Isaías I: el profeta del Dios tres veces Santo (10)

 



El anuncio del Emanuel

 

Nos adentramos en textos famosos y ampliamente citados de Isaías. Pues en los caps. 7-12 hallamos el llamado libro del Emanuel, que contiene tres oráculos mesiánicos releídos por el cristianismo como anuncio profético de la futura encarnación del Hijo de Dios.

 

El capítulo 7 y el primer oráculo sobre el Emanuel

 

El contexto es el reinado de Ajaz y la guerra Siro-Efraimita. Israel se alía con Siria para sitiar Jerusalén, intentando obligar a Judá a entrar en su coalición y sublevarse contra Asiria. Ajaz por el contrario celebra alianza con Asiria para defenderse. El resultado es que termina introduciendo cultos asirios en Judá e incluso sacrifica a esos dioses a su único hijo y heredero. Se trata de un acto de idolatría que rompe la Alianza y pone en peligro toda la dinastía davídica.

Isaías le propone creer en Yahvéh y en un primer encuentro va con su hijo Sear Yasub (un resto volverá) llamándolo a la fe-conversión (7,1-9).

 

“«¡Alerta, pero ten calma! No temas, ni desmaye tu corazón por ese par de cabos de tizones humeantes…   Si no os afirmáis en mí no seréis firmes.»” (Is 7,4.9)

 

En un segundo encuentro Isaías invita al rey a pedir un signo, no un milagro sino una señal en la cual apoyar la fe.

 

“Volvió Yahveh a hablar a Ajaz diciendo: «Pide para ti una señal de Yahveh tu Dios en lo profundo del seol o en lo más alto.»  Dijo Ajaz: «No la pediré, no tentaré a Yahveh.» Dijo Isaías: «Oíd, pues, casa de David: ¿Os parece poco cansar a los hombres, que cansáis también a mi Dios?” (Is 7,10-13)

 

Pero ante la negación del rey, Dios mismo se la dará. En el fondo Ajaz es un escéptico; le da igual Yahvéh que otros dioses.

 

“Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel. Cuajada y miel comerá hasta que sepa rehusar lo malo y elegir lo bueno. Porque antes que sepa el niño rehusar lo malo y elegir lo bueno, será abandonado el territorio cuyos dos reyes te dan miedo. Yahveh atraerá sobre ti y sobre tu pueblo y sobre la casa de tu padre, días cuales no los hubo desde aquel en que se apartó Efraím de Judá…” (Is 7,14-17)

 

¿Quién es esta misteriosa mujer que será madre? ¿La promesa de la doncella encinta se refiere a Abiáh, esposa de Ajaz y futura madre de Ezequías? Si la cronología deuteronomista es exacta el oráculo es del 734, cuando Ezequías ya contaba con 7 años; pero sabemos que no siempre se puede confiar en esa cronología.

La profecía sobre todo quiere expresar -no sabemos si con referencia o no a personajes concretos-, que la dinastía davídica continuará porque Dios es fiel a sus promesas. El oráculo presenta a un futuro rey ideal, defensor y garante de la vida de su pueblo, quien es compatible a todas las expectativas que se tienen de un rey. Es un oráculo, profetizado en público pero que Ajaz no aceptó, por eso el castigo será la invasión Asiria según Is 7,18-25. Sin embargo el pueblo lo acogió desde la perspectiva mesiánica. Miqueas lo continuará en Mi 5,2: “Por eso él los abandonará hasta el tiempo en que dé a luz la que ha de dar a luz.

La traducción de los LXX cambiará el término “doncella” (en hebreo almáh), usado para una mujer que biológicamente ya es capaz de tener hijos y entonces puede ser dada en nupcias, por el concepto “virgen” (en griego partenos). Este desplazamiento semántico facilitará la relectura cristiana del oráculo, identificando claro a la mujer profetizada con la Virgen y Madre María, luego al niño rey futuro y esperado con el Mesías Jesucristo.

 

No desperdiciar los signos de Dios

 

Yo creo que Dios es fiel y no abandona a sus hijos. Soy testigo de que cuando nos descarriamos intenta devolvernos al camino. Nos llama la atención, nos ofrece signos y nos hace señales. También las da con delicadeza de Caridad divina cuando le busca un creyente enamorado. Solo que el creyente por su fe ve e interpreta los signos, más el incrédulo por su impiedad suele desaprovecharlos.

En primer lugar pues me nace pedirle al Señor que no nos deje caer en la ofuscación. Porque a veces podemos andar como “caballo con anteojeras”, focalizando la vista en un solo punto pero sin ningún registro del panorama.

