ESPECIAL DE CUARESMA

 




¿QUÉ HAREMOS CON LA CRUZ?

 

Pbro. Silvio Dante Pereira Carro

Miércoles de Ceniza 2025

 

 

Desde el año 2020, he asumido el compromiso de colaborar con un artículo semanal –frecuencia no siempre exacta- con un portal digital católico. Se han sucedido diversas temáticas, ya sea de índole bíblica, espiritual o de actualidad eclesial.[1] Últimamente me he propuesto comentar las cartas paulinas. Es en el marco de la Cuaresma 2025 que quisiera ofrecerles pues este compilado que creo podría ser un aporte válido para la consideración espiritual. Tengan todos por gracia de Dios una santa Cuaresma hacia la Pascua.

 

LA PALABRA DE LA CRUZ (1)

 

Te confieso querido Apóstol Pablo, santo de Dios, que al darme cuenta que tenía que comentar este famoso texto tuyo me he sentido abrumado como quien se encuentra parado frente a un abismo. Ruego al Señor no me falten palabras talladas en el silencio porque el silencio sería la mejor y quizás única palabra.

 

“Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio. Y no con palabras sabias, para no desvirtuar la cruz de Cristo. Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan - para nosotros - es fuerza de Dios.” 1 Cor 1,17-18

 

Has alcanzado esta certeza: el centro de la predicación del Evangelio es el misterio de la Cruz. Y tienes razón; aquí se estrellan las palabras aparentemente sabias, la elocuencia colisiona contra el Madero que la hace trizas y la reduce a un asombro extático frente a lo desconmensurado, la ciencia de los hombres se revela del todo insignificante y nimia. Aquí a los pies de la Cruz todo el edificio del universo entero cruje y se conmueve y con dolores de parto alumbra un sentido que le sobreviene desde más allá de este mundo.

“¿Por qué la Cruz?” Me han enseñado cuando estudiante que una buena cristología debe poder hacerse esta pregunta. Casi como decir que un cristiano que no se hace esta pregunta no tiene la más mínima chance de realizar un proceso de discipulado. “¿Por qué la Cruz?”

Y tú como predicador has descubierto que toda la fuerza que requieres es la Cruz desnuda, con toda su crudeza, tan difícil de digerir y tan revulsiva. Arruinarías la palabra de la Cruz si la revistieras de explicaciones humanas, de rebuscados argumentos intelectuales o de efervescente superficialidad emotiva. Tarde o temprano la Cruz por si misma habla, solo hace falta que la presentemos tal cual como es con toda su fuerza transfiguradora del alma.

Los Viernes Santos, cada uno de ellos desde que soy sacerdote, están llenos de un silencio que se torna palabra de fuego. No puedo sino decir de mil maneras a los corazones apagados y a las mentes sordas que no hace falta nada más sino la Cruz. Cuando todos huyen de ella escandalizados, horrorizados, temerosos; cuando la mayoría quiere que pase rápido y que se borre pronto; yo solo quiero quedarme aferrado a la eternidad de la Cruz de Cristo, victorioso Cordero degollado y Esposo de la Iglesia. ¡Es que aún no hemos comprendido que la Cruz es el Amor de Dios! ¡Amar la Cruz! ¿Quién podrá crecer y madurar hasta amar la Cruz?

He aquí pues la causa de que se pierdan los que se pierden: el rechazo de la Cruz. He aquí pues también la causa por la cual somos alcanzados por la Salvación de Dios: la apertura y aceptación de la Cruz, nuestra personal participación en Getsemaní. Porque la Cruz es toda la fuerza de Cristo en el Espíritu hacia el Padre para redención nuestra, el altar de la Pascua eterna, la Alianza definitiva y nueva.

 

“Porque dice la Escritura: Destruiré la sabiduría de los sabios, e inutilizaré la inteligencia de los inteligentes.  ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el docto? ¿Dónde el sofista de este mundo? ¿Acaso no entonteció Dios la sabiduría del mundo? De hecho, como el mundo mediante su propia sabiduría no conoció a Dios en su divina sabiduría, quiso Dios salvar a los creyentes mediante la necedad de la predicación.” 1 Cor 1,19-21

 

A veces en nuestros días, estos oscuros y descarriados días de la Iglesia peregrina –especialmente de tantísimos ministros y teólogos-, me pregunto: ¿qué estarán buscando cuando desesperadamente quieren llenar su inteligencia y corazón de las voces de este mundo y de las efímeras teorías de la época transitoria en la que viven? ¿Acaso ya no lo tienen todo en la Cruz de Cristo, desbordante de la verdadera sabiduría y del triunfante poder de Dios?

Pues creo que no tienen la Gracia cuya fuente es la Cruz. Me temo que están huyendo de ella y sumándose a tantos hombres –tan insensatos como infestados por las semillas del Príncipe oscuro de este mundo-, buscando diseñar una salvación diferente, una salvación sin Cruz y si es posible también una salvación sin Dios. ¡Hombre que te quieres salvar a ti mismo, corres raudamente hacia el abismo del que ya no habrá vuelta atrás! Pues la Cruz que rescata al que la abraza, aplasta al que quiere poner otro fundamento que no sea ella.

Al fin y al cabo no hay que inventar nada nuevo, nuestros santos siempre lo supieron y nos lo han testimoniado. Lo único decisivo es ponerse de rodillas humildemente a los pies de la Cruz. Allí termina el pecado y comienza la santidad. La Cruz es desierto de mundo y puerta a la tierra de promisión.

 

“Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres.” 1 Cor 1,22-25

 

¡Que nunca entonces lo olvide la Iglesia: nosotros predicamos a un Cristo crucificado que es y seguirá siendo escándalo y locura para este mundo!

Nos equivocamos cuando intentamos pulir las aristas filosas de la Cruz, cuando procuramos que sea suave y confortable para que no cause resistencias o cuando la convertimos en un artículo o símbolo inerte, apenas una “marca de mercado”, estéticamente presentada pero despotenciada de toda su salvaje interpelación. No hay forma de que el hombre se despierte del sueño engañoso a la Luz de Cristo sino se da un golpazo, -digámoslo con claridad-: necesitamos darnos un golpazo y estamparnos contra el Leño de la Cruz para que nazca el Camino en nosotros.

Yo veo que lamentablemente en la Iglesia siempre ha habido -y hoy proliferan-, los que olvidándose de Cristo o creyéndose más que Él, se congracian con las ideologías de toda índole desvirtuando el Evangelio de la Cruz. Cambian el Misterio oculto desde toda la eternidad y revelado en la madurez de los tiempos por la Encarnación del Verbo que mira hacia la cúspide de la Pascua, por sofismas e inventivas humanas, por idolillos portentosos que en el fondo no son más consistentes que el humo que se desvanece pronto y por espejismos de omnipotencia humana que no son sino la torpe prolongación del viejo pecado de Adán que hizo crecer exponencialmente el pecado en la historia hasta el desvarío de Babel. ¿Acaso aún no lo hemos aprendido? ¡Qué testarudo y cerrado el corazón del hombre!

Pero seguramente como ayer, hoy y mañana, no faltará ese ejercito humilde y silencioso de santos que a arrodillados o postrados con rostro en tierra frente al Árbol de la Vida, alumbrará la palabra de la Cruz. Esa palabra de la Cruz que es bendita locura y santo escándalo, “debilidad” de un Dios infinitamente más fuerte que todos los poderes de la humanidad entera desde el inicio hasta el fin de la historia, los cuales quedan reducidos a la insignificancia y a la intrascendencia sin su Amor manifestado sobreabundantemente en la Pascua del Señor. ¡Ya lo siento, ya lo escucho y ya lo anhelo: ese susurro de los santos que se convierte en clamor: la palabra de la Cruz por la cual es pastoreada la Iglesia y rescatado el mundo! ¡Aquí lo tienes Madre Iglesia, toma resueltamente entre tus manos el báculo de la Cruz y se fiel a tu vocación!

