EL DISCERNIMIENTO ESPIRITUAL

 

 
 



La vida en Cristo, no se trata solo de un vínculo personal (que podría terminar en un “espiritualismo”, en un intimismo emocionalista desencarnado), sino de un concreto modo de vivir al estilo del Señor. Unirse a Cristo y vivir en Él es obrar como Él. “Pero quien guarda su Palabra, ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. Quien dice que permanece en él, debe vivir como vivió él.” (1 Jn 2, 5-6)

 

OBRAR EN CRISTO = DISCERNIR LA VIDA EN EL ESPÍRITU

 

Discernir significa distinguir, y no se me ocurre acción más apropiada para ejemplificarlo que el pasar las substancias por un tamiz o colador. El objetivo del discernimiento espiritual es descubrir la voluntad de Dios sobre mi vida y tal vez podría sintetizarse en esta pregunta fundamental: ¿Qué haría Jesús en mi lugar? Obviamente, a la raíz del discernimiento está el amor a Dios, el deseo de ser fiel, de llevar una vida santa. Hay momentos más cruciales y decisivos de la vida donde el discernimiento espiritual se hace evidentemente necesario; sin embargo, el cristiano que aspira a una vida espiritual madura, constante y sin fisuras, debería recurrir siempre a él.

 

Algunos criterios básicos y reglas de discernimiento

 

1)   El discernimiento espiritual es un Don del Espíritu Santo. Por lo tanto hay que pedírselo a Dios en la oración. Pedirle la Sabiduría que proviene de su Espíritu. Ayuda siempre a realizar un buen discernimiento hallarse en gracia de Dios.

 

2)   El discernimiento espiritual supone manejar algunas reglas o criterios básicos. La Sagrada Escritura es una fuente privilegiada de criterios. Además, a lo largo de dos milenios, en la Iglesia muchos maestros espirituales nos han dejado pautas de discernimiento aprendidas en el transcurso de su propio seguimiento de Cristo.

 

3) El discernimiento espiritual necesita ser confrontado y confirmado. Por lo tanto, nunca se hace enteramente solo; tal actitud es un engaño. No basta ser iluminado por el Espíritu y manejar bien las reglas; todo discernimiento debe ser confrontado y confirmado por la Iglesia. La mediación eclesial se llama en este caso dirección o acompañamiento espiritual. Se trata de recurrir con periodicidad a un hermano experimentado de modo que, en la presencia de Dios, él o ella puedan confirmar el modo de caminar tras las huellas de Jesús y hacer las sugerencias o correcciones necesarias. Hay que evitar 2 extremos:

a) Recurrir al director espiritual para tomar cada decisión puntual: tal actitud sería insostenible prácticamente y, por supuesto, inmadura y excesivamente dependiente.

b) No tener acompañante, privatizar la Vida que Dios me dio por medio de la Iglesia, el acostumbrado yo me las arreglo solo. Esta actitud nos deja fuera del cuidado pastoral de Jesús por medio de los hermanos, o expresa la resistencia y rebeldía a la obediencia pastoral.

 

4) En la vida espiritual experimentamos 2 tiempos o movimientos básicos: consolación y desolación.

Tiempo de consolación: No hay dificultades en la relación personal con Dios. Hay gusto y deseo por la oración, necesidad del encuentro. Se tiene claridad y firmeza en la decisión de seguir a Jesús. Es un tiempo donde prima la paz y la alegría interior, el buen ánimo y el deseo de santidad, la búsqueda de lo que agrada al Señor. Claro que pueden haber también situaciones difíciles y dolorosas, pero no obstaculizan la relación con Dios, se las vive con Él y desde Él.

· La consolación nos mueve a inflamarnos más en el amor de Dios, a convertirnos del pecado, a buscar la voluntad del Señor.

· La consolación de 1º grado viene ciertamente de Dios porque no hallamos causa que la preceda.

· La consolación de 2º grado tiene causa precedente y debe ser discernida a la hora de tomar decisiones pues puede estar mezclada con mal espíritu o proceder engañosamente de él. (El enemigo se disfraza de ángel de luz: propone al comienzo una intención devota que agrada al alma para sacar de ella algún mal hacia el final).

· Se debe vivir con humildad meditando en la maravilla que es la gracia de Dios, sin autoglorificaciones o presunciones humanas (tentación de centrarnos en nosotros y en nuestra fuerzas) sino como pobres agradecidos del don que se nos hace.

· Se debe preparar para la próxima desolación meditando sobre cómo se la superará. Es tiempo propicio para tomar decisiones pues nos mueve más el buen Espíritu.

Tiempo de desolación: La relación con Dios se hace dificultosa y estéril. Es tiempo de desierto. Falta el deseo por la oración. A veces parece que Dios se ausenta o se queda callado. A veces esa experiencia de sequedad espiritual o de vacío nos impulsa a alejarnos de Él, a escaparnos de su Presencia. Hay confusión, duda, angustia, temor u otros sentimientos que nos desestabilizan. El alma está oscura y turbada, triste y perezosa, sin esperanza y tocada por la desconfianza, e inclinada hacia lo bajo. Nos encontramos frente a una crisis-prueba de fe o frente a una situación de tentación. Las causas de este tiempo pueden ser:

a) Situaciones de vida difíciles de aceptar que me colocan en crisis, en rebeldía con Dios.

b) Producto de la mediocridad de la vida espiritual o de una situación de pecado no superada o de un embate de tentaciones que no son rechazadas.

c) Dios nos pone a prueba para fortalecer nuestro amor y deseo de seguimiento, o para que valoremos que dependemos de él y de su gracia.

d) Un don de Dios que prepara un crecimiento en la vida espiritual. (En este último caso hay notables diferencias con la descripción que precede de la desolación. Aquí no se encuentra en crisis la relación con Dios sino el modo de presentarse Dios a la persona. Si hay confusión es resultado de la novedad, del cambio en el estilo de la comunicación. Sin embargo quedan en pie el deseo del encuentro con Él, la voluntad de seguimiento y la confianza de que esta esterilidad o aparente ausencia provienen de Él, de su pedagogía y que son para nuestro crecimiento. Se hace realidad en la vida contemplativa y en las purificaciones infusas.)