A veces me pregunto si algo de esto no le ha pasado a la Iglesia peregrina del siglo XX. Se ha preguntado sobre sí misma, su identidad y su misión. Ciertamente ha sido un proceso de reencuentro con sus fuentes, sus orígenes e historia. Pero también se ha interrogado sobre su sentido intentando re-leer su relación con la Modernidad como re-entablar su vínculo con el mundo. ¿Y qué ha acontecido? No estoy aquí señalando nada acerca del Concilio Vaticano II ni su valoración. Estoy describiendo lo que ya se ha dicho hasta el hartazgo: “se preveía una primavera y ha llegado el otoño”. ¿Habrá en esto algún signo? ¿Cuál es su significado? Además el abrazo eclesial al mundo no encontró la receptividad buscada, todo lo contrario parece haberse agudizado la secularización y los ataques contra la Iglesia. ¿Habrá en esto algún signo? ¿Cuál es su significado? Por si fuera poco la mismísima Modernidad es discutida; primero postulamos la Pos-Modernidad y últimamente presagiamos que solo es la punta del iceberg de un cambio epocal con toda su envergadura inimaginable. ¿Habrá en esto algún signo? ¿Cuál es su significado? No lo sé o al menos no quisiera debatirlo aquí. Solo vuelvo sobre el “caballo con anteojeras que no tiene panorama”. Quizás Dios esté ofreciendo señales que no vemos. Quizás solo esperamos que aparezcan los signos que prefijamos y no los que Dios da. ¿Qué son exactamente los “signos de los tiempos”? No seamos como Ajaz.

Un amigo mío no me perdonaría si no introduzco las numerosas apariciones marianas en mi comentario. Saltándonos ahora toda disquisición sobre el discernimiento eclesial de las mismas, es evidente que tienen un núcleo penitencial. Se nos llama a volver a Jesucristo, al arrepentimiento y a la conversión. Se nos invita a considerar las terribles consecuencias de una vida de pecado. Se nos urge a tomarnos en serio la Salvación de Dios. Se nos confirma el Amor  fiel del Señor. ¿Qué signo pues de Dios son las tales apariciones con sus mensajes para la Iglesia en el mundo, justamente para su identidad y misión? No seamos como Ajaz.

Quizás la pandemia ha sido otra gran señal o a mí me lo ha parecido. Ha dejado al descubierto la debilidad de nuestra fe. Se ha realizado una poda purificadora. Y por lo pronto abundan las justificaciones, las excusas o el “aquí no ha pasado nada, retomemos y sigamos adelante sin más”. Poco replanteamiento, escaso discernimiento, imperceptible arrepentimiento y conversión eclesial. No seamos como Ajaz.

Seguramente tú querrás aportar los cambios climáticos y los desastres naturales. Otros hablar de aquellos sectores tildados de conservadores y retrógrados pero que expresando un rasgo contracultural más marcado a veces son florecientes de adeptos. Y seguramente habrá multitud más de signos por aportar.  ¡Qué más da! Solo no seamos como Ajaz. No podemos contemplar al Emanuel, al Dios con nosotros, si no nos abrimos a los signos de Dios cuyo sentido con fe debemos indagar. No seamos como caballo con anteojeras que no tiene panorama. No seamos como Ajaz.

 

 

POESÍA DEL ALMA UNIDA 6

 



Vive palpita

Cruje el Fuego

Y ardido en su Luz

Ya acrisolado

En primigenios dias

Tan puro y simple

Crepito

 

Con calor de vida

Ardo y me alzo

O mejor Tú te levantas

Tan sereno como enérgico

Calmo y fuerte

Humilde y poderoso

Tranquilo Señor

De cuanto existe

 

Fundamento de todo

Lo sostienes todo

Y lo orientas todo

Hacia Ti

 

Y a mí no me queda

Sino contemplarte

            Extasiado

Cantando loas

A tu Providencia

Y clamar por el hombre altivo

Que elige quedarse ciego

                                   Y sordo

    Fríamente solo

 

Oh ven donde el Fuego

Que crujiente cobija

Y pequeño cual eres

Ya tan purificado 

Religado y rehecho

En su Ardor crepita

 

 

¿BABEL O PENTECOSTÉS? LA IGLESIA DEL ESPÍRITU







Dos relatos para releer en espejo

 

Cierta tradición exegética ha visto en el relato de Pentecostés la contracara de Babel. Si aquel antiguo proyecto desagradó a Dios y culminó en la confusión de las lenguas y la dispersión, la venida del Espíritu Santo parecería reintegrar la unidad de muchos pueblos en el Nuevo Pueblo de Dios. ¿Es exactamente así? ¿Es lícito mirar estos dos relatos en espejo y en qué sentido?