 

 

LA PALABRA DE LA CRUZ (2)

 

“¡Miren, hermanos, quiénes han sido llamados! No hay muchos sabios según la carne ni muchos poderosos ni muchos de la nobleza. Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es. Para que ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios. De él les viene que estén en Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros sabiduría de origen divino, justicia, santificación y redención, a fin de que, como dice la Escritura: El que se gloríe, gloríese en el Señor.” 1 Cor 1,26-31

 

Estimado hermano San Pablo, evidentemente no podemos caminar como discípulos sin Verdad. Y en el punto de partida debe haber un ejercicio de sinceramiento que se traducirá en gozosa acción de gracias: ¿quiénes seríamos nosotros sin Cristo?, ¿qué sería de nuestra vida sin la Gracia de Dios derramada por la Pascua del Señor Jesús? Así en un proceso vocacional en buen estado, saludable y correctamente orientado, existe siempre esta conciencia de la desproporción entre el Dios totalmente Santo y nosotros pecadores, entre su Grandeza y nuestra pequeñez. ¡Hasta la Virgen María, sin pecado, cantó asombrada la alabanza por semejante desigualdad y por tamaña condescendencia divina!

Adviertes pues que en la comunidad cristiana de ayer, como la de hoy seguramente, no son mayoría los sabios, poderosos y nobles. Por lo contrario Dios parece haber optado por quienes se ubican en el reverso de las cúspides mundanas. Los que no destacan según los criterios de calificación cultural parecen constituir el número grueso de los discípulos. No porque no tengan valor ni porque Dios no pueda elevarlos y capacitarlos por encima de todos los saberes y poderes de este mundo, sino porque se encuentran más fácilmente identificados con aquella pobreza y fragilidad propias de la condescendencia de la Encarnación y Cruz.

Recuerdo que cuando iniciaba mi camino vocacional, con otro compañero, acuñamos esta expresión: “Los mejores salen”. Ese “salen” significaba que en algún momento del proceso se iban del convento, que no perseveraban. Lo decíamos constatando que los formadores siempre se encandilaban con formandos llenos de dotes y virtudes naturales y se relamían pensando: “¡Qué gran religioso será!” Y verdaderamente eran sobresalientes y con mucha mejor materia que nosotros, los que quedamos. Los formadores tuvieron que contentarse con nosotros que quizás no teníamos tan grandes dotes pero poseíamos lo más necesario para un proceso vocacional: nuestra fragilidad, nuestra sincera aceptación de la propia realidad personal y una fe que clamaba a Dios el rescate como lo hacen los pobres y mendigos, creyendo que todo era posible para su Gracia.

Entre el Crucificado y sus discípulos deberá haber al final del camino una plena identificación. Por eso solo pueden sostener el andar quienes ya tienen las marcas, las ranuras, las molduras, las muecas que puedan recibir la Cruz y llevarla.

 

“Pues yo, hermanos, cuando fui a ustedes, no fui con el prestigio de la palabra o de la sabiduría a anunciarles el misterio de Dios, pues no quise saber entre ustedes sino a Jesucristo, y éste crucificado. Y me presenté ante ustedes débil, tímido y tembloroso. Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder para que su fe se fundase, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios. Sin embargo, hablamos de sabiduría entre los perfectos, pero no de sabiduría de este mundo ni de los príncipes de este mundo, abocados a la ruina;  sino que hablamos de una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida, destinada por Dios desde antes de los siglos para gloria nuestra, desconocida de todos los príncipes de este mundo - pues de haberla conocido no hubieran crucificado al Señor de la Gloria -.” 1 Cor 2,1-8

 

El predicador, nos testimonias, debe ser un crucificado y su palabra debe brotar del silencio escandaloso, punzante y filoso de la Cruz. Jesucristo Crucificado es materia ineludible y central de la predicación del Evangelio. Se podrá buscar el camino pedagógico más adecuado al estado de los interlocutores y se podrán elegir variados métodos de comunicación que se consideren más oportunos; pero no se podrá esquivar la Cruz. Se partirá desde la Cruz o se arribará a ella o se la intercalará transversalmente en todo el itinerario pero será esencial en el llamado al discipulado. De no ser así todos, predicadores y vocados perderán el tiempo. Porque a la palabra de la Cruz se debe dar una respuesta, tomar una decisión. Todo lo previo es preparación, acercamiento, precalentamiento y generación de disposiciones pero la hora de la verdad es la hora del encuentro con Cristo en Cruz. El camino del discipulado inicia con la aceptación y el abrazo del Crucificado o allí se aborta el intento.

El mismo Señor Jesús en el tiempo oportuno de la cercanía de la Pascua, rumbo a Jerusalén, por tres veces les anuncio la Pasión. Y lanzó un llamado definitivo, interpelante y claro, los convocó a la madurez: “Quien quiera venir en pos de mí que tome su Cruz, la cargue y que me siga”. Y agregó aquello de: “Quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien la entregue en ofrenda la ganará”. Y puestos en la encrucijada una inmensa mayoría lo dejaron, se apartaron de él y se volvieron atrás. Lo siguieron a tientas unos pocos frágiles, que incluso a la hora decisiva le traicionaron, negaron o se dispersaron mirando desde lejos el revulsivo y estremecedor acontecimiento pascual. De entre los pocos unos pocos, la Mujer y Madre, el discípulo amado y otras mujeres y discípulos en secreto permanecieron cerca a los pies de la Cruz.

A veces me pregunto si como Iglesia peregrina al comienzo del Tercer Milenio comprendemos la ciencia de la predicación evangélica, si conocemos la Sabiduría escondida y misteriosa de Dios, si la hemos alumbrado en nuestro corazón por el abrazo de la Cruz. Y distingo a unos que masivamente van por el camino de asimilarse al mundo y sus proyectos, que buscan ser expertos en el lenguaje de los hombres y en las sensibilidades de la época. Su presentación de Jesucristo termina siendo disolvente de su Misterio y de su Escándalo. Ofrecen un Cristo recortado a las conveniencias, a las necesidades del mercado, diseñado según el marketing y de rápida pero efímera circulación. Como vislumbro a otros que minoritariamente no hablan tanto ni son tan visibles, que intentan vivir con radicalidad evangélica y son incomprendidos inclusive entre sus hermanos, que aspiran a santidad y son consecuentes con ese ideal, que abrazan la Cruz y se aferran a ella como confesores de la fe y mártires. ¿Tú contemplas también esta doble vía en la Iglesia que peregrina hoy en la historia? ¿Y percibes donde la Iglesia se marchita y muere y dónde rejuvenece y crece? Quitada la Cruz sobreviene la muerte, pero donde se levanta en alto el estandarte victorioso del Amor en Cruz hay Vida.

 

 

POR EL ESPÍRITU SANTO NOSOTROS TENEMOS LA MENTE DE CRISTO

 

San Pablo, padre y hermano nuestro, nos has dejado absortos con tu presentación de la Sabiduría de la Cruz, una Palabra que reclama más nuestro silencio que nuestras  palabras. ¿Y entonces la Palabra de la Cruz será puro silencio y su Misterio tan insondable como indecible? Pues no, con genial inteligencia teologal nos anuncias que esta Palabra puede plenamente ser comunicada en el hábitat o atmósfera donde propiamente es recibida y crece transformando nuestra vida. La Palabra de la Cruz es una Palabra excelentísima y tan subida de Dios que solo puede ser recibida y transmitida en el Espíritu Santo.

