DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 43





LA PURIFICACIÓN INTERNA DE LA IGLESIA (II)

 

“Al escribirles en mi carta que no se relacionaran con los impuros, no me refería a los impuros de este mundo en general o a los avaros, a ladrones o idólatras. De ser así, tendrían que salir del mundo.” 1 Cor 5,9-10

 

¡Qué sencillo y contundente sentido de la realidad te asiste San Pablo! Los cristianos ni siquiera podríamos vivir en el mundo si pretendiésemos que todos fueran santos. Y hemos conocido etapas puristas en las cuales por miedo al contagio y para preservar la pureza hemos construido muros que nos defendieran de la realidad del mundo. ¿Pero cómo realizar entonces la misión de anunciar el Evangelio a todos si nos ponemos a distancia para preservarnos? De hecho no tendría razón de ser la Iglesia si la humanidad entera se hallase convertida y perseverase indefectible en Gracia.

No nos hablas en esta ocasión de romper con la impureza que por el pecado se establece a diario en la realidad de los hombres –ciertamente habrá que liberar a la humanidad del oscuro Príncipe de este mundo-, sino de una herida interna de la vida eclesial. No somos tan puros como pretendemos ni como debiéramos aspirar a ser.

 

“¡No!, les escribí que no se relacionaran con quien, llamándose hermano, es impuro, avaro, idólatra, ultrajador, borracho o ladrón. Con ésos ¡ni comer! Pues ¿por que voy a juzgar yo a los de fuera? ¿No es a los de dentro a quienes ustedes juzgan? A los de fuera Dios los juzgará. ¡Arrojen de entre ustedes al malvado!” 1 Cor 5,11-13

 

En este pequeño pasaje comprendemos que el Apóstol, no sin cierta ironía, les hace ver que no está de acuerdo con el juicio permisivo con el pecado que sostienen hacia el interior de la vida eclesial. No deben mirar hacia fuera y preocuparse por el pecado de quienes no son cristianos, sino volverse hacia adentro y ocuparse en resolver situaciones indebidas que viven miembros de la comunidad de fe. Obviamente la exhortación corresponde al caso puntual del incestuoso que ya hemos mencionado. Pero la breve lista que enuncia San Pablo habla también de otros excesos. Aquí el Apóstol es tajante: “Con esos ¡ni comer”. Y sugiere que aunque se llamen “hermanos” no actúan conforme a una vida en Gracia. Se deduce pues que el pecado rompe la fraternidad, la lesiona y obstaculiza. Somos hermanos en Cristo si objetivamente nos aunamos en un modo de vivir según aquellas “normas de comportamiento en Cristo” que los Apóstoles han recibido del Señor y transmitido a toda la Iglesia. En este sentido se pide arrojar fuera de la comunidad al que quiere permanecer impenitente, o sea, aquel miembro que habiendo sido advertido y exhortado a conversión no quiere salir del pecado sino permanecer en él. Esta expulsión o excomunión tiene un doble carácter medicinal: no permitir que la levadura vieja del pecado se extienda y contamine la vida de la Iglesia y poner un límite firme al pecador para que pueda reconsiderar su postura obstinada en el pecado, arrepentirse y hacer penitencia para poder volver a la comunión eclesial.

Ciertamente la Iglesia, desde los albores apostólicos a nuestros días, peregrinando en la historia ha experimentado la necesidad de exponer en textos legislativos la disciplina que es propia del modo de vida evangélico. Hoy esas regulaciones en gran medida se hallan contenidas y preservadas en el Código de Derecho Canónico, que bajo la luz de la Revelación y con la guía del Magisterio, permite establecer objetivamente el género de vida de los cristianos, garantizando los derechos de todos a perseverar y madurar según la Gracia, junto a los correctos procesos de discernimiento y las sanciones o penas correctivas y medicinales que se deban aplicar.

Ya sé que hablar de Leyes suena frío a una gran mayoría –me incluyo-. Pero también reconozco que vivir sin normas, en una pura libertad según el Espíritu, es engañoso y fuente de grandes males. Nos guste o no la disciplina es necesaria. La vida en el Espíritu no puede desarrollarse rectamente sin tutores objetivos, librada a la caprichosa subjetividad. De no mediar en la vida eclesial una disciplina común la comunidad de los creyentes derivaría hacia una inmadura y permanente adolescencia en conflicto interminable con la autoridad; una constante crisis de identidad y con ella la anarquía y la disgregación. Quizás a quienes el lenguaje de la ley y la disciplina les resulte amargo, coercitivo o censurador, les recordaría que se trata simplemente de ajustarnos “a las normas de comportamiento en Cristo”. Tal vez podríamos expresarlo así –lo cual ya San Pablo ha hecho en otros lugares-: Cristo es el Legislador y la Ley viva y definitiva. Jesucristo es aquel tutor que el Padre clavó junto al tronco de la humanidad para que creciera rectamente en Gracia y Comunión. O tal vez lo diría mejor así: solo injertada en el árbol recto y firme de la Cruz –Cruz que es ley de Vida y disciplina en el Espíritu-, la humanidad puede celebrar aquella Alianza que engendra Salvación.

Lo cual de nuevo me lleva a concluir que necesitamos hoy revisar algunas actitudes. No es muy fiable una fraternidad universal que se apoye  en el hecho de que todos pertenecemos al género humano y que tenemos asignada una casa común donde cohabitar. Este dato ha estado permanentemente accesible en la historia –con diversos grados de conciencia cultural- y sin embargo no se ha derivado de él ni la concordia planetaria ni la paz globalizada. Sabemos los cristianos que la raíz de todos los males se hunde en cada corazón y que la medicina es la conversión a Cristo pues solo en la Cruz de Cristo, en su inmolación como Cordero Pascual, por la gracia de una Fe animada por la Caridad pueden ser derribados los muros que nos separan y superadas las fronteras que nos distancian. La adhesión a “las normas de comportamiento en Cristo” es lo que garantiza una verdadera fraternidad.

También debemos creo replantearnos el camino de relajar la disciplina moral para intentar una mayor inclusión de personas en la Iglesia. Este camino es falso: degrada la calidad de vida discipular convalidando el pecado y no rescata a los pecadores para vivir en la Gracia de Dios. Además es un sendero imposible para la Iglesia pues ella no crea la Ley de Salvación sino que la recibe. Cristo es la Ley Viva que Vivifica y con fe humilde los cristianos hacemos penitencia y dejamos dócilmente que el Buen Dios y Padre nos purifique, pasándonos por el crisol de la Cruz para que resurjamos aquilatados y resplandecientes a imagen y semejanza de su Unigénito.

 

DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 42




LA PURIFICACIÓN INTERNA DE LA IGLESIA (I)

 

“Por esto mismo les he enviado a Timoteo, hijo mío querido y fiel en el Señor; él les recordará mis normas de conducta en Cristo, conforme enseño por doquier en todas las Iglesias.”  1 Cor 4,17

 

Agradecidos estamos San Pablo contigo y con todos los Apóstoles que nos enseñaron las “normas de conducta en Cristo” y que velaron para que sigan siendo transmitidas. Así el Espíritu Santo, mediante la suceción apostólica, sigue recordándonos y haciéndonos comprender y creer cuanto el Señor Jesús nos comunicó para nuestra salvación.