Obviamente son dos textos de una gran complejidad para ser analizados. No pretendo ahora tal tarea sino solamente resaltar algunos rasgos que nos permitan una mirada espiritual dirigida a Pentecostés y a la Iglesia configurada bajo el signo y la conducción del Espíritu.

 

 

1.      Babel

 

Leemos: “…y dijo Yahveh: «He aquí que todos son un solo pueblo con un mismo lenguaje, y este es el comienzo de su obra. Ahora nada de cuanto se propongan les será imposible. Ea, pues, bajemos, y una vez allí confundamos su lenguaje, de modo que no entienda cada cual el de su prójimo.» Y desde aquel punto los desperdigó Yahveh por toda la haz de la tierra, y dejaron de edificar la ciudad. Por eso se la llamó Babel; porque allí embrolló Yahveh el lenguaje de todo el mundo, y desde allí los desperdigó Yahveh por toda la haz de la tierra.” (Gn 11,6-9)

¿De qué obra se trata y Dios no aprueba? “«Ea, vamos a edificarnos una ciudad y una torre con la cúspide en los cielos, y hagámonos famosos, por si nos desperdigamos por toda la haz de la tierra.»” (Gn 11,4)

Sabemos que la primera parte del libro del Génesis -con su acento etiológico-  quiere dar cuenta de una escalada exponencial del mal en el mundo tal como se lo experimenta en el presente del escritor sagrado. Por un lado esta ciudad pues parece una decisión pos-diluviana tanto en el sentido del endiosamiento del hombre -en continuidad con el pecado de Adán- que quiere arrebatar para sí el trono del cielo; como en el sentido de la prevención y búsqueda de acceso a la seguridad de las alturas, donde el castigo divino ya no podrá alcanzarlo. Por otro lado, es totalmente verosímil que se trate de una descripción del proyecto de hegemonía imperial desarrollado por Babilonia. Israel se encuentra en el exilio a la hora de la redacción final el Pentateuco y se nota aquí una alusión a los templos verticales de aquella civilización.

Tendríamos además que preguntarnos si todos hablaban un solo lenguaje originario como se plantea: “Todo el mundo era de un mismo lenguaje e idénticas palabras.” (Gn 11,1) Se trataría de una humanidad que desplazándose hacia el oriente funda el proyecto de Babel (cf. Gn 11,2). Pero este dato contrasta vivamente con el capítulo 10 que le antecede, donde se describe una multitud de pueblos ocupando regiones diversas todos desde la descendencia de Noé por sus tres hijos. Allí el mundo pos-diluviano se presenta ya como pluri-étnico y pluri-cultural con diversidad de lenguas. Claramente esta contradicción en la narrativa nos muestra la sutura de tradiciones distintas.

Algunos detalles son sutilmente irónicos: los hombres quieren alcanzar el cielo con su torre pero no lo logran ya que Dios tiene que descender para observar la ciudad que construyen; ellos quieren ser famosos y no dispersarse pero finalmente terminan dispersos al ya no poder comprenderse. Dios actúa para que cese esa obra digamos, construida a sus espaldas y contra Él, tal vez una insinuación del designio del Señor en contra del proyecto hegemónico imperialista que desea imponerse sobre todo el mundo.

Finalmente es de notar que el relato no afirma que se produjeron multiplicidad de lenguas sino que los que hablaban un mismo lenguaje entraron en confusión y ya no podían entenderse.

 

 

2.      Pentecostés

 

Imposible ahora adentrarme con detalle en un relato tan venerado y potente en la vida de la Iglesia. Solo diré que se notan dos tradiciones diversas en la misma perícopa. Seguramente habría que apuntar a un texto más amplio que incluyese el discurso de Pedro, pero en el clásico recorte de Hch 2,1-11 por un lado se afirma una experiencia intensamente carismática, una acción poderosa del Espíritu que se manifiesta en viento y fuego y que les permite expresarse en diversas lenguas: “Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse.”  (Hch 2,1-4)

La otra tradición nos dice qué le sucede a la multitud bajo la acción del mismo Espíritu: “Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua. Estupefactos y admirados decían: «¿Es que no son galileos todos estos que están hablando? Pues ¿cómo cada uno de nosotros les oímos en nuestra propia lengua nativa? …todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios.» (Hch 2,6-8.11)  Aquí se presume que los Apóstoles se expresaban en su lengua y cada quien en la multitud los escuchaba en la suya propia. Se da pues un fenómeno de comprensión por un lenguaje superior y unificador, un lenguaje por así decirlo que habla todas las lenguas: el lenguaje del Espíritu.