En los tres primeros casos no es tiempo propicio para tomar decisiones nuevas pues es tiempo donde nos mueve más el mal espíritu. Se deben sostener las decisiones tomadas en tiempo de consolación. Se debe evitar la tendencia al aislamiento y recurrir con prontitud a la comunidad y al director espiritual a quienes hay que obedecer.

· La desolación nos inclina a separarnos de Dios y de la comunidad hacia el pecado.

· En la tentación la regla básica es resistir, fortalecer la voluntad y luchar hasta rechazarla. Si así lo hacemos salimos fortalecidos, crecemos en fidelidad. Tiempo de prueba que se debe soportar con paciencia.

· Nos ayuda a conocernos y a valorar la hondura y firmeza de nuestras convicciones evangélicas.

· Cuando hay tentación en el reverso hay una gracia que el enemigo nos quiere arrebatar. Bien discernida puede ser un camino para descubrir o valorar una gracia puntual.

 

5) El discernimiento espiritual supone distinguir de dónde vienen las mociones interiores y hacia dónde me llevan. “Moción interior” designa todo impulso, pensamiento, estado de ánimo, sentimiento o emoción que nos invita a actuar de cierto modo. Dichas mociones tienen 3 fuentes de procedencia: nuestra propia naturaleza, el mal espíritu y el Espíritu de Dios. Sólo debemos obrar según aquellas mociones que vienen de Dios y que nos llevan a Él. Es clave el discernimiento, porque a veces no todo lo que parece provenir de Dios o llevarnos a Él, proviene efectivamente de Él. Hay engaños muy sutiles que sólo descubre quien ya se encuentra muy experimentado en el discernimiento. Por eso a veces nos pasa que creyendo hacer un bien la cosa termina mal. Discernir es un aprendizaje para descubrir lo que es de Dios de lo que no lo es. Intentemos alguna ejemplificación didáctica.

· Cuando andamos ganados por el mal espíritu, de pecado en pecado, el buen Espíritu nos mueve al arrepentimiento y a la conversión.

· Cuando andamos en gracia el mal espíritu puede movernos a escrúpulos o remordimientos falsos, a desesperarnos o a pensar que no es posible la santidad; nos desanima y pone obstáculos para crecer. El buen Espíritu nos alienta y anima.

· El enemigo se hace fuerte cuando condescendemos y se debilita cuando lo resistimos.

· El enemigo nos ataca por dónde estamos más débiles y desguarnecidos.

· El buen Espíritu produce alegría y gozo y remueve turbaciones y tristezas.

· El mal espíritu produce engaños, nos quiere turbar y hacer desconfiar.

· El buen Espíritu tiende a tocarnos suave y profundamente en el centro del alma.

· El mal espíritu tiende a ser bullicioso y movilizar las capas más superficiales (pensamientos y sentimientos).

· Las mociones del buen Espíritu en el principio, medio y fin nos inclinan al bien y a crecer hacia un bien mayor.

· Aunque comience bien, si en el medio o en el fin se percibe algún mal o se tiende a decrecer en el bien o el alma se distrae de Dios y se conturba es señal de que la moción proviene del mal espíritu.

· Discernir las mociones nos ayuda a conocer cómo actúa la gracia y cómo la tentación, capitalizando la experiencia para que nos ayude a discernir mejor en el futuro.

 

6) El discernimiento espiritual es un camino de conocimiento y aceptación de la propia persona. Nadie puede seguir a Jesús e intentar vivir a su estilo sin clarificar cuáles son sus capacidades y sus limitaciones, sin medir sus fuerzas, sin contar con su temperamento y con las condicionantes de su propia historia de vida. Por eso a veces el discernimiento se torna crudo: hay que aceptarse, hay que abrazarse, hay que amarse. No se puede caminar hacia la santidad queriendo ser otro que uno jamás podrá ser. Hay que poner la propia persona bajo la mirada de Jesús para que nos ayude a reconciliarnos con nosotros mismos en vez de vivir quejándonos o decepcionándonos por lo que no podemos ser. Dios sabe quienes somos y quienes podemos llegar a ser; nosotros, muchas veces, nos auto-engañamos.

 

7) El cristiano obra por la fe y no por ideas o sentimientos. El cristiano actúa de acuerdo a lo que cree y no solo a lo que siente o piensa. En tiempo de desolación esta regla es vital para sobrevivir: aprender a obrar por convicción. No se hace el bien cuando se tiene ganas, ni se cultiva la vida espiritual cuando se tiene gusto. Se obra y se ora en relación con una Persona, con Jesucristo y nadie abandona a quien dice amar cuando las cosas no parecen andar como uno lo espera: tal amor sería o poco o falso. Discernir es aprender a vivir desde un nivel más profundo que los estados de ánimo, sentimientos, emociones, ideas u opiniones. Discernir es aprender a vivir desde la fe.

 

8) El Dios que se comunica y que gesta comunión no puede sugerirnos vivir a escondidas y aislados. Una de las grandes tentaciones de la vida espiritual es apartarse de Dios y de la comunidad. Cuando la moción interior nos induce a no compartir la vida con los hermanos, a no sacar a la luz nuestra situación de opresión interior o de pecado, a abandonar la relación con Dios en tiempo de esterilidad o a no acercarnos a la comunidad en tiempos de desolación, cuando nos hace creer que a Dios y a la Iglesia uno sólo puede acercarse cuando está bien y sin dificultades, cuando nos pinta el cuadro de que Dios y la comunidad nos van a rechazar debido a nuestras limitaciones o pecados y que sólo nos queda por delante el camino de quedarnos solos, esa moción no es de Dios. Seguirla nos conducirá a una situación peor: nuestra Vida en el Espíritu enfermará, agonizará y morirá. Tal situación sólo se salva haciendo lo contrario a lo sugerido, poniéndose bajo la luz de Dios, de la comunidad y del director espiritual.

· El enemigo desea actuar manteniéndose secreto y escondido pero huye cuando denunciamos la tentación a la que nos somete.

 

9) Se discierne para cuidar la gracia recibida y sus frutos. No se trata de que Dios nos regale con abundancia y nosotros derrochemos alocadamente. Discernir es aprender a cuidar la gracia recibida en tiempo de consolación de modo que no nos falte en tiempo de desolación. Cuando llegue el tiempo de la prueba y de la contradicción mejor es que nos encuentre firmes en Dios. Quien sabe cuidar lo que Dios le da no se quiebra ante la prueba sino que sale airoso, entero y crecido en gracia.