Como estas páginas son un “diálogo vivo”, un ejercicio de oración personal, no pretendo tocar íntegramente las cartas paulinas sino algunos pasajes escogidos, seguramente medulares pero quizás seleccionados un tanto subjetivamente, ciertamente aquellos con los que queda resonando mi sediento corazón. Y aunque no sea pues este diálogo espiritual una labor exegética o de comentarista, a veces requiero poner en contexto a mis lectores, sobre todo cuando dejo fragmentos fuera. Ésta es una de esas ocasiones.

El Apóstol anuncia que irá a verlos pero el tono es controversial, hay dificultades en la comunidad y debe poner orden. Por eso se prepara el camino y les dice: “¿Qué prefieren, que vaya a ustedes con palo o con amor y espíritu de mansedumbre?” (1 Cor 4,21). Nos enteramos pronto que ha sucedido entre ellos un hecho grave: “Sólo se oye hablar de inmoralidad entre ustedes, y una inmoralidad tal, que no se da ni entre los gentiles” (1 Cor 5,1). Se trata de un caso de incesto, público y escandaloso (cf. 1 Cor 5. 1-5). San Pablo percibe la inacción de la comunidad, la tolerancia a ese pecado y claramente da un juicio acerca del tema y cómo debe procederse expulsando al pecador. Probablemente se trata de una excomunión medicinal para que se arrepienta, haga penitencia y se convierta.

Pues bien, abordaremos de aquí en más -en varias entregas- el pensamiento del Apóstol acerca de una necesaria purificación hacia el interior de la comunidad cristiana. ¿Pero la Iglesia entonces es pecadora? ¿Cómo la una, santa, católica y apostólica puede necesitar purificarse? Permítanme entonces introducir un texto del catecismo de la Iglesía Católica que nos recuerda que la Iglesia en sí misma es santa pero recibe en ella a miembros pecadores.

 

Catecismo Nº 827  "Mientras que Cristo, santo, inocente, sin mancha, no conoció el pecado, sino que vino solamente a expiar los pecados del pueblo, la Iglesia, abrazando en su seno a los pecadores, es a la vez santa y siempre necesitada de purificación y busca sin cesar la conversión y la renovación" (LG 8; UR 3; 6). Todos los miembros de la Iglesia, incluso sus ministros, deben reconocerse pecadores (1 Jn 1,8-10). En todos, la cizaña del pecado todavía se encuentra mezclada con la buena semilla del Evangelio hasta el fin de los tiempos (cf. Mt 13,24-30). La Iglesia, pues, congrega a pecadores alcanzados ya por la salvación de Cristo, pero aún en vías de santificación: “La Iglesia es, pues, santa aunque abarque en su seno pecadores; porque ella no goza de otra vida que de la vida de la gracia; sus miembros,  ciertamente, si se alimentan de esta vida se santifican; si se apartan de ella, contraen pecados y manchas del alma, que impiden que la  santidad de ella se difunda radiante. Por lo que se aflige y hace  penitencia por aquellos pecados, teniendo poder de librar de ellos a  sus hijos por la sangre de Cristo y el don del Espíritu Santo” (Pablo VI; SPF 19).

 

Continuemos ahora nuestra lectura orante y diálogo vivo con San Pablo.

 

“¡No es como para gloriarse! ¿No saben que un poco de levadura fermenta toda la masa? Purifíquense de la levadura vieja, para ser masa nueva; pues son ázimos. Porque nuestro cordero pascual, Cristo, ha sido inmolado. Así que, celebremos la fiesta, no con vieja levadura, ni con levadura de malicia e inmoralidad, sino con ázimos de pureza y verdad.” 1 Cor 5,6-8

 

 La exhortación pues es bellísima y contundente en su expresión. No se debe permitir en forma alguna que se propague entre la comunidad la levadura vieja del pecado y de la inmoralidad. Los que son de Cristo, Cordero inmolado y nuestra Pascua, deben permanecer como panes ázimos, ofrecidos en pureza y verdad al Padre en unión a su Hijo. Aquí la levadura tiene connotaciones negativas: la irrupción y expansión contaminante del mal dentro de la Iglesia.

Y ésta me parece una temática tan actual. Ya me he pronunciado - hasta el hartazgo- acerca de la publicidad dada entre nosotros hoy a una “falsa misericordia”, que con pretexto de inclusión absoluta, evita considerar seriamente la necesidad de conversión. Deriva en una pastoral buenista, populista y demagógica que convalida el mal y difumina la realidad del pecado como también anestesia o confunde la conciencia moral de los creyentes. Seguramente San Pablo se opondría tan firmemente en el presente como nos lo muestra en el pasado. También a nuestra Iglesia peregrina de comienzos del tercer milenio le advertiría: “Miren que iré pronto entre ustedes, espero que se pongan en orden según las normas de conducta en Cristo antes que yo arribe. Se los anticipo para que elijan: ¿voy con vara para corregir y restablecer la disciplina evangélica? Ojalá no hiciera falta y enmienden su desvarío con prontitud.”

Por mi parte ruego a Dios que no nos falten ministros sagrados que con rectitud apostólica nos exhorten y nos despierten. Comprendo que no será grato para nadie. Unos se sentirán juzgados, quizás agredidos o no estimados, ofrecerán tal vez resistencia férrea, aunque la caridad eclesial los invite simplemente a salir del pecado para unirse plenamente a Cristo. Otros se verán sorprendidos pues les parecerá excesiva la exigencia de la santidad de vida; la cual es nuestra vocación pero evidentemente es incómoda, interpela y desafía y no admite medias tintas o el vago deambular de la mediocridad reinante. Lamentablemente no faltarán quienes ya infestados por la tentación han dejado que su mente y corazón se retuerzan; estos tales actuarán como justificadores ideológicos de una cercanía al mundo y de un espíritu de modernización que traiciona al Evangelio de la Gracia. Finalmente quienes ejerzan el ministerio apostólico sufrirán como todos los profetas sufren y padecerán probablemente con más intensidad los embates desde dentro de la Iglesia que desde fuera de ella. El interrogante está en el aire: ¿la Iglesia santa que abraza pecadores en camino de penitencia admitirá en su seno la levadura del mal y del pecado? Como reza antiguo adagio: “aversión al pecado y misericordia al pecador”. El pecado debe ser erradicado; el pecador en cambio liberado y rescatado para la santidad de la Gracia.

 

 

DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 41

 

 


LOS MINISTROS DE DIOS (II)

 


Ilustrísimo San Pablo, Apóstol del Señor, nos invitas a dar un paso más en la consideración de aquellos que han recibido el ministerio sagrado de “servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios”.

