CONVERSACIONES SUBIENDO AL MONTE 14
Estimado hermano y
maestro, Fray Juan, a menudo me pregunto si el hombre de esta época agitado
hasta la vorágine y el colapso, hiper-estimulado hasta la enajenación de sí, pragmático
productivista sin horizontes de gratuidad y sumergido en una poderosa corriente
de activismo intensamente sostenido y casi sin sosiego, tendrá alguna chance de
acercarse a las orillas de la contemplación. Una tal posibilidad ya me
parecería milagrosa.
Pero de hecho, ya sea
por estar asqueado de aquella vida, o porque Dios ha tocado misteriosamente su
interior, la vida contemplativa subsiste. Y la quietud infusa, esa silenciosa y
suave noticia de tu Presencia nueva, sigue irrumpiendo en las almas. Aunque
claro no es habitualmente un episodio disruptivo y sin antecedentes, sino como
el descenso hacia el piso de una honda caverna que se ha excavado en un proceso
de aquietamiento y silenciamiento interior, a menudo largo y trabajoso, poblado
de resequedades y combates por la permanencia.
Pues la primera
reacción a la quietud que llega es el rechazo. Porque aquí ya la inteligencia
no puede tener la cosa en su mano y lo que empieza a despuntar es para ella ignoto,
la voluntad más que adherir se resiste y busca producir algo de cuanto conoce,
volver a repetir lo espiritualmente acostumbrado.
“…es
lástima ver que hay muchos que, queriéndose su alma estar en esta paz y
descanso de quietud interior, donde se llena de paz y refección de Dios, ellos
la desasosiegan y sacan afuera a lo más exterior, y la quieren hacer volver a
que ande lo andado sin propósito, y que deje el termino y fin en que ya reposa
por los medios que encaminaban a él, que son las consideraciones. Lo cual no
acaece sin gran desgana y repugnancia del alma, que se quisiera estar en
aquella paz, que no entiende, como en su propio puesto.” (SMC L2, Cap. 12,7)
Para poder acoger la
quietud que Dios da, habrá que estar asentada en el alma la práctica de
abandonarse en Él. Solo un orante que ha crecido en docilidad al Espíritu podrá
lanzarse a este don de la quietud. Se trata de uno que ha perseverado en el
desierto y que ya ha empezado a vivir con fe de convicción. Cuando el Señor se
calló –a veces por extenso tiempo-, este creyente no huyó. El silencio de Dios
no lo ha hecho desertar, sino perseverar y aguardar más puramente en Él. No ha
permanecido sentado inmóvil en el desierto porque buscase respuestas rápidas y
soluciones puntuales; ha pervivido expectante pues buscaba a Alguien sobre el
cual no podía disponer a no ser que gratuitamente se le ofreciera.
Es verdad Fray Juan,
que hemos visto tantas veces frustrarse la gracia. Personas convocadas a la profundidad
escondida que no logran abandonarse a Dios que claramente está más allá de
todos nuestros parámetros. Temen perderse a sí mismas si se dejan en sus manos.
No permiten que sus afectos y pensamientos sean superados y conducidos a niveles
sobrenaturales. No han aceptado aún que para ganarse hay que perderse.
Imposible enteramente ser alcanzado y permanecer en quietud contemplativa quien
no ha resuelto la entrega de la propia vida. Sin la decisión de entregarse a
Dios sin reservas no hay camino por delante. Uno se queda en primeros tiempos,
repitiendo preparaciones que al paso de los días saben a hastío de lo mismo que
nunca crece. La vida de fe se apaga pues tiene techo bajo y poco volumen de oxígeno
que alimente el fuego.
Y seguramente tú
también has visto a tantos burdos y precarios maestros de espíritu. Atosigan
las almas llenándolas de devociones y multiplicando ejercicios piadosos. Como
ellos mismos no han alcanzado profundidad de amor y unión con Dios, si alguien
comienza a vivir quietud le dicen que es demoníaco o que debe volver a la
obediencia de aquellas otras prácticas seguras. Y ciertamente no ayudan a nadie
a buscar hondura de alma sino a ejercitar una espiritualidad superficial y
pragmática. Porque en lugar de permitir a las almas que vayan tras el único Maestro
que es Dios, quien las conduce por su Espíritu, pretenden ser directores ellos
y tener sujetos a quienes animan como si fuesen de su propiedad, reteniéndolos en
los confines de su pobre experiencia.
Pero volviendo a
aquellos a quienes Dios comienza a darles quietud, ¿qué consejo podríamos
darles?