 

10) El discernimiento es un aprendizaje continuo. Nunca se termina de aprender a discernir: a) porque la Vida en el Espíritu crece y nos coloca frente a gracias y experiencias nuevas, b) porque nosotros mismos y las circunstancias de nuestra vida también cambian, c) porque no siempre aprendemos de los errores y podemos volver a repetirlos. El discernimiento espiritual es como una capitalización de experiencias a base de ensayo y error. A menudo la situación es comparable con otra ya vivida y eso nos facilita comprenderla. Cuanto más se ejercita el discernimiento mejor se discierne.


Los profetas y su vigencia hoy. Una mirada de síntesis (2)

 


Segundo tiempo

 

Un segundo momento en nuestro trayecto lo atravesamos junto al profeta Jeremías. Obviamente no desconocemos a otros profetas contemporáneos de este período. Todos han vivido un tiempo convulsionado y violento. Se han intercalado lapsos de intensa Reforma religiosa propiciada por el movimiento Deuteronomista y avalada por algunos monarcas, como también lapsos de monarcas más proclives a la cultura pagana y por ende permeables a todo tipo de prácticas idolátricas.

La caída del Reino del Norte bajo Asiria ha dejado al Reino del Sur como la única concreción de Israel en cuanto Pueblo elegido, reforzando el fervor nacionalista, la teología del único Templo en Jerusalén y la preeminencia de la dinastía davídica. Pero el decaimiento de Asiria que ha permitido un tiempo sin presiones externas rápidamente muta hacia el crecimiento vigoroso de Babilonia bajo cuya amenaza Judá sufrirá doble asedio y deportación.

Jeremías se levantará como el gran profeta de este período. Su vocación personal estará signada por la doble experiencia de la interioridad y del sufrimiento. La crisis será el hábitat constante de su profecía. Sobre todo con su propia vida dará testimonio de fidelidad a Dios en medio de las tribulaciones y persecuciones a las que de continuo será sometido. Se mostrará como quien joven y débil es capaz de ser instrumento de la obra purificadora del Señor, quien quiere plantar y desarraigar, edificar y destruir. Y podrá hacerlo justamente desde una profunda interioridad, por su actitud de ponerse delante de Dios cara a cara con desgarradora sinceridad. Y la gracia divina le sostendrá, una y otra vez lo relanzará a una misión conflictiva y polémica. Dios por el ministerio de Jeremías encarará a su Pueblo, le gritará la verdad que no quiere escuchar y lo llamará a una profunda conversión de corazón.

Ciertamente la Alianza pisoteada y rota por el persistente pecado del Pueblo será  restablecida como Alianza Nueva grabada y sellada en el corazón. Alianza nueva y Espíritu nuevo. Todo un proceso de interiorización de la Ley. Es hora de superar una práctica religiosa formalista y exterior que tenía resabios tanto de magia como de superstición y que no favorecía la responsabilidad personal; reemplazándola por una mística del vínculo personal con el Señor, por una espiritualidad en fuerte clave vocacional que permitirá también sustentar el paso necesario e ineludible por el sufrimiento purificador.

Ya en la vocación de Isaías la Santidad de Dios suponía la purgación del Pueblo como Resto Fiel. Ahora en Jeremías cada persona entiende que la Redención es inseparable de un proceso personal que supondrá fidelidad en el sufrimiento, a causa del misterio de iniquidad que se opone al plan de Dios y que cada hombre tendrá batalla en su interior. Su propio camino vocacional introducirá el misterioso sufrimiento expiatorio del Siervo de Yahvé y permitirá vislumbrar el designio escondido de un Mesías inmolado y oferente.

Sin duda la profecía de Jeremías constituye un crucial tiempo de gracia, una verdadera bisagra y salto de nivel en términos de espiritualidad. El Pueblo entero y cada hombre son llamados a una relación nueva y sincera con Dios, a un cara a cara marcado por la fidelidad y la conciencia de responsabilidad, a un amor maduro que se entregue sin reserva a su Señor, dispuesto pues a todo por Él y con Él.

 

No rescatarás sin poner tu propio cuerpo

 

La Cruz. Siempre la misma piedra de escándalo. ¿Por qué la Cruz? ¿No podríamos diseñar una Salvación sin ella? ¿Por qué debe quedar entrelazado, mientras peregrinamos en la historia, el amor al sufrimiento? ¿No existe algún camino para ascender a la cumbre de la Alianza que no requiera purificación alguna? ¿Por qué la exigencia de renuncia y entrega de la propia vida? ¿Por qué el Resucitado se aparece exhibiendo imprudentemente las llagas y heridas de su Pascua? ¡Escóndelas! ¡No las soportamos! ¡Solo deseamos olvidar la Cruz!

¡Cuán ignorantes somos aún de la ciencia y locura y sabiduría de la Cruz de Cristo! No acabamos de aceptar en toda su hondura el misterio del Amor que vence al misterio de la iniquidad. Hay cristianos que dudan de la existencia del Maligno y otros que no creen en la doctrina del pecado original. Hay cristianos que siguen esperando que Dios nos salve enteramente desde fuera y sin nosotros, como otros que postulan una suerte de salvación irrestricta y automática sin concurso de la libertad del hombre sino tan solo por la decisión unilateral de un omnipotente determinismo divino. Pero en el fondo son solo las excusas anestésicas de un inmenso mecanismo de negación. No queremos ver ni aceptar la realidad pues siempre termina en el misterio de la Cruz.

Y entonces, si el nihilismo que proclama la nada y el absurdo resulta demasiado angustiante y no es un camino fácilmente aceptable para estos cristianos ni para las amplias mayorías humanas que necesitan un final feliz para la historia, ¿qué opción habrá? Aparece aquí la oportunidad para una “religión globalista de la pos-verdad”, consumible a la carta y hasta con amplias opciones de diseño individual. Entre sus mayores prestaciones cuenta con la ausencia de antinaturales dogmatismos y con su capacidad de ofrecer una flexible, confortable y privatizada relatividad sin culpa. Por supuesto su mayor eficacia se orienta a disolver la absolutez de Jesucristo y remover para siempre el insoportable universo de la Cruz.

