EL
ÍDOLO NO ES NADA
Apóstol
Pablo, al introducir la presente sección avisábamos que responderías a
cuestiones planteadas por la comunidad en dos grandes temas: ya hemos tratado la
práctica ascética de abstinencia sexual en el matrimonio y el valor tanto de la
virginidad como de las nupcias, y ahora tocaremos suscintamente la problemática
de la ingesta de alimentos sacrificados a los ídolos. Lo haremos brevemente
pues ya hemos elaborado este dilema en los numerales 25-26 al comentar el
capítulo 14 de la carta a los Romanos, que en verdad es cronológicamente
posterior al presente texto de corintios y donde te has explayado en una serie
de criterios que constituyen un pequeño tratado sobre el ejercicio de la
caridad fraterna.
“Ahora
bien, respecto del comer lo sacrificado a los ídolos, sabemos que el ídolo no
es nada en el mundo y no hay más que un único Dios. Pues aun cuando se les dé
el nombre de dioses, bien en el cielo bien en la tierra, de forma que hay multitud
de dioses y de señores, para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre,
del cual proceden todas las cosas y para el cual somos; y un solo Señor,
Jesucristo, por quien son todas las cosas y por el cual somos nosotros.” 1 Cor 8,4-6
¡Menudo
tema y tan actual se nos abre! Fortísima expresión apostólica: “El ídolo no es nada en el mundo y no hay
más que un solo Dios”. Sabemos que todo el Antiguo Testamento, sobre todo a
través de los Profetas, es una constante invectiva contra la idolatría. De
hecho era considerada como el pecado más grave y tratada analógicamente como
una prostitución, un abandono del Dios Único y Verdadero, una ruptura y
traición a la Alianza para entregarse “fornicariamente” a la seducción de los
falsos dioses que no eran sino una invención humana.
Diría
en principio que esta óptica con matices se mantuvo durante los dos primeros
milenios de la Iglesia Católica. En términos clásicos hay un solo Dios
verdadero y por tanto una sola religión verdadera. Hay una sola Revelación de
Dios plena y acabada en Jesucristo y solo en la adhesión de fe a esta comunicación
de Dios acerca de Sí mismo y del camino a recorrer por el hombre hay certeza de
Salvación.
Todos
los matices en estos dos milenios han surgido por el ejercicio de la caridad y en
pos de una convivencia pacífica. Obviamente hemos dejado de predicar y
organizar cruzadas militares y guerras santas pero no por eso hemos admitido
que las otras religiones fueran verdaderos caminos de salvación. Por iniciar un
diálogo propositivo hemos quizás facilitado el reconocimiento inicial de
aspectos comunes en torno al bien del prójimo y a valores saludables para la
vida social, lo cual no supuso dejar de anunciar a Jesucristo como el único
Salvador, Dios e Hijo de Dios, enviado por la Encarnación y propiciador de
rescate y redención por su Pascua. Así hemos podido distinguir en el diálogo inter-religioso
una evidente mayor proximidad con el Judaísmo y una mayor distancia con el
Islam. Con estas religiones tenemos al menos el punto de contacto por la fe en
un Dios único o el carácter monoteísta, ciertas Escrituras Santas y tradiciones
comunes y una tremenda e infranqueable divergencia: su no aceptación de
Jesucristo y de la Revelación del Dios Trinitario, solo por señalar lo más
crucial. La lista de discrepancias supera por mucho lo que puede ser común.
Ni
hablar del resto de las religiones de algún modo politeístas y con doctrinas
absolutamente incompatibles con la fe cristiana. La Iglesia durante casi dos
milenios ha tenido claro que verdadera caridad era proponer la conversión a
aquellos hermanos cuyas creencias eran elaboraciones humanas, incompletas y
limitadas experiencias numinosas de lo divino. Dejarlos en el error era
privarlos de la Salvación a la cual se accede por la fe en la Revelación
cristiana y la incorporación por el Bautismo a la Iglesia para participar de la
Gracia de la Redención o Justificación.
Y
hacia dentro del movimiento cristiano, que lamentablemente ha sufrido cismas,
divisiones dolorosas y rupturas de la unidad querida por el Señor, desde los
primeros siglos se ha mantenido un diálogo apologético para intentar devolver
al seno de la Madre Iglesia a aquellos creyentes que adhiriéndose a la herejía
se apartaban de la comunión o a veces por influencia de contextos políticos,
económicos y culturales habían seguido caminos de desarrollo diverso. Así
también supo discernir y valorar cuando las comunidades separadas conservaban
la auténtica sucesión apostólica, cuando su Bautismo era válido y la común
adhesión a los grandes símbolos o confesiones de fe y a cierto Magisterio
admitido en consenso. Así también en el amplio mundo del diálogo ecuménico hay
mayores acercamientos y mayores distancias en cuestiones de doctrina, de
sacramentos y de disciplina eclesiástica. Y la Iglesia Católica siempre en dos
milenios ha sostenido la intención de que sea reintegrada la unidad como nunca
ha renunciado a la confesión de que solo en la Iglesia Católica subsisten
íntegros y completos todos los medios de Salvación comunicados por su fundador,
Jesucristo.