 

“Porque pienso que a nosotros, los apóstoles, Dios nos ha asignado el último lugar, como condenados a muerte, puestos a modo de espectáculo para el mundo, los ángeles y los hombres. Nosotros, necios por seguir a Cristo; ustedes, sabios en Cristo. Débiles nosotros; mas ustedes, fuertes. Ustedes llenos de gloria; mas nosotros, despreciados. Hasta el presente, pasamos hambre, sed, desnudez. Somos abofeteados, y andamos errantes. Nos fatigamos trabajando con nuestras manos. Si nos insultan, bendecimos. Si nos persiguen, lo soportamos. Si nos difaman, respondemos con bondad. Hemos venido a ser, hasta ahora, como la basura del mundo y el desecho de todos.”  1 Cor 4,9-13

 

Una contundente expresión, testimonial, de tu propia experiencia. De tanto en tanto me repito a mí mismo y se lo he comunicado a las nuevas generaciones en cuanto he encontrado oportunidad: “un sacerdote no conoce otros derechos sino los derechos de la Cruz”. ¿Cómo ejercer fiel y fecundamente el sacerdocio ministerial sin hallarse configurado al Crucificado, a su Sacrificio redentor? ¿Cómo celebrar la Eucaristía sin esta conciencia religiosa?

Obviamente “los derechos de la Cruz” primero se enuncian, luego se aceptan en un proceso de maduración que supone una inmensa cuota de purificación y se viven cuando en gracia se alcanza una estable y serena unión con Cristo en su inmolación amorosa. Un sacerdote debe volverse cordero en el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

Una y otra vez debe negarse a sí mismo y cargar la Cruz. Una y otra vez debe orientarse a morir él para dar vida. Así lo manifiestas San Pablo en tus paradojas. Y sería bueno que todos los que ejercemos el ministerio lo grabemos a fuego en el corazón. “Yo he sido ubicado por Dios en el último lugar como condenado a muerte, he sido elegido para ser víctima de propiciación.” Entonces la orientación de nuestro servicio y la administración de los misterios nos será totalmente clara en su naturaleza sobrenatural. “Yo seré considerado necio para que ellos sean admirados como sabios. Yo seré debilitado para que ellos sean fortalecidos. Mis hermanos e hijos llenos de gloria y yo despreciado.” No es éste el lenguaje de la victimización sino el del Sacrificio; es el lenguaje del Amor. No de cualquier amor humano sino del Amor Divino. Es el Amor de Dios manifestado en la Pascua de Cristo Jesús.

¿Hambre, sed, desnudez, pobreza, andar errantes e itinerantes sin demasiadas seguridades humanas, ser insultados y abofeteados, hombres cargados de fatigas? ¿Por qué nos quejamos los ministros cuando esto nos sucede? ¿Por qué aún me asombro? ¿Acaso no hemos sido llamados y hemos respondido a esto por amor de Cristo? Pero cuando respondimos al llamado iniciamos un camino y ahora el camino nos hace acelerar el paso de la conversión y de la entrega de la vida. “Ser el Crucificado” es la vocación del sacerdote, hermosa, viril, desafiante, cruda y permítanme mortal. Adentrarnos en esa Muerte que da Vida.

No debiera razonablemente un ministro sagrado esperar de Dios otra cosa que ser con-crucificado con el Señor Jesús. Todo el camino ministerial apunta a esta cumbre. Estar y permanecer con Él siendo considerados malditos e insultados pero devolviendo bendición; perseguidos y difamados pero soportando con bondad. Con Cristo, el Amado y Esposo, basura y desecho para el mundo y elegidos por Dios para unirnos a Él en la cima de la Cruz. Pues para ser los ministros “servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios” debemos adelantarnos al Pueblo y vivir la Pascua. ¿Cómo podremos celebrar y comunicar lo que aún no somos? La vocación sacerdotal hace temblar, primero a los llamados, pero configurados tras la maduración penitencial a Cristo, bien templados, conmueve al mundo.

 

“No les escribo estas cosas para avergonzarlos, sino más bien para amonestarlos como a hijos míos queridos.  Pues aunque hayan tenido 10.000 pedagogos en Cristo, no han tenido muchos padres. He sido yo quien, por el Evangelio, los engendré en Cristo Jesús.  Les ruego, pues, que sean mis imitadores.” 1 Cor 4,14-16

 

Recordemos nuevamente que las exhortaciones del Apóstol tienen como punto de partida las divisiones comunitarias, de carácter partidista. “Yo soy de éste, yo de aquel”. Se encaminan a predicarnos con fuerza que todos somos de Cristo. Y concluye San Pablo que lo que viven los Apóstoles como vocación en Cristo lo debe vivir también toda la comunidad, cada uno de los discípulos. Finalmente también creo que un buen y fiel ministro no solo se deja con-crucificar con Cristo sino que invita a todo el Pueblo de Dios al que sirve, a dejarse con-crucificar también. Lamentablemente existe hoy la tentación de un falso “buenismo pastoral”, sobreprotector, que mantiene a los cristianos pueriles y que no habla de conversión, penitencia, purificación y santidad. ¿Cómo decirlo? Con riesgo de ser demasiado simplista –en tono didáctico- lo expresaría así: “hemos caído en la telaraña de aquella modernidad que para levantar los derechos del hombre niega los derechos de Dios”. Los ministros sagrados primero, todo el Pueblo de Dios animado por nuestro ejemplo, debemos recordar nuestra vocación luminosa y bella a “los derechos de la Cruz”. Entonces una Iglesia con-crucificada podrá ser servidora de Cristo y dispensadora de los misterios de Dios.


DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 40

 




LOS MINISTROS DE DIOS (I)

 

Recuperemos querido San Pablo tu sentencia inicial sobre la cual nos hemos permitido un excursus:

 

“Por tanto, que nos tengan los hombres por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que en fin de cuentas se exige de los administradores es que sean fieles.” 1 Cor 4,1-2

 Y continuemos:

 

“Aunque a mí lo que menos me importa es ser juzgado por ustedes o por un tribunal humano. ¡Ni siquiera me juzgo a mí mismo! Cierto que mi conciencia nada me reprocha; mas no por eso quedo justificado. Mi juez es el Señor. Así que, no juzguen nada antes de tiempo hasta que venga el Señor. El iluminará los secretos de las tinieblas y pondrá de manifiesto los designios de los corazones. Entonces recibirá cada cual del Señor la alabanza que le corresponda.” 1 Cor 4,3-5

 

¿Cómo valorar la actuación de un ministro dispensador de los misterios de Dios? Si bien ya pusiste como clave general que sea fiel en cuanto administrador y que no se adueñe, ahora insistes en otro rasgo. Que sea humilde y siempre atento al juicio de Dios. Aunque la propia conciencia no le acuse de falta, no se sienta por ello exonerado, sino que permanezca siempre en un sano y santo temor de Dios que verdaderamente lo sabe todo y que escruta los corazones, que nos conoce a nosotros más que nosotros mismos. Que tampoco dependa demasiado del juicio de los demás –sea negativo o positivo-. También el juicio de los pares en el ministerio, del entorno de colaboradores en el ejercicio de su autoridad y de los fieles que le han sido confiados, no alcanza a dar certeza. Puede ser una indicación, marcar un humor comunitario acerca de su servicio, actuar como espejo que refleja la imagen que el servidor no ve de sí mismo, pero al fin y al cabo si todos lo aplauden o todos lo resisten, el juicio certero sigue siendo de Dios.