Es por eso que admiro tanto a Jeremías. Él se animó a ser sincero consigo mismo y gritarle a Dios cara a cara su amargura y el deseo de huir de tanto sufrimiento inentendible. Pero también fue valiente para seguirle sosteniendo la mirada y no cerrarse a sus palabras. Casi diríamos que luchó con Dios pero también que se dejó vencer. No pudo ni quiso rechazar el Fuego que le quemaba y encendía desde el hondo y secreto interior. Aceptó aquel Fuego impetuoso con todas sus irreversibles consecuencias. Una y otra vez resolvió aquella encrucijada en el sentido de la entrega de sí mismo a Dios, en el sentido de una fidelidad con apertura al Misterio que le sobrepasaba. Grabó el Señor una Alianza Nueva en su corazón, cambiado de piedra a carne, por su Espíritu. “Jeremías, no rescatarás sin poner tu propio cuerpo”. Y de esa manera le convirtió, por un amor sufriente para redención, en profecía viva del inesperado Mesías elevado en Cruz.

Dime tú Iglesia, ¿acaso has olvidado lo que los Apóstoles y Santos Padres bien reconocían y enseñaban? Dime tú cristiano, que has recibido la Nueva y definitiva Alianza – y por tanto gozas ya en primicias la plenitud de sus bienes-, ¿no te avergüenza que un profeta de la primera economía –quien aún esperaba lo que a ti se te ha manifestado- comprenda y viva más adecuadamente el misterio de la Salvación? No, no es hora de excusas sino del coraje de una vida teologal bien fundada. ¡Que la esperanza le sostenga la mirada a su Dios! ¡Que la fe preste oído obediente a su Palabra! ¡Que el amor se arroje confiado y se ponga enteramente entre sus manos! Y el Padre entonces nos dirá: “¡Configúrate a mi Hijo, pues a imagen y semejanza suya te he creado!” Soplará como siempre sorpresivo el Espíritu que resuelve encrucijadas. Y volverá a resonar la voz del Padre: “¡Aquí la Cruz, abrázala, abrázala!”

 

 


Los profetas y su vigencia hoy. Una mirada de síntesis (1)

 



 

El trayecto recorrido

 

Vamos cerrando esta hermosa aventura que compartimos con el movimiento profético, sobre todo intentando echar luz sobre la actualidad de la Iglesia en el mundo. Se imponen pues unas palabras finales a modo de síntesis.

Como ya se habrán dado cuenta nos concentramos en las grandes líneas teologales presentadas por los tres profetas mayores –Isaías, Jeremías y Ezequiel- junto a las intuiciones de los iniciadores –Amós y Oseas-. Y el trayecto nos ha quedado delineado en tres periodos.

 

Primer tiempo

 

Un primer tiempo coincidió con los ministerios de Amós, Oseas e Isaías I. Al comenzar el movimiento de los “profetas escritores” -tras aquellos profetas de la acción que eran Samuel, Elías y Eliseo-, los interrogantes eran los mismos: ¿quién era Dios y qué pretendía?, ¿quién era el Pueblo y a qué estaba dispuesto?, ¿cómo vivir la Alianza entre dos tan disímiles?, ¿cuál sería la pedagogía divina para llevar adelante la purificación y maduración de su Pueblo? Estos interrogantes claramente no se hallan anclados en el pasado sino que son siempre vigentes. También son las preguntas propias del hoy de la Iglesia que camina en la historia. Pues son interpelaciones acerca de la cuestión más crucial: ¿quién es Dios, quién es el hombre? y, ¿podrán encontrarse?

Dios según estos profetas es tanto un Justiciero celoso y protector de pobres y débiles; como un Esposo fiel y Amante generosamente paciente; como el tres veces Santo, totalmente Otro y trascendente que se acerca y santifica a los suyos. El Pueblo empero consiente la hipocresía de una religiosidad formalista y vacía que no se verifica en su conducta, siembra profundas injusticias y atenta contra la vida de los más pequeños; a su vez se ha acostumbrado a la idolatría y no logra arrancarla de su corazón; en definitiva está siempre lastimando y quebrando la Alianza con el Señor. No habrá pues otro horizonte por delante que el de una profunda purificación, donde tendrán que hacerse cargo y padecer las consecuencias de su propio pecado y volver a los comienzos de su identidad: la esclavitud en Egipto ahora por el destierro en Asiria; el retorno al desierto mediante el exilio que les posibilitará recobrar la sensatez, volver a escuchar la Palabra y restaurar la Alianza; y finalmente la esperanza de poder llegar a ser el Pueblo que Dios eligió. De nuevo, este proceso es atemporal, en el sentido que es el proceso típico del corazón humano en trabajo de conversión.

 

¿Una Iglesia atrapada entre los pecados irresueltos del pasado?

 

El presente eclesial nos muestra la urgente necesidad de penitencia y conversión permanente, personal y comunitaria en todos los niveles y ámbitos. Siempre nos acecha el peligro de vivir una religiosidad falseada, una disociación entre los gestos exteriores, las posturas visibilizadas y las verdaderas intenciones del corazón.

De hecho la renovada disputa que retoma el pasado inmediato posconciliar entre sectores “tradicionalistas conservadores” y “reformadores progresistas” –si es que verdaderamente existe y no se trata apenas de un relato ideológico de los supervivientes de aquella generación-, aparece como un debate poco profundo sobre temas sensibles pero de escasa relevancia a causa del tratamiento pragmático y utilitarista que sirve de contexto.  Mas bien se asemeja a un delirante intercambio entre señores vetustos y quizás bastante frustrados que como adolescentes caprichosos insisten en su pasión por la politización de la vida cristiana. El resultado es que los sencillos, los pobres y débiles del Pueblo de Dios resultan escandalizados.

