo de su vitalidad y salud en la historia. Pues si decayera en esta continua renovación de la Alianza, haciendo memoria agradecida y creciendo en fidelidad a su Señor, si dejara de mirar con esperanza hacia la Gloria prometida, se daría cuenta que se ha  olvidado de quien es y a Quien le pertenece, que ha caído enredada por las tentaciones de este mundo y está atrapada bajo la red de inútiles ídolos agrietados.

No es mi intención ahora detenerme en considerar si nuestra Iglesia contemporánea se ha prostituido de alguna forma y en qué manera. En todo caso hacer con Jeremías un llamamiento a vivir en espíritu de reforma. A su vez implorar a Dios que nunca falten a su Pueblo en cada tiempo esos grandes reformadores que son los Santos, quienes se constituyen como el medio providencial para que el rescate de Dios en Jesucristo siga vigente siempre.

 

 


POESÍA DEL ALMA UNIDA 13

 



Perdidas ya todas las cosas

Se aquieta el viento tempestuoso

De cuantos engañosos afanes antaño

Blandían su empuje poderoso

 

Se erige entonces el silencio

De este oscuro y pobre sepulcro nuevo

Donde yace oculta y serena la Luz Viva

Aguardando el clarear de su renuevo

 

Han quedado atrás infames los peligros

Ya no mueve tentación maledicente

Solo se vigila y guarda con esmero

En el corazón un Amor indeficiente

 

Aquí la espera es tarea cotidiana

De una fe simple y sosegada

Que no vive ya para incremento

De la mundanidad ardiente ya apagada

 

 

DIÁLOGO VIVO CON SAN JUAN DE LA CRUZ 17

 

 

 CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE 17


LA ÚNICA LOCUCIÓN FINALMENTE ATENDIBLE


Mi hermano San Juan de la Cruz, habiendo explicado algo ya acerca de las diversas representaciones, conversaremos pues ahora sobre las locuciones o palabras interiores que adjudicamos a Dios en el ejercicio de la oración.

 

“…el que se atare a la letra, o locución, o forma, o figura aprehensible de la visión, no podrá dejar de errar mucho y hallarse después muy corto y confuso, por haberse guiado según el sentido en ellas y no dado lugar al espíritu en desnudez del sentido.” (SMC L2, Cap. 19,5)

 

“De donde se ve que, aunque los dichos y revelaciones sean de Dios, no nos podemos asegurar en ellos, pues nos podemos mucho y muy fácilmente engañar en nuestra manera de entenderlos; porque ellos todos son abismo y profundidad de espíritu…” (SMC L2, Cap. 19,10)

 

Seguimos claro con la misma tónica, prefiriendo la desnudez de espíritu, pues en cuanto interpretamos podemos errar o ser engañados. De hecho he visto tantas personas confiarse ciegamente a alguna palabra interior recibida o proferida por mediación de otros, que han equivocado tristemente el camino y se han debido lamentar por ello. Entonces les suele sobrevenir la crisis de fe: ¿por qué Dios me ha engañado?, ¿acaso yo no me confié en esta palabra Suya? Sin llegar a advertir que la confusión proviene de otra fuente, de nosotros, a quienes nos falta la debida humildad para aceptar que cuanto entendemos del Misterio será siempre limitado y la debida prudencia para no entregarnos mágica e ingenuamente a cualquier señal pues esperamos ser conducidos sin poner nada de nuestra parte. De esta forma nunca el error es nuestro sino de Dios que no sabe explicarse o que simplemente nos miente o nos dice apenas medias verdades.

¿Entonces nunca podremos consentir las comunicaciones divinas en nuestro corazón? Obviamente debemos aceptarlas agradecidos pero con espíritu de maduro discernimiento.