No se trata pues de desconocer ni la propia conciencia ni de anular el diálogo y discernimiento eclesial, sino de relativizarlos, es decir, ponerlos en relación y bajo la mirada de Dios. No pocas veces vemos ministros sagrados que apelando a su sola conciencia, en lo más alto de la cumbre eclesiástica, se exponen a la tentación de tornarse desconectados del cuerpo, autosuficientes y por tanto autocráticos. Como también vemos otros ministros que demasiado pendientes de la recepción de su ejercicio corren la tentación de la demagogia, de volverse adaptables y acomodaticios, de someterse al consenso de las mayorías.

El ministro debe ante todo ser maduro para afirmarse inconmovible en la voluntad de Dios -conocida por Revelación y contenida en el depositum fidei, transmitida fielmente por el Magisterio-. Y en todo cuanto sea prudencial y de aplicación, sostener con recta intención la búsqueda y recepción de esa Voluntad Divina. Y animar a todos a vivir en este temple. Y someterse humilde y exhortar a todos a someterse al juicio definitivo de Dios. Viviendo en esta tensión e incertidumbre la Iglesia permanece abierta a la Verdad que no crea sino que recibe, descubre y acepta como don de lo alto.

 

“En esto, hermanos, me he puesto como ejemplo a mí y a Apolo, en orden a ustedes; para que aprendan de nosotros aquello de «No propasarse de lo que está escrito» y para que nadie se engría en favor de uno contra otro. Pues ¿quién es el que te distingue? ¿Qué tienes que no lo hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿a qué gloriarte cual si no lo hubieras recibido? ¡Ya están hartos! ¡Ya son ricos! ¡Se han hecho reyes sin nosotros! ¡Y ojalá reinaran, para que también nosotros reináramos con ustedes!” 1 Cor 4,6-8

 

Retomando la temática inicial de las divisiones en la comunidad, donde unos se pensaban como partidarios de tal ministro y otros como enfrentados y partidarios de aquel otro, San pablo insiste en que no seguimos ministros sino a Cristo. Que los ministros son valorables en cuanto administradores fieles que nunca se adueñan de la Iglesia. Que ningún ministro ni la Iglesia entera se fundan sobre sí mismos, que lo que somos lo hemos recibido, que debemos fundarnos en la Gracia. Y sobre todo que debemos guardarnos humildes servidores en las manos y bajo la mirada de Dios.

 

DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 39

 


SERVIDORES DE CRISTO 

Y ADMINISTRADORES DE LOS MISTERIOS DE DIOS

 

Augustísimo Pablo, santo de Dios y Apóstol de la Iglesia, en continuidad con la temática que venías tratando, es decir, las divisiones en la Iglesia -causas y orientaciones correctivas-, ahora introduces consejos acerca del comportamiento de los ministros sagrados.

 

“Por tanto, que nos tengan los hombres por servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que en fin de cuentas se exige de los administradores es que sean fieles.” 1 Cor 4,1-2

 

Permítanme apoyado en esta breve sentencia una meditación sobre la actualidad eclesial. Sin duda, innumerables veces en nuestra vida cristiana hemos escuchado este criterio: “no somos dueños sino administradores”; aplicado a diversas realidades y circunstancias. Y por supuesto que cobra especial relevancia al tratarse de la Iglesia. No somos dueños de la Iglesia. Aunque lamentablemente creo solemos manejarnos demasiado frecuentemente como si la Iglesia fuera de nuestra propiedad.

Así a menudo se acusa a los ministros sagrados de abusar de su autoridad, excediendo los límítes de un simple servidor y enharbolando un protagonismo exagerado que roza lo autoritario y lo autocrático. Sin duda mi propia experiencia me dice que la tentación es constante y que solo una permanente vigilancia y revisión de la práctica ministerial –de cara al Señor en el encuentro personal y en diálogo sincero con la comunidad de fieles y con el cuerpo ministerial- puede actuar de tutor que evite las desviaciones en el servicio. ¡La humildad y la recta intención pues no nos falten!

Me sorprende sin embargo que la infidelidad en la sacra administración de los misterios se adjudique casi exclusivamente al presbiterado. ¿El diaconado permanente está excento y es inmune? Me consta que no. Pero como creo se tiende a percibirlos más como laicos o ministros “de segunda” o como ministros “más normales que los otros” por estar en su mayoría casados y tener familia, se suele ser más indulgente en el juicio hacia ellos. Por otro lado, que yo sepa cuanto más encumbrado es el cargo y más poder se concentra, mayor bien se puede hacer como también aumenta el peligro de un mal uso. Así que los que más daño pueden hacer en este sentido son los Obispos y el Papa. Y ejemplo hemos tenido en la historia –algunos muy recientes- de actitudes y tiempos oscuros donde se ha ejercido el ministerio episcopal y petrino en beneficio propio o de los allegados y en desmedro del bien de la Iglesia. Pero de esto no se habla pues la fantasmática que subyace es que algunos sitiales son intocables y además no tendríamos la madurez necesaria para ver sus imperfecciones si las hubiese. Mas aunque el ministerio que es de origen divino debe ser respetado y custodiado entrañablemente, las personas que lo ejercen deben ser evaluadas por su objetivo desempeño en el servicio. Y estoy seguro que Dios lo hará pues, “a quién mucho se le dio mucho se le pedirá”. Los ministros sagrados seremos juzgados con mayor severidad.

Advertencia oportuna pues. No me sorprende sino que huele a estrategia demoníaca esta concentración de la atención sobre el presbiterado, pues verdaderamente es el cuerpo ministerial más cuantiosamente extenso en el orbe, que no solo estructura operativamente a la Iglesia en el llano de lo cotidiano, sino que es el cuerpo de ministros del que depende la confección de la Eucaristía –como de la Reconciliación- y más habitualmente la predicación y enseñanza de la Revelación Divina.

El famosísimo “clericalismo” empero –sin negarlo-, no sólo depende de la voracidad desviada por el poder de algunos ministros sino que -mal que le pese a tantos ideólogos contemporáneos-, quizás también resulta de la degradación y retirada del laicado. Aquí hay otro tabú por desmitificar: “el laicado siempre es bueno porque el pueblo siempre es bueno”. O sea, la culpa siempre es enteramente “de los ministros malos”. Nos bastaría una sincera revisión de la palabra “pueblo” en la Sagrada Escritura para notar la ambivalencia del término y la exagerada inflación teológica del concepto de “Pueblo de Dios” como central y prioritario.

Pienso derivadamente en dos discursos y praxis eclesiales vigentes y creo se podrían discernir desde esta perspectiva, “no somos dueños sino administradores”: la sinodalidad y la ministerialidad.