Además venimos arrastrando una crisis de equilibrio en la relación Iglesia-mundo. Desde un punto de excesivo distanciamiento y ruptura, la transición se ha pasado de eje hacia una confusa mimetización, a tal punto que el secularismo en cuanto proceso de autonomía absoluta de la realidad temporal con respecto a la realidad trascendente y eterna ya está resonando bullicioso ad intra del cuerpo eclesial. Y bajo su influencia -o quizás sería mejor decir “infestación”- se van erigiendo climas heréticos y riesgos cismáticos. A mí ver tres “hábitats heresiarcas” están proliferando:

1.      La negación de la divinidad de Jesucristo y también de suyo el oscurecimiento doctrinal sobre la unicidad de la Salvación por el Único Mediador entre Dios y los hombres, justamente Él, verdadero Dios y verdadero hombre. Dando lugar bajo pretexto de diálogo interreligioso a confusas declaraciones y prácticas donde el Señor queda igualado o integrado en un “nuevo panteón de dioses paganos” que se propone como religión global. Se trataría de una novedosa “caridad sincretista”. Nuestros profetas probablemente las habrían catalogado de “idolatrías”. Aunque tal vez también advirtiesen que no pasa de un “juego a dos bandos” de quien aún no ha realizado su opción de Fe.

2.      El ataque constante a la doctrina de la Revelación y la insuficiente comprensión del carisma de la inspiración bíblica. Junto a una inexacta y restrictiva presentación del “sentido de fe del Pueblo de Dios” desvinculado de la Tradición y anclado en la epocalidad presente. La pretenciosa propuesta de admitir “nuevas fuentes de revelación” que podrían completar, atemperar y hasta corregir al Depositum Fidei. Y claro el “movimiento democratizador” que intenta suplantar la “identidad pastoral que Cristo ha querido dar a su Iglesia” por las prácticas del consenso y la configuración a la opinión pública derribando si es posible para siempre la función Magisterial.

3.      La “cancelación de la escatología” pues en la práctica se ha instalado que la Salvación es para todos y automática, que la “misericordia” se ejerce más allá de la conversión y que la libertad humana no será tenida en cuenta por Dios. “Yo te perdono igual aunque no lo pidas ni quieras ser perdonado”. El Señor está “encaprichado” en salvarnos y ejerce “autoritaria y tiránica misericordia”. Un raro amor de Dios que no genera intercambio y comunión, un amor que te salva dejándote quedarte lejos y prescindente. No me explico si es amor entre dos o dos amores puramente narcisistas. Al fin como ya no hay juicio y menos Infierno, hagas lo que hagas y aunque no te arrepientas te  irás al Cielo, que ahora ya no será el lugar de los santos que se han purificado en la Sangre del Cordero sino una Babilonia decadente y eterna de pecadores irredentos. Pero al fin y al cabo el Cielo no es tan importante sino la realidad histórica que parece ser la que verdaderamente nos preocupa porque es más real que esos cuentos de “salvación y gloria eterna”. Me temo que las nuevas teologías de la “gracia” con misericordia inclusiva y sin exigencia de santidad, solo erigirán dos Infiernos: el de la tierra y el de las alturas.

¿Y todo esto por qué? Quizás como en aquel primer tiempo del movimiento profético los hombres no terminan de creer en Dios y adherirse a la Alianza, siguen atrapados en sus “querencias por otros dioses” y ofrecen continua resistencia a la conversión total y definitiva.  La postergación de la santidad me parece un terrible demonio que tiene sujetados a muchos hermanos en la Iglesia que peregrina: su nombre es “mediocridad”.

 

PROVERBIOS CON LUZ DE AMOR. La noche de la Fe.

 



 

1.      Dame noche, Señor, que si te soy fiel, Tú me sacarás hecho luz.

 

2.      Solo en la noche se opera aquella purificación que hace más capaz al corazón y a la vida. Y en la noche se prueba y el contemplador no se engaña, cuál es su amor al Amor.

 

3.      El amor que en verdad ama permanece fiel en la noche.

 

4.      En la noche se lucha y se espera y en el dolor en amor se crece.

 

5.      Como un puñal afilado que el corazón atraviesa, la noche sondea y excava y pone ante los ojos lo peor y lo mejor del alma.

 

6.      El Señor saca a su amador de la noche. Con mano poderosa en amor lo lleva, ya más purificado y resplandeciente en su luz.

 

7.      En la noche me aferro a la Cruz y el Señor me vuelve más capaz de transparentar algo de su divino Rostro.

 

8.      En la noche, sostenido por la gracia de la fe que da ojos en la ceguera, me voy configurando a Cristo por su obrar en mí.

 

9.      ¡Oh, bendita noche, que profundiza el encuentro y el regalo! ¡Oh, santa noche, que me devuelves más amante de mi Amado! ¡Oh, noche, que bien tan bueno y tan brillante que me haces!

 

Isaías III: Un camino abierto hacia el horizonte escatológico (2)

 


La gran tradición profética aplicada a la restauración pos-exílica y escatológica

 

Con el Trito-Isaías culminamos nuestro tránsito por la aventura profética. No porque los demás profetas carezcan de valor en sí mismos -de hecho la generación apostólica los ha citado significativamente-, sino porque se va cerrando el tiempo de las grandes y novedosas elaboraciones teológicas. El profetismo del período de la Restauración, tras volver a la tierra no será mera repetición, pero atesorará y retomará las tradiciones recibidas aplicándolas al contexto de la reconstrucción del Israel de Dios y, ante la lentitud y dificultad de este proceso -mientras convive con la naciente apocalíptica-, se abrirá al horizonte escatológico.

 

Tres famosos oráculos de salvación

 

También en este apartado queremos hacer mención de tres textos tan caros a la tradición cristiana.

El primero de ellos es importante pues Jesús se lo adjudica a sí mismo, tras las tentaciones del desierto, al comenzar su ministerio público en la sinagoga de Nazaret según Lc 4,16ss. Isaías III retoma a Isaías I, quien en los oráculos sobre el Emanuel había presentado al Mesías como pleno portador del Espíritu y de sus dones según Is 11,1ss. Luego describe su misión como “tiempo de gracia del Señor” en términos de consuelo y liberación al estilo del Isaías II. La pericopa culmina entremezclando temas tan clásicos del Proto-Isaías como “Israel viña-plantación de Dios” como la temática de la Gloria de Yahvéh, compartida tanto por el Proto como por el Deutero-Isaías. La Gloria de Dios se manifiesta, irrumpe y abre caminos pero también reposa y se deja ver a través del Pueblo de su elección.