Ni entremos en el tema de la glosolalia o don de lenguas, es absolutamente superfluo y sobrevaluado. Me pregunto: ¿qué hacían en la casa los discípulos reunidos? En la narración de la Ascensión, San Lucas atestigua que el Señor Resucitado les pide no alejarse de Jerusalén y esperar lo prometido: el Espíritu Santo (cf. Hch 1,4-5). Pero luego se afirma: “Los que estaban reunidos le preguntaron: «Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el Reino de Israel?»” (Hch 1,6) El Señor responderá: «A vosotros no os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad, sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra.»” (Hch 1,7-8) ¿Que está sucediendo aquí? ¿Ellos tienen una óptica digamos “restauracionista” y el Resucitado un ángulo “misionero y profético”?

¿Quiénes estaban en la casa? “Entonces se volvieron a Jerusalén desde el monte llamado de los Olivos, que dista poco de Jerusalén, el espacio de un camino sabático. Y cuando llegaron subieron a la estancia superior, donde vivían, Pedro, Juan, Santiago y Andrés; Felipe y Tomás; Bartolomé y Mateo; Santiago de Alfeo, Simón el Zelotes y Judas de Santiago. Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos. Uno de aquellos días Pedro se puso en pie en medio de los hermanos -el número de los reunidos era de unos ciento veinte-…” (Hch 1,12-15). Que su mirada se dirigía al pasado y que podría catalogarse como “restauracionista” lo indica la palabra posterior de Pedro que pide completar el número de los Doce, lo cual se concreta con la elección de Matías (cf. Hch 1,16-26). La mirada de Pedro vuelve sobre los orígenes históricos del movimiento de seguimiento a Jesús y busca asegurar el aspecto institucional de las doce tribus representadas en los doce apóstoles como símbolo del Nuevo Israel.

Me animaría a decir que San Lucas –que ya escribe con la amplia experiencia de décadas misioneras-, conociendo el recorrido que realmente se dio, insinúa que el Espíritu viene a abrir la óptica y mirar hacia adelante. De hecho creo que toda esa descripción casi violenta del viento huracanado y el fuego sobre y dentro de la casa son la indicación de que el Espíritu debió con su poder transformarles profunda y radicalmente. No solo se trató de cortar con el temor y abrir las puertas para el anuncio, sino que aún más se trató de ponerlos en horizontes nuevos, que no fue un rompimiento absoluto con la continuidad del pasado, sino una reorientación y un cambio de nivel hacia el futuro. Quizás sí en este calibre el fenómeno del don de lenguas o glosolalia signifique una experiencia mística de libertad, de aquella libertad que da el Espíritu a la comunidad de los creyentes para transitar los caminos insospechados de su Señor. La perspectiva eclesial no debía fundarse en la restauración cargada de institucionalidad sino en la conducción carismática del Espíritu que los lanzaba hacia la misión y el profetismo. Se cumplía así la palabra del Resucitado en la Ascensión.

 

 

3.      La Iglesia del Espíritu

 

Como si atara algunos cabos sueltos, percibo que es factible realizar esta mirada en espejo entre Babel y Pentecostés. Mi presunción es que esta dicotomía didáctica palpita y se actúa de continuo en la Iglesia que peregrina. ¿Por qué lo afirmo?

Pienso que siempre existirá entre los creyentes la tentación de Babel por la fama propagada y el poder hegemónico. No se expresará tal vez necesariamente así, sino como protagonismo y búsqueda de centralidad. Aparecerán en primer plano las distinciones y separaciones en niveles jerarquizados, ya sea por poder, por influencia y honor, por mayor antigüedad o la institucionalidad por la institucionalidad misma –es decir la preservación del status quo-. En fin todo una gama de apropiaciones indebidas.

De caer en ello la Iglesia mirará hacia el pasado de un modo insano, perpetuándose y queriendo sobrevivir en la repetición de vetustas seguridades humanas, encerrándose en su pequeña casa y obturando los horizontes novedosos del futuro de Dios. El Espíritu Santo deberá venir a romper las cadenas y abrir las puertas.

Como también estoy firmemente convencido que Pentecostés es como un permanente presente. El Don de lo Alto no deja de advenir sobre su Iglesia generando en los creyentes libertad para dejarse conducir y animar. Vence resistencias, provoca generosidad en la entrega de la vida y siembra la alegría de la Salvación.