 

“Más bien, como dice la Escritura, anunciamos: lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman.  Porque a nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu; y el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios.”  1 Cor 2,9-10

 

Pues Cristo en su Misterio, tan desbordantemente visible en su Encarnación y Cruz, está más allá de este mundo. Por eso su Sabiduría a unos les resulta locura y a otros necedad. No es de este mundo sino que vino a este mundo, asumiendo lo humano, para revelar a su Padre y reconducirnos a Él. Ya le contemplaremos San Pablo según tu expresión: “el Misterio escondido en Dios desde toda la eternidad”. Pero para que la revelación -que es misión del Hijo Enviado- pueda ser aceptada por nosotros también ha sido enviado el Espíritu Santo. El Espíritu –según lo atestiguan otros pasajes neo-testamentarios- tiene una necesaria función docente: nos conduce a la verdad plena y total, facilitando la maduración en nosotros de cuanto Cristo nos ha enseñado, haciendo pues crecer el sentido de la fe de los creyentes.

El Espíritu que inhabita a los fieles en estado de gracia santificante sondea el interior del hombre –iluminando la inteligencia y esclareciendo el corazón- y viene a nosotros “desde las profundidades” del Misterio del Dios Uno y Trino para celebrar en gozo la Alianza de Salvación con los hombres. “En el Espíritu Santo”, confiesa ininterrumpidamente la fe de la Iglesia. “Hacia el Padre por Cristo en el Espíritu”, como desde sus orígenes celebra y proclama el culto cristiano a Dios.

¡Qué belleza, finalmente, querido Apóstol, esta expresión tuya!: lo que Dios preparó para los que le aman”. ¿Y qué preparó Dios, el Padre, con amor para quienes recibiendo su Misericordia le amen? ¡Qué preparó con excedente Sabiduría que quedaba más allá del oído, del ojo, de la inteligencia y del corazón del hombre? Pues preparó para nosotros con Amor y predestinación eterna el Misterio de Jesucristo, el Verbo encarnado para nuestra Salvación y llamamiento a la Gloria.

 

“En efecto, ¿qué hombre conoce lo íntimo del hombre sino el espíritu del hombre que está en él? Del mismo modo, nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios.  Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para conocer las gracias que Dios nos ha otorgado, de las cuales también hablamos, no con palabras aprendidas de sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu, expresando realidades espirituales.” 1 Cor 2,11-13

 

Ahora bien, hemos recibido ese Espíritu Santo que posibilita conocer a Dios en su Misterio y las gracias que concede para nuestra salvación en Cristo. No el espíritu del mundo y su sabiduría humana ciertamente limitada y a menudo vocacionalmente desorientada, sino la Sabiduría eterna por medio del Espíritu de Dios. Por tanto no hablamos solo según lo propio de la naturaleza humana compartida con nuestros pares, sino que hemos sido capacitados y sobre-elevados para hablar según el Espíritu santificador. Podemos con su gracia expresar, testimoniar y conducir a los hombres hacia el Misterio de Dios, pues en el Espíritu lo hemos contemplado y aceptado con Alianza de Amor.

¿De dónde entonces este afán actual de gran parte de la Iglesia peregrina por hablar prioritariamente con el lenguaje del mundo? Evidentemente estos tiempos de apostasía, secularización y descristianización creciente nos han impactado tantísimo más de lo que creemos. La pérdida del sentido por lo sagrado ha extendido su sombra sobre amplios sectores de ministros ordenados. Una pátina inmanentista lo cubre todo y ya no se vislumbra el Misterio. ¿Y si estamos empeñados en festejar una Iglesia tan humana que ya no conoce más que una “soteriología antropocéntrica desescatologizada”: quién hablará de Dios en el mundo y quiénes tendrán la capacidad de expresar las realidades espirituales?

 

“El hombre naturalmente no capta las cosas del Espíritu de Dios; son necedad para él. Y no las puede conocer pues sólo espiritualmente pueden ser juzgadas. En cambio, el hombre de espíritu lo juzga todo; y a él nadie puede juzgarle. Porque ¿quién conoció la mente del Señor para instruirle? Pero nosotros tenemos la mente de Cristo.” 1 Cor 2,14-16

 

Nosotros los cristianos somos o debiéramos ser quienes tenemos la mente de Cristo. ¡Esta es la obra principal del Espíritu Santo: formar a Cristo en nosotros! Y sin embargo cada vez son más los erráticos discípulos que se esfuerzan por sintonizar sin reservas con la mente del mundo y se van volviendo siempre más indiferentes y ciegos ante el sentido sobrenatural y el fin último de la vocación humana. Simplemente la palabra de la Cruz ya no puede ser pronunciada eficazmente por gran parte de la Iglesia peregrina pues no tiene en el Espíritu la mente de Cristo, sino que parece por la necedad de la mentalidad efímera y pasajera del mundo. Y si la Cruz desconocida o poco transitada ya no es presentada poderosa en su crudeza para ser abrazada por la fe, tampoco se infundirá el Espíritu ni en la Iglesia ni en el mundo.

                                                            

 

NO PUDE HABLARLES COMO A ESPIRITUALES

 

“Yo, hermanos, no pude hablarles como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo.  Les di a beber leche y no alimento sólido, pues todavía no lo podían soportar. Ni aun lo soportan al presente; pues todavía son carnales.” 1 Cor 3,1-3a

 

Estimado Apóstol, ¡qué pena tengas que dirigirte a los discípulos en estos términos! Aunque más penoso es constatar que la inmadurez en el seguimiento de Cristo siempre acecha a todos los miembros de la Iglesia que peregrina en el tiempo. Ya veremos acerca de qué circunstancia concreta haces esta exhortación. Pero antes me permito una mirada personal en mi contexto actual.

En primer término, mi experiencia pastoral me ha puesto tantísimas veces en esta disyuntiva: poder y querer dar a quienes tengo a mí cuidado bienes de Gracia más subidos y sustanciosos y no poder hacerlo. ¿Por qué? Pues porque faltan las disposiciones necesarias, porque es insuficiente el ejercicio de la vida interior, porque no existe aún una robustez de vida moral proporcionada, en fin, por falta de crecimiento o procesos lentos y trabajosos de maduración. “La gracia supone la naturaleza”, expresaba famoso adagio. Ahora bien, es tristemente demasiado habitual que la gracia del Señor no encuentre un soporte adecuado y una recepción oportuna en nosotros. Falta a menudo –insisto en ello- musculación espiritual, dado el creciente abandono de la dimensión ascética y el olvido generalizado de la vida penitencial. Esto nos está sucediendo hoy en la Iglesia.

Y nos acaece, en segundo término, algo más grave, gravísimo en verdad. La autocomplacencia y la justificación de la inmadurez discipular. Pocos son los que quieren crecer en santidad y ahondar el seguimiento de Cristo. Se ha desplomado masivamente la calidad de vida en el Espíritu. Ya sea porque el mal espíritu modernista ha introducido un antropocentrismo idolátrico y sin una correcta referencia a Dios, ya sea por la soteriología intramundana –de corte secularizante- que no alcanza a vislumbrar el horizonte escatológico o ya sea por la plaga del relativismo que socava todos los cimientos y no le permite a una gran mayoría de fieles hallar un piso firme donde apoyarse y proyectar un crecimiento.

Mas lo realmente álgido es la falta de deseo por el crecimiento de la vida cristiana. Una mentalidad pueril que espera que Dios lo haga todo por nosotros sin nosotros. Una suerte de “clientelismo soteriológico” donde plácidamente esperamos consumir bienes salvíficos a los que pretendemos tener derecho.

Es el resultado de la deriva del “buenismo pastoral” y de la “falsa misericordia sin exigencia de conversión y santidad”. Al fin y al cabo no asistimos sino a una variante más de la herejía del quietismo. Detrás de muchas predicaciones que levantan el estandarte del “inclusivismo absoluto” no hay sino la realidad de un “falso misticismo”.