 

“El espíritu del Señor Yahveh está sobre mí, por cuanto que me ha ungido Yahveh. A anunciar la buena nueva a los pobres me ha enviado, a vendar los corazones rotos; a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la libertad; a pregonar año de gracia de Yahveh, día de venganza de nuestro Dios; para consolar a todos los que lloran, para darles diadema en vez de ceniza, aceite de gozo en vez de vestido de luto, alabanza en vez de espíritu abatido. Se les llamará robles de justicia, plantación de Yahveh para manifestar su gloria.” (Is 61,1-3)

 

Nuestro segundo ejemplo nos remite a la mística simbología del desposorio, inaugurada por Oseas y continuada luego por otros. En bellísimos términos se describe esta “consagración por el amor” que Dios realiza en gracia de su Pueblo. La transición desde “abandonada-desolada” hacia “complacencia-desposada” indica la transformación desde una situación estéril -consecuencia del pecado-, a la nueva y estable realidad de aquella santidad que el Santo le ha donado. El concepto del Señor como “edificador” sugiere claro una potente y desbordante fecundidad que estalla en alabanza y gozo. Resonancias de esta profecía hallamos en el episodio de las bodas de Caná en Jn 2,1ss como en la contemplación de la mistérica unión entre Cristo y la Iglesia que San Pablo utiliza como analogía del matrimonio cristiano en Ef 5,25ss.

 

“Serás corona de adorno en la mano de Yahveh, y tiara real en la palma de tu Dios. No se dirá de ti jamás «Abandonada», ni de tu tierra se dirá jamás «Desolada», sino que a ti se te llamará «Mi Complacencia», y a tu tierra, «Desposada». Porque Yahveh se complacerá en ti, y tu tierra será desposada. Porque como se casa joven con doncella, se casará contigo tu edificador, y con gozo de esposo por su novia se gozará por ti tu Dios.” (Is 62,3-5)

 

Finalmente uno de los textos más reconocidos de este período. La temática de la nueva creación es desplegada con ecos de la nueva y definitiva liberación que viene por el Rey que se acerca, abriendo caminos de salvación, allanando montes y rellenando valles, ofreciendo consuelo y regocijo a los deportados, creando y transformando su mundo como en Is 40,1ss. Pero también al estilo del Isaías I, retomando otra vez el libro del Emanuel y el oráculo sobre la paz mesiánica en el monte del Señor según Is 11,6ss. Gocemos simplemente del pasaje en cuestión.

 

“Pues he aquí que yo creo cielos nuevos y tierra nueva, y no serán mentados los primeros ni vendrán a la memoria; antes habrá gozo y regocijo por siempre jamás por lo que voy a crear. Pues he aquí que yo voy a crear a Jerusalén «Regocijo», y a su pueblo «Alegría»; me regocijaré por Jerusalén y me alegraré por mi pueblo, sin que se oiga allí jamás lloro ni quejido. No habrá allí jamás niño que viva pocos días, o viejo que no llene sus días, pues morir joven será morir a los cien años, y el que no alcance los cien años será porque está maldito. Edificarán casas y las habitarán, plantaran viñas y comerán su fruto.  No edificarán para que otro habite, no plantarán para que otro coma, pues cuanto vive un árbol vivirá mi pueblo, y mis elegidos disfrutarán del trabajo de sus manos.  No se fatigarán en vano ni tendrán hijos para sobresalto, pues serán raza bendita de Yahveh ellos y sus retoños con ellos. Antes que me llamen, yo responderé; aún estarán hablando, y yo les escucharé. Lobo y cordero pacerán a una, el león comerá paja como el buey , y la serpiente se alimentará de polvo, no harán más daño ni perjuicio en todo mi santo monte - dice Yahveh.” (Is 65,17-25)

 

Alegre esperanza

 

No parece que el proyecto de la Restauración de Israel sea concretamente un éxito. Y sin embargo no tiene por qué crecer la desazón. Todo está en manos de Dios. Sin duda, ésta perece ser la serena alegría que canta el último Isaías. Proclama jubiloso que al final no depende de nosotros sino que es gracia, obra bondadosa de un Dios amante y generoso que ha decidido hacer cielos y tierra nueva, que misericordiosa y fielmente elige y desposa a su Pueblo. Un Señor eterno que envía a su Salvador rebosante de su Espíritu.

¡Déjate salvar! ¡Déjate rescatar por tu Dios! Al menos eso quisiera decir al final a la Iglesia entera que aún camina y a cada querido lector. Ya deja de creer que eres el centro de todo, no eres nada sin Él y no puedes nada sin Él. ¡Dale gloria!

Tristemente advierto una Iglesia peregrina falta de humildad y sencillez. Esta desdichada cree ser la protagonista y no advierte que por conmiseración ha sido llamada a ser signo e instrumento pobre del gran Rey y excelso Esposo. ¡Abájala, abájala y que se adentre de nuevo en el centro de su humilde condición! ¡Solo entonces cantará agradecida tu inmerecido Don! ¡Que vuelva a ser pequeña entre tus manos!

Tras la derrota del exilio tal vez sobrevenga la frustrante restauración. ¿Pero es esto un mal y una tragedia? Creo que no, por lo contrario es medicina de sensatez. Cura en tu Iglesia la fiebre alucinatoria del viejo Adán caído en desgracia. ¡Solo los verdaderamente pobres contemplarán la Salvación del Santo!


PROVERBIOS CON LUZ DE AMOR. Encarnación, Eucaristía y Cruz.

 


Encarnación, Eucaristía y Cruz

 

1.      Encarnación, Eucaristía y Cruz. Este misterio quiero contemplar. A hundirme en este misterio soy llamado.

 

2.      Contemplar quiero el misterio grandísimo del Dios hecho pobre por amor, anonadado, abajado, humildísimo, escondido, indefenso y desnudo, entregado sin límite.

 

3.      Contemplo a ese Dios que quiso tomar la carne de la necesidad por amor, haciéndose Él, el Creador, necesitado de nosotros, quienes somos los verdaderamente necesitados de Él.

 

4.      Encarnación. ¡Qué locura de amor tan grande! ¡Qué capacidad de amor la del Señor! ¿Quién como Él humilde y pobre, desapropiado y desnudo, totalmente volcado por amor a sus criaturas? ¿Quién como Él?