La Iglesia del Espíritu –como erróneamente a veces se ha propuesto-, no es enteramente carismática y sin institucionalidad alguna. La Iglesia del Espíritu es una construcción de Dios que la organiza justamente con dones pastorales-autoritativos más ligados al servicio institucional de asegurar la conducción y animación común (unidad), y con dones carismáticos-místicos más lligados a la libertad creativa y enriquecedora de la Gracia (diversidad). Solo Dios y solo Él puede llevarnos a la unidad sembrando diversidad y venciendo nuestras tendencias a la uniformidad o a la anarquía. Y claro que un mismo miembro del Cuerpo puede recibir de ambas vertientes y armonizarlas el Señor con peculiares acentos. Permítanme, la Iglesia es un milagro del Pastoreo del Espíritu.

La Iglesia del Espíritu es exactamente eso, una experiencia fraterna de escucha del Pastoreo de Dios, una comunidad que percibe con certeza de fe, esperanza y caridad, el lenguaje divino y su sentido. Necesita claramente de discípulos desapropiados y abandonados a la acción del Señor por su Espíritu. Necesita de esa decisión personal y comunitaria por lanzarse en la dirección del Señor Resucitado: “No te preocupes por ti misma Iglesia, tu futuro está en las manos del Padre. No te detengas allí. No te ocupes en preservarte. Tu camino es la misión y la profecía a todo el mundo. Abre tus puertas y que sople el Viento que te conducirá.”

¿Ven? Babel y Pentecostés palpitan dentro de cada discípulo y de cada comunidad. Y tenemos una decisión por tomar que reaparecerá como disyuntiva hasta el final de nuestros días: “Dícele Nicodemo: «¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo?»  Respondió Jesús: «El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu.»”  (Jn 3,4.8)

 


 

POESÍA DEL ALMA UNIDA 5

 



Cuando Tú me visitabas

Todo se henchía con tu Luz

Y la casa en su interior

Se reacomodaba disponible

A tu Presencia

Prístina

            Tu paso y tu toque

            Lo transformaban todo

 

Pero siempre oh Amado

Tú te retirabas

Suavemente

Dejando el alma sumergida

En la tibieza crepuscular

De un otoño soleado

Casi como un dejo de caricia

Y dorada Ausencia

Donde me arropase

 

Sin tardarte al tiempo

Fielmente retornabas

Entonces

Cual primavera fragante

Con alegre esperanza de brotes

Ardía oportuna la danza

Quieta en melodías de júbilo

            Y se presagiaban los frutos

            De tan gratuito camino

           

Ahora que te quedas

Oh Amado

Y permaneces

Serenamente unido a mí

Hasta las tinieblas más densas

Cortantes y gélidas

Pasan sin relieve

Y ya no pueden separarme

Del cálido sosiego de tu Voz

 

Cuando me visitabas

Dilatabas el corazón

            Con tus idas y venidas sabias

Mas ahora que te quedas

Y permaneces cantando

            Se nota ya que mi casa es Tuya

Que simplemente

Señor y Dueño mío

Me has vuelto tu casa

Y habitarme es tu Sello

 


DIÁLOGO VIVO CON SAN JUAN DE LA CRUZ 14

 



CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE 14


CUANDO COMIENZA LA QUIETUD

Estimado hermano y maestro, Fray Juan, a menudo me pregunto si el hombre de esta época agitado hasta la vorágine y el colapso, hiper-estimulado hasta la enajenación de sí, pragmático productivista sin horizontes de gratuidad y sumergido en una poderosa corriente de activismo intensamente sostenido y casi sin sosiego, tendrá alguna chance de acercarse a las orillas de la contemplación. Una tal posibilidad ya me parecería milagrosa.

Pero de hecho, ya sea por estar asqueado de aquella vida, o porque Dios ha tocado misteriosamente su interior, la vida contemplativa subsiste. Y la quietud infusa, esa silenciosa y suave noticia de tu Presencia nueva, sigue irrumpiendo en las almas. Aunque claro no es habitualmente un episodio disruptivo y sin antecedentes, sino como el descenso hacia el piso de una honda caverna que se ha excavado en un proceso de aquietamiento y silenciamiento interior, a menudo largo y trabajoso, poblado de resequedades y combates por la permanencia.