“A
estos tales se les ha de decir que aprendan a estarse con atención y
advertencia amorosa en Dios en aquella quietud, y que no se den nada por la
imaginación ni por la obra de ella, pues aquí, como decimos, descansan las
potencias y no obran activamente, sino pasivamente, recibiendo lo que Dios obra
en ellas. Y si algunas veces obran, no es con fuerza ni muy procurado discurso,
sino con suavidad de amor; más movidas de Dios que de la misma habilidad del
alma…” (SMC L2, Cap. 12,8)
Es tan nuevo lo que
Dios puede ofrecer. Como cuando el Señor hizo silencio, el orante aprendió a
perseverar en el desierto, ahora que se acerca de un modo enteramente
inesperado debe dejarlo arribar y desenvolver el lenguaje del misterio.
Seguramente junto a la quietud comenzará a aparecer escondida certeza de amor
que afirma que se trata de Dios y de su modo propio. No tardará tanto el Amado en
hacer madurar esta quietud y el sentido interior que siembra de su Presencia enlazante
en amor. Espera, no te agites, no te inquietes, espera oh alma en tu Señor.
Bellisimo saber que el Señor me diga que no tengo que Hacer Nada! 💒
ResponderBorrar…y lo completo con el número 7 de la Nube del no Saber
ResponderBorrarCómo se ha de conducir una persona durante la oración respecto a los pensamientos, especialmente respecto a los que nacen de la curiosidad e inteligencia natural
Es inevitable que las ideas surjan en tu mente y traten de distraerte de mil maneras.
Te preguntarán diciendo: (¿Qué es lo que buscas?, ¿qué quieres?).
A todas ellas debes responder: A Dios solo busco y deseo, a El solo.
Y si te preguntan: ¿Quién es este Dios?, diles que es el Dios que te creó, que te redimió, que te trajo a esta obra.
Di a tus pensamientos: Sois incapaces de captarle. Dejadme.
Dispérsalos volviéndote a Jesús con amoroso deseo. No te sorprendas si tus pensamientos parecen santos y valiosos para la oración.
Con toda probabilidad te encontrarás a ti mismo pensando en las maravillosas cualidades de Jesús, su dulzura, su amor, su gracia, su misericordia.
Pero si prestas atención a estas ideas, verás que han conseguido lo que deseaban de ti, y continuarán hablándote hasta inclinarte hacia el pensamiento de la Pasión. Vendrán después ideas sobre su gran bondad y si continuas atento, estarán complacidas.
Pronto te encontrarás pensando en tu vida pecadora y quizá con este motivo te podrás acordar de algún lugar en que viviste en tu vida pasada, hasta que de repente, antes de que te des cuenta, tu mente se habrá disipado por completo.
Y, sin embargo, no eran malos pensamientos.
En realidad eran pensa- mientos buenos y santos, tan valiosos que todo el que desee avanzar sin ha- ber meditado con frecuencia en sus propios pecados, en la Pasión de Cristo, la mansedumbre, bondad y dignidad de Dios, se extraviará y fracasará en su intento. Pero una persona que ha meditado largamente estas cosas ha dedejarlas detrás, bajo la nube del olvido, si es que quiere penetrar la nube del no-saber que está entre él y su Dios.
Por eso, siempre que te sientas movido por la gracia a la actividad con- templativa y estés determinado a realizarla, eleva con sencillez tu corazón a Dios con un suave movimiento de amor.
Piensa solamente en Dios que te creó, que te redimió y te guió a esta obra.
No dejes que otras ideas sobre Dios entren en tu mente.
Incluso esto es demasiado.
Basta con un puro impulso hacia Dios, el deseo de El solo.
Si quieres centrar todo tu deseo en una simple palabra que tu mente pueda retener fácilmente, elige una palabra breve mejor que una larga. Palabras tan sencillas como: Dios o Amor, resultan muy adecuadas. Pero has de elegir una que tenga significado para ti.
Fíjala luego en tu mente, de manera que permanezca allí suceda lo que suceda.
Esta palabra será tu defensa tanto en la guerra como en la paz.
Sírvete de ella para golpear la nube de la oscuridad que está sobre ti y para dominar todas las distracciones, fijándolas en la nube del olvido, que tienes debajo de ti. Si algún pensamiento te siguiera molestando queriendo saber lo que haces, respóndele con esta única palabra.
Si tu mente comienza a intelectualizar el sentido y las connotaciones de esta palabrita, acuérdate de que su valor estriba en su sencillez.
Haz esto y te aseguro que tales pensamientos desaparecerán. ¿Por qué? Porque te has negado a desarrollarlos discutiendo con ellos.