Por tanto, lo que se cultiva es una religiosidad puramente emocionalista, la cual se ofrece de placebo a los incautos. Los cristianos de comienzos del siglo XXI pasan de experiencia en experiencia, sin nunca echar raíces ni establecer cimientos. Se trata de una verdadera espiritualidad “líquida y a la carta” que los lleva de estímulo en estímulo como adictos a unas sensaciones espirituales que juzgan valiosas pero que en verdad son superficiales. Caminan volátiles y volubles sobre el vacío sin pisar verdadera y firme tierra. Paradójicamente, ensalzando inauténticamente lo humano, se trata en el fondo de una espiritualidad de la desencarnación.

Es sugestivo que esta queja del Apóstol –que se dirige a un tema bien específico, el cual abordaremos adelante en otro apartado- también sea una derivación de la palabra de la Cruz. Justamente es la Cruz el alimento sólido que no pueden digerir pues aún no tienen la mentalidad de Cristo. Por eso aún no puede tratarlos como a espirituales sino como a carnales, pues siguen viviendo humanamente como viven todos y aún no despunta ni se consolida en ellos una mirada superior, un sentido sobrenatural. Por eso debe considerarlos niños y no adultos en Cristo y no puede anunciarles la sólida Palabra de la Salvación pues aún tienen gusto y apego a los sabores meramente mundanos y pasajeros.

¿Y acaso este reclamo no nos viene como anillo al dedo a los cristianos de hoy según la problemática que hemos descripto? ¡Claro que sí! Nunca más ajustado y certero el requerimiento. ¡No podemos todavía soportar a Cristo! Y vaya que nos lo estamos quitando de encima en la Iglesia que peregrina. ¡Miren cómo quienes hemos sido engendrados por la Pascua redentora nos venimos deslizando hacia abajo hasta convertirnos trágicamente en enemigos de la Cruz de Cristo!

 



[1] Se trata del portal “VERDAD EN LIBERTAD. Noticias y pensamiento en clave cristiana.” También puedes acudir a mi blog personal www.manantialdecontemplación.blogspot.com. Contenidos audiovisuales en mi canal de youtube Presbítero Silvio Dante Pereira Carro.

DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 35

 


 NO PUDE HABLARLES COMO A ESPIRITUALES

 

“Yo, hermanos, no pude hablarles como a espirituales, sino como a carnales, como a niños en Cristo.  Les di a beber leche y no alimento sólido, pues todavía no lo podían soportar. Ni aun lo soportan al presente; pues todavía son carnales.” 1 Cor 3,1-3a

 

Estimado Apóstol, ¡qué pena tengas que dirigirte a los discípulos en estos términos! Aunque más penoso es constatar que la inmadurez en el seguimiento de Cristo siempre acecha a todos los miembros de la Iglesia que peregrina en el tiempo. Ya veremos acerca de qué circunstancia concreta haces esta exhortación. Pero antes me permito una mirada personal en mi contexto actual.

En primer término, mi experiencia pastoral me ha puesto tantísimas veces en esta disyuntiva: poder y querer dar a quienes tengo a mí cuidado bienes de Gracia más subidos y sustanciosos y no poder hacerlo. ¿Por qué? Pues porque faltan las disposiciones necesarias, porque es insuficiente el ejercicio de la vida interior, porque no existe aún una robustez de vida moral proporcionada, en fin, por falta de crecimiento o procesos lentos y trabajosos de maduración. “La gracia supone la naturaleza”, expresaba famoso adagio. Ahora bien, es tristemente demasiado habitual que la gracia del Señor no encuentre un soporte adecuado y una recepción oportuna en nosotros. Falta a menudo –insisto en ello- musculación espiritual, dado el creciente abandono de la dimensión ascética y el olvido generalizado de la vida penitencial. Esto nos está sucediendo hoy en la Iglesia.

Y nos acaece, en segundo término, algo más grave, gravísimo en verdad. La autocomplacencia y la justificación de la inmadurez discipular. Pocos son los que quieren crecer en santidad y ahondar el seguimiento de Cristo. Se ha desplomado masivamente la calidad de vida en el Espíritu. Ya sea porque el mal espíritu modernista ha introducido un antropocentrismo idolátrico y sin una correcta referencia a Dios, ya sea por la soteriología intramundana –de corte secularizante- que no alcanza a vislumbrar el horizonte escatológico o ya sea por la plaga del relativismo que socava todos los cimientos y no le permite a una gran mayoría de fieles hallar un piso firme donde apoyarse y proyectar un crecimiento.

Mas lo realmente álgido es la falta de deseo por el crecimiento de la vida cristiana. Una mentalidad pueril que espera que Dios lo haga todo por nosotros sin nosotros. Una suerte de “clientelismo soteriológico” donde plácidamente esperamos consumir bienes salvíficos a los que pretendemos tener derecho.

Es el resultado de la deriva del “buenismo pastoral” y de la “falsa misericordia sin exigencia de conversión y santidad”. Al fin y al cabo no asistimos sino a una variante más de la herejía del quietismo. Detrás de muchas predicaciones que levantan el estandarte del “inclusivismo absoluto” no hay sino la realidad de un “falso misticismo”.

Por tanto, lo que se cultiva es una religiosidad puramente emocionalista, la cual se ofrece de placebo a los incautos. Los cristianos de comienzos del siglo XXI pasan de experiencia en experiencia, sin nunca echar raíces ni establecer cimientos. Se trata de una verdadera espiritualidad “líquida y a la carta” que los lleva de estímulo en estímulo como adictos a unas sensaciones espirituales que juzgan valiosas pero que en verdad son superficiales. Caminan volátiles y volubles sobre el vacío sin pisar verdadera y firme tierra. Paradójicamente, ensalzando inauténticamente lo humano, se trata en el fondo de una espiritualidad de la desencarnación.

Es sugestivo que esta queja del Apóstol –que se dirige a un tema bien específico, el cual abordaremos adelante en otro apartado- también sea una derivación de la palabra de la Cruz. Justamente es la Cruz el alimento sólido que no pueden digerir pues aún no tienen la mentalidad de Cristo. Por eso aún no puede tratarlos como a espirituales sino como a carnales, pues siguen viviendo humanamente como viven todos y aún no despunta ni se consolida en ellos una mirada superior, un sentido sobrenatural. Por eso debe considerarlos niños y no adultos en Cristo y no puede anunciarles la sólida Palabra de la Salvación pues aún tienen gusto y apego a los sabores meramente mundanos y pasajeros.

¿Y acaso este reclamo no nos viene como anillo al dedo a los cristianos de hoy según la problemática que hemos descripto? ¡Claro que sí! Nunca más ajustado y certero el requerimiento. ¡No podemos todavía soportar a Cristo! Y vaya que nos lo estamos quitando de encima en la Iglesia que peregrina. ¡Miren cómo quienes hemos sido engendrados por la Pascua redentora nos venimos deslizando hacia abajo hasta convertirnos trágicamente en enemigos de la Cruz de Cristo!

 

DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 34

 




   

POR EL ESPÍRITU SANTO 

NOSOTROS TENEMOS LA MENTE DE CRISTO

 

San Pablo, padre y hermano nuestro, nos has dejado absortos con tu presentación de la Sabiduría de la Cruz, una Palabra que reclama más nuestro silencio que nuestras  palabras. ¿Y entonces la Palabra de la Cruz será puro silencio y su Misterio tan insondable como indecible? Pues no, con genial inteligencia teologal nos anuncias que esta Palabra puede plenamente ser comunicada en el hábitat o atmósfera donde propiamente es recibida y crece transformando nuestra vida. La Palabra de la Cruz es una Palabra excelentísima y tan subida de Dios que solo puede ser recibida y transmitida en el Espíritu Santo.