 

“…el maestro espiritual, apartándole de todas visiones y locuciones, impóngale en que se sepa estar en libertad y tiniebla de fe, en que se recibe la libertad de espíritu y abundancia, y, por consiguiente, la sabiduría e inteligencia propia de los dichos de Dios.” (SMC L2, Cap. 19,11)

 

“De esta y de otras maneras pueden ser las palabras y visiones de Dios verdaderas y ciertas, y nosotros engañarnos en ellas, por no las saber entender alta y principalmente y a los propósitos y sentidos que Dios en ellas lleva. Y así, es lo más acertado y seguro hacer que las almas huyan con prudencia de las tales cosas sobrenaturales, acostumbrándolas, como habemos dicho, a la pureza de espíritu en fe oscura, que es el medio de la unión.” (SMC L2, Cap. 19,14)

 

Entre la comunicación de Dios y la “audición” que hace la persona, la interpretación es relativa a factores que inciden significativamente. No interpreta igual el santo que el pecador, quien se conduce más carnalmente o más espiritualmente, quien es más inmaduro en las cuestiones de la fe y quien es más experimentado y se halla más probado en gracia, quien posee una mayor formación o quien es prácticamente ignorante.

Querido fray, cuántas veces he enseñado teología te confieso que he recurrido a esta sentencia tuya para bien introducirnos en la contemplación del Misterio.

 

“Él está sobre el cielo y habla en camino de eternidad; nosotros, ciegos, sobre la tierra, y no entendemos sino vías de carne y tiempo.” (SMC L2, Cap. 20,5)

 

Dios habla en camino de eternidad… Nosotros estamos ciegos sobre la tierra… Por tanto solo entendemos vías de carne y tiempo…

¡Cuántas veces, al pasar el tiempo, una interpretación de lo que Dios nos ha comunicado ha terminado ampliamente superada! Nos pusimos en camino creyendo que era esto o aquello lo que el Señor nos pedía, y ya andado gran parte del trayecto al mirar hacia atrás, descubrimos cuán insuficiente era nuestra interpretación primera. Dios quería decirnos mucho más de lo que podíamos en principio asimilar. Ahora el camino transitado nos ayuda a comprender todo cuanto Él quería para nosotros. Por eso yo suelo decir: “Los caminos de Dios no son en principio para ser comprendidos. Los caminos de Dios son para ser caminados.”

Caminamos impulsados por estas “locuciones divinas” –sean del tipo que fueren-, pero esta “audición espiritual de su voz” sin embargo debe ser humilde y en fe adulta, sabiendo aceptar desde el comienzo que su Misterio nos sobrepasa y que andamos como a tientas. La fe pues es esperanza, hasta diría que la fe es apuesta y abandono.

Claramente tenemos resguardos y seguros, señalamientos precisos que nos orientan. (Ya hablaremos de la importancia de la Revelación de Dios contenida en la Tradición y en la Escritura.) Como deberíamos tener maestros espirituales que nos ayuden a discernir, no intentar caminar solos sino en la solicitud de la Iglesia que nos acompaña en diálogo pastoral.

Pero aquí sin embargo surge una objeción. ¿Por qué Dios en la oración comunica lo que puede ser mal interpretado?

 

“Tiene un padre de familia en su mesa muchos y diferentes manjares y unos mejores que otros. Está un niño pidiéndole de un plato, no del mejor, sino del primero que encuentra; y pide de aquél porque él sabe comer de aquél mejor que de otro. Y, como el padre ve que aunque le dé del mejor manjar no lo ha de tomar, sino aquel que pide, y que no tiene gusto sino en aquél, porque no se quede sin su comida y desconsolado, dale de aquél con tristeza.

Condesciende Dios con algunas almas, concediéndoles lo que no les está mejor, porque ellas no quieren o no saben ir sino por allí. Y así, también algunas alcanzan ternuras y suavidad de espíritu o sentido, y dáselo Dios porque no son para comer el manjar más fuerte y sólido de los trabajos de la cruz de su Hijo, a que él querría echasen mano más que a otra alguna cosa.” (SMC L2, Cap. 21,5)

 

Ya vemos que el Padre acompaña pedagógicamente el crecimiento de sus hijos. Porque de una no podrán digerir el manjar escondido. Pero el problema se produce cuando los hijos se quedan detenidos caprichosamente en ciertas experiencias espirituales a las cuales se aficionan, interrumpiendo pues su andar. No quieren ya avanzar, se apropian de lo que no les pertenece y erróneamente consideran alto lo que aún es bajo. Porque les falta la humildad creen ser de los adelantados sin aceptar que siguen siendo principiantes. El Padre les da lo que aceptan para que no se queden sin nada, pero ciertamente quiere que se alimenten mejor y más nutritivamente. Por ello no debe cansarse el buen maestro espiritual de señalar la Cruz que está por delante. Debe ser un buen hermano, ayudando a los discípulos a liberarse de las ataduras que los retienen y favoreciendo que se encaminen a ser introducidos en el lenguaje de la Cruz; insensatez y locura para quienes no crecen, pero Sabiduría escondida de Dios para quienes son llevados a Unión.