Ya
ven pues por qué sentenciaba que “menudo tema nos traes”. No es este el momento
de entrar en análisis pero todos percibimos que la sensibilidad ha cambiado y
el discurso también, al menos desde el final del segundo milenio hasta nuestros
días. Como el debate es ya bastante público calculo que todos hemos escuchado
deslizar comentarios críticos de algunos al tratamiento del diálogo
inter-religioso y ecuménico por los documentos pertinentes del Concilio Vaticano
II, a los cuales se les adjudica utilizar algunas expresiones o fórmulas que
pueden dejar lugar a interpretaciones ambiguas; sobre todo una fuerte oposición
de algunos teólogos y entendidos al aparente viraje en la comprensión de la
libertad religiosa. Al mismo tiempo desde otra vereda soplan aires de una gran
tolerancia que a veces bordea el peligro del relativismo religioso y la fusión
sincretista. Se popularizan frases como “al fin y al cabo Dios es el mismo para
todos”, que partiendo de la verdad de un solo único Dios verdadero esconde la
realidad de que no todos lo conciben igual, ni comprenden igual el camino de
redención ni sus medios y que si ese
Dios se ha revelado no puede ser inocuo o insignificante rechazar la
comunicación del Señor. Otros parecen difundir que “todos los caminos conducen
a Dios” partiendo erróneamente de que la búsqueda que el hombre por naturaleza
hace de Dios no pueden ser ni completa ni acertada por sí misma; por lo
contrario es Dios quien busca al hombre y quien le manifiesta el Camino y le
desvela su Misterio excedente.
En
medio de estas confusiones, a veces incluso propiciadas por gestos pastorales
no del todo prudentes y en otras ocasiones corregidas por declaraciones públicas
como la “Dominus Iesus” de la que se cumplen 25 años, polémica y controvertida
en su publicación y que hoy parece imprescindible volver a estudiar.
Sin
duda una cuestión actual y vigente, de alta sensibilidad y de urgente clarificación.
Las expresiones de San Pablo resuenan aún estridentes y potentes: “Sabemos que el ídolo no es nada en el mundo
y no hay más que un único Dios. Pues aun cuando se les dé el nombre de dioses,
bien en el cielo bien en la tierra, de forma que hay multitud de dioses y de
señores, para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, del cual proceden
todas las cosas y para el cual somos; y un solo Señor, Jesucristo, por quien
son todas las cosas y por el cual somos nosotros.”
Finalmente
arribamos al planteo sobre los alimentos.
“Mas
no todos tienen este conocimiento. Pues algunos, acostumbrados hasta ahora al
ídolo, comen la carne como sacrificada a los ídolos, y su conciencia, que es
débil, se mancha. No es ciertamente la comida lo que nos acercará a Dios. Ni
somos menos porque no comamos, ni somos más porque comamos. Pero tengan cuidado
que esa su libertad no sirva de tropiezo a los débiles. En efecto, si alguien
te ve a ti, que tienes conocimiento, sentado a la mesa en un templo de ídolos,
¿no se creerá autorizado por su conciencia, que es débil, a comer de lo
sacrificado a los ídolos? Y por tu conocimiento se pierde el débil: ¡el hermano
por quien murió Cristo! Y pecando así contra sus hermanos, hiriendo su conciencia,
que es débil, pecan contra Cristo. Por tanto, si un alimento causa escándalo a
mi hermano, nunca comeré carne para no dar escándalo a mi hermano." 1 Cor
8,7-13
No
abundaremos en el comentario, ya que ampliamente lo hemos tratado como dijimos
en Romanos 14. Quizás solo aportar que no se trataba necesariamente de
participar en comidas sacrificiales paganas ni en eventos organizados por los
cultos paganos, sino probablemente con la costumbre de comercializar públicamente el
excedente de carne de los animales sacrificados; así aquellos cortes se ponían en disponibilidad para el consumo de la
población. Como sea, el Apóstol propone la caridad y el respeto por el proceso
de maduración de la conciencia de los hermanos para no provocar escándalos. La
Caridad pues siempre es la gran clave de interpretación de todo el actuar
cristiano.