1.      Sin entrar en detalles sobre la sinodalidad y su naturaleza teológica, la forma en que se ha planteado parece inclinarse a una suerte de “democratización eclesial” que diluya el “orden jerárquico” –divinamente instituido- hacia un progresivo emparejamiento en el sacerdocio común de los fieles, una suerte de perpetuo “conciliarismo o asambleísmo parlamentario” –error ya condenado magisterialmente- y que terminaría en la protestantización de la catolicidad. Pero más allá de esto, me preocupa que el énfasis en que se escuchen “todas las voces” o que “todos se expresen y voten”, la priorización del consenso del amplio abanico del espectro eclesial para “caminar todos juntos”, quizás está gritando que “la Iglesia es nuestra”. Sí, la Iglesia es principalmente nuestra y de nuestras voces. No veo nada claro el acento puesto prioritariamente en escuchar la Voz del Dueño de la viña. Más bien me resuena como eco la parábola de los viñadores homicidas. Se trata de un asalto antropocéntrico –el de la modernidad- al teocentrismo eclesial. La Voz de Dios que plugo en su bondad hablar a los hombres en lenguaje humano ahora es puesta en duda. ¿Y si el lenguaje humano no ha sido un vehículo apropiado? ¿Si el abajamiento kenótico supusiese una necesaria incapacidad de expresar fielmente el lenguaje divino? Como si Dios mismo interpretara a ese traductor que traiciona. ¿Y realmente podemos saber qué dijo Dios verdaderamente o solo nos topamos una y otra vez con nuestro envoltorio humano epocal como una barrera insoslayable que se extiende por doquier? Casi diría que es una propuesta kantiana: el “en sí” de la Revelación permanece incognoscible, solo queda el “para mi”. Más aún, bajo este tópico la fe en la Encarnación del Verbo cruje pues la eternidad y el tiempo permanecen incomunicados. La única forma de comunicación sería una emanación degradada, un neo-arrianismo ahora de anclaje hermeneútico. Detrás de algunos matices de la sinodalidad como ha sido presentada no se halla solo un relativismo sino una crisis de fe en la Divinidad del Verbo y por consiguiente sobre la posibilidad efectiva de comunicación auténtica entre la Gloria Eterna y la facticidad inmanente. Entonces no quedará sino escuchar nuestras voces, confiando que el progreso inevitable de la dialéctica hegeliana nos lleve en la historia a al autoconciencia de nuestra divinidad. Para nada es poco lo que está en juego en lo profundo de la sinodalidad contemporánea.

2.      El tema de la ministerialidad y el slogan de una “Iglesia toda ministerial”, adolece de una insuficiente elaboración teológica sobre la Gracia y cierta confusión y rudimentaria articulación entre don, carisma y ministerio. Aquí probablemente no hay intencionalidad sino solo un escaso desarrollo de la pneumatología occidental. Pero el problema evidente es que la “ministerialidad” suele ser abordada como “empoderamiento” y “reclamo de derechos”. La verdad es tan evidente: el discurso se aleja de la teología hacia otras ciencias. De fondo se dirige a un acceso más igualitario al poder eclesial, con lo cual la propia ministerialidad queda contradicha. Pues un ministro que piensa en sí mismo ya no es ministro ni enviado ni servidor ni representa. No vale la pena ciertamente ahondar demasiado en este tópico tan anclado en “acceso a derechos”, “poder”, “participación igualitaria” y “reclamos de justicia”. Aquí no hay más que amor a sí mismo. Falta ese rasgo tan propio del Amor Divino: la gratuidad. Son cuestiones de política eclesial, no más. Porque la Iglesia no es nuestra y quien distribuye, ordena y organiza carismas y dones como regula el ejercicio ministerial es Dios.

Me he despachado con cuestiones urticantes y de profundidad quizás ajenas a la mayoría de mis lectores. Pido disculpas si debo hacerlo. Si he sembrado alguna inquietud teológica me alegro. Al final todo es tan simple. Volvamos a la enseñanza del Apóstol: no somos dueños de la Iglesia sino administradores y lo que se espera de nuestro servicio es la fidelidad a Dios. Esto vale para todos los ministros que dispensamos los misterios de Dios y para todo miembro de la Iglesia en todo tiempo y en toda latitud según el puesto que el Señor le ha asignado en su Cuerpo.

 

 


 

DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 38





LA IGLESIA ES EDIFICACIÓN DE DIOS (III)

 

“¿No saben que son santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? Si alguno destruye el santuario de Dios, Dios le destruirá a él; porque el santuario de Dios es sagrado, y ustedes son ese santuario. ¡Nadie se engañe! Si alguno entre ustedes se cree sabio según este mundo, hágase necio, para llegar a ser sabio; pues la sabiduría de este mundo es necedad a los ojos de Dios. En efecto, dice la Escritura: Él que prende a los sabios en su propia astucia. Y también: El Señor conoce cuán vanos son los pensamientos de los sabios. Así que, no se gloríe nadie en los hombres, pues todo es de ustedes: ya sea Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, el presente, el futuro, todo es de ustedes; y ustedes, de Cristo y Cristo de Dios.” 1 Cor 3,16-23

 

Queridísimo hermano San Pablo, maestro, al ir cerrando esta pequeña unidad de sentido en tu enseñanza, quizás necesitamos volver al comienzo, cuando nos interrogabas: “¿No es verdad que son carnales y viven a lo humano?” Así retomas aquella primera consideración: ¿por qué hay divisiones y discordias entre ustedes? ¿por qué uno dice que es de tal y otro se apunta en la facción de aquel otro? Así debemos religar esta primera pregunta que ahora acometemos: “¿No saben que son santuario de Dios?”

Le sucedía a aquella comunidad y también puede acontecernos a nosotros, no estar del todo conscientes de que la Iglesia es santuario de Dios. Es inevitable que rápidamente venga a mi mente y corazón algunos textos del Concilio Vaticano II en la Constitución Lumen Gentium. Permítanme citar al menos dos que me parecen pertinentes.

Expresando los Padres conciliares la doctrina de la Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo, cuyo punto de partida se halla justamente en los escritos paulinos, afirman:

 

LG.  n°7  “Mas para que incesantemente nos renovemos en El (cf.  Ef.  4,23), nos concedió participar en su Espíritu, que siendo uno mismo en la Cabeza y en los miembros, de tal forma vivifica, unifica y mueve todo el cuerpo, que su operación pudo ser comparada por los Santos Padres con el servicio que realiza el principio de la vida, o el alma, en el cuerpo humano.”

 

Para luego realizar una analogía entre el misterio de Cristo y el misterio de la Iglesia:

 

LG.  n°8  “Cristo, Mediador único, estableció su Iglesia santa, comunidad de fe, de esperanza y de caridad en este mundo como una trabazón visible, y la mantiene constantemente, por la cual comunica a todos la verdad y la gracia.  Pero la sociedad dotada de órganos jerárquicos, y el cuerpo místico de Cristo, reunión visible y comunidad espiritual, la Iglesia terrestre y la Iglesia dotada de bienes celestiales, no han de considerarse como dos cosas, porque forman una realidad compleja, constituida por un elemento humano y otro divino.  Por esta profunda analogía se asimila al Misterio del Verbo encarnado.  Pues como la naturaleza asumida sirve al Verbo divino como órgano de salvación a El indisolublemente unido, de forma semejante la unión social de la Iglesia sirve al Espíritu de Cristo, que la vivifica, para el incremento del cuerpo (cf.  Ef.  4,16).”