 

“Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar.” (SMC L2, Cap. 22,3)

 

“Si te tengo ya habladas todas las cosas en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra, ¿qué te puedo yo ahora responder o revelar que sea más que eso? Pon los ojos sólo en él, porque en él te lo tengo todo dicho y revelado, y hallarás en él aún más de lo que pides y deseas. Porque tú pides locuciones y revelaciones en parte, y si pones en él los ojos, lo hallarás en todo; porque él es toda mi locución y respuesta y es toda mi visión y toda mi revelación.” (SMC L2, Cap. 22,5)

 

Finalmente debemos recordar que la Palabra de Dios es Jesucristo y que dicha gloriosa y salutífera Palabra se nos ha transmitido a través de la Tradición y la Sagrada Escritura. Como también recordamos que al Magisterio le toca como servicio guardar, transmitir e interpretar este Depósito de Fe para todo bien en la Iglesia. Por tanto la locución divina que el orante oye y la interpretación que realiza se mide siempre bajo el canon de la fe auténtica, es decir, no puede quitar ni agregar, completar o disminuir, menos cambiar o corregir el contenido de la Revelación pública. Es Jesucristo, Verbo del Padre, “el mismo ayer que hoy y para siempre” quien habla a los hombres para su Salvación. Esta Palabra Eterna y Testigo Fiel, según cuantos modos la economía de la gracia provee, se dirige a todos para sellar con cada uno Alianza de Amor.

Además queridísimo Fray Juan, insistámoslo una vez más, esta bendita Palabra de Vida se muestra esplendorosa y elocuente en la Cruz. Por tanto toda locución que se oiga contraria a este santo derrotero de la entrega de la vida por amor, la Suya por nosotros y la nuestra hacia Él, simplemente no viene de Dios ni conduce a Él. Porque toda Palabra que Dios ha querido dirigirnos ha sido proferida en plenitud en el silencio desnudo de la Cruz.

 


Jeremías: el profeta de la interioridad, atravesado por el sufrimiento (3)

 

 



Continuación del relato vocacional

 

El relato de la vocación de Jeremías no puede leerse sin dos perícopas anexas y contiguas. La primera de ellas se encentra en 1,11-14.

 

“Entonces me fue dirigida la palabra de Yahveh en estos términos: «¿Qué estás viendo, Jeremías?» «Una rama de almendro estoy viendo.» Y me dijo Yahveh: «Bien has visto. Pues así soy yo, velador de mi palabra para cumplirla.» Nuevamente me fue dirigida la palabra de Yahveh en estos términos: «¿Qué estás viendo?» «Un puchero hirviendo estoy viendo, que se vuelca de norte a sur.» Y me dijo Yahveh: «Es que desde el norte se iniciará el desastre sobre todos los moradores de esta tierra.” (Jer 1,11-14)

 

Se trata de una doble visión. En la primera sutilmente se ofrece un juego implícito de palabras entre almendro y centinela, términos que en el lenguaje hebreo comparten las mismas consonantes y que solo se diferencian por la vocalización. Dios será un vigilante-vigía-centinela para guardar a su pueblo. Y esa será la misión participada a Jeremías; el profeta deberá vigilar para que la Palabra de Dios sea oída por su Pueblo y se cumpla en la historia.

En la segunda visión, la olla hirviendo que se derrama y vuelca su contenido desde el Norte hacia el Sur, significa el castigo divino que recae sobre Israel mediante la invasión babilónica.