 

5.      Eucaristía. Nada más simple que un pedazo de pan y un poco de vino. Nada más frágil, disponible, pobrísimo, cotidiano y escondido. ¿Y Tú quieres estar aquí?

 

6.      Eucaristía. Nada más atrayente, fuente de todo bien y de todo amor, que desbordando a raudales inunda y sustenta tan secretamente al mundo. ¡Y Tú quieres quedarte aquí!

 

7.      Cruz. Y miro también al Amado clavado en la Cruz. ¿Y qué puedo decir? Nada puedo sino recorrer sus benditas llagas.

 

8.      Cruz. Palpar de lejos su dolor inmenso. Asombrarme y conmoverme, quebrarme y sollozar con lágrimas de adentro ante la donación generosísima de su vida, ante la magnificencia grandiosa de su corazón amante.

 

9.      Cruz. ¿Cómo es posible, Señor, tanto amor? ¿Cómo es posible? ¿Fue por mí? ¿Por qué? Ni toda la ciencia teológica de este mundo podrá terminarle de explicar a mi corazón la maravilla inmensa que contemplo.

 

10.  Encarnación, Eucaristía y Cruz. ¡Indecible misterio, indecible! ¡Señor, moldéame a tu imagen y semejanza según este gran tesoro!

 

11.  Pan fuerte y vino fuerte de su omnipotente amor.

 

12.  Comer y beber quiero, porque el Señor me regalo el querer, pan fuerte y vino fuerte de su omnipotente amor.

 

13.  Amor omnipotente porque es tan rico que no le puedo albergar y llegando a mí me derrumba y ensancha, me enloquece y desmaya, abrazándome me incendia y me saca de mí con mano fuerte.

 

14.  Amor Omnipotente porque viene como todo a una y hay tanta desmedida entre su magnitud y hermosura y deleite y mi capacidad de corazón que viniendo arrasa sin destruir, arrasa haciéndolo todo nuevo.

 

15.  ¡Qué amor tan inefable éste que me cautiva la vida!

 

16.  Y a ese amor de Dios tan omnipotente por la desmedida y la locura que para el hombre es, lo veo escondido en la Eucaristía, y allí me llama y metiéndome en él me consume. Pan fuerte y vino fuerte, Cuerpo y Sangre del Señor.

 

17.  La Eucaristía es pan fuerte y vino fuerte, alimento sólido para amantes maduros.

 

18.  La Eucaristía es el pan fuerte y vino fuerte que debe comer y beber todo cristiano: vérselas de frente con Cristo y ser invitado a hacerse uno con Él, a vivir vida escondida, a partirse y repartirse sin medida.

 

19.  Para contemplar hay que hacerse pobre, anonadarse, abajarse, humillarse como Él. Pasar por la Encarnación dejando que Él se haga carne en la propia vida, no ser ya uno sino como otro Cristo.

 

20.  Para contemplar hay que pasar por la Cruz crucificando la propia vida en Él.

 

21.  Ser Eucaristía, hacer de la propia vida pan y vino que se parte y se reparte a los hermanos hasta que ya no queda nada. Y todo esto movidos por su amor.

 

22.  ¡Qué amor tan omnipotente entonces es éste Amor de Dios que a tanto amor  nos mueve!

 

23.  ¡Señor, no permitas que ante tu Cuerpo y tu Sangre mi tierra quede estéril! ¡Despósame en tu amor omnipotente, méteme en ti y hazme como Tú!

 

Isaías III: Un camino abierto hacia el horizonte escatológico (1)





El retorno no ha sido fácil

 

¿Existe un tercer Isaías? Ya hemos tratado la cuestión crítica al iniciar nuestro recorrido con el Isaías II. Si el Deutero-Isaías es un cantor de esperanza, un optimista; el Trito-Isaías no encuentra sin embargo una situación fácil al volver a la tierra. El contexto es la restauración del proyecto de Israel, la reorganización pos-exílica y la reconstrucción a diversos niveles. La tarea se volverá más ardua y lenta que lo esperado. Nuevamente los dirigentes y el Pueblo no se encontrarán a la altura de la propuesta de Dios. Coincidiendo con el surgimiento de la tradición apocalíptica, el Isaías III terminará escatologizando todas las promesas del Isaías II. Por un lado las coloca en un horizonte definitivo y trascendente que depende enteramente de Dios, el final de los tiempos, el futuro definitivo del Juicio y del Día del Señor; por otro lado deja entrever la limitación propia de las concreciones históricas que siempre se quedan cortas, lo insuficientes y frustrantes que terminan resultando los empeños puramente humanos.

 

El ayuno agradable a Dios

 

Se nota en el Trito-Isaías la necesidad de retomar temas clásicos acerca de cómo el Pueblo vive su religiosidad. Les propongo un texto sobre el ayuno que se escucha siempre en la liturgia del Viernes inmediato al Miércoles de Ceniza y que marcó tan profundamente el sentido de la Cuaresma cristiana.

 

“Clama a voz en grito, no te moderes; levanta tu voz como cuerno y denuncia a mi pueblo su rebeldía y a la casa de Jacob sus pecados. A mí me buscan día a día y les agrada conocer mis caminos, como si fueran gente que la virtud practica y el rito de su Dios no hubiesen abandonado. Me preguntan por las leyes justas, la vecindad de su Dios les agrada. - ¿Por qué ayunamos, si tú no lo ves? ¿Para qué nos humillamos, si tú no lo sabes? - Es que el día en que ayunabais, buscabais vuestro negocio y explotabais a todos vuestros trabajadores. Es que ayunáis para litigio y pleito y para dar de puñetazos a malvados. No ayunéis como hoy, para hacer oír en las alturas vuestra voz.” (Is 58,1-4)

 

El primer segmento de la perícopa realiza una inclusión bajo la temática de la “voz” que abre y cierra el pasaje. Se inicia con la “voz” autorizada del profeta que en nombre de Dios levanta su palabra sin moderaciones ni atenuantes y se hace eco de la Voz potente del Señor que denuncia el pecado de su Pueblo. Cierra el texto insinuando la “voz” debilitada del Pueblo que a consecuencia de su incoherencia y falsa religiosidad no alcanza al Cielo, una voz que no puede llegar a las alturas, que no tiene la virtud suficiente para merecer ser oída por su Dios. En medio de esta inclusión se desarrolla una doble temática: un ayuno impostado, que busca ser visibilizado pero es engañoso y una palabra proferida con doblez, que por un lado se muestra interesada por agradar a su Señor pero también se manifiesta como murmuración contra Él. Queda expuesta entonces la incongruencia de un Pueblo que dice buscar a Dios y al mismo tiempo ya le ha abandonado. Dios reclama que el ayuno practicado no es de su agrado pues queda desmentido por una conducta reprobable.