Pues la primera reacción a la quietud que llega es el rechazo. Porque aquí ya la inteligencia no puede tener la cosa en su mano y lo que empieza a despuntar es para ella ignoto, la voluntad más que adherir se resiste y busca producir algo de cuanto conoce, volver a repetir lo espiritualmente acostumbrado.

 

“…es lástima ver que hay muchos que, queriéndose su alma estar en esta paz y descanso de quietud interior, donde se llena de paz y refección de Dios, ellos la desasosiegan y sacan afuera a lo más exterior, y la quieren hacer volver a que ande lo andado sin propósito, y que deje el termino y fin en que ya reposa por los medios que encaminaban a él, que son las consideraciones. Lo cual no acaece sin gran desgana y repugnancia del alma, que se quisiera estar en aquella paz, que no entiende, como en su propio puesto.” (SMC L2, Cap. 12,7)

 

Para poder acoger la quietud que Dios da, habrá que estar asentada en el alma la práctica de abandonarse en Él. Solo un orante que ha crecido en docilidad al Espíritu podrá lanzarse a este don de la quietud. Se trata de uno que ha perseverado en el desierto y que ya ha empezado a vivir con fe de convicción. Cuando el Señor se calló –a veces por extenso tiempo-, este creyente no huyó. El silencio de Dios no lo ha hecho desertar, sino perseverar y aguardar más puramente en Él. No ha permanecido sentado inmóvil en el desierto porque buscase respuestas rápidas y soluciones puntuales; ha pervivido expectante pues buscaba a Alguien sobre el cual no podía disponer a no ser que gratuitamente se le ofreciera.

Es verdad Fray Juan, que hemos visto tantas veces frustrarse la gracia. Personas convocadas a la profundidad escondida que no logran abandonarse a Dios que claramente está más allá de todos nuestros parámetros. Temen perderse a sí mismas si se dejan en sus manos. No permiten que sus afectos y pensamientos sean superados y conducidos a niveles sobrenaturales. No han aceptado aún que para ganarse hay que perderse. Imposible enteramente ser alcanzado y permanecer en quietud contemplativa quien no ha resuelto la entrega de la propia vida. Sin la decisión de entregarse a Dios sin reservas no hay camino por delante. Uno se queda en primeros tiempos, repitiendo preparaciones que al paso de los días saben a hastío de lo mismo que nunca crece. La vida de fe se apaga pues tiene techo bajo y poco volumen de oxígeno que alimente el fuego.

Y seguramente tú también has visto a tantos burdos y precarios maestros de espíritu. Atosigan las almas llenándolas de devociones y multiplicando ejercicios piadosos. Como ellos mismos no han alcanzado profundidad de amor y unión con Dios, si alguien comienza a vivir quietud le dicen que es demoníaco o que debe volver a la obediencia de aquellas otras prácticas seguras. Y ciertamente no ayudan a nadie a buscar hondura de alma sino a ejercitar una espiritualidad superficial y pragmática. Porque en lugar de permitir a las almas que vayan tras el único Maestro que es Dios, quien las conduce por su Espíritu, pretenden ser directores ellos y tener sujetos a quienes animan como si fuesen de su propiedad, reteniéndolos en los confines de su pobre experiencia.

Pero volviendo a aquellos a quienes Dios comienza a darles quietud, ¿qué consejo podríamos darles?

 

“A estos tales se les ha de decir que aprendan a estarse con atención y advertencia amorosa en Dios en aquella quietud, y que no se den nada por la imaginación ni por la obra de ella, pues aquí, como decimos, descansan las potencias y no obran activamente, sino pasivamente, recibiendo lo que Dios obra en ellas. Y si algunas veces obran, no es con fuerza ni muy procurado discurso, sino con suavidad de amor; más movidas de Dios que de la misma habilidad del alma…” (SMC L2, Cap. 12,8)

 

Es tan nuevo lo que Dios puede ofrecer. Como cuando el Señor hizo silencio, el orante aprendió a perseverar en el desierto, ahora que se acerca de un modo enteramente inesperado debe dejarlo arribar y desenvolver el lenguaje del misterio. Seguramente junto a la quietud comenzará a aparecer escondida certeza de amor que afirma que se trata de Dios y de su modo propio. No tardará tanto el Amado en hacer madurar esta quietud y el sentido interior que siembra de su Presencia enlazante en amor. Espera, no te agites, no te inquietes, espera oh alma en tu Señor.