El segundo pasaje anexo al relato vocacional es el siguiente:

 

“Porque en seguida llamo yo a todas las familias reinos del norte - oráculo de Yahveh - y vendrán a instalarse a las mismas puertas de Jerusalén, y frente a todas sus murallas en torno, y contra todas las ciudades de Judá, a las que yo sentenciaré por toda su malicia: por haberme dejado a mí para ofrecer incienso a otros dioses, y adorar la obra de sus propias manos. Por tu parte, te apretarás la cintura, te alzarás y les dirás todo lo que yo te mande. No desmayes ante ellos, y no te haré yo desmayar delante de ellos; pues, por mi parte, mira que hoy te he convertido en plaza fuerte, en pilar de hierro, en muralla de bronce frente a toda esta tierra, así se trate de los reyes de Judá como de sus jefes, de sus sacerdotes o del pueblo de la tierra. Te harán la guerra, mas no podrán contigo, pues contigo estoy yo - oráculo de Yahveh - para salvarte.” (Jer 1,15-19)

 

Aquí se desarrolla un rib. Ya sabemos que se trata de un género literario que simula un juicio, litigio o querella. Es Dios el que pone asedio contra Jerusalén. Cuando Babilonia amenace el país y ponga sitio a la ciudad, deberán entender que es el mismo Señor quien por este medio se ha vuelto contra ella amenazante. La sentencia condenatoria es consecuencia de que el Pueblo ha roto la Alianza adorando a otros dioses-ídolos fabricados con sus manos.

El pasaje adelanta todo el contenido y la dinámica de la profecía de Jeremías. El profeta debe en nombre de Dios “apretarse la cintura y alzarse”, es decir, debe ser una presencia fuerte y firme que confronte al Pueblo. Se trata de un enviado de Dios al estilo de los reyes invasores que envían sus mensajeros prepotentes a amedrentar al pueblo para que no se resista y acepte el vasallaje.

A Jeremías se le promete que será sostenido por Dios en su misión: “no desmayes y yo no te haré desmayar delante de ellos”. Una misión dura y áspera tiene por delante: Dios hace guerra contra Israel y el profeta es la avanzada del ejército divino que paradójicamente es una nación extranjera: Babilonia.

Irónicamente el Pueblo tratará a Jeremías como a ciudad sitiada. Lo rodearán e intentarán doblegarlo pero resistirá porque Dios es su fortaleza. El Señor salvará al profeta que ha enviado y castigará a su Pueblo.

 

No desmayes, proclama con valentía mi Palabra

 

A veces en nuestros días percibo que la Iglesia peregrina está a punto de flaquear y desmayar frente a los embates de este mundo. Entonces para evitar la conflictividad se siente tentada a entregar la doctrina perenne de la Salvación a las modas temporales, la opinión pública o las agendas de los señores de la tierra. Comprendo el temor, también Jeremías hubiese preferido huir de su misión y la constante tensión a la que se verá expuesto lo hará vivir hondas crisis purgativas. Pero Dios es fiel. Y quiere sin duda que como Él es fiel a su Palabra, la Iglesia también lo sea.

Insisto, percibo una excesiva acomodación de la Iglesia contemporánea a una cultura que es hechura de una humanidad sin Cristo. Como si se estuviese renunciando a reclamar la conversión. Un “bautizar sin más” todo lo que se presente masivamente aceptado bajo simulacro de una falsa condescendencia divina que exceptúa de la santidad.

Yo creo que Dios enviará a nuestro tiempo profetas como “plaza fuerte”, posición elevada e inconquistable, estandarte enarbolado victorioso, signo de la fidelidad divina a su proyecto de Alianza Nueva y definitiva en la Pascua del Señor Jesús. Porque Dios por fidelidad a su Amor también pondrá sitio a lo mundano impío e inconverso, y si es necesario también sitiará a su Iglesia-Pueblo si llegase a romper la Alianza y se entregara a los ídolos.