 

“Más bien, como dice la Escritura, anunciamos: lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman.  Porque a nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu; y el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios.”  1 Cor 2,9-10

 

Pues Cristo en su Misterio, tan desbordantemente visible en su Encarnación y Cruz, está más allá de este mundo. Por eso su Sabiduría a unos les resulta locura y a otros necedad. No es de este mundo sino que vino a este mundo, asumiendo lo humano, para revelar a su Padre y reconducirnos a Él. Ya le contemplaremos San Pablo según tu expresión: “el Misterio escondido en Dios desde toda la eternidad”. Pero para que la revelación -que es misión del Hijo Enviado- pueda ser aceptada por nosotros también ha sido enviado el Espíritu Santo. El Espíritu –según lo atestiguan otros pasajes neo-testamentarios- tiene una necesaria función docente: nos conduce a la verdad plena y total, facilitando la maduración en nosotros de cuanto Cristo nos ha enseñado, haciendo pues crecer el sentido de la fe de los creyentes.

El Espíritu que inhabita a los fieles en estado de gracia santificante sondea el interior del hombre –iluminando la inteligencia y esclareciendo el corazón- y viene a nosotros “desde las profundidades” del Misterio del Dios Uno y Trino para celebrar en gozo la Alianza de Salvación con los hombres. “En el Espíritu Santo”, confiesa ininterrumpidamente la fe de la Iglesia. “Hacia el Padre por Cristo en el Espíritu”, como desde sus orígenes celebra y proclama el culto cristiano a Dios.

¡Qué belleza, finalmente, querido Apóstol, esta expresión tuya!: lo que Dios preparó para los que le aman”. ¿Y qué preparó Dios, el Padre, con amor para quienes recibiendo su Misericordia le amen? ¡Qué preparó con excedente Sabiduría que quedaba más allá del oído, del ojo, de la inteligencia y del corazón del hombre? Pues preparó para nosotros con Amor y predestinación eterna el Misterio de Jesucristo, el Verbo encarnado para nuestra Salvación y llamamiento a la Gloria.

 

“En efecto, ¿qué hombre conoce lo íntimo del hombre sino el espíritu del hombre que está en él? Del mismo modo, nadie conoce lo íntimo de Dios, sino el Espíritu de Dios.  Y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para conocer las gracias que Dios nos ha otorgado, de las cuales también hablamos, no con palabras aprendidas de sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu, expresando realidades espirituales.” 1 Cor 2,11-13

 

Ahora bien, hemos recibido ese Espíritu Santo que posibilita conocer a Dios en su Misterio y las gracias que concede para nuestra salvación en Cristo. No el espíritu del mundo y su sabiduría humana ciertamente limitada y a menudo vocacionalmente desorientada, sino la Sabiduría eterna por medio del Espíritu de Dios. Por tanto no hablamos solo según lo propio de la naturaleza humana compartida con nuestros pares, sino que hemos sido capacitados y sobre-elevados para hablar según el Espíritu santificador. Podemos con su gracia expresar, testimoniar y conducir a los hombres hacia el Misterio de Dios, pues en el Espíritu lo hemos contemplado y aceptado con Alianza de Amor.

¿De dónde entonces este afán actual de gran parte de la Iglesia peregrina por hablar prioritariamente con el lenguaje del mundo? Evidentemente estos tiempos de apostasía, secularización y descristianización creciente nos han impactado tantísimo más de lo que creemos. La pérdida del sentido por lo sagrado ha extendido su sombra sobre amplios sectores de ministros ordenados. Una pátina inmanentista lo cubre todo y ya no se vislumbra el Misterio. ¿Y si estamos empeñados en festejar una Iglesia tan humana que ya no conoce más que una “soteriología antropocéntrica desescatologizada”: quién hablará de Dios en el mundo y quiénes tendrán la capacidad de expresar las realidades espirituales?

 

“El hombre naturalmente no capta las cosas del Espíritu de Dios; son necedad para él. Y no las puede conocer pues sólo espiritualmente pueden ser juzgadas. En cambio, el hombre de espíritu lo juzga todo; y a él nadie puede juzgarle. Porque ¿quién conoció la mente del Señor para instruirle? Pero nosotros tenemos la mente de Cristo.” 1 Cor 2,14-16

 

Nosotros los cristianos somos o debiéramos ser quienes tenemos la mente de Cristo. ¡Esta es la obra principal del Espíritu Santo: formar a Cristo en nosotros! Y sin embargo cada vez son más los erráticos discípulos que se esfuerzan por sintonizar sin reservas con la mente del mundo y se van volviendo siempre más indiferentes y ciegos ante el sentido sobrenatural y el fin último de la vocación humana. Simplemente la palabra de la Cruz ya no puede ser pronunciada eficazmente por gran parte de la Iglesia peregrina pues no tiene en el Espíritu la mente de Cristo, sino que parece colonizada por la necedad de la mentalidad efímera y pasajera del mundo. Y si la Cruz desconocida o poco transitada ya no es presentada poderosa en su crudeza para ser abrazada por la fe, tampoco se infundirá el Espíritu ni en la Iglesia ni en el mundo.



DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 33

 


LA PALABRA DE LA CRUZ (2)

 

“¡Miren, hermanos, quiénes han sido llamados! No hay muchos sabios según la carne ni muchos poderosos ni muchos de la nobleza. Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es. Para que ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios. De él les viene que estén en Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros sabiduría de origen divino, justicia, santificación y redención, a fin de que, como dice la Escritura: El que se gloríe, gloríese en el Señor.” 1 Cor 1,26-31

 

Estimado hermano San Pablo, evidentemente no podemos caminar como discípulos sin Verdad. Y en el punto de partida debe haber un ejercicio de sinceramiento que se traducirá en gozosa acción de gracias: ¿quiénes seríamos nosotros sin Cristo?, ¿qué sería de nuestra vida sin la Gracia de Dios derramada por la Pascua del Señor Jesús? Así en un proceso vocacional en buen estado, saludable y correctamente orientado, existe siempre esta conciencia de la desproporción entre el Dios totalmente Santo y nosotros pecadores, entre su Grandeza y nuestra pequeñez. ¡Hasta la Virgen María, sin pecado, cantó asombrada la alabanza por semejante desigualdad y por tamaña condescendencia divina!

Adviertes pues que en la comunidad cristiana de ayer, como la de hoy seguramente, no son mayoría los sabios, poderosos y nobles. Por lo contrario Dios parece haber optado por quienes se ubican en el reverso de las cúspides mundanas. Los que no destacan según los criterios de calificación cultural parecen constituir el número grueso de los discípulos. No porque no tengan valor ni porque Dios no pueda elevarlos y capacitarlos por encima de todos los saberes y poderes de este mundo, sino porque se encuentran más fácilmente identificados con aquella pobreza y fragilidad propias de la condescendencia de la Encarnación y Cruz.

Recuerdo que cuando iniciaba mi camino vocacional, con otro compañero, acuñamos esta expresión: “Los mejores salen”. Ese “salen” significaba que en algún momento del proceso se iban del convento, que no perseveraban. Lo decíamos constatando que los formadores siempre se encandilaban con formandos llenos de dotes y virtudes naturales y se relamían pensando: “¡Qué gran religioso será!” Y verdaderamente eran sobresalientes y con mucha mejor materia que nosotros, los que quedamos. Los formadores tuvieron que contentarse con nosotros que quizás no teníamos tan grandes dotes pero poseíamos lo más necesario para un proceso vocacional: nuestra fragilidad, nuestra sincera aceptación de la propia realidad personal y una fe que clamaba a Dios el rescate como lo hacen los pobres y mendigos, creyendo que todo era posible para su Gracia.

Entre el Crucificado y sus discípulos deberá haber al final del camino una plena identificación. Por eso solo pueden sostener el andar quienes ya tienen las marcas, las ranuras, las molduras, las muecas que puedan recibir la Cruz y llevarla.