 

Y quise refrescar estas citas con ustedes porque nos ayudan a comprender y ponderar qué significa la Iglesia en cuanto edificación y santuario de Dios. Pero también porque nos permiten calibrar el argumento del Apóstol que continúa: “¡Nadie se engañe! Si alguno entre ustedes se cree sabio según este mundo, hágase necio, para llegar a ser sabio; pues la sabiduría de este mundo es necedad a los ojos de Dios.” Inmediatamente uno se pregunta a qué viene volver a introducir la temática de la falsa sabiduría del mundo que ya habíamos confrontado con la locura y el escándalo de la Cruz al comienzo de la epístola. Pues claramente viene a colación: “Así que, no se gloríe nadie en los hombres, pues todo es de ustedes: ya sea Pablo, Apolo, Cefas, el mundo, la vida, la muerte, el presente, el futuro, todo es de ustedes; y ustedes, de Cristo y Cristo de Dios.”

Por tanto entendemos que San Pablo, al ver las divisiones y discordias en el cuerpo eclesial, realiza un doble diagnóstico: no están bien apoyados en el fundamento y cimiento que es Cristo y tampoco construyen según la directriz de ese fundamento porque han introducido la mentalidad carnal del mundo y deben volver a conectar con el Espíritu Santo.

Supongo que tal problemática eclesial se ha venido sucediendo constantemente en los avatares de la Iglesia peregrina de todos los tiempos en todo el mundo. ¿Quién de nosotros puede decir que desconoce en su propia comunidad este flagelo? Ayer como hoy y mañana la reforma de la Iglesia supone su conversión para volver a apoyarse en su único fundamento Jesucristo y desde Él crecer y desarrollarse en la dirección que le incoa. El Espíritu Santo nos ha sido dado, para que dóciles a su animación, podamos ser edificación en Cristo para gloria de Dios Padre. Amén.

 

DIÁLOGO VIVO CON SAN PABLO 37

 


LA IGLESIA ES EDIFICACIÓN DE DIOS (II)


“Conforme a la gracia de Dios que me fue dada, yo, como buen arquitecto, puse el cimiento, y otro construye encima. ¡Mire cada cual cómo construye! Pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo. Y si uno construye sobre este cimiento con oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, paja, la obra de cada cual quedará al descubierto; la manifestará el Día, que ha de revelarse por el fuego. Y la calidad de la obra de cada cual, la probará el fuego. Aquél, cuya obra, construida sobre el cimiento, resista, recibirá la recompensa. Mas aquél, cuya obra quede abrasada, sufrirá el daño. El, no obstante, quedará a salvo, pero como quien pasa a través del fuego.” 1 Cor 3,11-15

 

Estimadísimo Apóstol, he aquí el principio básico: el cimiento es Cristo. Tú también te referirás a Él como la “piedra angular”. ¿Acaso no es una verdad obvia de toda obviedad que la Iglesia se funda en Cristo? Pues si pusiéramos otro fundamento ya no sería la Iglesia de Jesucristo sino la nuestra. Pero con tu analogía entras en sutilezas. El cimiento ha sido colocado pero… ¿qué se construye encima?

¡Que ridícula y peligrosa una edificación que no respeta sus cimientos! Si sobre una base hexagonal levanto una edificación cuadrangular o  sobre un cimiento triangular levanto una casa heptagonal seguramente habrá problemas. O los cimientos sobran y una parte queda en desuso o la casa se apoya insuficientemente y amplios sectores quedan sin sustento. La edificación más sólida será la que respeta y se desarrolla según los cimientos que le hacen de base.

Esto vale sin duda a nivel personal como comunitario. Con nuestra incorporación a Cristo por el Bautismo una Vida Nueva comienza. Y ya hemos experimentado que toda la vida es penitencia y combate, pues perviven en nosotros inclinaciones que nos invitan a poner otro fundamento y a guiarnos por otras lógicas y otros dinamismos. Transitaremos los días adecuándonos al fundamento para construir según el plan del Padre en Cristo Jesús. Podríamos decir que la estructura personal que vamos levantando debe permanentemente convertirse hacia su fundamento.

Y en la vida eclesial otro tanto. Sobre el fundamento de la Revelación y de la Gracia de la Pascua comunicada por los sacramentos vamos edificando la comunidad. ¿Qué proyecto tendremos y qué materiales utilizaremos? Porque inevitablemente la Iglesia en el mundo, en diálogo con su contexto cultural y epocal, contexto vital desde el cual somos llamados a la Vida Nueva los hijos de Dios, requerirá discernimiento. ¿Qué elementos deben tener continuidad y ser aportados, cuáles purificados o rediseñados y cuáles simplemente desechados?

Todo misionero sabe que en el diálogo propio de la evangelización hay una necesaria aproximación al lenguaje del otro para poder entendernos y proponer oportunamente el acercamiento al lenguaje Nuevo y Definitivo de Jesucristo. Como también reconoce que en todas las traducciones existe el peligro de las traiciones. Y así también la Iglesia en diálogo con el mundo debe discernir seriamente qué incorporaciones desde las ciencias humanas y la cultura epocal son adecuadas para construir sobre el único cimiento, cuáles debe depurar y cuáles debe rechazar. El diálogo con el mundo que supone su identidad evangelizadora, le exige a la Iglesia una constante vigilancia para no perder de vista la lógica y el dinamismo de su único fundamento, Jesucristo.

Y la edificación levantada sobre el cimiento será probada. ¿Qué suerte correrá? ¿Se mantendrá en pie dada su sólida continuidad con el fundamento o se derrumbará por la inconsistencia interna al no respetar la directriz de su cimiento? Ya lo veremos. Por lo pronto querido San Pablo nos da esperanza tu expresión un tanto mística en cuanto misteriosa. Si la edificación se desbarata el fundamento es fiel y permanece, pudiendo a pesar de sufrir daño ser salvados como quien pasa por el fuego.

No es el momento de adentrarnos en la escatología y en el Purgatorio, pero queda sugerido a nivel personal. En cuanto a la Iglesia peregrina, cada vez que emprende una reforma, ¿no está evidenciando que debe readecuarse a su cimiento? En la historia hemos visto no pocas veces levantarse y derrumbarse la edificación “visible” eclesial pero el fundamento que es Cristo y sus lógicas y dinamismos “invisibles” permanecen y la sostienen. Solo se trata de permanecer vigilantes para que la edificación histórica sea un desarrollo en fidelidad del fundamento. Lo que construimos hoy permanecerá en pie o se derrumbará en la hora de la prueba. Ya lo veremos.

 

 

PARÁBOLA DEL REGENTE

 



El presente relato es una construcción simbólica que puede dar cuenta de los mismos problemas de siempre, nada novedosos. También puede ser interpretado específicamente acerca de circunstancias actuales o antiguas, tal vez incluso futuras. O ser releído en tal ambiente o en tantos otros. Cada quien que escuche lo que oiga. Pues lo que oímos depende de la apertura de nuestra escucha. Aunque nuestra escucha no hace que la Sabiduría sea menos verdadera.