 


POESÍA DEL ALMA UNIDA 12

 





 

Claridad de claridades

Que disipas las tinieblas

Refulge serena

En el alma a Ti unida

 

Oh mi Llama de Amor

Huésped  y Dueño

Cálido refugio

Reserva de Vida

Atalaya de centinela

Flecha que apunta a su presa

 

Claridad de claridades

Palabra que procede del Silencio

Tú que rompes la sordera

Y alumbras el sentido de los días

 

Oh mi Llama de Amor

Vida oculta en Dios

Escondida Presencia que fulgura

Secreto Camino que conduce

Discreta Sabiduría que dirige

Humilde Revelación de la Verdad Paterna

 

Claridad de claridades

Pastor Santo de ovejas penitentes

Y de voluntades entregadas

Que ya han dejado atrás el mundo

 

Oh mi Llama de Amor

Cuando reina la confusión

Y la oscuridad de los demonios arrecia

Tú das Luz indeficiente

A los ojos ya anochecidos a la carne

Que contemplan solo a través de tu Mirada

 

Claridad de claridades

Haz del alma a Ti unida

Santuario de sedientos peregrinos

Eleva aquí tu estandarte de Rescate

 

 

POESÍA DEL ALMA UNIDA 11

 



Recluso de Dios

Cierra tus ventanas

Y tus puertas también

Quédate en silencio

Y a oscuras

 

Recluso de Dios

Huye y calla

De la banalidad mundana

Aíslate

Que tu Esposo lo es todo

 

Recluso de Dios

Apártate del ajetreo

Entra en santa quietud

Vive establemente

En el umbral de la Unión

 

Recluso de Dios

Sé pobre y humilde

Desaparece cuanto puedas

Ocúltate hacia el anonimato

Que nadie te note ni extrañe

 

Recluso de Dios

Exorciza los demonios

Con penitente oración

Con sacrificio sereno

Y con muerte en su Cruz

 

Recluso de Dios

Sostén a la Iglesia

Y al mundo de los hombres

Sin que nadie perciba

Tu entrega en la noche

 

Recluso de Dios

Bendice hospedando

Bendice aquietando

Bendice intercediendo

Bendice uniendo al Señor

 

Recluso de Dios

Enciende la llama

Del holocausto sagrado

Y en la soledad de tu eremo

Levanta tu corazón inmolado

 


Jeremías: el profeta de la interioridad, atravesado por el sufrimiento (2)

 



Mensaje


Su profecía continúa, como en los profetas anteriores, interpretando la Alianza como amor esponsalicio entre Dios y su pueblo, con la posterior exigencia de justicia y santidad; sigue anunciando la preparación de un Resto y de un futuro reino mesiánico, aunque su Mesías es del todo escatológico y de ningún modo guerrero.

Lo novedoso de Jeremías surge desde su personalidad: la Alianza es una realidad interior. Es un profeta de la interioridad que anuncia una religión interiorizada. Lo fundamental es el encuentro-relación personal con Dios cuya expresión mayor es la oración. Lo que realmente importa es la circuncisión del corazón. La Alianza es una realidad que va más allá de las instituciones y del culto externo.


Estructura literaria y contenido

 

Podemos dividir el libro en 3 grandes bloques.

Bloque 1: 1,1-25,38. Hay una introducción general con sus títulos proféticos y luego el relato vocacional.

a) 1era. Sección: 2,1-6,30. Oráculos bajo Josías.

b) 2da. Sección: 7,1-20,18 Oráculos bajo Yoyaquim y las llamadas “Confesiones” del profeta .

c) 3era. Sección: 21,1-23,40. Oráculos y visiones contra Sedecías-Jerusalén, la casa real y los profetas áulicos (profetas profesionales de la corte).

*Los caps. 24-25 parecen ser tardíos, introducidos bajo Esdras-Nehemías hacia el 400 aC.  

Bloque 2: 26,1-45,5. Fundamentalmente son gestos simbólicos y oráculos actuados.

Bloque 3: 46-52. Oráculos contra las naciones.

 

Presentación vocacional

 

El relato vocacional se atestigua en 1,4-19. Se trata de una perícopa compleja, donde la dinámica del relato se apoya en matices y acentos con gran riqueza de sentido.  Es clásico leerla en contraposición con la vocación de Isaías, pues sin ser antitéticas expresan direccionalidades diversas que pueden y deben llegar a complementarse. Iremos leyendo el texto fragmentadamente para su mejor comprensión.