 

“Pues yo, hermanos, cuando fui a ustedes, no fui con el prestigio de la palabra o de la sabiduría a anunciarles el misterio de Dios, pues no quise saber entre ustedes sino a Jesucristo, y éste crucificado. Y me presenté ante ustedes débil, tímido y tembloroso. Y mi palabra y mi predicación no tuvieron nada de los persuasivos discursos de la sabiduría, sino que fueron una demostración del Espíritu y del poder para que su fe se fundase, no en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios. Sin embargo, hablamos de sabiduría entre los perfectos, pero no de sabiduría de este mundo ni de los príncipes de este mundo, abocados a la ruina;  sino que hablamos de una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida, destinada por Dios desde antes de los siglos para gloria nuestra, desconocida de todos los príncipes de este mundo - pues de haberla conocido no hubieran crucificado al Señor de la Gloria -.” 1 Cor 2,1-8

 

El predicador, nos testimonias, debe ser un crucificado y su palabra debe brotar del silencio escandaloso, punzante y filoso de la Cruz. Jesucristo Crucificado es materia ineludible y central de la predicación del Evangelio. Se podrá buscar el camino pedagógico más adecuado al estado de los interlocutores y se podrán elegir variados métodos de comunicación que se consideren más oportunos; pero no se podrá esquivar la Cruz. Se partirá desde la Cruz o se arribará a ella o se la intercalará transversalmente en todo el itinerario pero será esencial en el llamado al discipulado. De no ser así todos, predicadores y vocados perderán el tiempo. Porque a la palabra de la Cruz se debe dar una respuesta, tomar una decisión. Todo lo previo es preparación, acercamiento, precalentamiento y generación de disposiciones pero la hora de la verdad es la hora del encuentro con Cristo en Cruz. El camino del discipulado inicia con la aceptación y el abrazo del Crucificado o allí se aborta el intento.

El mismo Señor Jesús en el tiempo oportuno de la cercanía de la Pascua, rumbo a Jerusalén, por tres veces les anuncio la Pasión. Y lanzó un llamado definitivo, interpelante y claro, los convocó a la madurez: “Quien quiera venir en pos de mí que tome su Cruz, la cargue y que me siga”. Y agregó aquello de: “Quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien la entregue en ofrenda la ganará”. Y puestos en la encrucijada una inmensa mayoría lo dejaron, se apartaron de él y se volvieron atrás. Lo siguieron a tientas unos pocos frágiles, que incluso a la hora decisiva le traicionaron, negaron o se dispersaron mirando desde lejos el revulsivo y estremecedor acontecimiento pascual. De entre los pocos unos pocos, la Mujer y Madre, el discípulo amado y otras mujeres y discípulos en secreto permanecieron cerca a los pies de la Cruz.

A veces me pregunto si como Iglesia peregrina al comienzo del Tercer Milenio comprendemos la ciencia de la predicación evangélica, si conocemos la Sabiduría escondida y misteriosa de Dios, si la hemos alumbrado en nuestro corazón por el abrazo de la Cruz. Y distingo a unos que masivamente van por el camino de asimilarse al mundo y sus proyectos, que buscan ser expertos en el lenguaje de los hombres y en las sensibilidades de la época. Su presentación de Jesucristo termina siendo disolvente de su Misterio y de su Escándalo. Ofrecen un Cristo recortado a las conveniencias, a las necesidades del mercado, diseñado según el marketing y de rápida pero efímera circulación. Como vislumbro a otros que minoritariamente no hablan tanto ni son tan visibles, que intentan vivir con radicalidad evangélica y son incomprendidos inclusive entre sus hermanos, que aspiran a santidad y son consecuentes con ese ideal, que abrazan la Cruz y se aferran a ella como confesores de la fe y mártires. ¿Tú contemplas también esta doble vía en la Iglesia que peregrina hoy en la historia? ¿Y percibes donde la Iglesia se marchita y muere y dónde rejuvenece y crece? Quitada la Cruz sobreviene la muerte, pero donde se levanta en alto el estandarte victorioso del Amor en Cruz hay Vida.


DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 32

 



 LA PALABRA DE LA CRUZ (1)

 

Te confieso querido Apóstol Pablo, santo de Dios, que al darme cuenta que tenía que comentar este famoso texto tuyo me he sentido abrumado como quien se encuentra parado frente a un abismo. Ruego al Señor no me falten palabras talladas en el silencio porque el silencio sería la mejor y quizás única palabra.

 

“Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio. Y no con palabras sabias, para no desvirtuar la cruz de Cristo. Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan - para nosotros - es fuerza de Dios.” 1 Cor 1,17-18

 

Has alcanzado esta certeza: el centro de la predicación del Evangelio es el misterio de la Cruz. Y tienes razón; aquí se estrellan las palabras aparentemente sabias, la elocuencia colisiona contra el Madero que la hace trizas y la reduce a un asombro extático frente a lo desconmensurado, la ciencia de los hombres se revela del todo insignificante y nimia. Aquí a los pies de la Cruz todo el edificio del universo entero cruje y se conmueve y con dolores de parto alumbra un sentido que le sobreviene desde más allá de este mundo.

“¿Por qué la Cruz?” Me han enseñado cuando estudiante que una buena cristología debe poder hacerse esta pregunta. Casi como decir que un cristiano que no se hace esta pregunta no tiene la más mínima chance de realizar un proceso de discipulado. “¿Por qué la Cruz?”

Y tú como predicador has descubierto que toda la fuerza que requieres es la Cruz desnuda, con toda su crudeza, tan difícil de digerir y tan revulsiva. Arruinarías la palabra de la Cruz si la revistieras de explicaciones humanas, de rebuscados argumentos intelectuales o de efervescente superficialidad emotiva. Tarde o temprano la Cruz por si misma habla, solo hace falta que la presentemos tal cual como es con toda su fuerza transfiguradora del alma.

Los Viernes Santos, cada uno de ellos desde que soy sacerdote, están llenos de un silencio que se torna palabra de fuego. No puedo sino decir de mil maneras a los corazones apagados y a las mentes sordas que no hace falta nada más sino la Cruz. Cuando todos huyen de ella escandalizados, horrorizados, temerosos; cuando la mayoría quiere que pase rápido y que se borre pronto; yo solo quiero quedarme aferrado a la eternidad de la Cruz de Cristo, victorioso Cordero degollado y Esposo de la Iglesia. ¡Es que aún no hemos comprendido que la Cruz es el Amor de Dios! ¡Amar la Cruz! ¿Quién podrá crecer y madurar hasta amar la Cruz?

He aquí pues la causa de que se pierdan los que se pierden: el rechazo de la Cruz. He aquí pues también la causa por la cual somos alcanzados por la Salvación de Dios: la apertura y aceptación de la Cruz, nuestra personal participación en Getsemaní. Porque la Cruz es toda la fuerza de Cristo en el Espíritu hacia el Padre para redención nuestra, el altar de la Pascua eterna, la Alianza definitiva y nueva.

 

“Porque dice la Escritura: Destruiré la sabiduría de los sabios, e inutilizaré la inteligencia de los inteligentes.  ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el docto? ¿Dónde el sofista de este mundo? ¿Acaso no entonteció Dios la sabiduría del mundo? De hecho, como el mundo mediante su propia sabiduría no conoció a Dios en su divina sabiduría, quiso Dios salvar a los creyentes mediante la necedad de la predicación.” 1 Cor 1,19-21

 

A veces en nuestros días, estos oscuros y descarriados días de la Iglesia peregrina –especialmente de tantísimos ministros y teólogos-, me pregunto: ¿qué estarán buscando cuando desesperadamente quieren llenar su inteligencia y corazón de las voces de este mundo y de las efímeras teorías de la época transitoria en la que viven? ¿Acaso ya no lo tienen todo en la Cruz de Cristo, desbordante de la verdadera sabiduría y del triunfante poder de Dios?