 

“¿Acaso es éste el ayuno que yo quiero el día en que se humilla el hombre? ¿Había que doblegar como junco la cabeza, en sayal y ceniza estarse echado? ¿A eso llamáis ayuno y día grato a Yahveh? ¿No será más bien este otro el ayuno que yo quiero: desatar los lazos de maldad, deshacer las coyundas del yugo, dar la libertad a los quebrantados, y arrancar todo yugo? ¿No será partir al hambriento tu pan, y a los pobres sin hogar recibir en casa? ¿Que cuando veas a un desnudo le cubras, y de tu semejante no te apartes? Entonces brotará tu luz como la aurora, y tu herida se curará rápidamente. Te precederá tu justicia, la gloria de Yahveh te seguirá. Entonces clamarás, y Yahveh te responderá, pedirás socorro, y dirá: «Aquí estoy.»” (Is 58,5-9a)

 

¿Acaso es éste el ayuno que yo quiero? Interrogante incisivo que abre la sección. ¿A eso llamáis ayuno y día grato a Yahveh? Es contundente la expresión de desprecio que el Señor realiza a causa de la práctica religiosa que le ofrecen. “¿Eso llaman ayuno?” Y como contrapartida anuncia el verdadero ayuno que Él espera: deshacer y desanudar los engaños opresivos del mal, liberar; dar refugio a quien nadie contiene, sostener la vida del pobre, cuidar del débil, consolar. Es la clave hermenéutica tan insistida por el profetismo: el culto dado a Dios se verifica como auténtico en la actuación caritativa con el prójimo. Sin estas entrañas de compasión y misericordia la práctica religiosa se torna formal y vacía, exterior y superficial, vaciada de Espíritu e inconsistente.

Entonces brotará tu luz como la aurora, y tu herida se curará rápidamente. Pues si se convierten… su vida, su palabra y gestos, serán receptados y legitimados por el Señor. Entonces clamarás, y Yahveh te responderá, pedirás socorro, y dirá: «Aquí estoy.» Su voz que antes no alcanzaba a llegar al Cielo ahora será escuchada. Y Dios responderá bendiciendo, obrando salvación, pastoreando y protegiendo, restaurando y reedificando, donando fecundidad y asociando al Pueblo a su obre redentora.

 

“Si apartas de ti todo yugo, no apuntas con el dedo y no hablas maldad,  repartes al hambriento tu pan, y al alma afligida dejas saciada, resplandecerá en las tinieblas tu luz, y lo oscuro de ti será como mediodía. Te guiará Yahveh de continuo, hartará en los sequedales tu alma, dará vigor a tus huesos, y serás como huerto regado, o como manantial cuyas aguas nunca faltan. Reedificarán, de ti, tus ruinas antiguas, levantarás los cimientos de pasadas  generaciones, se te llamará Reparador de brechas, y Restaurador de senderos frecuentados.” (Is 58,9b-12)

 

Una religiosidad sincera

 

“Obrar en presencia y bajo la mirada de Dios”. La moral cristiana ha desarrollado el tema de la “recta intención”, es decir, que la decisión que nos lleva  a una praxis busque el bien tanto en las motivaciones, como en los medios y fines. Puede haber errores de juicio por ignorancia o equivocación pero el deseo debe estar siempre orientado a realizar la voluntad de Dios.

Lo contrario a la “recta intención” es la hipocresía y la impostación acomodaticia, la falsedad y el camuflaje o disfraz de las verdaderas intenciones, la búsqueda de protagonismo y la avidez por “hacer carrera” y conseguir “títulos, honores y poder”. Cuando se trastoca el culto que el hombre debe dar a Dios por el culto del propio hombre, la religiosidad se pervierte. ¿Por qué haces lo que haces? ¿A quién buscas? ¿Te buscas tan solo a ti mismo; tu beneficio, posición, ensalzamiento y gloria? ¿En verdad buscas a tu Dios? ¿Lo buscas por Él mismo? ¿Estás deseando conocer su Santa Voluntad sobre ti?

Si hay algo que los profetas han insistido, es sobre esta vuelta sobre uno mismo para contemplarse bajo la Luz de la Palabra Divina. Dejar que el Señor nos conozca, conocernos en el Señor. Él es quien verdaderamente discierne el corazón del hombre, lo hace con Sabiduría y Amor y puede desvelarnos el camino de la Vida. La exhortación profética en este punto se dirige a todo el Pueblo para que revise su praxis religiosa y sobre cada individuo para que adquiera responsabilidad personal.

Me parece advertir en nuestra Iglesia contemporánea una dificultad creciente en este aspecto. Exageramos el diagnóstico de la realidad y al mismo tiempo hacemos escasa revisión de nuestra vida religiosa, tanto de la praxis evangelizadora como de las modalidades en las cuales suele expresarse nuestra fe. Y cuando veo surgir alguna mirada autocrítica me sorprende verla arribar desde categorías y ámbitos extra-eclesiales, derivando en la exigencia de modernización y una mayor adaptación a la cultura del mundo. Pero sin duda la gran ausente suele ser la Palabra de Dios. Aunque se proclame de continuo no llega a veces a ser la gran Fuente inspiradora de la vida eclesial. Aún tenemos un largo camino por recorrer para mirarnos con la Mirada de Dios. Sobre todo en estos tiempos donde la misma Revelación parece cuestionada, la tarea se erige más crucial y urgente que nunca. Reconectar todo lo que englobamos bajo el término “pastoral” con el Misterio de Dios para que nuestra voz también tenga la virtud suficiente para ser aceptada por el Señor.

 



EVANGELIO DE FUEGO 22 de Enero de 2025