El género literario “relato vocacional” sigue cierta estructura. En principio Dios por sí mismo o por su ángel-mensajero debe aparecerse a quien es elegido.

 

 “Entonces me fue dirigida la palabra de Yahveh en estos términos: Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes que nacieses, te tenía consagrado: yo profeta de las naciones te constituí.” (Jer 1,4-5)

 

Pero aquí no hay una descripción de la aparición divina como cuando la vocación de Isaías en el Templo. Allí Dios se manifestaba como el totalmente Otro, inalcanzable en su grandeza, lleno de majestuosidad y tres veces Santo.  En Jeremías con simple sobriedad se afirma la experiencia típicamente profética: “la Palabra de Dios me fue dirigida”. Escuchan la Palabra del Señor –no importa ahora describir o precisar este fenómeno de locución divina sino su realidad-. Dios habla y el profeta escucha. Ya veremos que en el caso de Jeremías todo su vínculo con Dios es de base, experiencia interior.

Nuestro texto sostiene que “conocer” para Dios es elegir, distinguir, consagrar. En este sentido coincide con Isaías: el profeta es elegido y por eso distinguido, separado y destinado a la obra de Dios. Pero justamente esta distinción será para Jeremías su drama: ¿por qué a mí que quisiera pasar desapercibido? Adelantamos en parte la crisis testimoniada en sus “Confesiones”. Ya lo hemos afirmado: la misión profética será para Jeremías una fuente casi constante de sufrimiento personal, un encargo que a veces parece dirigirlo contracorriente de su personalidad.

Justamente por aquí pasará la objeción interpuesta al llamado. Siempre en los relatos de vocación se presentan objeciones.

 

“Yo dije: «¡Ah, Señor Yahveh! Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho.»” (Jer 1,6)

 

Soy un nahab (entre 20 y 30 años) y como sacerdote no tengo aún peso-autoridad para hablar en la asamblea litúrgica. Jeremías sabe que es alguien a quien no escucharán, a quien aún no se le prestará la atención requerida ni se le reconocerá prestigio suficiente. Pero Yahvéh le responde.

 

“Y me dijo Yahveh: No digas: «Soy un muchacho», pues adondequiera que yo te envíe irás, y todo lo que te mande dirás.  No les tengas miedo, que contigo estoy yo para salvarte - oráculo de Yahveh -.” (Jer 1,7-8) 

 

En este género literario Dios debe resolver los reparos que presenta quien es vocado. Observaremos repetidas veces en Jeremías que las objeciones, dificultades y crisis del profeta se resuelven por una renovada y más intensa presencia de Dios. La coyuntura ardua de su ministerio permanece, Jeremías la sufre pero el Señor prevalece. En este sentido se podría decir que “Dios lo puede o lo vence” a Jeremías y que él pues se deja vencer. Ciertamente hay tironeo pero finalmente la voluntad del profeta se allana a la Voluntad divina.

 

“Entonces alargó Yahveh su mano y tocó mi boca. Y me dijo Yahveh: Mira que he puesto mis palabras en tu boca. Desde hoy mismo te doy autoridad sobre las gentes y sobre los reinos para extirpar y destruir, para perder y derrocar, para reconstruir y plantar.” (Jer 1,9-10)

 

No puede faltar el envío. Ahora –ya como en una visión-, se produce el acercamiento del Señor que deja de ser solo Palabra para ser directamente “toque” que confirma el llamado-misión y favorece o destraba definitivamente la aceptación. Sin embargo no hay de parte de Jeremías ninguna palabra o gesto. Todo sucede como si Dios nuevamente se le impusiera y él le dejase hacerlo. Nuestro relato vocacional cierra con la misma insistencia: su ministerio profético será dramático. Porque si bien el Señor le dará toda su autoridad-poder, su tarea será conflictiva: esta permanente lucha se expresa en los binomios extirpar-destruir, perder-derrocar contrapuestos a reconstruir-plantar. Dios lo envía a purificar y talar de raíz al Pueblo  y a resembrar la Alianza. Y esta tarea será martirial para el profeta.