Pues creo que no tienen la Gracia cuya fuente es la Cruz. Me temo que están huyendo de ella y sumándose a tantos hombres –tan insensatos como infestados por las semillas del Príncipe oscuro de este mundo-, buscando diseñar una salvación diferente, una salvación sin Cruz y si es posible también una salvación sin Dios. ¡Hombre que te quieres salvar a ti mismo, corres raudamente hacia el abismo del que ya no habrá vuelta atrás! Pues la Cruz que rescata al que la abraza, aplasta al que quiere poner otro fundamento que no sea ella.

Al fin y al cabo no hay que inventar nada nuevo, nuestros santos siempre lo supieron y nos lo han testimoniado. Lo único decisivo es ponerse de rodillas humildemente a los pies de la Cruz. Allí termina el pecado y comienza la santidad. La Cruz es desierto de mundo y puerta a la tierra de promisión.

 

“Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres.” 1 Cor 1,22-25

 

¡Que nunca entonces lo olvide la Iglesia: nosotros predicamos a un Cristo crucificado que es y seguirá siendo escándalo y locura para este mundo!

Nos equivocamos cuando intentamos pulir las aristas filosas de la Cruz, cuando procuramos que sea suave y confortable para que no cause resistencias o cuando la convertimos en un artículo o símbolo inerte, apenas una “marca de mercado”, estéticamente presentada pero despotenciada de toda su salvaje interpelación. No hay forma de que el hombre se despierte del sueño engañoso a la Luz de Cristo sino se da un golpazo, -digámoslo con claridad-: necesitamos darnos un golpazo y estamparnos contra el Leño de la Cruz para que nazca el Camino en nosotros.

Yo veo que lamentablemente en la Iglesia siempre ha habido -y hoy proliferan-, los que olvidándose de Cristo o creyéndose más que Él, se congracian con las ideologías de toda índole desvirtuando el Evangelio de la Cruz. Cambian el Misterio oculto desde toda la eternidad y revelado en la madurez de los tiempos por la Encarnación del Verbo que mira hacia la cúspide de la Pascua, por sofismas e inventivas humanas, por idolillos portentosos que en el fondo no son más consistentes que el humo que se desvanece pronto y por espejismos de omnipotencia humana que no son sino la torpe prolongación del viejo pecado de Adán que hizo crecer exponencialmente el pecado en la historia hasta el desvarío de Babel. ¿Acaso aún no lo hemos aprendido? ¡Qué testarudo y cerrado el corazón del hombre!

Pero seguramente como ayer, hoy y mañana, no faltará ese ejercito humilde y silencioso de santos que arrodillados o postrados con rostro en tierra frente al Árbol de la Vida, alumbrará la palabra de la Cruz. Esa palabra de la Cruz que es bendita locura y santo escándalo, “debilidad” de un Dios infinitamente más fuerte que todos los poderes de la humanidad entera desde el inicio hasta el fin de la historia, los cuales quedan reducidos a la insignificancia y a la intrascendencia sin su Amor manifestado sobreabundantemente en la Pascua del Señor. ¡Ya lo siento, ya lo escucho y ya lo anhelo: ese susurro de los santos que se convierte en clamor: la palabra de la Cruz por la cual es pastoreada la Iglesia y rescatado el mundo! ¡Aquí lo tienes Madre Iglesia, toma resueltamente entre tus manos el báculo de la Cruz y se fiel a tu vocación!


 

DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 31

 




 ¿ESTÁ DIVIDIDO CRISTO?

 

“Les conjuro, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que tengan todos un mismo hablar, y no haya entre ustedes divisiones; antes bien, estén unidos en una misma mentalidad y un mismo juicio.  Porque, hermanos míos, estoy informado de ustedes, por los de Cloe, que existen discordias entre ustedes.  Me refiero a que cada uno de ustedes dice: «Yo soy de Pablo», «Yo de Apolo», «Yo de Cefas», «Yo de Cristo». ¿Está dividido Cristo? ¿Acaso fue Pablo crucificado por ustedes? ¿O han sido bautizados en el nombre de Pablo?” 1 Cor 1,10-13

 

Queridísimo hermano San Pablo, al comienzo de esta carta tras tu saludo, nos acercas una problemática siempre vigente -lamentablemente- en el seno de la Iglesia: las divisiones.

“Les conjuro por el nombre de nuestro Señor Jesucristo”, nos dices. Pues claramente es Cristo la norma y canon de la vida cristiana. La ley viva o espíritu del seguimiento discipular es estar siempre convirtiéndonos y configurándonos a Él, nuestro único Señor.

¡Que Cristo reine entre ustedes!, pareces sugerirnos. ¿Pues a qué nos conjuras? “Tengan todos un mismo hablar, y no haya entre ustedes divisiones; antes bien, estén unidos en una misma mentalidad y un mismo juicio.” ¿Qué misma mentalidad? La de Jesucristo. ¿Qué mismo juicio? El del Evangelio que se nos ha revelado para la Salvación y en el cual hemos creído. Por tanto sin dudas apartarse de Cristo es origen de divisiones en la Iglesia. Cuando la mente de Cristo es menguada por favorecer la mentalidad mundana, su Cuerpo se fractura internamente. Cuando la Palabra de Cristo es olvidada, censurada o no receptada íntegramente para acomodarnos por ejemplo al espíritu de la época, el Cuerpo se tensiona y las divergencias hacen crujir todo el edificio. Nunca el diálogo con el mundo debe hacerse a costa de Cristo sino hacia Él, para que todos le conozcan, amen y den gloria. Nunca la atención al espíritu de una época debe hacernos olvidar a Jesucristo, “el mismo ayer, que hoy y para siempre”, cuya Sabiduría ilumina todos los tiempos y nos conduce a la plenitud eterna.

Pero estimado Apóstol, tú nos informas de unas divisiones muy puntuales: los partidismos. Me refiero a que cada uno de ustedes dice: «Yo soy de Pablo», «Yo de Apolo», «Yo de Cefas», «Yo de Cristo». ¿Está dividido Cristo? ¿Acaso fue Pablo crucificado por ustedes? ¿O han sido bautizados en el nombre de Pablo?” Todos los mencionados son ministros de la Iglesia, evangelizadores y apóstoles. ¿Acaso alguno de ellos con sus actitudes ha generado un seguimiento a su persona y no a la de Cristo? En este caso creemos que no, ya que nos consta su santidad. Y sin embargo, ¡cuántas veces los que tenemos el oficio de ser pastores sembramos personalismos, el falso culto a nosotros mismos y nos ubicamos en el centro de las miradas bajo los reflectores de la fama y la popularidad, en lugar de señalar y orientar siempre hacia Cristo! ¿Acaso somos nosotros los salvadores? ¿Acaso han sido redimidos a causa de nuestro sacrificio? “Es necesario que yo disminuya para que Él crezca”, nos diría Juan -el Bautista- como criterio fundamental de nuestro ministerio.

Pero también puede suceder que la causa de la división se halle en las malas e inmaduras interpretaciones del Pueblo de Dios en camino. Porque muchas veces, aún faltos de purificación y con mentalidad aún mundana, participamos de la Iglesia con espíritu errado: con emocionalismo subjetivo, casi con el fanatismo deportivo de la hinchada, con criterios políticos de poder y encumbramiento generando entornos enrarecidos y otras desviaciones. Pero yo me pregunto entonces: ¿a quién estamos buscando? No a Cristo, en el fondo nos estamos buscando a nosotros mismos y aliándonos a los que son de los nuestros.