 

Había una vez un Reino fundado por su Único Rey, quien le ha erigido y dotado con todo el legado necesario para su ulterior desarrollo. De su inigualable Sabiduría ha comunicado criterios, normativas y leyes perennes. También ha dejado claramente manifestada su Inteligencia y Voluntad acerca de la identidad del Reino que le pertenece. Lo ha organizado nombrando Servidores y les ha delegado su Poder. Obviamente ha dotado al Reino con amplios recursos y abundantes tesoros para su subsistencia. Por tanto a este Reino no le hace falta absolutamente nada para su auto-comprensión y realización. El proyecto brotado del Corazón de su Rey es perfecto. En el concierto de la realidad que lo circunda y atraviesa el papel de este Reino está claro, solo debe receptar y ejecutar fielmente el legado de su Único Rey.

Pero un día el Rey ha partido para prepararles por Amor a todos sus súbditos un Reino mejor y definitivo. En su lugar ha dejado a los Servidores que ha elegido y de entre ellos ha colocado un Regente que presida. Los Regentes se han sucedido uno tras otro en el tiempo, elegidos por el Cuerpo de Servidores. Todos ellos han recibido el oficio, el poder y la sabiduría participados por el legado de su Único Rey. Porque lo propio de un buen Regente es permanecer unido al Corazón y Mente, Inteligencia y Voluntad de su Único Rey. De esa forma es el mismo Rey quien sigue gobernando, animando y conduciendo el Reino a través del Regente y el Cuerpo de Servidores que legítimamente lo representan.

Pero también ha llegado el día en el cual este Reino ha elegido un nuevo Regente que resultaría significativo en su historia. Como todos sus predecesores debía gobernar el Reino en el nombre y según la autoridad del Único Rey. Sin embargo, él ha iniciado su ejercicio de un modo singular: lo primero que ha hecho es auto-publicitarse. Entonces con gestos y palabras, con signos y símbolos y construyendo parábolas pareció querer rápidamente diferenciarse de quienes habían sido sus pares en el Cuerpo de Servidores. Ha quedado sugerido en el aire que el nuevo Regente es el bueno y que quienes hasta hace poco eran sus pares quizás no lo son tanto. Así el nuevo Regente exhibe una imagen de austeridad en contraposición con sus pares no tan austeros o directamente opulentos. Él surge sincero y cercano en un ámbito donde -acusa indirectamente- rige la falta de transparencia, el hábito de esconder la verdad, la excesiva diplomacia, el afán voraz por hacer carrera e incluso la mentira o la arrogante mirada de quien se considera superior a los demás. Pero el nuevo Regente no es así y así lo publicita.

Su primer dinamismo resultó por tanto en separarse del Cuerpo, encumbrándose él y denostando a los que fueron sus pares. Al principio nadie lo notó demasiado, tal vez algunos sí, pero se halla en el comienzo de su ejercicio y prima en todo el Reino el respeto y el silencio. Con el paso de los días, ya bastante adentrado en su tiempo de ministerio, la estrategia de romper y diferenciarse auto-publicitándose se dirige directamente a sus predecesores en el cargo. Los anteriores Regentes quedan retratados peyorativamente frente al nuevo Regente que encarna la novedad y lo verdaderamente acertado. Él, el único iluminado frente a tantos oscurecidos. Él, el único intérprete fiel del Rey frente a otros que no lo entendían o que no deseaban servirlo rectamente. Él es como el Regente superador de todos y todo parece comenzar con él.

A veces su discurso y sus gestos parecen remontarse a una pureza original perdida. Allí encuentra unos primitivos fundamentos del Reino que otros Regentes y Cuerpo de Servidores no han conocido, o han olvidado, incluso ocultado. No dice nunca el Regente que el Reino comienza con él, sino que con él se recupera la pureza de la identidad primitiva, una suerte de refundación mítica. Gran parte de la historia del Reino consecuentemente queda cubierta por sombras, un vasto período de tiempo donde se ha vivido desconociendo o contradiciendo el origen. Pero con el nuevo Regente ha vuelto la luz y hay un redescubrimiento de la identidad perdida del Reino.

No puede descartarse la posibilidad que anteriormente se haya actuado con perversidad y malicia, mas con él se recupera el auténtico fundamento de todo, transformándose en un nuevo fundador –al menos reformador- o en el agraciado descubridor de la verdad. “¡Salve el Regente que nos ha devuelto al camino!”, vitorearán los disciplinados adeptos y las volubles multitudes.

Por supuesto que va concentrando centralidad y poder. Un poder y centralidad que se construyen en ruptura con lo anterior y en detrimento de los pares. Esto podría haber resultado muy traumático pero el nuevo Regente es extremadamente hábil. (A esta altura de la historia algunos piensan que es muy hábil, otros que padece una personalidad enfermiza y los detractores -que van surgiendo- le adjudican una oscura intencionalidad moral.) Aunque este peligro de conflictividad desde el comienzo de su gobierno lo minimiza y amortigua con una efectiva estrategia: parece decirle que “sí” a todos. Que todos salgan contentos del encuentro y el diálogo con el nuevo Regente es la política cotidiana. Que así su popularidad crezca. Para todos habrá escucha, comprensión y bonhomía. Aparentemente no hay tensiones y todos contentos creen poder decir: “Afortunadamente el nuevo Regente piensa como yo o piensa como mi grupo”.

Con el tiempo la repetición de este recurso introducirá la dificultad: hay cuestiones, intereses, resoluciones, afirmaciones y acciones que no son fácilmente compatibles, sino a veces contradictorias. En los pasillos del Reino se oyen disputas: “¿Pero cómo?, si me dijo que “sí” a mí no pudo decirte que “sí” a ti, estamos parados en orillas opuestas”. ¿Entre los antagonistas alguno estará mintiendo, mal interpretando o forzando impropiamente los argumentos? Un halo de sospecha comienza a tocar la figura del nuevo Regente: “¿Acaso nos estará manipulando?”. ¿Quién es quién en esta renovada versión del Reino ahora? Sobre todo se comienza a observar con recelo que el nuevo Regente le dice sistemática y generosamente que “sí” a quienes le resultan más funcionales: obedientes vasallos, ya por fanatismo ya por conveniencia.

En este ánimo de conducción no faltan las promesas aunque pocas son las concreciones. Resulta que lo importante es abrir y transitar procesos, andar caminos. Algunos sostienen que esta falta o ausencia de finalidad está al servicio de un ejercicio de liderazgo que intenta contener a todos y entretenerlos caminando hacia ningún lado, pues fijar un objetivo traería disensiones y polémicas. Lo absoluto excluye, lo relativo incluye. Quizás por eso el nuevo Regente acostumbra que sus comunicaciones sean ambiguas, imprecisas y equívocas. Expresiones genialmente útiles para darlas vuelta de un lado o de otro; palabras fluidas, versátiles y adaptables para que cada quien oiga cuanto quiere escuchar. Titulares tan grandilocuentes como reversibles y ciertamente invalorables a la hora de desmarcarse y adjudicar toda la responsabilidad al intérprete. Un retorno a los sofismas engañosos y a las palabras vacías, ecos de sonidos sin sustrato. Todo un laberinto semántico o un castillo con murallas de pura verba donde esconderse, parapetarse, excusarse y protegerse si hace falta.