 



POESÍA DEL ALMA UNIDA 4

 



Hoy ya no tengo tiempo

Porque la Eternidad me apremia

 

Pues cuanta alegría

Simple y efímera

Deja traslucir la historia

Pasa y desvela

Como tras de sí

Lo verdaderamente vivo

Bajo tanta Luz de Gloria

 

Lo que da Dios palpita

Atrae y llama

Poniendo en perspectiva

Cada día con su afán

 

Entonces cual exhalación

El alma reposa

Se aquieta y silencia

Es que todo está seguro

En la única Roca firme

 

Solo cuando la Eternidad adviene

El tiempo adquiere su valor

 

En camino estamos

Y arde el corazón por arribar

Mientras permanece en la ribera

De cuanto es definitivo

 

 

Isaías I: el profeta del Dios tres veces Santo (9)

 




Séptimo Oráculo bajo Jotam


El séptimo oráculo, contenido en Is 5,8-24, es conocido como el oráculo de los ayes. Se trata de una lamentación por los pecados del pueblo. Hagamos una lectura temática. Por motivo de brevedad no citaré el texto completo sino algunos pasajes más relevantes.

 

Contra la avaricia (vs. 8-10):

 

“¡Ay, los que juntáis casa con casa, y campo a campo anexionáis, hasta ocupar todo el sitio y quedaros solos en medio del país! Así ha jurado a mis oídos Yahveh Sebaot: «¡Han de quedar desiertas muchas casas; grandes y hermosas, pero sin moradores!”

 

Contra las fiestas licenciosas (vs. 11-17):

 

“¡Ay, los que despertando por la mañana andan tras el licor; los que trasnochan, encandilados por el vino! Sólo hay arpas y cítaras, pandero y flauta en sus libaciones, y no contemplan la obra de Yahveh, no ven la acción de sus manos. Por eso fue deportado mi pueblo sin sentirlo, sus notables estaban muertos de hambre, y su plebe se resecaba de sed. Por eso ensanchó el seol su seno dilató su boca sin medida, y a él baja su nobleza y su plebe y su turba gozosa.”

 

Contra el escepticismo (vs. 18-19)

 

“¡Ay, los que arrastran la culpa con coyundas de engaños y el pecado como con bridas de novilla! Los que dicen: «¡Listo, apresure su acción, de modo que la veamos. Acérquese y venga el plan del Santo de Israel, y que lo sepamos!»”

 

Contra los maestros de mentiras (v. 20):

 

“¡Ay, los que llaman al mal bien, y al bien mal; que dan oscuridad por luz, y luz por oscuridad; que dan amargo por dulce, y dulce por amargo!”

 

Contra los sabiondos (v. 21):

 

“¡Ay, los sabios a sus propios ojos, y para sí mismos discretos!” 

 

Contra los opresores (vs. 22-23);

 

“¡Ay, los campeones en beber vino, los valientes para escanciar licor, los que absuelven al malo por soborno y quitan al justo su derecho.”

 

Sólo las primeras quejas, contra la avaricia y las fiestas licenciosas, contienen una sentencia de castigo o consecuencia del pecado. Para todos los “ayes” se explicita un castigo común en el v. 24 por la imagen del fuego que destruye las espigas. Esta advertencia  pide ser interpretada como la invasión de Asiria que destruye el país y dispone el destierro.

 

“Tal devora las espigas una lengua de fuego y el heno en llamas se derrumba: la raíz de ellos será como podre, y su flor subirá como tamo. Pues recusaron la enseñanza de Yahveh Sebaot y despreciaron el dicho del Santo de Israel.”

 

A continuación la perícopa Is 5, 25-30 expresa una sentencia condenatoria y corresponde a los oráculos 6-7 dejando claro la pedagogía de Dios que permite el incremento del poderío de Asiria y la extensión de su imperio como instrumento suyo para la purificación del pueblo extraviado en su pecado y tan distante de la Santidad de Yahvéh.

 

“Por eso se ha encendido la ira de Yahveh contra su pueblo, extendió su mano sobre él y le golpeó. Y mató a los príncipes: sus cadáveres yacían como basura en medio de las calles. Con todo eso, no se ha calmado su ira, y aún sigue extendida su mano. Iza bandera a un pueblo desde lejos y le silba desde los confines de la tierra: vedlo aquí, rápido, viene ligero. No hay en él quien se canse y tropiece, quien se duerma y se amodorre; nadie se suelta el cinturón de los lomos, ni se rompe la correa de su calzado. Sus saetas son agudas y todos sus arcos están tensos. Los cascos de sus caballos semejan pedernal y sus ruedas, torbellino. Tiene un rugido como de leona, ruge como los cachorros, brama y agarra la presa, la arrebata, y no hay quien la libre. Bramará contra él aquel día como el bramido del mar, y oteará la tierra, y habrá densa oscuridad, pues la luz se habrá oscurecido en la espesa tiniebla.”