Mi experiencia pastoral me inclina a detectar dos problemáticas permanentes y muy actuales bajo el rótulo de “partidismos”. Una la trataremos ampliamente de seguro en otro momento: la diversidad de carismas y la unidad en la Iglesia. Porque el dinamismo carismático siempre tiende a sectarizarse. Cada carisma, por convencimiento y pasión, tiene la tentación de cerrarse en sí, querer imponerse al resto como el mejor de todos y volverse pues totalitario. La institucionalidad eclesial y la autoridad competente sufren a la vez la tentación de uniformarlo todo, limitando o diluyendo las particularidades carismáticas, con cierto autoritarismo racionalista. Aquel slogan de la “unidad en la diversidad” me parece un auténtico milagro del Espíritu Santo. Solo Dios puede reunirnos en la caridad desde la multiplicidad de historias personales y carismas espirituales. ¡Que lo siga haciendo en la Iglesia pues a nosotros la tarea nos sobrepasa y sin Él poco podemos!

La otra problemática, creo está atravesada con el paradigma de abordaje que se intenta desarrollar para vincular a la Iglesia con el mundo, la historia y la cultura. Aquí entonces surgen los clásicos motes dualistas con acrobáticos intentos de mediación: “progresistas o moderados o tradicionalistas”, “de izquierda o de centro o de derecha”, “reformadores o dialoguistas o conservadores”… y ya vemos por donde va la cosa.

San Pablo ha experimentado lo que todos también padecemos: la Iglesia que peregrina siempre está tensa, hay dinamismos que a la par que la mantienen viva e inquieta están siempre amenazando con romperla y fracturarla. Y la resolución de este movimiento dramático de latentes divisiones internas, entre las cuales transita hacia la Gloria, puede o no resultar virtuoso. Cuando cada quien se vuelve sobre sí mismo para autoafirmarse y hace de Cristo y de la fidelidad al Evangelio un botín que disputar con los opositores, las banderías partidarias baten tambores de guerra. Es que nada podrá resolverse sin entrar en la mentalidad de Cristo que se expresa claramente en la Encarnación y en la Pascua. Hay que abajarse y hay que morir. Cuando en el Cuerpo eclesial deja de practicarse efectivamente la entrega a Cristo y el don de uno mismo por amor, fuera del lenguaje de la ofrenda y de la sabiduría del sacrificio, nos separamos más y más de la Gracia que nos sostiene y nos asegura el camino.

¿Cristo está dividido? Diría figuradamente que Cristo siempre está sufriendo al ser continuamente tironeado en la Iglesia peregrina por los partidismos. Como también tengo plena certeza de que Cristo siempre logrará reunirnos en Él por la fuerza victoriosa de su caridad en la Cruz. Pero hasta que no asumamos la mentalidad de la Cruz habrá tensiones y partidismos.

 

DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 30





NO LES FALTA NINGÚN DON DE GRACIA

Augusto Apóstol San Pablo, queremos escucharte y dialogar contigo vivamente, en esta ocasión acerca de tus enseñanzas a la comunidad de Corinto.

 

“Pablo, llamado a ser apóstol de Cristo Jesús por voluntad de Dios, y Sóstenes, el hermano, a la Iglesia de Dios que está en Corinto: a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, con cuantos en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor nuestro, de nosotros y de ellos  gracia a ustedes y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo.”  1 Cor 1,1-3

 

“Por voluntad de Dios”. ¡Qué consolador, hermano mío, es hallar a alguien que pueda reconocer y afirmarse enteramente en la Voluntad de Dios! ¡Cuánta paz habría en nuestra vida si tuviésemos certeza en la fe, la esperanza y el amor que vivimos lo que es proyecto de su Gracia! O al menos si tuviésemos una recta conciencia y una veraz intención de configurarnos a su Santa Voluntad con alegría y convencimiento de que no hay nada mejor para nosotros! ¡Bástenos pues estas palabras acaso circunstanciales en apariencia pero tan centrales y hondas. ¡Vivamos según y para la Voluntad de Dios!

“A los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos.” ¡Me admira tu clara contundencia, tu puntería certera para dar en el blanco! ¡Tú sabes al saludar a la comunidad cristiana quién eres según el proyecto del Padre en Cristo! ¡Como también sabes quiénes son tus hijos de predicación y hermanos de camino en ese mismo plan de salvación: santificados para ser santos! A quienes nos leen repítanlo con nosotros: “santificados en Cristo para ser santos”. Tú y yo no somos de Corinto sino de la actualidad del mundo de hoy pero la elección y llamado es el mismo. ¿Quién eres tú cristiano? Un elegido y llamado para ser santo en Cristo para la GLoria de Dios, su Padre.

 

“Doy gracias a Dios sin cesar por ustedes, a causa de la gracia de Dios que les ha sido otorgada en Cristo Jesús, pues en él han sido enriquecidos en todo, en toda palabra y en todo conocimiento, en la medida en que se ha consolidado entre ustedes el testimonio de Cristo.”  1 Cor 1,4-6

 

“Doy gracias a Dios sin cesar por ustedes, a causa de la gracia de Dios que les ha sido otorgada en Cristo Jesús.” Así dejas traslucir tu pastoral amor paterno, lleno de contento por la gracia de Dios conferida a quienes te han sido confiados. ¡Y eso ya es enorme! ¿Acaso es tan fácil hallar hermanos que se alegren por las gracias que recibimos del Señor? ¡Por cierto que los hay y no nos faltan! Pero también los hay envidiosos, competitivos y quienes quisieran reducirnos a mediocridad porque no aceptan la corrección que erige un intento de vida santa. Como no están dispuestos a salir de su pecado, intentan igualarlo todo siempre para abajo, hacia la degradación y la convalidación de lo que en cambio debería ser purificado.

“En él han sido enriquecidos en todo, en la medida en que se ha consolidado entre ustedes el testimonio de Cristo.” Pues sabes bien que el testimonio firme, valeroso y fiel de Cristo hace crecer a cada discípulo y madurar a la Iglesia volviéndola fecunda. Por supuesto que una deficiente, temerosa o acomodaticia presentación de la fe para contentar al mundo irá en el otro sentido, causando languidez y tristeza, frialdad de espíritu y falta de novedad.  Ya ha sucedido en la historia. ¡Que vuelva a enterarse la Iglesia de Dios que peregrina en los inicios del siglo XXI! ¡Sólo la fidelidad a Cristo y a su Evangelio dará sentido verdadero y acceso a inestimables riquezas de Gracia en el Señor! ¿Quieres ser rico delante de Dios y según sus mercedes? Pues solo ocúpate de ser fiel a Cristo y dar buen testimonio de Él con tu vivir.

 

“Así, ya no les falta ningún don de gracia a los que esperan la Revelación de nuestro Señor Jesucristo. Él los fortalecerá hasta el fin para que sean irreprensibles en el Día de nuestro Señor Jesucristo. Pues fiel es Dios, por quien han sido llamados a la comunión con su hijo Jesucristo, Señor nuestro.” 1 Cor 1,7-8

 

“Ya no les falta ningún don de gracia.” ¡Es verdad, no nos falta ningún don de Gracia, nos han sido dados todos en Cristo! Aunque el proceso de “hacer nuestra” la Gracia recibida, dejando que nos transforme, es un camino que requiere tiempo. ¿Pero al fin para qué nos han sido dados estos auxilios divinos? Pues para vivir en comunión con Dios. Y la comunión con Dios, plena y eterna, es lo que llamamos “Salvación, Reino, Cielo, Bienaventuranza y Gloria”.


Si pudiéramos salir del mal sueño engañoso de la modernidad, ese sueño antropocéntrico que no es más que la reedición del viejo pecado de los demonios -“no serviré”- y del Adán caído que espera ser como Dios pero sin Él, usurpando su lugar. Entonces comprenderíamos la hermosa magnitud del saludo que nos diriges también a nosotros, San  Pablo, en el presente: “Sean benditos porque en Cristo nos le falta ningún don de Gracia para ser santos”. Amén. 



DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 53

  EXHORTACIÓN A PERSEVERAR HASTA LA META   Estimado padre y hermano, augusto San Pablo, atleta de Dios, ¡que bien nos hace tu exhortació...