Además el nuevo Regente cree ser un hábil político y diplomático. Sabe pues que este constante auto-encumbramiento puede ser traumático sino genera un clima de participación -no real pues resultaría un debilitamiento de su centralidad-, pero al menos una apariencia de participación que a sus adeptos los ilusione y entusiasme. Entonces se volverán apasionados publicistas y férreos defensores de un nuevo modo de ser Reino.

Esto supone implementar una cadena vertiginosa de nombramientos, desplazamientos y reubicaciones de funcionarios. Junto a ello la creación de comités y procedimientos como la revisión de órganos y metodologías. Todo parece estar siempre en movimiento y vivaz, efervescente y chispeante. (Dicen que los prestidigitadores hacen todo delante de nuestros ojos pero atrayendo nuestra mirada solo hacia lo que debemos ver, mientras lo que realmente quieren hacer se introduce delante de nosotros inadvertidamente.) “Bajo la digitada participación se escabulle un autoritarismo que no deja que nada se escape de su mano. Todo siempre queda bajo su tenaz control.” Es lo que algunos empiezan a comentar tímidamente.

Hay una nota discordante y brutal que solo algunos pocos pueden registrar; creo que otros también la ven pero no quieren aceptar la crasa realidad. ¡Por el Reino se extiende el terror! Porque a los adversarios que osan  criticarlo o contradecirlo, que plantean objeciones o presentan dudas y sobre todo que intentan corregirlo, simplemente se los censura, silencia o cancela. Se trata de imponer sobre el Cuerpo de Servidores un clima de miedo. Hay una amenaza latente y ya actuada a modo ejemplificador: ¡habrá decapitaciones y rodarán cabezas! Crece a la par una apasionada narrativa de la participación, de la escucha de la voz de todos, junto a criterios selectivos de interlocución y por detrás el silencio del temor, de la complicidad o la omisión. Casi nadie se atreve a admitir que la praxis del Regente se parece tanto a la tiranía y al nepotismo. Fanáticos intempestivos, sumisos vasallos, funcionarios cobardes, simpáticos bufones y mercenarios oportunistas van rodeando el trono. Tras la publicidad incesante de una enunciada pluralidad, colegialidad y cogobierno, solo se verifica y ejecuta una monarquía absoluta. La escasísima y perseguida resistencia se pregunta: “¿Cómo es posible que el Regente mantenga a la inmensa población del Reino anestesiada? ¿Cómo despertarlos?”

Para sostener al Regente y dar fundamento a su obra no falta la propaganda y los ideólogos capaces de inventar cuanto sea necesario para justificar su poder. (Siempre ha habido cortesanos dedicados a legitimar a quien se siente en el trono y provisoriamente empuñe el cetro.) El ensalzamiento de la figura del Regente, la inflación de su persona es la diaria ocupación de gran parte de la maquinaria institucional. Pues el Regente detenta virtudes extraordinarias, carismas insospechados y capacidades enteramente únicas. La glorificación está a la vuelta de la esquina en el relato. Se va cimentando el sueño del Hiper-Regentialismo presente y futuro. El Reino se torna macro-cefálico: desproporcionada cabeza y diminuto cuerpo.

Es verdad que hacia el final del prolongado mandato del Regente crece la rebeldía y no pocos seguidores se saben defraudados. Obviamente hay quienes permanecen inamovibles en sus huestes sabiendo que cuando el Regente caiga también caerán ellos. Para los brazos ejecutores del plan solo queda matar o morir antes que se queden sin tiempo. Solo queda la desesperación de ver cómo le darán continuidad a la mítica refundación del Reino que ha reencontrado con este Regente un misterioso fundamento perdido. Conforme el Regente inexorablemente envejece y se encamina a la muerte surgen acciones gubernamentales cada vez más extremas como estertores de agonizante. Y así entre irritaciones y decepciones el Reino amenaza fractura (aunque hay quienes piensan que de hecho ya está profunda e irremediablemente dividido). Entonces surge de a poco y crecientemente la pregunta: “¿Dónde está el Rey? ¿Dónde está el Rey? ¿Dónde está el Rey?”

Porque ha ido fomentándose el olvido del Rey durante todo este período de Regencia. Algunos se interrogan aterrorizados: “¿Cómo nos ha sucedido?, ¿ha sido azaroso o planeado? ¿Acaso el Regente ha dado el último y atrevido paso en su lógica de poder? ¿Quiso escalar hasta la cima y al final solo se ha tratado de un camuflado impostor? ¿En verdad tenía intenciones de desplazar y cual usurpador suplantar al Rey?”

Es cierto que el Regente ha hablado del Rey y recordado su patrimonio pero de modo tan distinto a sus predecesores. Casi en el trasfondo uno sospecha que del Rey trae solo aquello que le resulta funcional y conveniente a su auto-justificación. ¿O no lo han sorprendido repetidamente citando al Rey de modo parcial, recortado y fragmentario? ¿Ha presentado el legado del Rey con fiel integralidad o aquel legado ha sido direccionado interesadamente a su Regencia?

¿Dónde está el Rey y dónde ha quedado su legado? ¿Alguien lo ha conservado? ¿Todavía hay al menos un Resto que espera fervientemente su retorno?

Mientras tanto el Reino se debate entre tensiones desgastantes. Algún día –muy pronto- el Regente morirá, es ineludible. ¿Cómo se elegirá su sucesor? ¿Habrá posibilidad de elegir entre el Cuerpo de Servidores a un súbdito fiel que solo busque desaparecer él mismo para representar al Rey en toda su magnitud? ¿La población será capaz de reencontrarse con una mística del Regente que controle que sea un oportuno instrumento para que el mismísimo Rey los siga gobernando? ¿O la multitud prefiere facilista una figura a la vez demagógica como autoritaria que le permita puerilmente excusarse y cobijarse en algún pliegue paternalista? ¿Quieren las masas que vuelva el Rey con toda su prístina claridad o ya se han acostumbrado a una luz a medias donde transitar ambiguamente entre las sombras? ¿Al fin el proceso comenzado por el último Regente se deslizará hacia un tobogán sombrío de decadencia, purgación y rompimiento del Reino? ¿Quién lo sabe sino el Rey?

Tal vez oigamos en el futuro inesperadas y tardías voces acalladas: “¡Ha muerto el tirano! ¡Ha finalizado su usurpación! ¡Acabaron ya los días del impostor!” Quizás solo entonces por todos lados rugirá como en agonía un gemido estridente: “¡Por favor que vuelva el Rey!”. O tal vez no y habrá continuidad en el sopor, en la comodidad que ofrecen los procesos donde siga ausente la Luz siempre viva del Único Rey. Habrá que esperar la respuesta que dará el futuro: o estas gentes se escabullirán en las tinieblas o se animarán a pararse bajo la Luz. Sin embargo en el futuro hay algo totalmente seguro, lo único seguro que tiene el Reino hacia delante: ¡Volverá el Rey y todos quedarán en evidencia bajo su eterna e inextinguible Claridad!

 

EVANGELIO DE FUEGO 9 de Julio de 2025