Hasta aquí entonces se percibe una dinámica contraria a la experiencia de Isaías I: el Dios de Jeremías es un Dios cercano al hombre y no separado-distante, la santidad pasa ahora por el abajamiento. El profeta lo busca en el estilo paradigmático de Moisés-Elías-Habacuq, es decir, predomina la dirección contemplativo-mística en la experiencia religiosa, un estar frente a Dios cara a cara. Al igual que Isaías su misión será claramente purificadora y dirigida a la conversión del Pueblo.

Veremos en el próximo artículo como se concreta el ministerio de Jeremías en el pasaje 1,11-19, ligado al relato vocacional.

 

Un Dios que se acerca y promueve una relación intensa

 

Siempre es mi intención mostrar la vigencia de la experiencia profética y su mensaje en el hoy de nuestra historia. Se me ocurren tres aspectos:

1)      Tanto la relación que cada cristiano tendrá personalmente con Dios, como el vínculo que se establecerá con la comunidad eclesial, estarán signados por la intensidad. “Cercanía de Dios” no siempre es sinónimo de “experiencia confortable”. Dios puede resultar de hecho bastante incómodo. El llamado que nos hace puede introducirnos en un derrotero dramático. La misión encomendada ponernos en continuo peligro. Por eso la relación queda también marcada por la fricción, la resistencia y la lucha.

2)      La coyuntura a la que Dios nos envía suele ser ardua. Necesita de nosotros para transformar una realidad que se ha alejado de su gracia y bendición. Esto supondrá soportar una cuota de sufrimiento, de entrega de la propia vida, de Cruz. Sin una disposición penitencial y martirial no será posible ejercer el ministerio encomendado.

3)      Sera necesario resolver favorablemente la relación con el Dios que llama y envía dejándonos vencer, configurándonos a su Voluntad y haciéndonos disponibles a cuanto nos pide. No nos faltará su poder pero será en medio de las adversidades. O sea, ya en cristiano, el camino del discípulo no será otro sino el del Maestro. “Si quieres venir en pos de Mí, renuncia a ti mismo, carga tu cruz y sígueme.”

Nuestra Iglesia contemporánea se muestra tan débil y vacilante en multitud de rostros y caminos personales porque los pretendidos discípulos siguen aspirando solo a una vida confortable y llena de consuelos, una vida enteramente de beneficiarios que no tienen que aportar nada propio. Y creo que sucede así porque la misma Iglesia –por diversas razones- ha malcriado a sus hijos. ¿Todavía no hemos aprendido que la sobreprotección solo engendra debilidad, vulnerabilidad, indefensión, inestabilidad e inconstancia?

Quizás también por eso solemos escaparnos de Dios, de una relación seria y profunda con Él. Dios a sus hijos los quiere bien y los forja martirialmente. La Iglesia debe recordarlo y volver a formar discípulos que puedan sostener con el Señor una relación cara a cara.

 

Jeremías: el profeta de la interioridad, atravesado por el sufrimiento (1)

 

 



Perfil del profeta

 

Según Jer 1,1-3  es un sacerdote de Anatot, de la tribu de Benjamín. Se trata de la ciudad donde fue desterrado por Salomón el sacerdote Abiatar (cf. 1 Re 2,26-27). Jeremías se entronca entonces con el sacerdocio de Aarón, de tronco levítico, y no pertenece a la familia del Sumo Pontífice de aquel tiempo (Sadoq) cuyos descendientes siguen ejerciendo en Jerusalén.

 

“Palabras de Jeremías, hijo de Jilquías, de los sacerdotes de Anatot, en la tierra de Benjamín, a quien fue dirigida la palabra de Yahveh en tiempo de Josías, hijo de Amón, rey de Judá, en el año trece de su reinado, y después en tiempo de Yoyaquim, hijo de Josías, rey de Judá, hasta cumplirse el año undécimo de Sedecías, hijo de Josías, rey de Judá, o sea, hasta la deportación de Jerusalén en el mes quinto.” (Jer 1,1-3)

 

Es pues un sacerdote yavista con raíces en el reino del Norte, proveniente de una familia que habría tenido a su cargo el sostén de algún santuario y que experimentó el destierro tras la caída de Samaría. Jeremías probablemente habría nacido en Jerusalén. Aunque sería esperable lo contrario, sin embargo se muestra totalmente identificado con el Sur y como un Deuteronomista a ultranza.

