Séptimo Oráculo bajo Jotam
El séptimo
oráculo, contenido en Is 5,8-24, es conocido como el oráculo de los ayes. Se trata de una lamentación por los pecados
del pueblo. Hagamos una lectura temática. Por motivo de brevedad no citaré el
texto completo sino algunos pasajes más relevantes.
Contra la
avaricia (vs. 8-10):
“¡Ay, los que juntáis casa con casa, y campo a campo
anexionáis, hasta ocupar todo el sitio y quedaros solos en medio del país! Así
ha jurado a mis oídos Yahveh Sebaot: «¡Han de quedar desiertas muchas casas;
grandes y hermosas, pero sin moradores!”
Contra las
fiestas licenciosas (vs. 11-17):
“¡Ay, los que despertando por la mañana andan tras
el licor; los que trasnochan, encandilados por el vino! Sólo hay arpas y
cítaras, pandero y flauta en sus libaciones, y no contemplan la obra de Yahveh,
no ven la acción de sus manos. Por eso fue deportado mi pueblo sin sentirlo,
sus notables estaban muertos de hambre, y su plebe se resecaba de sed. Por eso
ensanchó el seol su seno dilató su boca sin medida, y a él baja su nobleza y su
plebe y su turba gozosa.”
Contra el
escepticismo (vs. 18-19)
“¡Ay, los que arrastran la culpa con coyundas de
engaños y el pecado como con bridas de novilla! Los que dicen: «¡Listo,
apresure su acción, de modo que la veamos. Acérquese y venga el plan del Santo
de Israel, y que lo sepamos!»”
Contra los
maestros de mentiras (v. 20):
“¡Ay, los que llaman al mal bien, y al bien mal; que
dan oscuridad por luz, y luz por oscuridad; que dan amargo por dulce, y dulce
por amargo!”
Contra los
sabiondos (v. 21):
“¡Ay, los sabios a sus propios ojos, y para sí
mismos discretos!”
Contra los
opresores (vs. 22-23);
“¡Ay, los campeones en beber vino, los valientes
para escanciar licor, los que absuelven al malo por soborno y quitan al justo
su derecho.”
Sólo las
primeras quejas, contra la avaricia y las fiestas licenciosas, contienen una
sentencia de castigo o consecuencia del pecado. Para todos los “ayes” se
explicita un castigo común en el v. 24 por la imagen del fuego que destruye las
espigas. Esta advertencia pide ser
interpretada como la invasión de Asiria que destruye el país y dispone el
destierro.
“Tal devora las espigas una lengua de fuego y el
heno en llamas se derrumba: la raíz de ellos será como podre, y su flor subirá
como tamo. Pues recusaron la enseñanza de Yahveh Sebaot y despreciaron el dicho
del Santo de Israel.”
A continuación
la perícopa Is 5, 25-30 expresa una sentencia condenatoria y corresponde a los
oráculos 6-7 dejando claro la pedagogía de Dios que permite el incremento del
poderío de Asiria y la extensión de su imperio como instrumento suyo para la
purificación del pueblo extraviado en su pecado y tan distante de la Santidad
de Yahvéh.
“Por eso se ha encendido la ira de Yahveh contra su
pueblo, extendió su mano sobre él y le golpeó. Y mató a los príncipes: sus
cadáveres yacían como basura en medio de las calles. Con todo eso, no se ha
calmado su ira, y aún sigue extendida su mano. Iza bandera a un pueblo desde
lejos y le silba desde los confines de la tierra: vedlo aquí, rápido, viene
ligero. No hay en él quien se canse y tropiece, quien se duerma y se amodorre;
nadie se suelta el cinturón de los lomos, ni se rompe la correa de su calzado. Sus
saetas son agudas y todos sus arcos están tensos. Los cascos de sus caballos
semejan pedernal y sus ruedas, torbellino. Tiene un rugido como de leona, ruge
como los cachorros, brama y agarra la presa, la arrebata, y no hay quien la
libre. Bramará contra él aquel día como el bramido del mar, y oteará la tierra,
y habrá densa oscuridad, pues la luz se habrá oscurecido en la espesa tiniebla.”
El Dios tres veces Santo no admite el pecado
¿Qué tienen
que ver el Dios Santísimo y el pecado? Pues absolutamente nada. Simplemente se
excluyen. Dios no convalida el pecado y no lo admite bajo ninguna
circunstancia. Todo lo contrario, podríamos decir que el Señor actúa para
extirpar el pecado del corazón de su pueblo y de todo hombre. Porque ama a sus
hijos no soporta verlos empecatados pues los ha elegido y llamado a santidad de
vida. Se opone Dios al pecado y cuánto más avanza la inclinación al mal de su
pueblo más debe el Señor actuar corrigiendo, exhortando, purificando, liberando
y rescatando. Y en el extremo de su Amor envió a su propio Hijo a cargar sobre
sí todo el pecado del mundo. El Cordero de Dios se ofreció en la Cruz para
terminar con el pecado en quienes lo acepten como Señor y Mesías. Porque quien
confiesa a Jesucristo Dios rompe con el pecado y la muerte hacia la Vida Nueva
de la Gracia.
Como ya hemos
dicho Santidad y Misericordia en Dios van juntas, no se las puede separar. La
Misericordia de Dios se expresa en su acción santificadora; el Señor es
Misericordioso no porque consiente nuestro pecado o finge no conocerlo, sino
porque a pesar de nuestro pecado nos sigue amando y desea rescatarnos del
mal ofreciéndonos un tiempo de arrepentimiento y conversión. La Santidad de
Dios se revela cuando ejerce su Misericordia que no nos deja iguales sino que
nos transforma para restablecer en nosotros la imagen y semejanza suya que nos
ha donado al crearnos.
En nuestros
días a veces me parece oír en la Iglesia que peregrina un mensaje confuso: ¿se
ofrece misericordia pero no se exige santidad? Si fuese así no sería al fin
nada más que una complicidad en el pecado o un pacto de mutuo encubrimiento.
Como Dios, la Iglesia y en ella cada cristiano, debe tener una concreta
aversión al pecado. La conciencia clara de que el pecado deshumaniza,
rompiendo, afeando y oscureciendo la obra del Señor.
Se ha popularizado la sentencia: “Dios
aborrece el pecado pero ama al pecador”. Justamente el Padre ama a sus hijos quitando
de ellos el pecado y comunicándoles nuevamente su Santidad. Cuando Dios te
exige santidad te ama. Si no te amara te dejaría enfangado en tu miseria y tu
pecado. Cuando la Iglesia te pide santidad te ama. Pero si la Iglesia no te
reclamara santidad descubrirías que ha dejado de serle fiel a su Señor.
Dios no quiere la muerte del pecador sino que
se convierta y viva (cf Ez. 33,11), porque pecado es muerte y santidad es vida.
La Iglesia que es Madre debe siempre
aprender de Dios a acompañar a sus hijos pecadores con esa Misericordia que de
ninguna forma convalida el mal, sino que con paciente dulzura y firme sabiduría
los invita a salir de las tinieblas hacia la Luz admirable de Cristo Señor.
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