 

El Dios tres veces Santo no admite el pecado

 

¿Qué tienen que ver el Dios Santísimo y el pecado? Pues absolutamente nada. Simplemente se excluyen. Dios no convalida el pecado y no lo admite bajo ninguna circunstancia. Todo lo contrario, podríamos decir que el Señor actúa para extirpar el pecado del corazón de su pueblo y de todo hombre. Porque ama a sus hijos no soporta verlos empecatados pues los ha elegido y llamado a santidad de vida. Se opone Dios al pecado y cuánto más avanza la inclinación al mal de su pueblo más debe el Señor actuar corrigiendo, exhortando, purificando, liberando y rescatando. Y en el extremo de su Amor envió a su propio Hijo a cargar sobre sí todo el pecado del mundo. El Cordero de Dios se ofreció en la Cruz para terminar con el pecado en quienes lo acepten como Señor y Mesías. Porque quien confiesa a Jesucristo Dios rompe con el pecado y la muerte hacia la Vida Nueva de la Gracia.

Como ya hemos dicho Santidad y Misericordia en Dios van juntas, no se las puede separar. La Misericordia de Dios se expresa en su acción santificadora; el Señor es Misericordioso no porque consiente nuestro pecado o finge no conocerlo, sino porque a pesar de nuestro pecado nos sigue amando y desea rescatarnos del mal ofreciéndonos un tiempo de arrepentimiento y conversión. La Santidad de Dios se revela cuando ejerce su Misericordia que no nos deja iguales sino que nos transforma para restablecer en nosotros la imagen y semejanza suya que nos ha donado al crearnos.

En nuestros días a veces me parece oír en la Iglesia que peregrina un mensaje confuso: ¿se ofrece misericordia pero no se exige santidad? Si fuese así no sería al fin nada más que una complicidad en el pecado o un pacto de mutuo encubrimiento. Como Dios, la Iglesia y en ella cada cristiano, debe tener una concreta aversión al pecado. La conciencia clara de que el pecado deshumaniza, rompiendo, afeando y oscureciendo la obra del Señor.

Se ha popularizado la sentencia: “Dios aborrece el pecado pero ama al pecador”. Justamente el Padre ama a sus hijos quitando de ellos el pecado y comunicándoles nuevamente su Santidad. Cuando Dios te exige santidad te ama. Si no te amara te dejaría enfangado en tu miseria y tu pecado. Cuando la Iglesia te pide santidad te ama. Pero si la Iglesia no te reclamara santidad descubrirías que ha dejado de serle fiel a su Señor.

Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva (cf Ez. 33,11), porque pecado es muerte y santidad es vida. La Iglesia  que es Madre debe siempre aprender de Dios a acompañar a sus hijos pecadores con esa Misericordia que de ninguna forma convalida el mal, sino que con paciente dulzura y firme sabiduría los invita a salir de las tinieblas hacia la Luz admirable de Cristo Señor.

 


POESÍA DEL ALMA UNIDA 3

 



Espíritu

Omnipotente suavidad que habita

Allá en lo profundo y escondido

Y con delicada unción asciende

En aroma nuevo que lo impregna todo

 

Espíritu

Oh toque puro y cristalino

Que apenas acaricia deja herida

Abriendo surcos de deseo vivo

Y cauces para el Amor que llega

 

Espíritu

Ardiente llama que ilumina

Y a la inteligencia en paz y gozo lleno

Sostiene dulcemente sosegada

Como  arropada en brazos del Misterio

 

Espíritu

Oh ígnea Caridad inextinguible

Que a la voluntad con atracción enlaza

Y la mantiene libremente asida

Cautivándola con seducción divina

 

Espíritu

Agua Viva del Manantial que mana

Aquel Manantial que no conoce mengua

Que procede sin medida y sin reserva

Y se comunica tan generosamente

 

Espíritu

Oh Agua Viva que recrea

Agua resucitadora y adviniente

Siempre antigua y siempre nueva

En caudales de Amor transfigurante

 

Espíritu ven

Te invoco a Ti que no dejas de venir

Y que viniendo fielmente me das Vida

Espíritu que vienes a buscarme

Y encontrándome me devuelves a lo Eterno

 

 

POESÍA DEL ALMA UNIDA 35

  Oh Llama imparable del Espíritu Que lo deja todo en quemazón de Gloria   Oh incendios de Amor Divino Que ascienden poderosos   ...