Ya entenderemos cuán importante rol juega su personalidad, propia de un solitario. Se le nota afectivamente muy sensible, introvertido, sentimental, retraído y tímido. Será entonces su temperamento la causa de un constante sufrimiento en la misión de anunciar al pueblo el castigo del exilio si persiste en la idolatría. Su ministerio es dramático y casi una violencia contra sí mismo. Jeremías se ve en la obligación de anunciar lo que no desea: ¡él, que quisiera profetizar palabras de salvación y consuelo, es enviado por Dios a proclamar el castigo y la destrucción de Jerusalén!

Además de esta tensión interna que nunca lo abandona, Yahvéh le manda introducirse en el palacio real como consejero y le inspira hacer gestos para llamar la atención sobre su mensaje profético. El resultado es terrible: varias veces lo apalean con dureza, viven persiguiéndolo e intentando matarlo. De allí que se le haya presentado por los primitivos cristianos como un precursor del sufrimiento de Cristo.

Su ministerio será extenso: unos 30 años, desde el 626 (13 de Josías) al 587 (muerte de Sedecías) y quizás algo más desterrado en Egipto.

En 16,1-2 habla de su celibato:

 

“La palabra de Yahveh me fue dirigida en estos términos: No tomes mujer ni tengas hijos ni hijas en este lugar.” (Jer 16,1-2)

 

O estaba casado y tras enviudar Dios le pidió no volver a casarse, o estaba casado y por comprender la profecía como sacerdocio se le pide continencia (vivir como si estuviera siempre en el servicio del Templo). La segunda opción sería un signo del dolor que está por sobrevenir al pueblo.

Soportará profundas crisis espirituales que exteriorizará al estilo de unas “confesiones”. La más profunda le lleva a maldecir el día de su nacimiento.

 

Llamado a hacer penitencia y a sufrir por el Pueblo

 

Al introducirnos en la profecía de Jeremías quisimos adelantar este rasgo tan propio de su servicio: Dios le pondrá en medio del conflicto, en el sitio más álgido de la batalla contra el mal. Allí tendrá que permanecer fiel y fuerte, sostenido solo por el Señor y experimentando a la vez toda su fragilidad. Su propia persona será pues el mayor signo profético.

“Varón de dolores” se podría afirmar de él. Profeta forjado en la penitencia y en el ofrecimiento de su continuo sufrimiento personal por la salvación de su Pueblo. Vive una santidad que es rechazada y perseguida, pero que no deja de interpelar al pecado del Pueblo a costa de sufrir una lacerante persecución. Su misión profética coincidirá plenamente con la entrega de su propia vida.

Y nosotros los cristianos a menudo olvidamos que no es posible salvar ni rescatar sin poner el propio cuerpo. Jeremías, anticipo de Jesucristo el Cordero inmolado por Dios, nos lo recordará con su inquietante testimonio.

Quisiera recordar una plegaria personal elevada en los tiempos duros de la crisis por la pandemia que rezaba simple y contundente: “Te suplico, Señor, un alba nueva por una Iglesia que viva hacia tu Gloria con discípulos crucificados en tu Amor.” Porque no será posible anunciar el Reino, señalarlo y visibilizar su presencia en la historia, sin ser crucificados.

Se me antoja que Jeremías nos ayudará a tender un puente también hacia San Pablo y a los primitivos tiempos apostólicos. Nos anunciará que debemos también hoy nosotros “llevar las cicatrices de Jesús” y completar en los días de los hombres cuanto falta a los padecimientos de la Pascua del Señor. Pues el Día del Señor no amanecerá sin sufrimiento personal por amor, sin penitencia y entrega de la propia vida, sin identificarnos con el camino de Jesús, el Cristo.




DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 42

LA PURIFICACIÓN INTERNA DE LA IGLESIA (I)   “Por esto mismo les he enviado a Timoteo, hijo mío querido y fiel en el Señor; él les record...